Kioto fue el primer gran acuerdo ambiental en el que la comunidad internacional admitió la necesidad de afrontar las consecuencias de la contaminación.
Desde la década del ’90, las Naciones Unidas y los países miembros buscaron concertar una serie de acuerdos ambientales para reducir la huella de carbono, entre otros causantes de la contaminación global. El Protocolo de Kioto fue el primero a gran escala en buscar soluciones reales para el medio ambiente, ¿qué aportó a casi dos décadas de su implementación?
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Un antecedente en Estocolmo
Durante siglos, el ser humano se desarrolló y evolucionó sin contemplar su impacto en el medio ambiente y en los recursos que lo rodeaban, al menos cuando se piensa de manera global. Recién a finales del siglo XX, la causa ambientalista ganó suficiente fuerza para instalarse en el centro de la discusión internacional.
El documento que puede considerarse fundacional fue la Declaración de Estocolmo, firmada en 1972 tras la primera conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Medio Ambiente Humano.
Se habló por primera vez del “derecho a un ambiente sano” mediante 26 principios. Entre ellos, se destaca el principio 21 que establece la responsabilidad de que los Estados garanticen que las actividades que se desarrollan bajo su jurisdicción no causen daños al ambiente de otros países.
La Declaración estableció también el Principio de Cooperación, vital para la historia ambientalista al reconocer por primera vez la necesidad de que los países debían unir esfuerzos para hacer frente a los desafíos globales.
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El Protocolo de Kioto, el puntapié para empezar a hablar de efecto invernadero
Pero no fue hasta la década del ’90 que la comunidad internacional reconoció la necesidad de actuar antes de provocar daños irreversibles. Aprobado el 1 de diciembre de 1997 y en vigor desde el 16 de febrero de 2005, el Protocolo de Kioto fue el primer gran acuerdo de las Naciones Unidas que puso en marcha, de forma concreta y reconocible, los intentos de reducir el impacto contaminante del ser humano.
Impulsó el cumplimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que responsabiliza sobre todo a los países desarrollados e industrializados, les solicita informes sobre sus avances y centraliza la distribución de fondos para las actividades de cambio climático.
Por primera vez, a las potencias mundiales se les impuso una carga más pesada en virtud a su implicancia en los altos niveles de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en la atmósfera.
Además, estableció históricos objetivos de reducción de las emisiones para 36 países industrializados y la Unión Europea. En total, apuntaban una reducción media de las emisiones del 5% para el quinquenio 2008-2012 en comparación con los niveles de la década de 1990.
Los países podían alcanzar las metas impuestas en Kioto mediante medidas a nivel nacional, pero también se contempló la implementación del Comercio Internacional de Emisiones, que permitía que los países que cumplían sus metas cedieran el excedente de su cupo de emisión a otros cuyos esfuerzos eran insuficientes.
Para identificar las sustancias contaminantes y actuar en consecuencia, el documento se valió del Protocolo de Montreal, en vigor desde 1989, que establecía la reducción y posterior eliminación total de 100 químicos. El documento las agrupó en Clorofluorocarbonos, Hidroclorofluorocarbonos, Halones, Tetracloruro de carbono, Hidrobromofluorocarbonos y Bromuro de metilo.
Sin embargo, la emisión siguió incrementando en gran parte del quinquenio establecido. Solo en 2008 la generación de GEI experimentó una baja, aunque nunca alcanzó las metas establecidas.
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Efectos del fracaso: Abandonos y ratificaciones
A raíz de las metas incumplidas a nivel global, el Protocolo de Kioto sufrió una falta de credibilidad por parte de los distintos gobiernos.
En 2011, Canadá fue el primer y único país en abandonar el acuerdo. En un principio, los argumentos que trascendieron fue por el esfuerzo ineficiente del país a nivel nacional, pero también por el dinero que le demandaría al Estado norteamericano en términos de retribución a los fondos ambientales.
Para reforzar los compromisos se aprobó la Enmienda de Doha en 2012, que prolongaba el Protocolo de Kioto hasta 2020 y elevaba el objetivo de reducción de Gases de Efecto Invernadero al 18%, además de la inclusión del trifluoruro de nitrógeno como sustancia a eliminar y un ajuste en las responsabilidades de los países

Estas nuevas condiciones provocaron que Canadá decidiera no regresar al acuerdo y Estados Unidos firmara, pero no ratificara los objetivos impuestos para el segundo período. Europa, menos Albania y Moldavia, y Sudamérica, a excepción de Colombia y Surinam, aceptaron las nuevas responsabilidades.
Otros países que no ratificaron y son fundamentales por su injerencia geopolítica y económica como Rusia, Turquía y Arabia Saudita.
Finalmente, la causa ambientalista se reflotaría con el Acuerdo de París, adoptado por 196 Partes en la COP21 en París, el 12 de diciembre de 2015. Este tratado internacional vino a complementar en cierto punto al protocolo de Kioto, estableciendo cambios productivos y culturales con el fin de reducir el calentamiento global y evitar daños catastróficos e irreversibles.