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Los curas de Francisco

Ganar la villa

“Para nosotros la villa no es un lugar solo para ayudar; es más bien el ámbito que nos enseña una vida más humana y, por consiguiente, más cristiana.Valoramos la cultura que se da en la villa, que surge del encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana”.

Documento “Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera” (2007)

Ya hemos dicho muchas veces que el tema de la seguridad, la violencia, la influencia del narcotráfico y el delito organizado ha sido una constante preocupación para nuestra publicación desde que la iniciamos en aquel lejano 2002. Esta temática nos llevó a recorrer el continente, a organizar seminarios en Washington y en Colombia y a editar y publicar múltiples notas y libros. Hoy que es tapa cotidiana en todos los medios, que se encuentra en constante escalada y con un incremento de los grados de violencia desconocidos para nuestra sociedad, recién comenzamos a tomar conciencia de que esta historia de muertes y sicarios se instaló en la Argentina para quedarse.

Mientras todos se hacían los distraídos, y aún antes de nuestro incesante trabajo de alerta, en silencio, la Iglesia, de la mano del entonces cardenal Bergoglio, le daba volumen a una ciclópea tarea en las villas de emergencia. Era allí donde los más vulnerables eran captados por lo peor de la delincuencia, de la droga y de la violencia. Francisco ha manifestado, en una entrevista que concedió a la Civiltà Cattolica, su inspiración jesuítica en la máxima de San Ignacio de Loyola: “Non coerceri maximo, sed contineri minimo divinum est”, es decir, “No tener límite en lo grande, pero concentrarse en lo pequeño”. Es probable que este concepto vinculado a la magnanimidad haya llevado al entonces Cardenal a plantar esa mínima, pero imprescindible bandera, en los lugares más vulnerables y que mayores costos pagan con el Paco y la muerte. Allí es donde todo es sin red, donde toda caída se estrella en el vacío.

La transformación del Cardenal en el Papa Francisco cooperó en darle visibilidad manifiesta a aquellos sacerdotes que trabajan insertados en los sectores más pauperizados de nuestra sociedad y que nacieron durante la gestión del Cardenal Juan Carlos Aramburu, hace más de cuarenta años. Estos recorrieron infinitas vicisitudes a lo largo de los años, tantas como las de nuestro país, fundamentalmente en aquellos años signados por la violencia y la muerte. Fue Bergoglio quien a fines de los 90, le dio envergadura a esa gestión incrementándole la cantidad de sacerdotes y dándoles apoyo material y esencialmente espiritual. Hoy resulta muy curioso que la vida casi secreta del ex Arzobispo de Buenos Aires, que había sido elegido sucesor del fallecido Monseñor Quarracino en 1998, se conozca solamente por su ascenso al papado y haya previamente pasado por tantos análisis y confusiones diversas, muchas sin duda generadas por sectores malintencionados. No podía desconocerse un trabajo de muchísimos años en el corazón de Buenos Aires, compartidos con los sacerdotes y los desposeídos de los mínimos beneficios que debiera proporcionarles el Estado. A veces, la realidad supera la fantasía y el orgullo que genera Francisco supera con creces el hecho de ser argentino, de ser el primer Papa latinoamericano; es la humildad de sus actos actuales y también el ejemplo de su conducta pasada lo que genera esa adhesión sin límites. El mundo mira a un Papa distinto al que, más allá de la religión, los periodistas siguen, no por lo que representa su jerarquía, sino por sus actos cotidianos y cuya mirada política siguen los líderes mundiales con dedicada atención.

Pero volviendo a los curas villeros, este grupo de sacerdotes cuyo guía es el Padre Di Paola, “Pepe” para todos, nacidos la mayoría en clases acomodadas, optaron por el ministerio de acompañar a los más necesitados apoyados por la conducción de la Iglesia argentina. Se declaran continuadores de la obra del Padre Mugica, pero admiten ejercer su sacerdocio bajo las problemáticas de la época actual, ajenas a la violencia del pasado. Mugica fue asesinado el 11 de mayo de 1974, probablemente en manos de la Triple A; estaba vinculado a la organización Montoneros y ya era una leyenda por su labor en la Villa 31. Sus herederos actuales misionan enfrentando los flagelos del siglo XXI, intentando suplir la ausencia del Estado, focalizándose en la niñez y en la juventud en un desesperado intento de alejarlos del delito y la droga. Su inspiración intelectual nace del pensamiento de referentes como los sacerdotes Lucio Gera (1924-2012) y Rafael Tello (1917-2002), guías de generaciones de pastores y teólogos en la Argentina, con cercanías a la teología de la Liberación, pero con una perspectiva más espiritual que política y que fueron muy respetados por la Iglesia en general. En parte de ese pensamiento se inscribe seguramente el documento sobre la Pobreza elaborado en el 2007 por el Episcopado de América Latina en Aparecida, en el cual Bergoglio evitó caer en el “reduccionismo socializante” y que fue decisivo en su posterior elección como Papa. Ese documento se alejó del análisis marxista, poniendo centro en la pobreza evangélica y en la opción preferencial por los humildes. Dio quizás una sola certeza relacionada con el dogma: “Dios está presente en la vida de cada persona”. Los sacerdotes villeros siguen los preceptos de lo que ellos mismos denominan “La Teología del Pueblo”. En él no hay diagnósticos sino las consecuencias de la realidad cotidiana, según manifiestan en el segundo documento del equipo de sacerdotes para las villas y que justamente el otrora Cardenal oficializó en el Boletín Eclesiástico.

La visibilidad mediática nacional del Padre Pepe, a quien DEF entrevista extensamente en este número, nace de sus manifestaciones contra la “despenalización de hecho de la droga” en la villa 21, asiento de su parroquia de Caacupé, realizadas a finales de la década pasada. Ello le valió inmediatas amenazas de muerte, el consejo de un autoexilio del propio Bergoglio y su ida a Campo Gallo, en sectores marginales de Santiago del Estero. Regresó luego a Villa La Cárcova y continúa hasta hoy coordinando a los curas villeros desde ese asentamiento en José León Suárez.

Las villas miseria nacieron alrededor de la crisis de 1930 con el masivo ingreso de migrantes internos en busca de trabajo y sin recursos para instalarse de manera regular. Al igual que en otros países de la región (el ejemplo más extremo son las favelas en Brasil), son lugares donde el Estado apenas dice “presente” de la manera más precaria y no puede garantizar el funcionamiento de las más elementales necesidades para vivir dentro de una comunidad. En ellas, se carece de servicios sanitarios, de sistemas de agua, de asistencia médica elemental, de medios de transporte interno y de un imprescindible marco de seguridad. El desarrollo de estas villas, también llamadas “de emergencia”, carece de planificación, es espontáneo, de traza irregular y se caracteriza por el hacinamiento de la población allí residente. Muchas de ellas lindan con barrios en los sectores más pudientes de la sociedad y ponen de manifiesto las terribles desigualdades que la región depara para los que menos tienen. Indudablemente, la proximidad de la villa 31 a Puerto Madero –de manera similar a la Rosinha, favela brasileña que linda con Leblon e Ipanema (lujosos barrios de Río), solo para dar un ejemplo– impiden imaginar una convivencia justa y en paz en una sociedad con diferencias inaceptables.

Lo cierto es que es posible arribar a algunas conclusiones sobre esta compleja problemática:

– Es difícil dar cifras “no discutibles” en relación con los asentamientos informales, datos siempre complicados por los intereses del oficialismo de turno y otros de opositores o sectores amarillistas. Sin embargo, nadie dudaría en afirmar el incremento geométrico de estos sistemas precarios de viviendas.

– En forma genérica, citando datos del último Censo Nacional de Población, puede indicarse que en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, alrededor de 165 mil personas viven en estas condiciones y en el Gran Buenos Aires, llegarían a dos millones distribuidas en alrededor de mil asentamientos.

– En nuestra Capital, el incremento ha sido de alrededor del 50% en la última década. El propio Padre Pepe calcula que cuando inició su tarea pastoral, allá por 1997, la villa 21-24 tenía alrededor de quince mil personas, y hoy triplica esa cifra.

– A aquellos migrantes internos iniciales de la década del 30, se les sumó un constante incremento de trabajadores informales de la región, básicamente, paraguayos, bolivianos y peruanos. La masa, concentrados en asentamientos en Lugano, Flores, Nueva Pompeya y Balvanera, llega en busca de oportunidades y mejoras, ausentes en los países de los cuales provienen.

– Las condiciones de vida en estos asentamientos no responden a los estándares mínimos. De acuerdo con cifras difundidas por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 73,3% de las viviendas se encuentran en condiciones de tenencia precaria, es decir, sus ocupantes no son propietarios ni inquilinos. El 68,6% de los hogares no cuenta con acceso al servicio de agua corriente ni conexión a la red cloacal. A su vez, el 63,7% de las familias carece de alcantarillado y desagües pluviales y el 62,1% de las viviendas se encuentran próximas a basurales.

Bien, en este mundo, estigmatizado por quienes lo analizan con premisas elementales y prejuiciosas, los curas villeros viven a diario en un lugar donde no sobra nada, salvo lo que ellos denominan “sabiduría popular”. Allí “derecha” o “izquierda” no son conceptos perimidos, directamente no existen; son reemplazados por la cultura de la acción; acción de urbanizar, acción de respetar la cultura ajena y acción de rescatar a los jóvenes de la droga y del delito.

¿Cuáles son los principios que sostienen en su lucha?:

– Optar por los pobres y hacer de eso un ejercicio de vida, de presencia cotidiana y de ser parte de esa realidad y servir desde adentro en el complejo sistema interno de cada villa.

– Ser la voz y batallar por la imprescindible presencia del Estado en estas urbanizaciones, para que este tome la responsabilidad sobre la seguridad, el transporte y la educación, sumados a los servicios básicos necesarios para una vida digna.

– Respetar la cultura de todos los integrantes y sectores del asentamiento, rescatando el concepto integrador de la buena vecindad y la solidaridad.

– Aceptar el desafío que representa la religiosidad popular y acompañar esas tradiciones, festividades y ritos variados, sintonizando con lo diverso de las costumbres populares. Fortalecer la fe, acercando la Virgen de Caacupé o incluso al Gauchito Gil, de manera de incluir a vastos sectores de esas comunidades dentro de las parroquias villeras.

– Ser puntales en la lucha contra la droga para permitir el desarrollo de los jóvenes apoyando a Las Madres Contra el Paco y comprometerse en lo que ellos llaman la “droga del exterminio”.

– Sostener la batalla cultural de intentar integrar a la comunidad villera a una ciudad organizada que los rechaza y les teme. Entre muchas de esas acciones, trabajan en el proyecto “Generación Universitaria” entre la UCA y los jóvenes de Villa Soldati.

– Predicar a diario el concepto evangélico de “asistir aprendiendo”, fundamentalmente, para que aquellos olvidados por el mundo, tengan conciencia plena de los valores que poseen y los puedan desarrollar.

Estos sacerdotes crecieron bajo el cobijo del Cardenal que se transformó en Papa. Mientras los intelectuales discuten sobre las raíces de Francisco y la Curia conservadora recela sobre el futuro de la Iglesia, mientras Vanity Fair se disputa con el Times y el New Yorker al “Hombre del Año” y es tapa de la revista Rolling Stone, asoma una Iglesia diferente en el mundo. Mientras tanto, en Buenos Aires, esos curas villeros continúan con la tarea encomendada por aquel Cardenal silencioso de evangelizar allí donde nadie llega y siguen tercamente con su misión, la de salvar vidas. De alguna manera así los representó Pablo Trapero en El elefante blanco (2012), donde Ricardo Darín batallaba en la piel de un cura de la villa 15 de Lugano. Pero, de lo que aquí hablamos es de lo que ocurre muy lejos de los sets, muy lejos de las historias de ficción. Aquí hablamos de un puñado de hombres sin monumentos ni gloria terrenal que construyen el día a día de miles de familias y son su dique de contención ante el abandono y la violencia.

Volviendo a la inspiración de San Ignacio de Loyola, Francisco y el párroco del Cristo Obrero en la villa 31 cumplen grandes y pequeñas misiones, “magnánimas”, diría la máxima del jesuita, misiones unidas por el brazo indestructible de la fe en la búsqueda de un mundo mejor.

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