“Me muero”. Posiblemente las últimas palabras de un adolescente desahuciado por el paco el sábado 12 de septiembre de 2009 a las 10 de la mañana de un soleado día la villa Zabaleta del Bajo Flores. A su lado, dos matronas hablaban de los altos precios en el mercado y siete u ocho niños lo esquivaban con la pelota.
El “Me muero” con el que empieza este texto no es un empalagoso amarillismo para llamar la atención, sino tan solo el inicio contrario al sentido común de cualquier escrito. Es empezar por una de las conclusiones fundamentales. Esta segura muerte que conservo en mi pupila, más por la absoluta indiferencia de los vecinos y por lo certero de un final sin arreglo, procura intentar que quien esto lea acepte esta realidad como un hecho cercano, que ocurre a la vuelta de la esquina.
Es que la amplia cobertura de los temas de la Seguridad Hemisférica –eje central del seminario que la Fundación TAEDA y la George Washington University (GWU) realizaron hace pocos días– debe evitar recluirse en lo aparentemente duro de la temática, para comprender el dolor que ella representa. Porque, detrás de la estrategia y de la visión global de los académicos, diplomáticos y militares que se desviven intentando diseñar una agenda común, están las personas de carne y hueso, los que nada tienen, las madres del dolor, las víctimas del paco, los que solo pueden gritar con su silencio.
Estas ideas intentan dirigirse a aquellos cuya cabeza solo funciona en términos de izquierda y derecha, aquellos que permanecen atrapados en esa burbuja que –con todo respeto– atrasa, pero atrasa de verdad. Pensemos que probablemente no haya mayor agresión a los derechos humanos que la que genera la violencia, la venta ilegal de armas, la trata de personas y, particularmente, el narcotráfico. Párrafo aparte merece el lavado de dinero que, con sus miles de millones de dólares, ignorando los impuestos que todos deberíamos pagar, resta recursos a vacunas, hospitales y puestos de trabajo genuinos para millones que los necesitan. Ese generador de dependencia del delito y de la droga es aquel que lleva a la locura y a la muerte a millones de jóvenes en toda la región.
La agenda de la Seguridad Hemisférica es la agenda del ahora. Hoy, más que nunca, cuando en América Latina soplan tiempos económicos extraordinariamente positivos. Y ese buen cultivo para el futuro de nuestro continente podría hacerse añicos por las amenazas en ciernes, que los hábiles manipuladores del delito pueden instalar en nuestras sociedades y que llegan incluso a corrompen las instituciones del Estado, generando tensiones entre países de la región y llegando a afectar incluso la estabilidad democrática de algunos de ellos. Lo cierto es que como bien dicen los especialistas, lo primero que debemos hacer es ponernos de acuerdo con cuáles son los componentes de la situación que describimos, es decir, dar con el diagnóstico correcto.
Creo que estaríamos casi todos de acuerdo en afirmar que la problemática del narcotráfico, el crimen organizado, la venta ilegal de armas, la trata de personas y el lavado de dinero son los gestores de buena parte de la violencia que recorre el continente. Y no parece ser solamente una sensación… Según el reciente estudio de opinión pública, gobernabilidad y convivencia democrática en América Latina 2009-2010, elaborado por FLACSO, siete de cada diez personas temen ser víctimas de un delito en la región y nueve de cada diez se muestran amenazadas por alguna forma de delincuencia.
Las fronteras convencionales no son obstáculo alguno para impedir la concreción de los objetivos de la criminalidad organizada. Estos grupos son siempre más flexibles que la burocracia de los Estados, pues mutan y se mueven con la rapidez del rayo. Expertos que participaron del seminario en Washington trajeron a colación el ejemplo mitológico de la Hidra de Lerna a la cual, por cada cabeza que se le cortaba, le crecían otras dos. Otra imagen con que ilustraron fenómenos como los ocurridos en Colombia, y que se han trasladado ahora a México, es la de un globo sobre el que se ejerce una presión directa desde arriba hacia su centro y, como consecuencia de ello, se expande hacia sus costados.
Es imposible siquiera sentarse a planear un futuro en el que no exista este tipo de flagelo si no se identifica el problema y no se generan, en consecuencia, sistemas de coordinación efectivos y estrategias comunes adaptadas a las particularidades de cada Estado.
Analicemos el caso quizás más emblemático: el narcotráfico. Mientras en los 80 y 90 Colombia aparecía como el centro de la actividad de los grandes Carteles de la droga, a partir de los innegables logros de la política de seguridad democrática del presidente Álvaro Uribe (2002-2010), México ha surgido como nuevo eje del conflicto. A mediados de los 80 y comienzos de los 90, los ingresos por el narcotráfico representaban alrededor del 7% del PIB colombiano, mientras que hoy alcanzan apenas el 1%. Según cifras de la ONU, los cultivos de hoja de coca se han reducido de 102 mil hectáreas en 2002 a 68 mil hectáreas en 2010. A principios de década, la participación de Colombia en la oferta mundial de cocaína era del 96%, mientras que hoy supera apenas el 50%.
Paralelamente, Perú ha sufrido un incremento en la producción de coca, que lleva ya cuatro años consecutivos. En 2009 superó, por primera vez, a Colombia como mayor productor mundial de hoja de coca, al totalizar 119 mil toneladas métricas. La superficie sembrada de Perú ha llegado a casi 60.000 hectáreas, ubicadas en zonas donde hoy operan grupos remanentes de Sendero Luminoso, convertido –como las FARC en Colombia– en una verdadera “narco-guerrilla”.
Paralelamente, en México, en solo una década el poder de los grupos narcos creció exponencialmente. De acuerdo a un informe del prestigioso diario El Universal (“El expansivo poder del narcotráfico”, 26/12/2009), los Carteles mexicanos hoy han escalado a la quinta posición en el ranking de grupos criminales a nivel mundial y han expandido sus operaciones a 47 países, entre los cuales Argentina no ha sido la excepción. Volvamos a los datos duros: en el año 2000 las organizaciones criminales mexicanas traficaban 55% de la cocaína que ingresaba a EEUU. Diez años después, hoy son responsables de más del 90% de ese tráfico, además de haberse convertido en el principal grupo que controla la distribución de estupefacientes en territorio estadounidense, desplazando a los otrora omnipotentes Carteles colombianos. Y esto no es gratuito: 28.000 mexicanos han perdido la vida desde 2006 por esta guerra interna.
Esta es una escueta y seguramente pobre descripción de la situación del narcotráfico. Se podría dar cuenta, además, de sus vínculos con el terrorismo, con el delito organizado y fundamentalmente con las grandes organizaciones del lavado de dinero. Hablamos de cifras de muchísimos ceros que superan con creces el PBI de muchos países. Hablamos, sobre todo, de cientos de miles de vidas sesgadas y de familias destruidas, ya que los narcos siempre hacen mejor pie en el último eslabón social, que es el que paga la peor cuenta. Quien dude de esto debería recorrer las calles de las grandes ciudades de Centroamérica, donde DEF tuvo la oportunidad de estar presente en varias ocasiones. Ése es el territorio de las “maras”, pandillas juveniles que siembran el terror y la muerte entre los más humildes, donde no existe la más mínima participación del Estado. Allí la violencia desmedida de la “Salvatrucha” y de la “Mara XVIII” convive con fastuosos hoteles de dudosas fortunas en paraísos fiscales donde se lava el dinero de la desolación y la muerte.
Muchos países han comprendido la gravedad extrema de la situación, lo que ha provocado el efecto de la huida por parte de los narcos y su expansión hacia otros sectores del continente. Colombia da una batalla sin cuartel y Brasil combate el flagelo que, desde las favelas y el interior de las cárceles, tienen en vilo a la sociedad entera. Escuchar al presidente Felipe Calderón, de México, debería servir de marco de reflexión para todos los dirigentes de la región. Sin duda alguna, quizás una de las conclusiones más importantes traídas del Norte sea que todos comprenden la gravedad del problema, pero, en tren de sincerarnos, aún no hay una idea común de las probables soluciones y eso se nota en la tensión entre puntos de vista y miradas disímiles sobre los problemas comunes.
Finalmente, y para no esquivarle al bulto, debemos ser francos en relación con lo que ocurre en la Argentina. Adiós a aquel país de tránsito de la droga. Bienvenido al primer consumidor de cocaína de América Latina. Pero esto sería solo un detalle, muy desgarrador por cierto, si no tomáramos dimensión de la frase de José Ramón Granero, titular de la SEDRONAR (máximo organismo estatal en la lucha contra el narcotráfico), que habla por sí sola: “Brasil tiene el 95% de su espacio aéreo radarizado; nosotros estamos llegando a poco más del 16%”. Si recordamos la teoría del globo y su expansión cuando se ejerce presión sobre él, ¡espantémonos! Quizás nos estemos proyectando como el “paraíso narco” del futuro.
O quedémonos en el mundo mágico. A nostros no nos tocará. Si, total, Dios es argentino…