Las palabras de las mujeres de ficción, personajes creados a lo largo del tiempo, que aún nos interpelan. Hoy, un ensayo sobre la conexión entre los viajes y la escritora Hebe Uhart. Por Cecilia Chabod
Hebe Uhart (Moreno, provincia de Buenos Aires, 1936 – Ciudad de Buenos Aires, 2018) fue, además de una premiada escritora, profesora de Filosofía y gran maestra de talleres literarios. El tono característico de su literatura es el de lo coloquial, ese “escribir como se habla” que brinda la sensación de sencillez y espontaneidad, cuando en realidad (como lo saben quienes escriben), es lo más difícil de lograr.
Con un fino oído para los refranes y la cadencia de cada lugareño, Uhart es autora de numerosas crónicas de viajes –recientemente compiladas y publicadas en el volumen Crónicas completas– que no registran visitas a lugares exóticos sino, en muchos casos, a pequeños pueblos en los que resaltan las voces de ancianos sabios o memoriosos, y que combinan la minuciosa observación con sucesos pasados que aún marcan huellas en el presente.
TURISTAS
El fragmento que hoy tomamos pertenece a su cuento “Turistas”, una crónica de ficción incluida en el libro homónimo de 2008. En ella, una mujer, un ama de casa con poca instrucción formal pero alimentada de revistas, publicidades y programas de turismo, le relata a una amiga cómo fue su estadía en Nápoles junto a su esposo y a su hijo, quienes resultaron no ser los compañeros ideales de sus deseos. De estos desencuentros surge el humor, al describir las reticencias de sus acompañantes y el afán de la protagonista por ser “viajera” y no “turista”, pero a la vez enumerando las dificultades o las sorpresas que lo diferente le depara cada día. Lo cotidiano, lo conocido o lo escuchado por televisión operan como referencia, como suele ocurrir en los viajes: las cosas oscilan entre parecerse mucho, poco o nada a su entorno cotidiano.

VIAJES Y VIVENCIAS
Porque ¿qué es la crónica sino traernos al presente del lector “de aquí” la vivencia de “haber estado ahí” y generarnos asombro, empatía o recuerdos, si es que hemos estado en ese lugar? En esta coyuntura mundial en la que el tránsito entre países se ha vuelto peligroso, no podemos evitar sentir nostalgia de esos viajes algo desopilantes que muchos de nosotros alguna vez hemos hecho, acompañados por personas que nos demostraron ser incorregibles, obsesivas, insomnes, olvidadizas o ingeniosas. Cada viaje es una vivencia, no importa adónde vayamos… y es lo que estamos extrañando tanto.
Hoy se da el fenómeno de que el eco de una voz viajera despierta un sabor agridulce por lo vivido en otras tierras y una angustia por el futuro. Nuestro pasado de viajeros (no de turistas, ya que cada uno tiene sus itinerarios, sus gustos y sus tiempos) se actualiza y se clava en este presente: “aquí”, cualquiera sea el sitio, en una situación cuyo final es una incógnita. No nos atrevemos a hacer planes para armar nuestras valijas porque ahora estamos embarcados en otra aventura, un viaje de repliegue hacia nosotros mismos, no exento de miedos, en el que reinventamos la convivencia con los seres más cercanos; o quizás lo emprendimos solos, con nuestras mochilas personales a cuestas, las que hay que rearmar cada día con lo que descubrimos y aprendemos.
¿A qué distancia estamos de nuestro “territorio de normalidad”? ¿Dónde está el boleto de regreso? No lo sabemos, pero como los exiliados, intuimos que al volver no seremos los mismos. Me pregunto cómo hubiese sido la crónica de Uhart de este viaje interior que, en mayor o menor medida, compartimos todos los habitantes de este castigado mundo de hoy.