“Internet es quizás el ámbito de crecimiento más notorio de la economía mundial y la herramienta que más ha influido en la comunicación global. Desafortunadamente, en Internet también se llevan a cabo las felonías más rentables del crimen organizado transnacional. Preservar los aspectos positivos de Internet y eliminar, o al menos mitigar, sus usos negativos constituye uno de los mayores desafíos para los gobiernos y los organismos internacionales en el futuro próximo”.
Roberto Uzal
Director del Doctorado en Ingeniería Informática,
Universidad Nacional de San Luis – DEF Nº 97
DEF prioriza una vez más, como informe de tapa, la ciberdefensa, tema que hemos venido desarrollando desde hace años en varias oportunidades. Corolario, además, de muchos trabajos previos y de una importante jornada académica realizada en forma conjunta con la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) en la sede de esa prestigiosa casa de estudios. Concurrieron a ella funcionarios, académicos y expertos del más alto nivel y una importante cantidad de público. Todos ellos le dieron el marco adecuado a uno de los interrogantes más complejos del momento en el mundo entero. Al inaugurar la jornada y antes de dar paso a los “que saben”, me permití una reflexión simple que hoy quiero compartir con nuestros lectores: la guerra y el conflicto en general han ganado un “espacio” a los ya conocidos, en los que actores con objetivos contrapuestos se enfrentan y dirimen sus diferencias. Es decir, a los tradicionales ámbitos terrestres, aéreos, marítimos, incluso espaciales, se ha sumado el espacio cibernético. Esa nueva presencia no es complementaria ni, mucho menos, secundaria en el conflicto actual; por el contrario, crece en consideración día a día y se presenta como una opción no solo válida, sino sensiblemente más económica que un ataque convencional, tal como lo ha manifestado en estos días el experto argentino Hugo Scolnik.
¿Cómo entender esto de la manera más simple? Nuestra dependencia de Internet es obvia y resulta imposible comprender el mundo del siglo XXI sin ella y, aunque es bueno tener presente que su masificación data de menos de un cuarto de siglo, lo cierto es que su crecimiento geométrico es incesante y la duplicación del conocimiento mundial cada cinco años hace impredecible augurar dónde nos encontraremos quince, veinte años más adelante. Esa dependencia, esa formación de una red de redes de inteligencia artificial es tal que algunos ya la definen como una nueva era económica del siglo XXI, llamada “Inteligencia Artificial Subyacente” (así la presentaba el semanario británico The Economist en un artículo publicado en noviembre de 2011). Es en ella donde las tecnologías de la información han logrado almacenar una explosión de datos, videos e imágenes en una base de datos global (Big Data) jamás imaginada: la plataforma mundial ofrece y ofrecerá increíbles beneficios y también –como ya alertan las mentes más brillantes– infinitos peligros a ser enfrentados.
Bot, Botnet, Warm, Phishing, el gusano Morris (un malware autorreplicable) o Anonymous son palabras cotidianas y algunas incluso antiguas para los expertos, parte de un idioma común entre quienes realizan los millones de ciberataques, desarrollan nuevos virus y se dedican al activismo cibernético, al lavado de activos por medios informáticos, al ciberespionaje o a la ciberguerra. Siendo un lector desprevenido, usted podría preguntarse qué significa este idioma ininteligible que puede afectar las instituciones de un Estado y la propia vida de sus ciudadanos. Como un ejemplo elemental para los cientos de estudiantes de la UADE, durante la jornada académica lo trajimos a la “vida real”, tomando como referencia el aeropuerto de Heathrow en Londres, uno de los más concurridos del mundo después de los de Atlanta y Chicago en EE. UU. En ese aeropuerto, con datos del año 2013, se movilizaron 104.221.889 pasajeros; contabilizamos entonces un movimiento de 285.539 individuos por día, sin considerar a las personas que los transportan, los despiden o los reciben, eso seguramente duplicaría dicha cantidad. La innegable dependencia informática de vuelos, horarios, plataformas, haría que si alguien lograra acceder a esa base de datos y la modificara, generaría en un lugar puntual un gigantesco conflicto, con tumultos y un grado de inseguridad pública gigantesco. Ni qué hablar si eso se trasladara a todo el sistema aeroportuario del país o a su red de transporte general, lo que llevaría a un problema que afectaría inexorablemente la propia defensa nacional.
A fines del siglo XIX, el barón prusiano Colmar von der Goltz (1843-1916), general y destacado experto en teoría militar, desarrolló el concepto de “la Nación en Armas” en su libro Das Volk in Waffen de 1883. En esa doctrina nacionalista, un país, además de estar siempre preparado para la guerra, debe movilizar para ello absolutamente todos sus recursos humanos, políticos, individuales, económicos y sociales. Bien, este nuevo espacio del que hablamos, el de la ciberguerra, casi como contraposición al pensamiento de von der Goltz, tiene como objetivo supremo “desarmar la Nación”, afectando su informatización y generando un caos irrefrenable, al atacar sus sistemas de gobierno, su industria, su mercado financiero y sus medios de pago, todos sus organismos y la vida organizada de sus individuos. Quien obtuviera “la llave” de esa gigantesca red podría obtener una victoria absoluta al más bajo costo y sin derramar una gota de sangre.
Obviamente, lograr esto es extremadamente complejo y por ello se invierten cientos de miles de millones para lograr los medios de contrainteligencia para la protección de los sistemas. Lo que sí podemos asegurar es que ese escenario no es imposible y las agoreras palabras de Stephen Hawking vinculadas al mortífero poder de la inteligencia artificial deben ser escuchadas atentamente. El astrofísico y divulgador científico británico dijo, respecto de los beneficios y peligros de la Red, que “ella podría convertirse en una especie de centro de mando para los terroristas. Lo mejor es colaborar con las compañías de Internet para contrarrestar las amenazas, aunque la dificultad es hacerlo sin sacrificar la libertad y la privacidad”. También Bill Gates invitó a la población a estar atenta, e incluso Elon Musk, fundador de PayPal y para muchos el nuevo Steve Jobs, advierte sobre la “peor amenaza para la humanidad”. Varios de ellos han decidido crear la asociación Future of Life para estudiar la tecnología “que nos ha dado la oportunidad de prosperar como nunca jamás y también la de autodestruirnos”.
Lo curioso es que nada de esto es nuevo en el mundo ni tampoco en la región. En nuestro país saben de ello algunos pocos y buenos funcionarios, técnicos y académicos del rubro; no es un tema público, siendo algo que involucra al Estado, pero que también afecta a los privados, a la industria, a las organizaciones civiles e incluso a los propios individuos, ya que en última instancia hablamos no solo de guerra y conflicto, sino de información, de libertades individuales, de mantener la privacidad posible en un mundo donde lo público y lo privado tienen estadios nuevos y desconocidos.
Países como el nuestro parten ya de la desventaja de tener un hardware no nacional, cuyo grado de seguridad es naturalmente discutible, porque siempre existe una “puerta trasera” que no está en nuestras manos. A ello se agrega una vaga relación entre el Estado, la academia y la industria, tal como asegura el reconocido experto Hugo Miguel, que supo transitar el ámbito público y ahora se desempeña en el sector privado. Esto para nada debería provocar asombro, ya que ese divorcio existe, de hecho, en casi todas las actividades vinculadas a temas sensibles en la Argentina, entre ellos la defensa y la seguridad.
Existe una estrategia nacional seria allí donde todos los involucrados en proporcionar soluciones trabajan en equipo y lo hacen sin egoísmos, de manera de permitir asegurar la infraestructura crítica y, lo que es más importante aún, permitir tener las capacidades para reaccionar ante una agresión que ponga en juego la posibilidad de actuar como una Nación soberana e independiente. Porque nadie debe dudar de que este es un problema central de los nuevos conceptos que involucran a la soberanía, concepto elemental vinculado a las fronteras. Hay un ciberespacio propio, son las fronteras que se trazan al nivel de las redes y que deben ser protegidas de la misma manera con que los radares protegen las fronteras terrestres o aéreas. Ignorar esto es suicida en el mundo en que vivimos.
En el foro que organizamos junto a la UADE, mucho se discutió sobre la ciberseguridad y la ciberdefensa, las leyes las separan claramente; me permito, con respeto, repetir lo dicho en ese ámbito: dudo que los delincuentes respeten esa diferencia. Quizás sea tiempo de discutir estas divisiones estériles que duplican esfuerzos y trazan límites difusos y poco claros. Es evidente que problemas que nacen como de seguridad, en su crecimiento desmadrado, se vuelven amenazas a la propia defensa nacional. Mil ejemplos existen de ello, pero quizás la actualidad de México, con el drama del narcotráfico y el reguero de violencia que este fenómeno genera, sea el que mejor lo clarifica.
Como sea, no hay duda de que el ciberespacio es un ámbito de conflicto, donde un ataque significativo nos puede dejar inermes. Inermes porque hoy es imposible imaginar ni dirigir la vida de una sociedad sin la tecnología digital. Ella es tan omnipresente que se ha vuelto casi transparente. Si uno desea ocultar un elefante, es probable que la mejor manera sea hacerlo entre miles de ellos, pues eso lo volverá transparente. A esa transparencia nos referimos cuando decimos cómo vivimos: entre celulares, redes, mails, satélites, semáforos y centrales telefónicas, gestiones bancarias y transportes, guiados todos por redes informáticas, y podríamos seguir con la interminable lista. El alerta ante la probabilidad de quedar inmovilizados, de carecer de posibilidades de reacción y de respuesta ante un posible colapso social, sin duda, existe. Es una indelegable responsabilidad política generar los resguardos necesarios para enfrentar esta amenaza, que, a esta altura, de nueva no tiene nada. Sin duda, generará poco rédito político porque casi no hay nada que mostrar ante una sociedad mediatizada, pero es imprescindible para ser una Nación responsable ante su propia ciudadanía.
El trabajo por hacer sobra y, como dijimos, le corresponde la tarea no solo al gobierno sino también a las empresas y a la academia, reunidos, para garantizar los derechos de todos.