La caída del presidente ucraniano Viktor Yanukovich marcó el fin de una era de paz y convivencia entre Kiev y Moscú. La anexión de Crimea y el estallido de la guerra en el Donbás llevaron el vínculo a un punto de no retorno, que tuvo su corolario en la invasión rusa de febrero de 2022.
Hace diez años, la tumultuosa salida del poder del presidente Viktor Yanukovich fue el comienzo de una nueva era en los vínculos entre Rusia y Ucrania, dos países unidos por lazos ancestrales. En rigor, Moscú nunca aceptó totalmente una Ucrania independiente que escapara a su control.
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Todo pareció encaminarse por una senda de convivencia y respeto durante las dos décadas que siguieron a la implosión de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Sin embargo, la situación se modificó a partir de las protestas que llevaron a un traumático cambio en la cúpula del poder en 2014.
El Euromaidán, ¿gesta pro-europea o golpe anti-ruso?
Después de tres meses de protestas en la plaza Maidán, del centro de Kiev, el movimiento bautizado como “Euromaidán”, pudo cantar victoria el 22 de febrero de 2014. Tras una represión policial salvaje, en la que murieron 108 manifestantes y 13 agentes del orden, el Parlamento destituyó de su cargo al entonces presidente Viktor Yanukovich. El mandatario, aliado del Kremlin, dijo haber sido víctima de un golpe de Estado y recibió asilo en territorio ruso.

Las protestas habían comenzado el 21 de noviembre de 2013, en las vísperas de la Cumbre de Vilna que debía formalizar la firma del acuerdo de asociación comercial entre Ucrania y la Unión Europea (UE). Finalmente, presionado por el Kremlin, Yanukovich se negó a suscribir el documento. La consecuencia inmediata fue el establecimiento de un campamento en la plaza Maidán, que se convirtió en parte del paisaje de Kiev. La tensión fue in crescendo a medida que pasaban las semanas y el gobierno perdía el control de la situación.
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La caída de Yanukovich y el triunfo de la revolución pro-europea marcaron un punto de inflexión en la historia de Ucrania. Desde la disolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991, las relaciones con Rusia habían sido tensas y habían obligado a los sucesivos gobiernos de Ucrania a hacer un permanente ejercicio de equilibrio. Pero desde 2014, ya nada fue igual.
La anexión de Crimea, tras años de disputas
El 25 de febrero de 2014, apenas tres días después de la caída de Yanukovich, alrededor de 400 manifestantes pro-rusos asaltaron el Parlamento de Crimea y exigieron un referéndum para que la península declarara su independencia de Ucrania. Paralelamente, unos milicianos vestidos con uniformes militares verdes ocuparon la península prácticamente sin resistencia.
La polémica consulta popular se celebró el 16 de marzo de 2014, bajo una fuerte presión rusa, con un triunfo arrollador del “sí”. Dos días más tarde, en una pomposa ceremonia en el Kremlin, Vladimir Putin promulgó el tratado que oficializó la anexión de la península de Crimea por parte de la Federación Rusa.
Vale aclarar que el territorio, incorporado a Ucrania durante los años de la Unión Soviética y que desde abril de 1992 gozaba de un estatus de autonomía especial, había provocado en el pasado tensiones entre los gobiernos de Moscú y Kiev.

El 31 de mayo de 1997, un histórico acuerdo firmado por los entonces mandatarios Boris Yeltsin y Leonid Kuchma pareció haber saldado la disputa. A cambio de la neutralidad de Ucrania en materia de alianzas militares -léase, su no ingreso a la OTAN-, Rusia había aceptado reconocer la soberanía ucraniana sobre Crimea. Otra de las monedas de cambio había sido el arrendamiento por 20 años a Rusia de la base naval de Sebastopol. De ese modo, la flota rusa del Mar Negro no corría peligro y el Kremlin se aseguraba el control sobre ese estratégico activo militar.
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El 21 de abril de 2010, un nuevo acuerdo entre Rusia y Ucrania -bajo la presidencia de Yanukovich- prorrogó el arrendamiento de la base hasta 2042, con posibilidad de una ulterior extensión hasta 2047 si ambos Parlamentos daban su visto bueno. A cambio, la empresa de energía rusa Gazprom garantizaba a su contraparte una rebaja del 30% en el precio del gas natural exportado a Ucrania.
Sin embargo, todo saltó por los aires en 2014. Tras la revolución del Euromaidán, la ruptura entre Moscú y Kiev ya no tendría vuelta atrás. Pese a las sanciones internacionales, Crimea se había convertido de facto en territorio ruso. La inauguración, cuatro años más tarde, de un puente de 19 km sobre el estrecho de Kerch, permitió la conexión territorial directa entre la península de Crimea y Rusia. El 15 de mayo de 2018, Vladimir Putin fue el primero en cruzarlo a bordo de un camión, confirmando su política de hechos consumados.
De la guerra en el Donbás a la invasión rusa
Los dolores de cabeza para Ucrania apenas comenzaban. En abril de 2014, una seguidilla de protestas y manifestaciones en el este del país culminaron con la proclamación de las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk. Las escaramuzas derivaron en una guerra interna. El gobierno de Ucrania nunca dudó del apoyo brindado por el Kremlin a estos movimientos desestabilizadores.
La firma del Protocolo de Minsk, en septiembre de 2014, fue un primer intento de acercamiento entre los gobiernos ruso y ucraniano, con la mediación de Francia y Alemania. Un nuevo acuerdo se firmó en febrero de 2015, también en Minsk -capital de Bielorrusia-, “congelando” las posiciones de ambos bandos en el terreno.
Durante los siguientes ocho años, continuó el conflicto de baja intensidad en el Donbás -tal como se conoce la región que comprenden Donetsk y Lugansk-. El saldo de la guerra fue, hasta comienzos de 2022, de más de 14.000 muertos, 30.000 heridos y 1,4 millones de desplazados internos.

El punto de inflexión se produjo el 22 de febrero de 2014, cuando en un discurso televisado Putin reconoció la independencia de Donetsk y Lugansk. Dos días más tarde, dio inicio a la denominada “operación militar especial” contra Ucrania.
El avance territorial de las fuerzas rusas permitió, en los primeros meses del conflicto, lograr la continuidad territorial entre los territorios del Donbás y la península de Crimea, lo que privó a Ucrania de su costa sobre el Mar de Azov.
En octubre de 2022, el Kremlin repitió la misma escenografía que había desplegado en el caso de Crimea. Al promulgar una ley del Parlamento ruso, Putin oficializó la incorporación a la Federación Rusa de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y los territorios ocupados de Zaporiyia y Jersón. De esa forma, el mandatario ruso destruía definitivamente todos los puentes de una futura negociación que pudiera restablecer la integridad territorial de Ucrania.
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El vínculo entre Kiev y Moscú está roto. A dos años del inicio de la operación militar del Kremlin, Ucrania ha logrado resistir y está decidida a recuperar la soberanía territorial sobre los territorios ocupados por Rusia. A diferencia de las tímidas represalias tras la anexión de Crimea, hoy el Kremlin es blanco de duras sanciones comerciales y la OTAN está decidida a seguir sosteniendo el esfuerzo bélico ucraniano.
En síntesis, la revolución del Euromaidán abrió un capítulo cruento en la historia de Rusia y Ucrania, que tuvo su corolario en la guerra lanzada por Vladimir Putin en febrero de 2022.