Diego Hurtado, investigador de CONICET-UNSAM, explica las claves de los desarrollos alcanzados en el sector y cuáles son las perspectivas que se abren a partir de su reactivación.
– ¿Por qué cree que la energía nuclear ha sido una de las pocas políticas de Estado de nuestro país?
– En la década del 50 la energía nuclear era una especie de símbolo de desarrollo energético y económico. Estaba muy ligada al famoso programa “Átomos para la Paz”, promovido por la administración Eisenhower en EEUU, que pretendía liderar el mercado que se abre con el desarrollo de esta tecnología. En ese marco, Argentina fue uno de los pocos países de América Latina que asumió el desafío de correr la carrera. La energía nuclear logró hacer converger ideologías muy diferentes, tanto en sectores militares como políticos y desde la derecha hasta cierto pensamiento de izquierda, que coincidieron en verla como un motor de desarrollo.
– ¿Qué importancia tuvo la creación del actual Instituto Balseiro?
– La primera persona que propuso la idea de instalar el Instituto en Bariloche fue el físico Enrique Gaviola, a quien se le ocurre transportar a la costa el equipamiento que se encontraba en el laboratorio que el científico alemán Ronald Richter había armado en la isla Huemul, para generar un gran instituto. Su carácter complicado y su mala relación con las autoridades con las que se sienta a negociar hacen que finalmente dé un portazo. El proyecto quedó entonces en manos del joven José Balseiro, que se demostró mucho más diplomático y se hizo cargo de la organización del Instituto, que en 15 años logró imponerse como uno de los grandes formadores de físicos de América Latina. Al morir Balseiro, en 1962, se intentó cerrarlo. La colocación de la tumba de Balseiro en la sede del Instituto fue una maniobra de los físicos, con el permiso de su viuda, para evitar su cierre. El Instituto Balseiro fue una de las piezas necesarias para que Argentina liderara el desarrollo nuclear en la región hasta fines de los 70.
– En la década del 70 se dieron los primeros problemas diplomáticos en torno a la aprobación de los tratados de no proliferación. ¿Por qué se produjo esta situación?
– Mientras los países del Tercer Mundo estaban en el momento de decidir si entraban o no en el desarrollo nuclear, contaron con el apoyo de las potencias exportadoras. Cuando países emergentes como Argentina, Brasil e India empezaron a demostrar indicios claros de que iban a poder acceder al desarrollo autónomo de tecnología, lo que significaba a corto plazo proyección en el mercado nuclear, ahí empezó a jugarse con un doble sentido. Bajo el argumento de la no proliferación, se buscaba bloquear el acceso a de estos países a la tecnología nuclear para evitar que finalmente pudieran llegar a ser competidores de las potencias en un mercado muy problemático pero interesante en términos de ganancias. En ese contexto, Brasil y Argentina tuvieron por primera vez un acercamiento diplomático para tomar una decisión consensuada y se abstuvieron de aprobar el Tratado de No Proliferación (TNP) por considerarlo discriminatorio.
– Otro gran tema de discusión fue si existió o no un proyecto de bomba atómica durante la última dictadura (1976-1983). ¿Cuál es la realidad?
– Durante la dictadura no hubo proyecto de bomba atómica. La tecnología es dual por naturaleza y esto sucede especialmente con lo nuclear, ya que la bomba atómica fue un hito en la historia del siglo XX. Castro Madero (titular de la CNEA) consideró que la Argentina tenía que lograr el ciclo del combustible nuclear porque eso le daba autonomía. Como señalaba Jorge Sábato a mediados de la década del 70, la decisión no era tecnológica sino política. Hubiera sido una catástrofe diplomática y geopolítica. Señalar que Argentina quería construir la bomba atómica fue con la intención de detener desarrollos autónomos, evitando que pudiera acceder a tecnologías sensitivas.
– ¿Qué ocurrió con el regreso de la democracia?
– Días antes de que asumiera Raúl Alfonsín, Castro Madero anunció al mundo que el país disponía de tecnología para el enriquecimiento de uranio. En esos momentos teníamos serios problemas con EEUU, que ponía en un mismo plano el tema de los derechos humanos y la tecnología nuclear, e inició en una serie de presiones para que nuestro país firmara el TNP. Al asumir Alfonsín, EEUU creía que iba a dar un paso atrás respecto de la política nuclear de la dictadura. Sin embargo, para sorpresa de la Administración Reagan, la primera gestión de la democracia continuó la línea histórica argentina en materia nuclear. Una de las mejores decisiones fue la convergencia diplomática y tecnológica con Brasil, ya que de esa forma se desarticuló uno de los principales argumentos que utilizaban las potencias nucleares, que señalaban que podía desatarse una escalada nuclear en América Latina.
– ¿Cómo se explica el abandono del sector durante la década del 90?
– Debemos entender la política de los años 90 como parte de un proceso económico que se había iniciado durante la dictadura, con la apertura, liberalización y desindustrialización. El ideólogo de la política exterior que siguieron tanto Domingo Cavallo como Guido Di Tella fue Carlos Escudé, quien postulaba el “realismo periférico” y explicaba que históricamente la Argentina había padecido una sobredosis de confrontación. Se disolvieron todos los puntos de conflicto con EEUU, que incluyeron la paralización del plan nuclear y el desmantelamiento del misil Cóndor II. Yo agregaría que la política de achicamiento del Estado hizo estragos en el área científico-tecnológica y esto se vio en la CNEA con el congelamiento de las vacantes para el ingreso de personal. También se decidió sacar de su seno la operación de las centrales de potencia, que finalmente no pudieron ser privatizadas. Lo que fue correcto fue la creación de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), ya que la CNEA no podía regular sus propias actividades.
– ¿Cómo observa la actual política de reactivación del área nuclear?
– En un momento parecía que el Titanic se hundía y hoy creo que se está revirtiendo esta situación. Con el anuncio del Gobierno de reactivar el plan nuclear, se dio cierto impulso y ánimo a gente muy valiosa que hay en la CNEA. Todavía hay muchos interrogantes hacia el futuro. Es importante abrir el debate porque aún no estamos evaluando, por ejemplo, si vamos a poder entrar al mercado a fabricar nuestras propias centrales de potencia. Ojalá la respuesta fuera positiva, pero es una discusión que hay que dar. Considero que la Argentina tiene lo más importante que son los recursos humanos, que están haciendo desarrollos no sólo en el área nuclear sino también en la espacial, informática y nanotecnología. Todos estos desarrollos son un desprendimiento de la cultura nuclear.