Profundo conocedor de la cultura y la idiosincrasia china, y con llegada a los principales líderes políticos de ese país, el doctor José Luján conversó con DEF sobre la evolución que ha vivido esa sociedad en el último cuarto de siglo y se refirió a las oportunidades que representa el establecimiento de un vínculo más profundo con Pekín que exceda el plan meramente comercial.
-¿Cuál fue su primer contacto con China?
-Fue en el año 1991, cuando ya se veían cambios en la sociedad china. Cuando llegué a China por primera vez, lo hice a través de un proyecto académico. Yo iba con una gran curiosidad, pensando que sería la única vez que visitaría ese país asiático. Pero volví más de 60 veces.
-¿Qué fue lo que más lo impactó?
-Al llegar al inmenso aeropuerto de Pekín, estaba por empezar el invierno y lo que me impresionó fue que oscureciera tan pronto. En realidad era la contaminación ambiental. Me asombró mucho la inmensidad de esa gran ciudad: uno caminaba por la calle y parecía un hormiguero. Nunca había estado con tanta gente alrededor. Yo estuve, en ese primer viaje, unos 20 días e incluso me invitaron a hacer un recorrido desde Pekín hasta Shanghái. Primero tomamos un avión y el siguiente tramo lo hicimos en tren. Shanghái me causó otra impresión, porque era una ciudad muy parecida a Hong Kong, por su movimiento y por el grado de avance. Después tuve varios viajes más relacionados con mi trabajo académico. Trabajé en temas internacionales en Presidencia, desde la época de Alfonsín hasta Kirchner. De todos ellos, Carlos Menem fue el único que tuvo una verdadera visión de estadista en la relación con China. Los demás gobiernos se restringieron a la relación comercial.
-¿Cómo caracterizaría usted a la sociedad china?
-Es una sociedad muy cálida y hospitalaria. El pueblo chino es muy unido y tiene un gran amor por su país, que se da a partir de la unidad de la familia. Es un pueblo pacífico, muy sufrido. China no ha sido nunca un país invasor y, en cambio, ha sido víctima de distintas invasiones, desde los distintos pueblos bárbaros, hasta, más recientemente en el siglo pasado, la invasión de Manchuria por parte de los japoneses. Los chinos son muy trabajadores, no descansan salvo en muy contadas ocasiones. La festividad principal es la de la Primavera, que coincide con el comienzo del Año Nuevo chino, cuando se reúne toda la familia. Es una fiesta parecida, aunque mucho más fuerte, al Día de Acción de Gracias estadounidense. Dura varios días y las familias confluyen y se concentran en sus respectivos pueblos de origen.
-¿Qué cambios sociales ha observado en China en las últimas dos décadas?
-Con Deng Xiaoping, China empezó a abrirse y a evolucionar. Alrededor de los años 1999 o 2000, los gobernantes chinos se pusieron el objetivo de alimentar y vestir a todo el pueblo, lo que no es poco decir. En esa época había más de 1000 millones de habitantes, que hoy son 1300 millones. En ese entonces ellos establecieron zonas de desarrollo. Fue todo bien planificado. Se impulsó el desarrollo de la capital Pekín, de Shanghái –que era la otra ciudad comercial muy importante– y, hacia el sur, la provincia de Guangdong con epicentro en la ciudad de Shenzhen. Fui viendo el cambio en cada uno de mis viajes. Uno podía ver una zona deshabitada con casas viejas y, al volver a los tres meses, había rascacielos y un desarrollo urbano impresionante. También comencé a ver cada vez más autos, vehículos, y se empezaron a instalar las principales terminales automotrices del mundo. Los chinos, a su vez, fueron estableciendo lazos comerciales con todo el mundo.
-Usted tuvo oportunidad de conocer a muchos de los líderes chinos. ¿Qué destaca de aquellas experiencias?
-Conocí muchos presidentes y primeros ministros. Por ejemplo, al ex primer ministro Li Peng y al presidente Jiang Zemin. En ese momento se impuso el límite de diez años de mandato, es decir, dos de cinco años para los presidentes. Ellos se vieron a sí mismos como una “gerontología” y pretendían renovar la clase dirigente. También tuve la oportunidad de tratar a Hu Jintao y al propio Xi Jinping. Al actual presidente lo conozco de la época en que él era gobernador de la provincia de Fujian. A propósito de los gobiernos locales, en China hay mucha autonomía de las provincias y, dentro de ellas, lo mismo ocurre con las ciudades.
-¿Cómo se inserta la ideología del partido en la idiosincrasia china?
-El Partido Comunista prepara a sus líderes, que ya se han destacado por haber sido gobernadores o vicepresidentes en anteriores gobiernos. Por ejemplo, Hu Jintao había sido vicepresidente de Jiang Zemin y Ji Xinping había sido vicepresidente de Hu Jintao. Hay un órgano central, el Politburó, cuyo comité permanente está integrado por siete personas entre las que se distribuyen los distintos cargos y ministerios. Una característica del gobierno actual de Ji Xinping es que empezó una política de “tolerancia cero” con la corrupción. Son culturas que hay que ir cambiando y eso no se produce de la mañana a la noche. Lo mismo sucede con la democracia; yo estoy convencido de que los chinos van a llegar a convertirse en una democracia y ellos también lo saben, pero eso se va a ir dando progresivamente, como ha venido sucediendo con la apertura de Internet.
-¿Qué papel cumplen los Institutos Confucio en el mundo?
-El Instituto Confucio trata de establecer relaciones culturales en los distintos países con instituciones como son las universidades y escuelas importantes. A ellos les interesa que se aprenda su idioma y, a su vez, conocer la cultura de cada país. Lamentablemente, del lado argentino siempre ha habido una enorme mezquindad y nunca se aprovechó esta oportunidad