Se trata del tercer Estado árabe en establecer relaciones diplomáticas con el gobierno de Jerusalén, luego de Egipto y Jordania. La figura del príncipe Mohamed bin Zayed, detrás de esta osada decisión. Por Mariano Roca
La oficialización del acuerdo que selló la paz y el establecimiento de vínculos diplomáticos entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos es el resultado más contundente del acercamiento y la comunión de intereses entre Jerusalén y un grupo de monarquías del Golfo. En el pasado reciente, la administración israelí había dado muestras de su cercanía con el emirato de Omán, visitado por el primer ministro Benjamín Netanyahu en 2018, y había establecido contactos con el pequeño emirato insular de Bahréin, cuyo canciller se reunió en Washington con su par israelí a mediados del año pasado. En el caso de Arabia Saudita, mayor potencia árabe de la península y custodio de los lugares santos del Islam, ha habido conversaciones secretas y es innegable la confluencia de intereses con Israel para hacer frente a un enemigo común, la República Islámica de Irán.
La “pequeña Esparta” del Golfo
Constituido en 1971 como confederación de siete pequeñas monarquías, los Emiratos Árabes Unidos tienen una superficie de 83.600 km2 y albergan el 8% de las reservas probadas de petróleo del planeta. Su principal emirato, Abu Dhabi, concentra el 94% de esas reservas, lo que lo convierte en una suerte de primus inter pares en el andamiaje institucional emiratí. Un actor clave en la política reciente del país es el príncipe heredero del trono de Abu Dhabi, Mohamed bin Zayed, quien detenta el cargo de subcomandante de las Fuerzas Armadas de los Emiratos y se ha convertido en un aliado clave de EE.UU. y en mentor de otro príncipe poderoso, su vecino saudita Mohamed bin Salman. No ha sido casual que el anuncio oficial de Netanyahu del establecimiento de relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos haya tenido lugar luego de una videoconferencia, que tuvo como interlocutores a Donald Trump y al propio Mohamed bin Zayed.
Bautizado como la “pequeña Esparta” del Golfo, el protagonismo emiratí en la política de Medio Oriente se acentuó a partir del estallido de la Primavera Árabe, a comienzos de 2011. Enemigo declarado de los ‘Hermanos Musulmanes’, apadrinados por Qatar y considerados como “fundamentalistas” por los Emiratos y Arabia Saudita, Mohamed bin Zayed se embarcó en una serie de alianzas para frenar el avance de esa fuerza política en el norte de África y Oriente Próximo. Esa estrategia de contención explica su respaldo al golpe perpetrado en 2012 por el general Al-Sisi en Egipto, que derrocó al gobierno de los Hermanos Musulmanes que había llegado al poder por la vía de las urnas apenas un año antes, y el suministro de armamento y apoyo logístico al mariscal Khalifa Haftar en Libia, enfrentado con el gobierno de Trípoli en la guerra civil que vive ese país norafricano.
Los vínculos entre el gobierno de Qatar y los ‘Hermanos Musulmanes’ llevaron, además, a los Emiratos Árabes Unidos y a sus aliados sauditas a promover y conseguir la suspensión de aquel país como miembro del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) en 2017. Fue la natural consecuencia de la creciente tensión dentro del foro intergubernamental que nuclea a las monarquías de la península arábiga desde 1981. Tal como explicó a DEF la investigadora de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), Mariela Cuadro, “las posiciones contrapuestas adoptadas por Arabia Saudita y su aliado emiratí, por un lado, y Qatar, por otro, resultaron en el estallido de guerras proxy en toda la región de Medio Oriente”, entendiendo por este último concepto la “tercerización” de los conflictos valiéndose de terceros actores, tal como sucede en Libia.
Irán, un enemigo común
Otro campo de batalla en el que los Emiratos y sus vecinos sauditas se han involucrado en los últimos años es Yemen, convertido en un ejemplo de manual de “Estado fallido” tras la salida del poder del presidente Alí Abdallah Saleh en 2012. Allí, las monarquías sunitas del Golfo vienen sosteniendo, desde 2015, una campaña militar contra los rebeldes houthis, de religión chiita y cercanos a Irán. Es justamente el régimen de Teherán la otra gran amenaza, así percibida por Abu Dhabi y que explica la alianza con Israel, ambos preocupados por la estrategia iraní de proyectar su zona de influencia geopolítica sobre la denominada “media luna chiita”, que incluye Irak, Siria y el Líbano, con las consecuencias desestabilizadoras sobre el propio Israel.

El gobierno de Netanyahu ha sido uno de los actores más críticos del acuerdo nuclear firmado en Viena en 2015 por Irán y las seis principales potencias (EE.UU., Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania), del que EE.UU. se retiró en 2018 bajo la presidencia de Donald Trump. Con la misma firmeza, los Emiratos Árabes también condenaron las provocaciones del régimen de Teherán en el Golfo Pérsico, el sabotaje a buques petroleros en el estrecho de Ormuz y el ataque con drones contra las instalaciones de la compañía Saudi Aramco. Este último ataque fue reivindicado por los houthis yemeníes, pero todas las sospechas apuntan a la responsabilidad final de Irán en ese acto de sabotaje contra instalaciones petroleras sauditas.
Al referirse al compromiso alcanzado por Israel y los Emiratos, el presidente estadounidense Donald Trump, destacó que se trata de los dos aliados más estrechos de EE.UU. en la región y señaló que el acuerdo es “un paso significativo en pos de la construcción de un Medio Oriente más pacífico, seguro y próspero”. El inquilino de la Casa Blanca, quien previamente había logrado convencer a Netanyahu de congelar los planes de anexión de territorios palestinos en Cisjordania, se mostró confiado en que otros países musulmanes sigan ese mismo camino. En plena campaña, el candidato demócrata Joe Biden –rival de Trump en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre– calificó el paso dado por Israel y los Emiratos de “valiente y necesario” y dijo que “ayudará a tender puentes en la brecha que hoy divide a Medio Oriente”.
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