¿Qué provoca la creciente intolerancia contra los inmigrantes en EE. UU.? ¿Qué factores explican que sobre ellos se proyecten los miedos de la sociedad norteamericana? Por Juan Cruz Tisera*
Las actitudes y los discursos contra la inmigración latinoamericana han sido una constante en la historia reciente de los EE. UU. Jeffrey Rosen, señaló que estas actitudes comienzan hacia finales de la década de 1980, denominada como una nueva “guerra contra los inmigrantes”. Mi análisis sostiene que la actitud en contra del latino está fuertemente vinculada al año 1965 con el aumento de la inmigración indocumentada. ¿Qué provoca dicha actitud?, y en definitiva, ¿corresponde al ámbito de la percepción o el argumento tiene base real?
Variadas son las respuestas que podríamos encontrar, pero sí se debe destacar que las migraciones latinoamericanas forman parte de un nuevo contexto social y cultural a partir de los cambios generados por esta inmigración. Para el ciudadano de a pie, el resultado más grande e inmediato de la reducción de la legitimidad del Estado es el miedo, el miedo a perder el sustento, su seguridad personal, su futuro y el de sus hijos. Este miedo necesita de una visualización, y la narrativa de la amenaza latina encuentra en este último su chivo expiatorio.
Desde el 11-S, una parte de la sociedad estadounidense requería de símbolos concretos sobre los cuales proyectar sus miedos, y la frontera con sus inmigrantes se convirtió en el nuevo chivo expiatorio. La guerra contra el terror pronto se convirtió en una guerra antiinmigrante. “Construir al enemigo” tiene hoy su máxima expresión en el Presidente Trump, pero no como algo novedoso, sino, como un volver a construir.
Recordando el análisis de la teoría del Choque de las Civilizaciones y el Reto Hispano centro mi interés en el porqué de un discurso de estas características y en los peligros de securitizar el sector cultural. Me apoyo sobre el desarrollo constructivista, que centra su análisis sobre el concepto de identidad y parte del supuesto de que la identidad importa y que se encuentra en construcción. Como sostuvo Alexander Wendt, las identidades se establecen a través de una autoconcepción que necesariamente debe ser convalidada por otros; de esta manera, se supone que las identidades son constituidas por estructuras internas y externas. En este punto aún se desconoce cómo se forman estas autoconcepciones, por qué se forman de una determinada forma y no de otra. En este sentido, se asume la existencia de un discurso que fundamenta la representación de una identidad “yo” a través del establecimiento de un “otro”.
La repercusiones globales a partir de los ataques terroristas del 11-S generaron un proceso de securitización de la agenda internacional, a partir del cual se observa un discurso histórico que trata de imponer la agenda de los EE. UU. al resto del mundo, como bien lo dijo el entonces presidente George W. Bush: “Están con nosotros o están contra nosotros”.

Sostengo que los inmigrantes se establecen como extensión de los extranjeros y estos a su vez, como extensión de la inmigración latinoamericana, y se convierten de esta manera en el “otro”, y por lo tanto, considerado un asunto de Seguridad Nacional términos en los que la propia identidad se ve afectada. Estableciendo que el inmigrante no representa una extensión de los atentados, se sostiene que los movimientos migratorios latinoamericanos son visualizados en sí mismos como una amenaza de carácter social y en clave identitaria por parte de ciertos sectores conservadores.
El inmigrante latinoamericano se presenta como un constructo utilizado para expiar los problemas nacionales, la falta de trabajo, la crisis del sistema de salud, la criminalidad, y por sobre todo, la pérdida de valores culturales e identitarios. A partir de lo señalado, se genera una ampliación de la agenda de seguridad, como si fuera una extensión o alguna otra clase de terrorismo. Esta asociación puede sorprender, pero la existencia de un discurso de estas características prácticamente no requiere de una explicación detallada; más allá de esto, podemos sostener que mientras se ha hecho mucho para contrarrestar al terrorismo transnacional, incluyendo el uso de la fuerza militar preventiva, poco se ha hecho para remediar la frontera internacional reconocidamente débil y porosa que separa EE. UU. de México.
Cuando se referencia al inmigrante como amenaza transnacional, y por lo tanto, como un asunto de seguridad, se sostiene que los sujetos de los cuales había que asegurarse se ampliaron a los extranjeros, especialmente migrantes: la participación de extranjeros en los atentados del 11-S operó como trampolín para alimentar las figuras de peligro en torno a los extranjeros, a la vez que reforzó el establecimiento de un paradigma en relación a migración-seguridad.
¿En dónde se observa esta situación?, la aprobación de leyes como la Border Protection, Antiterrorism and Illegal Immigration Control Act de 2005, permite referenciarnos a la situación planteada, y sostener que el debate sobre las fronteras se ha desplazado aún más dramáticamente en los años posteriores a los ataques terroristas. El programa nacional sobre la inmigración se ha centrado en el aumento de la ejecución y el fortalecimiento de las fronteras, y, en algunos casos, en la restricción de la inmigración. En la actualidad, se establece un discurso que pretende instalarse en la sociedad estadounidense que sostiene la necesidad de medidas restrictivas frente al “otro”, al “enemigo” que ahora “está entre nosotros”.

Los factores culturales e identitarios han sido poco discutido por las teorías tradicionales, creemos que, desde el ámbito de las Relaciones Internacionales, esto se debe en primer lugar, a su dificultad en cuanto a su cuantificación y, en segundo lugar, a que no formaban parte de la alta política. En la década del 90, Samuel Huntington propuso una descripción simplificada de la realidad al sostener que nos encontrábamos en una nueva etapa, donde los factores culturales serían los determinantes del sistema internacional. De esta manera, la teoría del Choque de las Civilizaciones determinaba la identificación del “enemigo fuera de casa”.
En su último libro, ¿Quiénes somos?, Huntington transforma esta teoría al señalar al “enemigo en casa”, un discurso que sigue la lógica del “chivo expiatorio”. En situaciones de crisis, de transición acelerada, fácilmente se generaliza una sensación de miedo, de ansiedad; las causas reales de las crisis no son visibles, no se comprenden, no pueden asirse ni identificarse o son imposibles de combatir. Debemos considerar que esta situación genera una búsqueda de defensa sobre la cual descargar frustraciones colectivas, de esta forma, el inmigrante latinoamericano es establecido como un grupo estigmatizado y se convierte en el “otro”, el “enemigo”. Para que se genere una campaña de este tipo se necesita generar la creencia en su culpabilidad, y que esta siga siendo lo suficientemente fuerte como para sostener un discurso de estas características.
El Choque de las Civilizaciones y el Reto Hispano piensa el mundo en términos de identidades culturales estáticas, rígidas, como algo tallado en piedra. En un principio, se estableció en relación a la construcción de un estereotipo identificado en el Islam como el enemigo externo de Occidente, tiempo después señalamos que ese enemigo es ahora interno, es decir el “enemigo en casa”: la existencia de un discurso que identifica un nuevo estereotipo, el inmigrante latinoamericano, que sostiene la identificación de una otredad inasimilable, por lo tanto, la representación de una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos en clave identitaria.

Debemos referenciar la precariedad que caracteriza a un discurso basado en la búsqueda de un “chivo expiatorio”, es decir, un supuesto enemigo interno, sosteniendo que esta misma precariedad determina que las identidades se determinen de manera beligerante, al pretender instalar la narrativa de la amenaza latina.
Observo la necesidad que tienen ciertos sectores de pensar en términos de identidades fundamentales, rígidas e inmodificables, que se determinan como parte de un estilo de vida. Se constituye un discurso pensando a las identidades como algo solido, estático, donde se señalan fronteras claramente establecidas, la crítica se centra en señalar que las identidades son dinámicas y se presentan como un constructo, nunca su existencia es objetiva e indiscutible.
Este tipo de discurso tiene una debilidad básica, su retórica en torno a la clave identitaria: siempre es mucho más fácil señalar al otro, determinar un estereotipo, identificar al “chivo emisario”, que definir a un nosotros.
*El autor es doctor en Relaciones Internacionales y especialista en migraciones.