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Hambre: Ignominia del siglo XXI

“El hambre en el mundo es un escándalo, y la comunidad internacional debe responder a las necesidades inmediatas y, además, abordar las raíces del problema. De ese modo, nadie se verá obligado a abandonar su tierra y su propio entorno cultural por la falta de medios esenciales de subsistencia”.

Papa Francisco
Mensaje al Director General de la FAO – Jornada Mundial de la Alimentación
16 de octubre de 2013

hambre-editorial

Transitamos tiempos de un panorama internacional incierto y complejo, donde el terrorismo islámico nos enfrenta a una batalla que desnuda nuestra falta de preparación para poder hacerle frente. A esa contingencia grave se le suma la xenofobia resultante, el desarrollo de nacionalismos populistas con sus características aislacionistas, representadas básicamente por Donald Trump en Estados Unidos y por Marine Le Pen en Francia, aunque no debiéramos confundirnos y pensar que son los únicos. Ellos, con palabras altisonantes e impracticables, crecen en la consideración electoral y representan a muchos decepcionados ciudadanos de a pie en todo el mundo.

Si algo faltara a este sombrío panorama del crudo momento que vive Occidente, Gran Bretaña ha tomado la decisión de retirarse de la Unión Europea. De hecho, un gravísimo problema que podría además generar réplicas dentro del propio continente. La resultante del Brexit desvela a los políticos y analistas, siendo un ensayo que aún no tiene respuestas serias, tanto por el eventual debilitamiento de Europa como por la propia supervivencia del Reino Unido. Esta es la cruda realidad de este lado del mundo, y faltaría espacio para desarrollar la tragedia cotidiana en Oriente Medio, las crisis humanitarias de Siria e Irak o el abandono de gigantescas regiones de África.

Todas son malas noticias y ni siquiera auguran una gran crisis, ya que por definición la crisis ocurre en un lapso generalmente acotado de tiempo, y esta situación ha llegado para quedarse y con ella deberemos convivir en el futuro. Como es obvio, esta inestabilidad afecta a los mercados internacionales, hecho que impacta de manera indirecta pero certera y cruelmente en los que menos tienen, los más necesitados, los ciudadanos y los países con menores redes de contención.

Nada bueno augura este panorama descripto para el flagelo mundial del hambre, un drama del que DEF se ha ocupado en muchas oportunidades y que afecta a 795 millones de personas en el mundo, según el informe “El estado de inseguridad alimentaria en el mundo 2015”, realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y presentado en mayo pasado en Roma. Este informe era particularmente relevante porque justamente el 2015 era la fecha límite para cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Ello consistía en el compromiso, firmado por 189 países, de reducir a la mitad el porcentaje de personas hambrientas en el mundo. Al firmarse este documento en la década del 90, el número de personas subalimentadas era de 1.011 millones y la reducción a la que pudo llegarse fue a 795 millones de personas. El objetivo que se había propuesto fue incumplido y quedó extremadamente lejos de aquel compromiso. Hay una nueva meta de “erradicación total del hambre” que se fijó la ONU de aquí a 2030. Un compromiso acuciante, ya que como escribimos en esta misma columna hace ya muchos años: “La alimentación es el primer derecho humano a preservar, satisfacer esa necesidad básica es el pilar indispensable para luego pensar en salud, en trabajo y en gozar de la libertad”. El informe de la FAO al que hacemos referencia brinda infinidad de datos provechosos para entender tan compleja problemática. De él rescatamos algunos indicadores trascendentes:

– Hay 216 millones de personas subalimentadas menos que en 1990/92 y la mayor cantidad vive en China, que logró reducir en más del 50 % la grave situación de la que partía en aquella década.

– La mayor cantidad de países que alcanzaron sus objetivos de reducción, o que al menos se acercaron a él, gozaron de una situación política estable, tuvieron crecimiento económico y no convivieron con situaciones graves de guerras o de conflictos prolongados. Ello facilitó la implementación de políticas sociales sobre los grupos más vulnerables, que explican en gran parte los resultados obtenidos.

– Una característica de esta época muy destacada es el importante incremento de la duración de las crisis alimentarias. Se han reducido las crisis agudas y han aumentado de manera exponencial las crisis prolongadas. Nueve de cada diez llamamientos humanitarios duran más de tres años y en algunos casos se prolongan hasta los ocho o diez años.

– En la subalimentación se mantiene la discriminación por género. Las mujeres están sensiblemente más expuestas al flagelo y sus consecuencias. Además enfrentan mayores dificultades para acceder a la ayuda humanitaria.

– Un dato fundamental a ser considerado es que la subida de los precios, las catástrofes naturales o cualquier circunstancia grave que derive en falta de alimentos, impulsa o agrava de manera notable los conflictos armados. Ello termina generando un círculo vicioso, que evita que el problema logre erradicarse y lo perpetúa en el tiempo.

– Finalmente un dato escalofriante: las hambrunas causan muchas más muertes que los conflictos armados. Entre 2004 y 2009 perdieron la vida alrededor de 55.000 personas en guerras o actos de terrorismo, mientras que solamente en Somalia entre 2010 y 2013 unas 250.000 personas murieron por falta de alimentos.

Nuestra región ha hecho importantes avances en el tema, además de ser la primera en tomar el compromiso de erradicación total del hambre a través de la Iniciativa América Latina y el Caribe Sin Hambre 2025. En la actualidad los resultados, sin ser óptimos, han sido alentadores en varios países latinoamericanos. Algunos han logrado la meta de reducción del 50% de la cantidad de subalimentados acordada en 1990, y las personas en riesgo son hoy 34 millones, mientras que hace un cuarto de siglo superaban los 69 millones de necesitados. Concientización, labor social, compromiso de los países y una fuerte influencia de la FAO han permitido muchos logros que permiten avizorar un futuro mejor, pese a las muchísimas cuentas pendientes en un continente caracterizado por la abundancia de sus recursos alimenticios.

Curiosamente Brasil fue quien realizó un progreso importante y casi masivo entre los años 2001 y 2013. Según el Banco Mundial, logró erradicar la pobreza extrema en casi un 6 %, consiguiendo que descendiera del 10 al 4 % el porcentaje de personas que vivían con 2,5 dólares por día. Este fue un proceso extraordinario si se considera que tuvo como punto de partida el gravísimo deterioro de las condiciones sociales de un importante sector del pueblo brasileño. Se inició durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) y se prolongó luego durante los dos períodos sucesivos de Luiz Inácio Lula Da Silva (iniciado en enero de 2003 y finalizado en el mismo mes de 2011) que, con loables políticas públicas que incluyeron la “Bolsa Familia” (renta a cambio de escolarización de los hijos) o “Brasil Sin Miseria” y fundamentalmente “Hambre Cero”, lograron los avances comentados. “Hambre Cero” (“Fome Zero”) fue lanzado cuando Lula era candidato en 2001 como una propuesta de política de seguridad alimentaria en el Instituto de Ciudadanía del Brasil. Este plan fue liderado por José Graziano da Silva –actual director de la FAO– y se transformó en referencia en el mundo, luego aplicado en otros países de la región e incluso en África. Brasil acompañó estas medidas con la mejora del salario mínimo y el incremento de la formalidad laboral, lo que hizo posible un crecimiento sostenido. Aun cuando casi 20 millones de brasileños se mantienen todavía en la pobreza, sin duda ese fue un camino serio que modificó las estadísticas negativas de toda la región. La compleja situación durante el gobierno de Dilma ha estancado los avances, junto al resto del proceso virtuoso de aquella economía, y existe un temor cierto de que los objetivos alcanzados se diluyan o se detengan por tiempo indefinido.

¿Cuál es la situación actual de la Argentina? La verdad es que no es fácil saberlo porque nuestra realidad tiene a sus estadísticas muy “flojas de papeles” en casi todos los rubros que se analicen y, sin exagerar, quizás contemos hoy con el sistema de estadísticas más débil de la región. Dicho esto, puede tomarse como un punto de partida para el análisis un informe de Unicef de fines de 2015, en el que ese organismo de la ONU indica que hay 4 millones de niños pobres en nuestro país y de ellos, 1 millón 100 mil se encuentra en situación de pobreza extrema. Estos datos provienen del documento Bienestar y pobreza en niñas, niños y adolescentes en la Argentina, un valiosísimo informe donde se aplicó una política de análisis multisectorial que toma 28 parámetros con indicadores que incluyen desde la nutrición a los accesos educativos o a la exposición a la violencia. Parte de diez dimensiones: la salud, la nutrición, la información y la educación, el saneamiento, la vivienda, el ambiente, la violencia, el trabajo y el juego e interacción. Este nuevo sistema permite direccionalizar los indicadores de políticas públicas para enfrentar la crisis de esta infancia condicionada en su crecimiento. Vinculado con el tema que acá tratamos y a falta de buenas herramientas de análisis clásico, ese trabajo permite tomar consciencia de los pobres niveles que nuestro país tiene en la búsqueda de objetivos aceptables vinculados a la nutrición, al hambre y a la satisfacción de las necesidades básicas de los sectores más vulnerables. Es duro de aceptar, algo que por obvio y repetido no deja de asombrar, que una nación con un extenso y muy rico territorio y con una escasa población comparativa, que tiene capacidad para producir alimentos para más de 400 millones de personas, no logra generar políticas públicas que permitan contener alimentariamente a su propia sociedad. No es desacertado recordar aquí el destino pensado que tuvo la Argentina hace cien años y también recordar dónde se encontraban entonces Canadá y Australia por ejemplo, por citar a dos naciones con nacimientos y características comparables. Más que admitir que estamos en deuda, debemos decir que en algunos aspectos presentamos condiciones casi de “estado fallido” si analizamos de cuán extraordinaria condición partimos.

Volviendo al eje principal de esta nota, llena de cifras y datos que pueden ser agotadores, pensemos que la comprensión de drama del hambre puede humanizarse rápidamente con solo ubicar un rostro, el de una persona, el de una madre o un niño desnutrido o mal alimentado, allí donde se acaban los números y pueden empezar las lágrimas. Es ahí donde uno se pregunta cuál es la respuesta global a esta ignominia del siglo XXI. La opinión de las FAO es insistir en transformar la visión tradicional del hambre –vinculada a que es un problema de producción– para entender definitivamente que es un problema de acceso a la alimentación. Esto pareciera más que razonable, ya que el mundo produce alimentos para un 38 % más que la población que existe en el planeta. Si consideramos que el planeta tiene casi 800 millones de personas con hambre, esto nos permite entender que por más complejo que este sea, el problema se encuentra focalizado. Podremos estar muy lejos de resolverlo, pero podemos por lo menos ponernos de acuerdo en cuál es el problema.

Más de 700.000 millones de dólares es el valor del desperdicio anual de alimentos en el mundo y esto supera, por ejemplo, el producto interno bruto (PIB) de la Argentina. Esos alimentos no utilizados se calcula que emplean alrededor de 400 millones de hectáreas para su producción (una superficie mayor a la India y Canadá juntos). Se calcula que son 150.000 contenedores diarios no utilizados en el mundo. Un mundo que tiene 900 millones de personas con sobrepeso, de ellas un tercio obesas y simultáneamente 2000 millones de personas con deficiencias nutricionales, entre ellas 800 subalimentadas. Otra aseveración de la FAO sobre la funesta consecuencia del problema indica los daños que le produce al medio ambiente. Ellos son tan brutales que solamente China y Estados Unidos la superan en la emisión de gases del efecto invernadero.

Está extremadamente claro que este es uno de los problemas claves que debe resolver la humanidad en el siglo XXI, que esas soluciones deben surgir cuanto antes y que millones de personas no pueden esperar, algunas de ellas ni un solo día. Según la ONG Oxfam, 338 personas poseían en el año 2010 la misma riqueza de 3600 millones de personas; esa inequidad distributiva no debe alcanzar las necesidades básicas de un ser humano si queremos vivir en paz y en libertad. La primera de esas necesidades es alimentarse, paso vital y fundamental para cualquier futuro. También debiéramos pensar muy seriamente cuán poco avanzamos en un mundo con progresos geométricos tan grandes y avances que nos sorprenden día por día. En 1996 en la Cumbre Mundial de la Alimentación de la FAO, el derecho a alimentarse fue declarado derecho básico de todo ser humano. Han pasado 20 años y los progresos obtenidos dan pena, la respuesta del mundo globalizado a tan dramática situación solo puede entenderse como una respuesta tibia para el más brutal de los dramas.

Dice el Apocalipsis que a los tibios los vomita Dios y Dante Alighieri, en La Divina Comedia, ubica a los tibios en el borde del infierno.

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