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Haciendo lío

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“Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren
miseria, cuando tantos hombres siguen abandonados a su ignorancia,
cuando faltan por construir tantas escuelas, hospitales, casas dignas de tal
nombre, todo despilfarro público o privado, todo gasto de ostentación
nacional o personal, toda carrera desenfrenada de armamentos resulta
un escándalo intolerable. Nosotros debemos denunciarla. Que los
responsables nos oigan antes de que sea demasiado tarde”.
Pablo VI, discurso del lunes 16 de noviembre de 1970
en el 25º aniversario de la FAO

gustavo_gorriz

Cientos de miles de páginas se han escrito y, seguramente, muchas más se escribirán sobre el Papa Francisco, desde que con mirada cómplice les dijo el 25 de julio de 2013 a miles de jóvenes que lo vitoreaban en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: “Espero que salgan a la calle y hagan lío”. La ciudad carioca es seguramente el lugar desde el cual el Papa ha lanzado su liderazgo carismático al mundo. Sabía bien de qué hablaba Francisco, ya que desde aquellos días, siendo aún el cardenal Bergoglio, había caminado sin escoltas los más difíciles y quejumbrosos lugares de Buenos Aires, esos donde los desposeídos crecen sin esperanza. Consciente de que no hay liderazgo sin ejemplo personal es que Francisco irrumpió en la escena internacional generando verdaderos “líos” por doquier y asegurando para la Iglesia Católica una época donde lo único que está garantizado es la ausencia de la indiferencia, no solo en su gigantesca grey de más de 1200 millones de católicos, sino en la humanidad toda. Si bien esta invitación a “generar lío” es una idea basada en un acto consciente y responsable, aplicable tanto a su persona como a los jóvenes a los que ha invitado a sumarse, de ninguna manera significa que no tendrá consecuencias, porque involucrarse siempre acarrea un costo. Correr riesgos conlleva la posibilidad de fracasar, de errar, de vivir complicaciones, pero parece que nada de ello acobarda al Papa que viene del “fin del mundo” y que enfrenta su misión con un brío que desafía cualquier resistencia.

El panorama no es, por cierto, para nada sencillo: Francisco recibió una Iglesia debilitada, atravesada por décadas y décadas en las que la religión en el mundo occidental quedó atrapada en lo privado y alejada de la cosa pública. Los extraordinarios avances técnicos, los impensables logros obtenidos por la ciencia poco y nada han cambiado al ser humano. La humanidad ha virado a lo banal, con una superficialidad que acompaña la permisividad y el relativismo en los valores más básicos que han devorado generaciones que viven en el hoy, en un paraíso terrenal donde reina el consumismo galopante. Ello ocurre mientras en otras regiones del mundo la religión está más activa que nunca. Qué decir del hinduismo que se purifica en el Ganges, qué decir del mundo evangélico que crece sin parar, qué decir del mundo musulmán en general y de los sectores violentos del Estado Islámico, que además combaten al catolicismo con el terror y la persecución extrema. Ese es el mundo que enfrenta Francisco, aun con graves dificultades internas en el propio Vaticano, con sectores de la Iglesia que resisten las reformas imprescindibles para enfrentar el siglo XXI, que resisten el reordenamiento interno, entre ellos el sinceramiento económico, que se niegan a responder al aluvión de denuncias de abusos sexuales dentro del propio seno de la Iglesia y que parecen no querer resolver las controversias que ha generado el Sínodo de la Familia, entre ellas el trato a los divorciados, a los gays y las cuestiones vinculadas a la salud reproductiva.

Este superficial y seguramente incompleto panorama asustaría al ejecutivo más vital de cualquier corporación multinacional, pero pareciera no hacer mella en este veterano sacerdote, que se imagina a sí mismo rejuvenecido por la acción del Espíritu Santo y que en estos meses ha desarrollado una actividad pastoral cuya energía se extendió fuera de la Iglesia, pues influye en el pensamiento y condiciona el accionar de los líderes más importantes del mundo. Lo curioso es que la aparente simplicidad de Francisco en su actuar y en su decir permite que todos crean conocer el pensamiento y la estrategia de este complejo jesuita que acaba de realizar dos acciones de alto impacto y múltiples consecuencias. Es muy probable que la encíclica Laudato si’, vinculada a la crisis ambiental y que cuestiona el actual modelo de desarrollo humano, y la arrolladora visita pastoral a Ecuador, Bolivia y Paraguay, sean pinzas de un mismo objetivo y tengan más puntos en común de los que cada uno de nosotros podamos imaginar.

Si bien aún es prematuro sacar conclusiones, tanto sobre la encíclica como sobre la significativa visita pastoral a nuestra región, ya puede vislumbrarse la gran trascendencia que tendrán ambos hechos en el futuro inmediato. El viaje al continente que lo vio nacer produjo un crujido pastoral y político que se extendió muchísimo más allá de las fronteras de Sudamérica. La dedicación y la energía aplicada por Francisco en esta visita no fueron casuales; conoce los problemas de la región como nadie, conoce el pensamiento de la inmensa cantidad de católicos (casi el 40% de la población mundial), conoce la profunda sangría que la religión evangélica realiza sobre su propia grey, y también sabe muy bien del fuerte desprestigio que durante décadas han tenido la mayoría de las autoridades religiosas en nuestros países. La masa de ellas estuvo ligada siempre a los sectores del poder y ha sido reiteradamente señalada por su poco compromiso con los necesitados y desposeídos, razón fundamental de la Iglesia del jesuita. Los sacerdotes de la Teología de la Liberación y otros pocos y minúsculos sectores fueron los únicos que vivieron y sufrieron las desventuras de la gente y ello tuvo un altísimo costo no solo para la Iglesia sino para la política, para la sociedad y para la secuela de violencia que se vivió durante décadas. De ahí que la palabra del Papa haya sido dicha para cada necesidad, para cada sector, para cada situación particular, pero en plena conciencia de la repercusión que su mensaje tendría en un mosaico de mil interpretaciones, mil costumbres y contradicciones que presenta el catolicismo en el mundo entero. No hay duda de que el Papa procuró, con su fortalecida autoridad, llegar a los pobres con una actitud y una visión misionera, esa que ha marcado su vida de sacerdote común, de obispo y de cardenal en el pasado. Ese clamor por la Iglesia de las periferias no es un acompañamiento sin objetivos a la vista y quizás sea esa la conexión más cercana con la encíclica Laudato si’. Ambas acciones procuran crear el condicionamiento moral en los dirigentes políticos, empresariales, sindicales y educativos que tienen las herramientas reales para poner en ejecución acciones concretas que modifiquen un mundo en el que las desigualdades quedan en explosiva evidencia.

La encíclica papal ha sacudido al mundo, no solo al mundo ambiental sino a la dirigencia global, generando amplias adhesiones y también feroces críticas, en general de sectores conservadores. A nadie le resultó indiferente y muchos la calificaron incluso de osada. ¿De qué hablamos cuando nos referimos a ella?

Laudato si’, cuyo título recuerda el famoso cántico de San Francisco de Asís dedicado a la naturaleza, apunta a crear una mayor conciencia sobre el cuidado de nuestra casa común, el planeta Tierra, cuyos recursos no son infinitos y cuyo uso responsable permitirá un futuro sustentable para las generaciones que nos sucedan. Allí, el Papa Francisco hace un llamado urgente a la protección del ambiente en el que vivimos. Recuerda que el clima es “un bien común de todos y para todos” y que los peores impactos en materia de cambio climático recaen sobre los países en desarrollo.

En el capítulo dedicado a la contaminación, el Pontífice hace una profunda reflexión sobre lo que denomina “la cultura del descarte”, que afecta tanto a las cosas como a los seres humanos que son excluidos y convertidos en basura. Realiza además un fuerte llamado de atención a los sectores más ricos para que hagan una profunda revisión de su hábito de “gastar y tirar”. Apunta, como solución, a un “modelo circular de producción” que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar.

Francisco define, por otro lado, el acceso al agua potable como un derecho humano, básico, fundamental y universal, y señala que negar a los sectores más pobres de la sociedad este derecho es “negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable”. Hace también un fuerte alegato en pos de la preservación de la biodiversidad de nuestro planeta y cuestiona, al mismo tiempo, los enormes intereses económicos que, bajo el pretexto de cuidar nuestro ecosistema, pueden atentar contra las soberanías nacionales. En ese sentido, se manifiesta contra las propuestas de “internacionalización” de la Amazonia, que solo sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales. Se sabe la influencia aquí del trabajo del obispo de Xingu y presidente del Consejo Misionero Indígena de Brasil, Erwin Kräutler, muy comprometido durante décadas con el Amazonas.

El Papa se pronuncia, asimismo, sobre un estilo de vida que prima hoy en muchas de las grandes ciudades del planeta, que se han vuelto insalubres debido, por un lado, a la contaminación originada por las emisiones tóxicas y, por el otro, al caos urbano generado por los problemas del transporte y la contaminación visual y acústica. Observa además como impropio de habitantes de este planeta el hecho de “vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza”.

El Pontífice ofrece finalmente, a partir de una profunda reflexión apostólica, unas líneas y orientaciones en las que convoca a un diálogo internacional sobre el medioambiente; a una planificación, coordinación y vigilancia de los Estados nacionales sobre su propio territorio; a una mayor transparencia en los procesos de toma de decisión; y a una profundización del vínculo entre educación y espiritualidad ecológica. En ese sentido, se muestra convencido de que un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Para comprometernos con el mundo que nos rodea, siguiendo las reflexiones de Francisco, debemos ser capaces de superar el individualismo y desarrollar un estilo de vida alternativo.

Esta tremenda sacudida política tendrá su correlato real y será una referencia ineludible en la 21º Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) que Francia prepara para el mundo en París, en el recinto Le Bourget, y donde la encíclica será ineludible motivo de discusión, aun por encima del propio encuentro, encuentro que viene ya de varios fracasos anteriores.

Está claro que la encíclica y el viaje latinoamericano hacen pie sobre la desigualdad en el mundo, conocida como pocos por Francisco en la cotidianidad de su propia vida. Llegando al recorrido final de esa vida es que ha tomado como misión suprema intentar cumplir con aquello escrito en el Documento de Aparecida de mayo de 2007, del cual fue uno de los principales gestores. Ningún acto parece ajeno al espíritu de ese documento y nada parece poder apartar a su férrea voluntad de esos preceptos. Preceptos que incluyen cuestiones básicas de la Iglesia de Cristo ante el hambre, ante la guerra, la explotación, la agresión a la naturaleza y el descarte de los seres humanos. Sin embargo, Francisco tiene absolutamente claro el feroz costado político de todos estos aspectos, pues ellos rozan intereses de todo tipo, que no negocian más que por la fuerza.

El Papa ama y bendice a los pobres, que reconocen en él al sacerdote verdadero que no les teme y conoce sus pústulas. Pero sus enemigos no ven al Papa sino al enconado cardenal político, jesuita al fin y soldado de su causa que, con capacidad de trabajo extraordinaria y visión estratégica, va por su misión en la Tierra.

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