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“Cámpora remite a la idea de lealtad”

En “Los 49 días de Cámpora. Crónica de una primavera rota”, Juan Pablo Csipka propone una descripción cronológica y detallada de esa fugaz Presidencia, que remite aún hoy en el imaginario de la juventud peronista a la idea de militancia y compromiso.

-¿Por qué creés que se rescata hoy en día la figura de Cámpora?

-La figura de Cámpora remite a la idea de lealtad, el valor más apreciado y valorado por los peronistas. Para los que vivieron el primer peronismo, Cámpora tuvo un gran rol en la presidencia de la Cámara de Diputados, cumpliendo las directivas de Perón. Era una lealtad que, según las malas lenguas, rayaba en la obsecuencia. Cámpora no dejaba de ser entonces una figura casi folclórica del peronismo. Eso se revierte en el 72, revitalizando la idea de lealtad asociada a su figura. En el 72 se produce el primer regreso de Perón al país, que fue un hecho bisagra en la historia del movimiento, y el papel de Cámpora como delegado de Perón fue vital para consumar la operación, a la vez que la noción de lealtad absorbió a los sectores juveniles en los que se apoyó. Hoy tenemos a “La Cámpora”. Mucha impronta de la juventud militante actual deriva de la retórica del Canca Gullo de entonces. Más allá de apropiaciones sectoriales en el peronismo, hay un hecho indiscutible: Cámpora lideró la boleta peronista en la elección que marcó el fin de la proscripción, cuando Perón no podía ser candidato, y su lealtad se tradujo en la renuncia para posibilitar la candidatura del General y su regreso al poder.

-¿Hubo alguna otra posibilidad para su presidencia que no fuera la de dejarle paso a Perón?

-Aunque en los hechos se cumplió la consigna electoral y Perón llegó a su tercera presidencia, aun queda la duda de si realmente quería ser candidato. No olvidemos que ya tenía 77 años, su salud se venía deteriorando y si asumía responsabilidades al frente del Estado se podían acortar sus tiempos, que es lo que finalmente ocurrió. La cláusula de residencia del 25 de agosto del 72 lo sacó de la cancha, dado que volvió al país el 17 de noviembre y no hubo modo de dar marcha atrás con eso. Pero además estaba la cuestión del grado militar: Perón había perdido el derecho a usar el uniforme en 1956, estaba fuera del Ejército y pugnaba contra un gobierno militar. No por nada, una de las decisiones que Cámpora motoriza de entrada es la restitución del grado, cosa que se instrumentó por decreto. Si Perón quería ser presidente, Cámpora le sirvió entonces como elemento de transición hacia su regreso. El hecho determinante fue Ezeiza, que resultó una demostración de fuerza de la derecha peronista e inclinó la cancha hacia los sectores más tradicionales del peronismo. Perón se apoyó claramente en esos grupos en su discurso por cadena el día siguiente. Ahí quedó todo dicho y se terminó cumpliendo “el mandato de Perón”, como dijo Cámpora luego. Ezeiza fue, entre otras cosas, la eclosión del conflicto interno de un peronismo fragmentado. Perón se dio cuenta del nivel de confrontación que existía. Quizás hasta entonces no hubiera querido tomar las riendas, sino ver todo de afuera, al estilo de un primer ministro que diese consejos sobre la acción de gobierno. El fenómeno de las tomas de edificios públicos en los días previos horadaba al camporismo. Es probable que en esos días Perón viese peligrar su herencia política y que Ezeiza haya disipado entonces toda duda, es decir, que sólo Perón podía ser el factor de unidad. Como fuese, el objetivo primario de Cámpora era “Perón al poder”, cosa que se cumplió, aunque no de manera ordenada, sino como producto de un golpe interno.

– ¿Qué impronta dejó en la historia con tan solo 49 días en su cargo?

-Fue un período muy breve. Lo que dejó su marca fue el período en sí, que trasciende a Cámpora, lo excede, porque la juventud había alcanzado un nivel de protagonismo central que ya se manifestaba desde antes de su designación como delegado de Perón. Se habla de “primavera camporista”, pero no porque Cámpora imprimiese una filosofía, sino más bien porque le tocó estar allí. Alejandro Horowicz, en su ensayo Las dictaduras argentinas, habla de esas siete semanas como “el mes y medio más intenso de la historia argentina”. Y esa intensidad no fue por obra y gracia de una persona, sino por lo que se produjo con el fin de la proscripción. No era el fin de la dictara iniciada en 1966; lo que culminaba en mayo del 73 era el ciclo que comenzó en 1955 con el exilio de Perón y la Resistencia. Esteban Righi, el ministro del Interior, graficó ese momento con la imagen de una botella de champagne que se descorcha y  sale la espuma acumulada. Hubo muchas tensiones que se desataron. La juventud era protagonista y soñaba con plegar al peronismo del 73 a los movimientos revolucionarios del continente. Además, Cámpora marcó el inicio del plan económico de José Gelbard, el último intento de revitalizar el mercado interno antes del Rodrigazo y de Martínez de Hoz.

-¿Por qué elegís narrar la presidencia de Cámpora día por día?

-Hablar del gobierno de Cámpora remite a momentos muy concretos: el 25 de mayo en la Plaza, la liberación de los presos de Devoto, la amnistía, Ezeiza, la renuncia. Como el período fue breve, se presta para un trabajo de investigación de esta índole, en forma de crónica. No es el primer trabajo sobre esta etapa ni será el último. Miguel Bonasso escribió El presidente que no fue, que narra la vida de Cámpora. También se ha escrito mucho sobre la etapa 1973-1976, esa democracia trunca que salió de una dictadura, no se pudo asentar y terminó en otra dictadura, atroz, que entre otras cosas se propuso aplastar el proyecto económico de Gelbard. La idea del libro era poner la lupa sobre un período en cuya épica se referencia el kirchnerismo; por eso, la crónica diaria.

“Los 49 días de Cámpora. Crónica de una primavera rota”

Autor: Juan Pablo Csipka

Editorial: Sudamericana

Año: 2013

Págs.: 424

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