El premier Benjamín Netanyahu enfrenta la presión de la comunidad internacional para establecer un alto al fuego. El mayor dilema de su gobierno es qué hacer con la futura administración de Gaza, una vez finalizado el conflicto bélico.
A cuatro meses de los atentados de Hamas contra civiles israelíes, se define la suerte del segundo enfrentamiento israelí contra una entidad no estatal, tras la guerra de 2006 contra Hezbollah en la frontera norte.
Con la evolución del actual conflicto y sin que los rehenes israelíes capturados por Hamas hayan sido liberados, la comunidad internacional y parte de la sociedad israelí han comenzado a ejercer presión sobre el gobierno de Netanyahu. Exigen, concretamente, un alto el fuego como forma de restituir a los rehenes a sus familias.
A tal fin, Israel enfrenta el dilema de si es conveniente o no terminar con el poderío bélico de Hamas antes de rescatar a los rehenes, de manera de evitar futuras agresiones. La alternativa sería alcanzar un alto el fuego, con la promesa de establecer una zona de seguridad, apoyada por países islámicos, para asegurar la eventual convivencia pacífica en Gaza.
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Israel, Irán y Hamas, un enfrentamiento más allá de Gaza
El proyecto “Visión para la Fase 3”, dado a conocer por el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, es un primer esbozo sobre el futuro de Gaza. En él se contempla, primero, el retorno de los rehenes, el desmantelamiento de las capacidades militares y políticas de Hamas.
El objetivo es eliminar toda amenaza militar que parta desde ese territorio. No obstante, el propio funcionario puntualizó que Israel no tiene intención de gobernar el enclave palestino y quiere dejar esa tarea a cargo de la comunidad internacional.

Por su parte, por razones comunes y otras en las que difieren, tanto Irán como Hamas quieren detener el conflicto. Ambos saben que, de anular el poderío de Hamas, Israel buscará consolidar sus lazos con Arabia Saudita.
Además, a partir de los Acuerdos de Abraham, sus nuevas relaciones con los Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Marruecos alterarían el equilibrio de poder dentro del mundo islámico. Los países más secularizados, liberales y pluralistas podrían inclinar la balanza decisivamente contra Irán y Hamas, aislándolos.
Una red de yihadistas
Tal como advirtió Nadim Koteich, analista político libanés-emiratí y director general de Sky News Arabia, Irán busca evitar esa nueva relación entre Israel y los países del mundo árabe. Para ello, Teherán orquesta una red de resistencia formada por el propio Irán y grupos islamistas radicales y yihadistas, buscando la “unidad de los campos de batalla”.

Esa red, señala este experto, “busca tender puentes entre milicias, rechazadores, sectas religiosas y líderes sectarios”, con el objetivo de crear un eje antiisraelí, antiestadounidense y antioccidental que pretende accionar militarmente contra Israel en la franja de Gaza y en Cisjordania.
También pretende actuar en la frontera israelí con el Líbano, y contra Estados Unidos en el Mar Rojo, en Siria, en Irak y en Arabia Saudita desde todas las direcciones.
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La relación Arabia Saudita-Israel, clave para el futuro de Netanyahu
Por su parte, Arabia Saudita, bajo el mando del príncipe heredero Mohammed ben Salman, busca una respuesta económica antes que bélica. Aspira a convertirse en un gigantesco centro de relaciones económicas que uniría a Asia, África, Europa, el mundo árabe (e Israel en él) en una red centrada en Riad. Su visión es una especie de Unión Europea de Medio Oriente, con Arabia Saudita como nexo, que facilite el intercambio de materias primas con nuevas tecnologías en desarrollo.
Por su parte, Hamas no quiere que Israel normalice las relaciones con Arabia Saudita, sin haber facilitado antes una sola concesión de autogobierno a su propio pueblo en vistas a la construcción de un futuro Estado Palestino. Tal es la razón de peso inicial para conmocionar a Israel y al mundo con sus acciones del 7 de octubre de 2023, a sabiendas de cuál sería la respuesta israelí.

La dureza de los bombardeos israelíes se puede clasificar en cuatro categorías: “tácticos”, los de valor militar; “subterráneos”, en los túneles o búnkeres usados por Hamas; “de poder”, como los que tuvieron como blanco universidades, edificios públicos o bancos; y “familiares”, que apuntaron a las viviendas de los distintos dirigentes operativos de Hamas.
Sin dudas, el mayor logro de la carrera del premier Netanyahu sería el establecimiento de relaciones diplomáticas son Arabia Saudita, lo que demostraría que todos sus críticos estaban equivocados. Eso también le facilitaría un acercamiento con la propia sociedad israelí, al lograr una paz con el principal líder de la Liga Árabe.
Una hoja de ruta que involucre a todo Medio Oriente
Un estudio para el diario israelí Haaretz llevado a cabo por Yagil Levy, profesor de sociología de la Universidad Abierta de Israel, concluye que la enorme matanza de civiles no solo no contribuye en nada a la seguridad de Israel, sino que asienta las bases para un futuro declive de su propia seguridad.
También, en su oportunidad, las matanzas en los campos de refugiados de Sabra y Shatila –septiembre de 1982–, en el Líbano, suponían el final de las agresiones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) contra Israel. En ambos casos, las acciones israelíes hicieron que se generara en los palestinos un impulso de venganza que ningún dispositivo de seguridad podría detener.
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Si bien el final aún es incierto, para el posconflicto cobra una mayor coincidencia mundial que ni Israel ni Hamas deberían tener injerencia en la franja de Gaza. También sería oportuno que los propios habitantes determinaran un gobierno que les asegure una reconstrucción pacífica y, necesariamente, vinculada a Israel. Ese podría ser la recomposición de una hoja de ruta controlada por la comunidad internacional.
Mientras tanto, la comunidad internacional, liderada por Washington, considera que una solución posible sería reforzar a la Autoridad Nacional Palestina para que se haga cargo de la totalidad de los territorios palestinos. A su vez, se especula con el apoyo de ONU, bajo el capítulo VI de mantenimiento de la paz, como forma de asegurar una presencia de tropas islámicas en la Franja. De esa manera, ninguna organización ni país islámico podría dejar de apoyar esa iniciativa, que a su vez calmaría todo accionar militar en contra de Israel.

Dada esta realidad emergente, las potencias regionales –particularmente los vecinos árabes islámicos inmediatos de Israel, Egipto y Jordania, junto con Qatar, Arabia Saudita, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos– también necesitarían definir un camino colectivo a seguir.
Por su parte, Turquía ha planteado el concepto de un sistema de garantes multinacional, en el que los Estados de la región protegen y refuerzan la seguridad y la gobernanza palestinas. La contraparte sería el apoyo de EE.UU. y los países europeos dando garantías de seguridad para Israel.
Por su parte, Irán ha declarado repetidamente que reforzará cualquier resultado que sea apoyado por los propios palestinos, lo que sugiere que existe una nueva oportunidad de persuadir a Teherán para que apoye un acuerdo y evite su habitual papel de saboteador. Además, si Irán estuviera de acuerdo, también lo estarían Rusia y China para eventuales apoyos en las votaciones del Consejo de seguridad de la ONU.
Inshallah (“quiera Dios”, en árabe) que alguna forma de alto el fuego lleve a una tregua antes de que la región evolucione hacia un incontrolable y peligroso final.