El reciente reinicio de hostilidades entre Israel e Irán provocó una inusual reacción internacional. El consenso entre potencias como Estados Unidos, Rusia y China ha generado señales sobre una posible cooperación entre estos actores globales frente a un conflicto bélico que amenaza con desestabilizar la región de Medio Oriente.
Israel vs. Irán: un conflicto de larga data
La tensión entre Irán e Israel no es reciente. Se trata de una enemistad que perdura por más de cuatro décadas. Tras la Revolución Islámica de 1979, Irán instauró una república islámica con un fuerte discurso antioccidental, lo que derivó en la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con Israel, aliado estratégico de Estados Unidos en la región.
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La rivalidad entre ambos países responde principalmente a dos factores: la estrecha alineación de Israel con potencias occidentales, especialmente con Washington; y la cuestión palestina, que Irán ha convertido en un eje central de su política exterior, presentándose como defensor del pueblo palestino frente a lo que considera la ocupación israelí.
Recientemente, ambos países intercambiaron ataques con misiles balísticos y otro tipo de armamento. Según Israel, su principal objetivo es eliminar la amenaza existencial que representa el programa nuclear iraní, aunque también puede entreverse una intención de socavar al régimen islámico. En este contexto, sus ataques se dirigieron principalmente a instalaciones nucleares y militares, eliminando a diversos dirigentes de alto rango.
Por su parte, Irán lanzó su ofensiva en respuesta a los ataques israelíes. Así, busca proteger su programa nuclear y militar, preservar el régimen islámico y demostrar que, pese a no contar con el mismo poderío armamentístico que Israel, aún puede hacerle frente a esta amenaza.

Hasta el momento, los ataques entre ambos países continúan, y aún no se ha logrado negociar un alto el fuego.
Las posturas de Estados Unidos, Rusia y China ante el conflicto en Medio Oriente
En este contexto, Estados Unidos, aliado incondicional de Israel, apoya completamente al Estado judío y considera fundamental su derecho a la autodefensa frente a las amenazas nucleares iraníes. Sin embargo, su apoyo no es meramente discursivo: ha desplegado aviones de combate en la región, logrando, según el presidente Donald Trump en su red social “Truth Social”, el control total de los cielos iraníes. Además, afirmó que EE. UU. conoce la ubicación exacta del líder supremo iraní, aunque hasta el momento no se ha decidido eliminarlo.
Por su parte, Rusia condenó los ataques israelíes y ofreció su mediación. Al igual que Washington, Moscú también reivindica el derecho a la autodefensa, pero en este caso por parte de Irán. No obstante, esta posición no le impidió mantener conversaciones con ambas partes para lograr una solución diplomática. Incluso, el presidente Putin se comunicó con Donald Trump, y ambos se mostraron alineados en el objetivo de detener el conflicto.
A su vez, China también expresó su respaldo diplomático a Irán, condenando los ataques israelíes y haciendo hincapié en la importancia de respetar la soberanía de los Estados. Al igual que Rusia, busca una resolución pacífica del conflicto y evitar involucrarse militarmente.
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Pese a todo, Estados Unidos, Rusia y China coinciden en un punto crucial: la necesidad de ponerle fin a esta guerra. Esta mirada compartida responde, en parte, al interés por preservar vidas civiles en ambos bandos, aunque las tres potencias mantengan posiciones divergentes respecto a cuál de los dos actores apoyar, ya sea de manera directa o indirecta. Como muestra de esta preocupación, los tres Estados ordenaron evacuar de inmediato a su personal diplomático y a sus ciudadanos presentes en las zonas de combate.
¿Es posible la cooperación entre las tres potencias mundiales?
Más allá de sus discursos públicos, esta coincidencia revela un trasfondo estratégico más amplio. Una escalada mayor entre Israel e Irán no solo comprometería la estabilidad regional, sino que también afectaría los intereses económicos y geopolíticos de cada una de estas potencias.

Para Estados Unidos, un conflicto prolongado podría derivar en una intervención más directa en Medio Oriente, en un momento en que su política exterior está orientada hacia otras prioridades estratégicas. Para Rusia, la guerra pondría en riesgo sus inversiones energéticas y su alianza con Teherán, además de desviar recursos y atención de su frente más inmediato, Ucrania. En el caso de China, una desestabilización regional amenazaría rutas comerciales clave, el suministro energético y su imagen internacional como potencia promotora de la paz.
Por lo tanto, comienza a entreverse una posible cooperación pragmática y puntual entre estas tres potencias rivales. No se trataría de una alianza formal ni de una acción conjunta, sino de una coordinación indirecta mediante presiones diplomáticas, llamados multilaterales al cese de hostilidades y canales de negociación a través de terceros.
La historia reciente ofrece antecedentes de colaboración limitada entre estas naciones. El acuerdo nuclear con Irán de 2015 (JCPOA), o las negociaciones multilaterales en el conflicto sirio, son ejemplos de cómo intereses comunes, aunque momentáneos, pueden dar lugar a entendimientos puntuales, incluso entre rivales estratégicos.
Pese a los gestos de acercamiento interpersonal entre los presidentes de Estados Unidos, Rusia y China, las declaraciones sobre el conflicto Irán-Israel muestran posturas enfrentadas que podrían dificultar cualquier intento de cooperación inmediata.
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En particular, tras la iniciativa de Rusia para mediar en el conflicto, Donald Trump respondió que, antes de cualquier intento, Putin debería enfocarse en poner fin a su propia guerra con Ucrania. Al mismo tiempo, el estadounidense mantiene una relación cercana con su homólogo israelí, alentándolo a continuar con sus ofensivas, aunque sin ofrecer ayuda militar adicional directa.
Por su parte, Vladimir Putin advirtió a Estados Unidos sobre la gravedad de una posible intervención directa en el conflicto. Esto refleja las crecientes tensiones entre ambas potencias y dificulta la búsqueda de una solución conjunta.
¿Podrán las potencias superar sus diferencias estratégicas? ¿O estamos ante una escalada que podría derivar en una confrontación mayor, incluso con riesgo nuclear?