Hacia fines de 2019, el gasoducto Nord Stream 2, con sus dos tuberías subacuáticas paralelas de 1224 km, transportará el gas ruso producido en la península de Yamal al mercado europeo a través del mar Báltico.
El proyecto Nord Stream 2 está a cargo de un consorcio internacional liderado por el gigante ruso Gazprom e integrado por la petrolera anglo-holandesa Shell, la francesa Engie (ex GDF Suez), la austríaca OMV y las alemanas Uniper y Wintershall (filial energética de BASF). El gasoducto estará en condiciones de transportar 55 mil millones de metros cúbicos anuales de gas, producido en la península de Yamal, en Siberia occidental, al mercado europeo. Ese volumen permitiría suministrar energía a 26 millones de hogares, de acuerdo con la información suministrada por sus operadores.
Intereses geopolíticos y necesidades energéticas
A pesar de tratarse de un proyecto financiado y construido por empresas privadas rusas y europeas, no quedan dudas de que la iniciativa cuenta con el fuerte apoyo político de Moscú y Berlín. Una de las muestras más acabadas del respaldo alemán ha sido la designación del excanciller de ese país, Gerhard Schröder, como presidente de la Junta de Directores del consorcio Nord Stream 2. “Necesitamos el gas, y no existe una opción más barata para nosotros”, ha manifestado el otrora líder del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), quien estuvo al frente del gobierno entre 1998 y 2005.
En mayo pasado, a pesar de las sanciones europeas contra el gobierno ruso, el presidente Vladimir Putin y la canciller Angela Merkel se reunieron en Sochi y confirmaron el mutuo interés de sus dos países en el desarrollo de este gasoducto. Para tranquilizar a los demás socios europeos, Putin se encargó de aclarar que el Nord Stream 2 no es una alternativa a la denominada “ruta ucraniana” del gas y que Rusia seguirá utilizando el sistema de transporte de gas a través de Ucrania siempre que sea beneficioso en términos económicos y se solucione el diferendo que Gazprom mantiene con la compañía ucraniana Naftogaz.
Los reparos de EE.UU. y de la Unión Europea
“Es triste ver que Alemania hace un acuerdo para un gasoducto con Rusia y gasta cada años miles de millones de dólares, cuando se supone que nosotros estamos protegiéndolos de Rusia”. La polémica frase pronunciada por Donald Trump durante su último encuentro con el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Jens Stoltenberg, fue filtrada a la prensa por su propio equipo y mostró la fuerte tensión que existe en torno a la construcción del Nord Stream 2. El propio embajador estadounidense ante la Unión Europea (UE), Gordon Sondland, confirmó en un reciente tweet la oposición de EE. UU. al proyecto y su preferencia por el fortalecimiento de la red de transporte de gas hacia la UE a través de Ucrania.
Sin embargo, luego del primer encuentro bilateral que Trump mantuvo en Helsinki con Vladimir Putin, el mandatario estadounidense matizó sus comentarios. “No estoy seguro de que el acuerdo [con Rusia] sea necesariamente beneficioso para Alemania, pero es una decisión que ellos tomaron”, afirmó, al tiempo que reconoció que hubo una “dura discusión” con Angela Merkel en torno al gasoducto Nord Stream 2 y subrayó que EE. UU. apunta a convertirse, en el corto plazo, en una fuente de suministro de gas natural licuado (GNL) de sus socios europeos.
En contraste con la posición oficial de Alemania y en línea con las objeciones estadounidenses al Nord Stream 2, el comisario de Energía de la UE, el español Miguel Arias Cañete, ha manifestado que este proyecto no contribuye a los objetivos europeos de una mayor diversificación de las fuentes de aprovisionamiento y de un mercado energético más competitivo.
