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Europa: Las rutas del gas

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La necesidad que tiene la Unión Europea de diversificar sus fuentes de aprovisionamiento y la opción de nuevas rutas desde el mar Caspio podrían alterar el escenario energético del Viejo Continente, cuyo suministro de gas está actualmente supeditado a los designios de Moscú. Sin embargo, la inauguración de la primera etapa del proyecto Nord Stream y la participación de empresas alemanas, francesas e italianas en nuevos proyectos como socias de Gazprom dejan al descubierto las dificultades para avanzar en una estrategia común que permita reducir la dependencia de Rusia.

Los gobiernos y las instituciones europeas coinciden en que sus países necesitan diversificar sus fuentes de aprovisionamiento de gas, un hidrocarburo que -tal como señala el documento “Energía 2020” elaborado por la Comisión Europea- “seguirá desempeñando un papel clave en el mix energético de la UE en los próximos años y podría ganar importancia como combustible de respaldo en la generación variable de electricidad”. En ese sentido, en febrero de 2011, el Consejo Europeo invitó a los países miembros de la UE a “mejorar la coordinación” de sus actividades con las de Bruselas “a fin de garantizar la consistencia y coherencia de las relaciones exteriores de la UE con los principales países involucrados en la producción, tránsito y consumo”. En concreto, el problema es cómo articular una estrategia conjunta que le permita al Viejo Continente depender cada vez menos del gas ruso y de los condicionamientos políticos de Moscú.

“La fortaleza actual de Rusia deriva únicamente de su calidad de proveedora de energía y otros recursos naturales”, asegura el ex ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Joschka Fischer, quien reconoce que la posición negociadora de Moscú en el caso del gas sigue siendo “muy fuerte”. “Más importante aún es que sus vecinos directos -Ucrania y Bielorrusia- dependan totalmente del suministro de gas ruso o, como Azerbaiján y Turkmenistán, del sistema de gasoductos de Rusia para la venta de su producción de gas”, afirmó Fischer en una columna titulada “El gran juego del gas ruso”, publicada por El País de Madrid en agosto de 2010. Desde luego, la posición del autor de la nota no es neutral, pues desde julio de 2009 se desempeña como asesor de la germana RWE y de la austríaca OMV, socios del consorcio que lleva adelante el proyecto Nabucco, un gasoducto de 3893 kilómetros que permitiría transportar el gas desde el mar Caspio hacia Europa sin pisar territorio ruso.

TENSIÓN ENTRE RUSIA Y UCRANIA

La debilidad europea quedó en evidencia en enero de 2009 durante la última crisis entre Rusia y Ucrania, cuando la interrupción del suministro afectó seriamente a los socios de la UE, ya que alrededor del 80% de las exportaciones de gas ruso hacia Europa fluye a través del territorio ucraniano. La solución acordada en ese momento por Vladimir Putin y la entonces primera ministra ucraniana Yulia Tymoshenko ha sido puesta en cuestionamiento por el actual gobierno de Kiev, que llevó al banquillo a Tymoshenko y logró que la Justicia la condenara a siete años de prisión por abuso de poder. El acuerdo alcanzado por el coloso ruso Gazprom y la estatal ucraniana Naftogaz preveía una fórmula para la compraventa de gas hasta fines de 2019, en la que se establecía un factor de multiplicación atado al precio del fuel oil y del gasoil; con el compromiso por parte de Ucrania de adquirir un mínimo de 33.000 millones de metros cúbicos anuales y la prohibición de reexportarlo hacia terceros países. Por otra parte, se dejó de lado la hasta entonces intermediaria RosUkrEnergo, instrumento de Gazprom para controlar también buena parte del mercado interno de Ucrania, cuya intervención no era vista con buenos ojos por el gobierno prooccidental de Tymoshenko.

El arreglo se reveló demasiado oneroso para Kiev, que solo en los últimos doce meses vio aumentar su factura de gas de 264 a 412 dólares por cada 1000 metros cúbicos. El precio habría superado los 500 dólares de no haber mediado el descuento del 30% efectuado por Gazprom, en virtud del acuerdo alcanzado en abril de 2010 por el nuevo gobierno ucraniano de Viktor Yanukovich con el mandatario ruso Dimitri Medvedev, cuya contrapartida fue la extensión hasta el año 2042 del arriendo de la base naval de Sebastopol, en la península de Crimea, donde se encuentra estacionada la flota rusa del mar Negro. La posición política de Kiev es muy delicada, ya que todo acercamiento a Rusia tiene como correlato la postergación de sus aspiraciones de integración a Europa. Hoy el principal dilema de Yanukovich es cómo proceder a la privatización del vetusto sistema de transporte de gas (STG) de su país, para lo cual plantea la creación de un consorcio tripartito en el que estén representados Ucrania, Rusia y la UE.

Mientras tanto y ante la inestabilidad política ucraniana, Moscú se está moviendo por medio de Gazprom para buscar rutas alternativas en el transporte de su gas hacia Europa. Ya en 2005, con la inauguración oficial del gasoducto Blue Stream -que comunica Rusia con Turquía a través del Mar Negro- se dio el primer paso, gracias a una joint venture entre Gazprom y el grupo italiano ENI. Actualmente está en etapa de estudios y negociaciones la realización del proyecto South Stream, que conectaría Rusia con Bulgaria a través del mar Negro. Ya comprometieron su participación en este tramo off-shore del proyecto, además de Gazprom, la italiana ENI, Wintershall -división de energía del grupo alemán BASF- y la francesa EDF. “Con el gasoducto Nord Stream en el Báltico y el South Stream en el mar Negro, Rusia no solo está intentando crear conexiones directas de gas con la UE para circunvalar Ucrania y socavar el proyecto Nabucco”, asegura Joschka Fischer, quien sostiene que South Stream “carece de sentido económicamente”. “El objetivo principal es el de presionar a Ucrania, además de a Azerbaiján y a Turkmenistán, que quieren suministrar gas a Europa independientemente de Rusia”, agrega el ex ministro de Relaciones Exteriores de Alemania.

EL “GRAN JUEGO” EN EL MAR CASPIO

Es precisamente en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central donde tendrá lugar la próxima etapa de la contienda geopolítica que disputan Rusia y la Unión Europea. “La necesidad de nuevas rutas para traer energía procedente de nuevas fuentes, como es el caso de la cuenca del Caspio, se ha convertido en el principal proyecto de infraestructura de la UE más allá de sus fronteras en los últimos diez años”, destaca Natalia Shapovalova, investigadora de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), en su trabajo “Reaching out to the Caspian”. Sin embargo, la actual crisis económica en la eurozona amenaza la viabilidad de las inversiones públicas y privadas necesarias para implementar los proyectos como el gasoducto Nabucco. “Falta dinero en la Unión Europea”, reconoce esta analista, que contempla la posibilidad de la realización de “proyectos más pequeños, económicos y menos ambiciosos”, como el South-East Europe Pipeline (SEEP) propuesto por BP, que permitiría transportar el gas desde el campo de Shah Deniz (Azerbaiján) hasta Turquía y desde allí hacia los Balcanes, que hoy tienen una alta dependencia de Rusia.

En el centro de este escenario se encuentra Turkmenistán, cuyo territorio alberga unos 8 billones de metros cúbicos de gas, que representan la cuarta mayor reserva del planeta, detrás de Rusia, Irán y Qatar. El gas turcomano es clave para garantizar la viabilidad del proyecto europeo Nabucco. Sin embargo, en noviembre pasado el presidente Gurbanguly Berdymukhamedov firmó con su par chino Hu Jintao un acuerdo para aumentar en 25.000 millones de metros cúbicos anuales sus exportaciones al gigante asiático, que alcanzarían los 65.000 millones de metros cúbicos anuales en el futuro cercano, lo que mermaría la disponibilidad del fluido para el proyecto europeo. El transporte de gas hacia China se realiza a través del Gasoducto de Asia Central, inaugurado en diciembre de 2009 y que se ha convertido en la primera gran obra de infraestructura en la zona que ha conseguido evitar el tránsito a través del territorio ruso.

“Esta región parece el ‘laboratorio’ chino para el desarrollo de su política exterior, ya que estos países no solo colaboran en asuntos económicos, sino también en la Organización de Cooperación de Shanghai”, sugiere Nika Prislan, analista de la sede Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), en referencia a la alianza intergubernamental fundada en 2001 y de la que participan China, Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Haciendo uso del soft power (“poder blando”), Beijing ha logrado reemplazar a la UE como principal socio económico de Asia Central. “China ha optado por asegurarse el suministro de energía dependiendo menos de los intereses comerciales -enfoque seguido por los mayores consumidores industriales de energía a lo largo de la última década- y cerrando, en cambio, acuerdos bilaterales directos con los países productores”, puntualizan David G. Victor y Linda Yueh en su artículo “The New Energy Order”, publicado en Foreign Affairs en su edición de enero/febrero de 2010.

Otro actor central en este ajedrez geopolítico es Turquía, país de tránsito obligado para los dos mayores proyectos que están disputándose el mercado europeo del gas -Nabucco y South Stream- y que está llevando adelante una inteligente estrategia bifronte. En diciembre pasado, Ankara autorizó el paso de este último ducto a través de su zona económica exclusiva en el mar Negro. “El permiso de obra obtenido de Turquía es la más seria confirmación de que el proyecto será construido de acuerdo a lo previsto, esto es, antes de finales de 2015”, aseguró el titular de Gazprom, Alexei Miller. Pocos días después de ese anuncio, el ministro de Energía turco, Taner Yildiz, firmó con su par de Azerbaiján, Natig Aliyev, un memorando para la construcción del gasoducto Trans-Anatolia, que -según explica el analista Valdimir Socor, de la Jamestown Foundation- tomaría parte de los volúmenes de gas azeríes que a priori estaban destinados a Nabucco. Este investigador aclara que el Trans-Anatolia “no ‘mataría’ el proyecto Nabucco”, pero podría forzar a una “reducción de su extensión y sus costos, sin que ello implicase necesariamente una reducción de los 10.000 millones de metros cúbicos anuales (de capacidad de transporte) previstos para su primera etapa”.

EUROPA: DIVISIONES Y RETRASOS

“La diversidad de estrategias geoeconómicas de sus distintos miembros ha debilitado a la Unión Europea como bloque”, señala Natalia Shapovalova. Por su parte, Nika Prislan destaca el hecho de que a diez años del nacimiento de Nabucco, los posibles proveedores de la zona del mar Caspio siguen siendo únicamente eso, “posibles proveedores”, mientras que en solo dos años “China consiguió cerrar un acuerdo que le ha permitido construir el primer gasoducto para traer gas desde Asia Central”. En el mismo sentido, Shapovalova destaca la “mayor eficiencia” de Beijing, aun cuando afirma que “Turkmenistán va a estar interesado en diversificar sus mercados y acceder también al mercado europeo”.

Lo cierto es que la Unión Europea se está quedando cada vez más relegada en la instrumentación de una efectiva política de seguridad energética, situación que Prislan atribuye en gran parte a la “incompetencia de los Estados miembros para lograr acuerdos y hablar con una sola voz”. Si sumamos a este escenario la decisión de grandes grupos energéticos -como el ENI italiano, los franceses GDF/Suez y EDF y los alemanes Wintershall y E.ON Ruhrgas- de asociarse con Gazprom para llevar adelante nuevos proyectos que acentúan la dependencia del gas ruso, difícilmente el Viejo Continente alcance en el corto plazo el objetivo de de diversificar sus fuentes de aprovisionamiento de gas, planteado por la propia Comisión Europea en su plan estratégico “Energía 2020”.

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