Es la primera licenciada en Astronomía del país, publicó más de 200 artículos científicos, y, gracias a uno de sus descubrimientos, una galaxia fue bautizada con su nombre. Historia de una mujer que soñó con el cielo y logró alcanzarlo. Por Susana Rigoz
Una niña de Loreto, un pueblo pequeño de Santiago del Estero, que leía las revistas Billiken y Mundo Infantil, y a la que le llamaba la atención el cielo. Una adolescente que supo que su destino era la astronomía. Una mujer que consiguió ser la primera astrónoma del país y llegó a dar nombre a una galaxia. La historia de Miriani Pastoriza parece salida de una película: hija de una maestra que quedó viuda muy joven, se esforzó para llevar adelante sus estudios en la provincia de Córdoba, trabajó como profesional en su área, fue madre de dos hijos y nunca dejó de perseguir su sueño, el de ser una estudiosa del espacio.
Exiliada en los tiempos de la dictadura, vive desde hace más de cuarenta años en Brasil, y no fue hasta hace dos años que logró cerrar viejas heridas cuando recibió un doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Córdoba, su casa de estudios. Su historia refleja la realidad de muchos intelectuales quienes, lejos de ser valorados, fueron relegados dentro de su propio país.
-Cuénteme cómo era el Loreto de su infancia.
–Era un pueblito pequeño de alrededor de 5000 habitantes, típico del interior de Santiago del Estero: con su plaza principal, su iglesia, el edificio de la municipalidad, la estación de ómnibus y, al lado, una biblioteca. Eso era algo muy interesante, una referencia para los niños porque había muchos libros de cuentos, entre ellos, toda la colección de Constancio C. Vigil. Mi madre era maestra y mi padre –que falleció cuando yo tenía cuatro años– fue uno de los intendentes del pueblo.
-¿Cuándo comenzó su interés en la astronomía?
–Desde los siete años, me gustaba leer Billiken y Mundo Infantil, revistas donde, además de historietas y chistes, había material sobre ciencia y algo de astronomía. Ya en ese entonces me empezó a llamar la atención el cielo, quizás porque debido al intenso calor del verano mi madre sacaba unos catres al patio y dormíamos al sereno, mirando las estrellas. Comencé entonces a ver las constelaciones y, cuando en una de esas revistas apareció la Teoría de Lemaître, un sacerdote belga que enunció la posibilidad del átomo primitivo, es decir que toda la materia del universo estaba reunida en un punto, me deslumbró.
-¿Tenía con quién conversar sobre esos temas?
-Después de leer la Teoría de Lemaître, se la comenté al cura de la iglesia donde íbamos cotidianamente y cuestioné la versión bíblica sobre la creación del mundo en siete días. Su respuesta fue que no debía pensar en esas cosas y eso contribuyó a incrementar mi curiosidad hasta que me transformé en una persona completamente atea. Incluso, tenía una amiga que sigue siendo parte de mis afectos más íntimos que era extremadamente religiosa y vivíamos discutiendo acerca de la existencia o no de Dios. Estábamos empezando la secundaria y yo pensaba que a través de la astronomía iba a poder explicar todo. Después me di cuenta de que nunca se encuentra una verdad absoluta.
UNA VOCACIÓN A PRUEBA DE TODO

-¿Cómo fueron los comienzos en la universidad?
-En un principio, pareció una empresa casi imposible, debido a que solo se podía estudiar en la Universidad de La Plata, y mi madre no podía costearme los estudios tan lejos. Pero cuando estaba finalizando la escuela media se creó la Facultad de Matemática, Astronomía y Física, IMAF, en la Universidad de Córdoba. Durante el curso de ingreso, me di cuenta de las falencias en mi formación, muy alejada de la que tenían mis compañeros. Pero no me amedrentó y estudié todo el verano para ponerme a tono y rendir el examen final que por suerte aprobé, aunque no conseguí la beca que se otorgaba a los mejores promedios. El primer año fue muy duro, muchos abandonaron y al siguiente fui la única mujer de las seis o siete iniciales que siguió adelante. Fue un esfuerzo enorme, pero yo estaba convencida de lo que quería y también era consciente de que debía estar a la altura del gran sacrificio que estaba haciendo mi familia.
-¿Enviar a una hija a estudiar una carrera universitaria a otra provincia era usual?
–Mi madre era una especie de adelantada. De hecho, mi abuela también había enviado a estudiar a sus hijas. Diría que en mi familia, en general, se le daba una gran importancia a la cultura. Mi padre era periodista y su hermano había sido diputado.
-¿Cuál fue el primer trabajo dentro de su especialidad?
-Cuando estaba en tercer año de mi carrera, me dieron un cargo en el Observatorio Astronómico, en el que me desempeñé hasta terminar la licenciatura. Después, a través de un concurso, fui jefa de Trabajos Prácticos del IMAF.
-¿Era complejo ser mujer en esa profesión?
-Sí. Yo me especialicé en astronomía extragaláctica, y las observaciones se realizaban en el Observatorio Bosque Alegre, ubicado en la montaña a unos sesenta kilómetros de Córdoba Capital. Fue necesario conseguir una autorización del rector para poder ir a realizar observaciones, pero a partir de entonces no tuve problemas.
-¿Cuál fue el siguiente paso de su carrera?
-Después de terminar la licenciatura y asesorada por mi orientador, José Luis Sérsic, viajé a los Estados Unidos donde permanecí un año (en Arizona y Texas). Yo estaba casada y tenía una hija. Mi marido era astrónomo, por lo cual, pensé que no iba a tener problemas, pero me equivoqué, él no quiso acompañarme y viajé con mi madre quien me ayudó a cuidar a mi hija mientras trabajaba. Al regresar, se acabó el matrimonio. La verdad es que es difícil la vida de una mujer que no renuncia a lo que cree, muchas, ante una situación de esa índole, priorizan en una especie de autocensura otras cosas.

-Después vino el doctorado.
–Defendí mi tesis en 1973, una época muy compleja desde el punto de vista político. Yo tenía ideas de izquierda y formé parte de un grupo que creó el sindicato de profesores de la Universidad de Córdoba, que buscaba la igualdad de oportunidades de todos los docentes. Luego del golpe militar de 1976, me aplicaron, como a muchos, la Ley de Prescindibilidad, me quedé sin trabajo y mi compañero de entonces, padre de mi hijo, fue secuestrado durante un año y medio. Yo me refugié en Santiago del Estero hasta que en 1978, conseguido el pasaporte, tuve la oportunidad de viajar a Brasil con mi familia. Allí me ofrecieron trabajar en el recién creado Departamento de Astronomía, en la segunda universidad nacional en tamaño e importancia en Brasil y, a partir de entonces, se me abrieron todas las puertas.
RENOMBRE GALÁCTICO
-¿Cuáles fueron los hitos más importantes de su carrera?
-Los dos trabajos de mayor impacto fueron en Argentina. Durante la licenciatura observamos con mi orientador las características de un tipo de galaxias (espirales barradas) en cuya región nuclear se forman estrellas de manera activa. Este descubrimiento generó un gran impacto porque hasta entonces se pensaba que los núcleos estaban compuestos de estrellas viejas y esa fue la razón por la cual esas galaxias fueron bautizadas con nuestros apellidos: “Sérsic-Pastoriza”. Otra observación importante fue la del espectro variable de una galaxia que indica que su núcleo está en evolución permanente y que emite una cantidad de energía equivalente a miles de millones de soles. Llamó tanto la atención que mis colegas afirmaron que me había equivocado, pero en realidad, fue el segundo registro de variabilidad espectral de una galaxia.
-¿Nunca pensó en regresar?
–Claro que lo pensé. La realidad es que después del 76, más de 1500 profesores quedamos afuera de la universidad y los cargos nos fueron devueltos en 1983. Pero fue engañoso. En mi caso, por ejemplo, pese a que ya tenía el doctorado y más de 70 publicaciones internacionales, me proponían ser auxiliar de cátedra donde los titulares eran jóvenes que habían sido alumnos míos. Era inaceptable, por lo cual pedí que me avisaran cuando hubiera un concurso, pero nunca lo hicieron. Más adelante intenté ingresar al Conicet, pero un alto funcionario, aunque había alcanzado la máxima categoría como investigadora en el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil, me dijo que no tenía el currículo suficiente.
-Por último, si tuviera que elegir uno entre los múltiples premios y reconocimientos obtenidos a lo largo de su carrera, ¿cuál sería?
–Me emocionó muchísimo el título de doctor honoris causa que me otorgó la Universidad de Córdoba en 2018. Yo jamás en mi vida había pensado en irme de mi país, ni siquiera cuando tuve la oportunidad de hacer el doctorado en los Estados Unidos. Por eso, ese reconocimiento me hizo sentir completa como argentina y de algún modo me permitió reconciliarme con mis fantasmas.
LEA MÁS
Franco Mazzocca: “Todo lo que haga tiene que volver a la comunidad”