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Rupturas al pensamiento único

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Más allá de los últimos cruces discursivos y diplomáticos entre los gobiernos de Argentina y el Reino Unido, el 30 aniversario del Conflicto del Atlántico Sur descubrió posiciones divergentes a los cánones instalados en uno y otro país.

El 30º aniversario de la guerra de Malvinas marcó su presencia con todo. Duros discursos cruzados, bloqueo en los puertos de la región a barcos con la insignia de las islas, acusaciones de colonialismo, el envío de un moderno destructor, la estadía del príncipe Guillermo en la base militar, y hasta estrellas del mundo del cine y de la música marcaron la agenda respecto a la soberanía de las islas durante los últimos meses. No es novedad que los números tienen propiedades mágicas, pero pareciera que esta vez, la efeméride “redonda” hace valer su peso y actúa como un despertador para diferentes debates que subyacen a la cuestión malvinera. En uno y otro bando.

La última controversia al momento del cierre de la presente edición se dio cuando la ministra de Producción, Deborah Giorgi, buscó persuadir a empresarios e industriales de no importar productos británicos, por orden presidencial. La reacción de Downing Street no tardó en llegar: la Cancillería británica convocó al encargado de negocios argentino en aquel país para dar explicaciones al respecto. Según los ingleses, estas conductas anticomerciales “también preocupan a la Unión Europea”. La amenaza, en clave diplomática, es que Argentina sufra represalias económicas no solo de Gran Bretaña, sino de todo el bloque europeo.

ES UN SENTIMIENTO

En Argentina, las palabras Malvinas y sentimiento son prácticamente sinónimos. Una larga tradición indica que las islas son incuestionablemente parte del territorio soberano nacional, y hay argumentos para esto. Sin entrar en detalles jurídicos e históricos, básicamente las Malvinas se encuentran en la misma plataforma continental de nuestro país, de allí la pertenencia geográfica, y, al haber formado parte del Virreinato del Río de la Plata, fueron heredadas naturalmente por la administración del país naciente como parte de su extensión territorial. Además, la población que expulsó Inglaterra cuando ocupó el archipiélago en 1833 era argentina.

Esos son los argumentos que está haciendo valer el Gobierno nacional con firmeza, pero siempre por vías pacíficas. El consenso tácito también indica que la guerra fue una excepción propia a un gobierno militar ilegal para una causa legítima. Argentina insiste en tratar el tema en los foros internacionales, sin reconocer a los kelpers como una tercera pata de la negociación. En ese sentido, el mes pasado, el canciller argentino Héctor Timerman aceptó formalmente el ofrecimiento de mediación entre Argentina y Gran Bretaña, realizado por el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nassir Abdulaziz Al-Nasser.

Sin meterse en la estrategia del gobierno, el analista internacional Jorge Castro aseguró que el nuevo contexto mundial surgido tras la crisis global de 2008/2009 “le ofrece a la Argentina las mejores posibilidades para avanzar en sus posiciones sobre la cuestión Malvinas de los últimos veinte años”. Sucede que el mapa del crecimiento económico posiciona al frente a nuevos actores como China, India y Brasil. En ese marco, a Sudamérica le espera un rol protagónico como bloque en lo que hace al comercio y las inversiones. Por ello, para Castro, Argentina podría hacer valer su condición de Estado miembro del G-20 para negociar la cuestión Malvinas. “La Argentina es ahora un país relevante, en su condición de gran productor mundial de alimentos, en el momento en que la cuestión alimentaria se ha transformado en el punto principal de la agenda internacional, sobre todo en el G-20”, afirmó el analista en una columna publicada en el diario Clarín.

OTRA CORRIENTE

Pero no todo es armonía de pensamiento respecto a la cuestión en Argentina. Hace pocos días, un grupo nutrido de figuras del pensamiento filosófico y político presentó un escrito bajo el título “Malvinas, una visión alternativa”, en el que se desafía el canon establecido sobre el tema. Entre los firmantes se cuentan los intelectuales Beatriz Sarlo, Juan José Sebreli, Santiago Kovadloff, Rafael Fillipeli, Emilio de Ipola, Vicente Palermo, Marcos Novaro y Eduardo Antón; los periodistas Jorge Lanata, Gustavo Noriega y Pepe Eliaschev; los historiadores Luis Alberto Romero e Hilda Sábato; los constitucionalistas Daniel Sabsay, Roberto Gargarella y José Miguel Onaindia; y del ex diputado nacional Fernando Iglesias.

La gran trasgresión de este grupo es romper con la idea de que los deseos de los kelpers no deben ser tenidos en cuenta a la hora de la negociación. En un artículo firmado por Luis Alberto Romero en el diario La Nación, bajo el provocador título de “¿Son realmente nuestras las Malvinas?”, el historiador expresa que le “resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino”. Y prosigue: “Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos. Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos o ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado”.

EN GRAN BRETAÑA TAMBIÉN

En Inglaterra tampoco el pensamiento es único. Por un lado, los números acompañan lo que para ellos sería “la causa Falklands”: según un relevamiento de la consultora inglesa ComRes, el 61% de los británicos estuvo de acuerdo con que el gobierno de aquel país mantuviera todas las acciones abiertas, incluso las militares, en respuesta a una posible amenaza de invasión en las islas. Entre los jóvenes, el consenso acerca de los derechos británicos sobre las islas también parece bastante claro. En un encuentro organizado por el Parlamento de las Juventudes, un simulacro del poder legislativo para adolescentes, el 23% opinó que las islas deben ser del Reino Unido, el 17% aprobó que siga como un Territorio Británico de Ultramar, el 7% defendió la posición argentina y el 3% estuvo de acuerdo con la independencia.

Es entendible. La guerra no es algo que haya quedado en el pasado para los ingleses como tal vez uno pudiera pensar. Fue un conflicto que dejó como saldo el mayor número de bajas inglesas desde la Segunda Guerra Mundial, más que las guerras de Irak y Afganistán sumadas. Además, tal como señala Jorge Castro en su artículo, “el Atlántico Sur ha dejado de ser el ‘mar vacío’ que era en 1982”. En la actualidad es un mar transnacionalizado y atravesado por diferentes intereses fruto de su condición de última reserva ictícola del mundo y zona pasible de contener grandes reservas de petróleo.

A pesar de esto, varias voces, entre ellos formadores de opinión, se atrevieron a desafiar el rebrote conservador que se evidenció en los discursos del gobierno de David Cameron. Uno de ellos fue el periodista del diario The Guardian Peter Preston, quien a través de un artículo titulado “Deshacerse de las Malvinas”, argumentó que no tiene sentido económico o político aferrarse a las islas, aunque nadie enfrentará la realidad. En tiempos de crisis, el excedente en gastos se pone bajo lupa. En el mismo artículo, Preston se pregunta: “¿Cuánto cuesta mantener abierto el aeropuerto, defendido por cuatro [aviones] Typhoons, tres estaciones de radar, varias unidades de artillería, y más o menos mil militares en tierra? No te olvides del campo de golf y la piscina antes de agregar un destructor de clase Handy, un par de barcos patrulleros y un submarino en alguna parte. No te olvides también de las absurdamente largas líneas de suministro”.

Otro comunicador, Paul Routledge, de The Daily Mirror, también fue incisivo: “¿Por qué una pequeña colección de rocas, en su mayoría inhabitadas, en el Atlántico Sur y con la población de una pequeña villa inglesa determina la política del gobierno británico a perpetuidad?”.

Pero no fueron solo periodistas los que se ocuparon del tema. La académica y escritora Germaine Greer apuntó a la situación actual de los isleños, la que calificó de anómala y como un tema a resolver. La idea de Greer es darles un lugar en la Cámara de los Comunes para que formen realmente parte del Reino Unido, lo que los obligaría a pagar impuestos como el resto de los británicos y a compartir con ellos las ganancias por las licencias pesqueras y una eventual regalía petrolera. Por su parte, Caroline Lucas, primera parlamentaria del Partido Verde, dijo que las Malvinas son “un caso clásico de colonialismo” del cual Gran Bretaña tiene pocas razones para sentirse particularmente orgullosa. “Tenemos que contemplar la posibilidad de entablar el diálogo con la Argentina sobre este tema, especialmente en el ámbito de las Naciones Unidas”, sostuvo.

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