A pesar de ciertos avances en las últimas dos décadas en la lucha contra el hambre, aún hay en el mundo 795 millones de personas subalimentadas. Para entender los principales desafíos que enfrentan el planeta y nuestra región en particular, DEF consultó a expertos, funcionarios de organismos multilaterales y responsables locales de los programas de seguridad alimentaria.
Uno de cada nueve habitantes del planeta no dispone de alimentos suficientes para llevar una vida saludable y activa. La gran mayoría de ellos reside en países en vías de desarrollo, donde el 12,9% de la población se encuentra subalimentada. La situación más dramática es la que se vive en el África subsahariana, donde se calcula que este drama afecta al 23,2% de la población. Se considera subalimentada a aquella persona cuyo consumo de energía alimentaria se encuentra por debajo del aporte mínimo necesario. Traducido en dinero, siguiendo estimaciones de Naciones Unidas, se necesitan 1,25 dólares por día para superar el hambre crónica y al menos 1,75 dólares diarios para acceder a una dieta más variada, equilibrada y saludable que le proporcione un mejor acceso a micronutrientes, oligoelementos, vitaminas y minerales.
Un problema netamente político
“La existencia de hambre en un mundo caracterizado por la abundancia no solo es una vergüenza moral; es también una torpeza desde el punto de vista económico”, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que define la “seguridad alimentaria” como “el acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan las necesidades energéticas diarias”. La definición de la FAO incluye la disponibilidad de alimentos en cantidades suficientes y de una calidad adecuada, el acceso a una alimentación nutritiva, la utilización biológica de los mismos, de manera de satisfacer todas las necesidades fisiológicas, y la estabilidad del suministro, de tal modo de sortear crisis repentinas o acontecimientos cíclicos de escasez.
“El hambre en sí no es un problema técnico, sino de asignación de recursos y eso lo convierte en una cuestión política”, afirmó el líder del equipo de Derecho a la Alimentación de la FAO, Juan Carlos García Cebolla, en diálogo con DEF. “Hoy en día contamos con la capacidad técnica, ya que estamos produciendo alimentos más que suficientes para alimentar a la población mundial –explicó–. Sin embargo, no se van a lograr los efectos deseados si no existe una política definida y no se asignan los recursos financieros y humanos para implementarla”. Para ello, completó, “el compromiso político debe ser coherente y sostenido en el tiempo”.
“Alcanzar el hambre cero parece una meta demasiado ambiciosa, pero afortunadamente la historia ha sido testigo de logros de gran envergadura que nos demuestran que, con la determinación y la voluntad política suficiente, (casi) todo es posible”, señaló, por su parte, el director de la FAO, José Graziano da Silva, en una reciente columna publicada en el diario El País de Madrid. “Nuestra generación debe ser la generación Hambre Cero, la que acabe con esta lacra inadmisible y que lastra el desarrollo de nuestro planeta”, añadió.
De los Objetivos del Milenio a la Agenda 2030
En septiembre de 2015, en el marco de la 70º Asamblea General de la ONU, se aprobó la denominada “Agenda 2030” con diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).Se trata de la continuidad de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que habían sido establecidos en ese mismo ámbito en septiembre de 2000. Entre estos últimos, se encontraba el compromiso de “reducir a la mitad, para el año 2015, el porcentaje de personas que padezcan hambre”. Según la FAO, esa meta ya ha sido alcanzada por 72 de 129 países en vías de desarrollo. De ellos, 29 han logrado además la meta de reducir a la mitad el número total de población que padece hambre y otros doce han mantenido la tasa de subnutrición por debajo del 5% desde 1990.
Ahora la ONU se propone un objetivo mucho más ambicioso: la erradicación total del hambre. En esa dirección se aprobó el 1º de abril de este año una nueva resolución de la Asamblea General que proclamó el período 2016-2025 como “Decenio de las Naciones Unidas de Acción sobre la Nutrición”. Consultado sobre la factibilidad de alcanzar esa meta, García Cebolla aseguró que “existen capacidades técnicas para lograrlo, de manera tal que si los países consiguen generar consensos para generar las políticas correctas y destinan a ellas los recursos adecuados, es posible alcanzarla”. “Mientras no erradiquemos la desnutrición crónica infantil y atajemos el problema de la inseguridad alimentaria en la gestación y en la primera infancia, generamos una carga impresionante hacia el futuro”, sentenció, al tiempo que alertó que este drama social supone “un costo invisible que lastra la posibilidad de desarrollo de un país”.
“Para lograr el objetivo del hambre cero lo antes posible es necesario que se proporcionen rápidamente ingresos adicionales a los pobres para que puedan conseguir una alimentación suficiente”, sugiere el más reciente trabajo publicado por la FAO, en conjunto con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA). Allí se calculaba que entre 2016 y 2030 se necesitará un promedio de 67.000 millones de dólares por año para acabar con el hambre en el planeta; en tanto que se calculaba una inversión adicional media anual de 198.000 millones de dólares para generar los ingresos que permitan a las personas mantenerse definitivamente fuera de la pobreza y evitar seguir dependiendo de la protección social después de 2030, lo que equivale aproximadamente al 0,3% del PBI mundial.
África subsahariana: el desafío más urgente
Según consigna la FAO en su informe “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2015”, la prevalencia de la subalimentación en el África subsahariana es la más alta de todas las regiones y la segunda más grande en términos absolutos, con 220 millones de personas en esa situación. El organismo precisó que la reducción del hambre en la región había dado muestras de ciertos progresos durante el primer lustro del presente siglo, pero “se desaceleró en los años siguientes a causa de diversos factores, como el encarecimiento de los alimentos, las sequías y la inestabilidad política de algunos países”. “Cuando hablamos del África subsahariana cometemos algunas imprecisiones, porque dentro de la región hay particularidades”, matizó García Cebolla, quien recordó el impacto negativo que tuvieron los procesos coloniales sobre la organización y explotación de sus recursos en esa zona del planeta.
El problema más grave se registra en el Cuerno de África, gravemente afectado por la sequía, las guerras, el terrorismo y los conflictos internos. En enero de este año, la FAO anunció un plan de emergencia para Etiopía, afectada por el fenómeno del Niño y con cerca de 10,2 millones de habitantes en situación de inseguridad alimentaria y el riesgo de que el número de afectados llegue a 18 millones a fin de año. En Somalia, que vive un conflicto interno permanente desde hace más de dos décadas, entre 2010 y 2012 hubo 250.000 muertes a causa de la hambruna y se calcula que actualmente unos 4,7 millones de personas –el 38% de la población total del país–atraviesa una situación de inseguridad alimentaria aguda. Otra gran preocupación de la comunidad internacional es la crisis que vive Sudán del Sur, un país joven que obtuvo su independencia hace apenas cinco años y se encuentra sumido en una guerra civil desde diciembre de 2013. La ONU calcula que 4,8 millones de sursudaneses–más de un tercio de su población– se enfrentan a una grave escasez de alimentos y en los últimos meses unos 150.000 se han desplazado a los países limítrofes huyendo del hambre y de la miseria.
Por su parte, la subregión que ha logrado mejores resultados en las últimas dos décadas ha sido África occidental, donde el número de personas subalimentadas se ha reducido en un 24,5%, al pasar de 44,6 a 33,7 millones. Hace dos años, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), que integran 16 países de la zona, lanzó la iniciativa “Hambre Cero”, con el objetivo de erradicar la desnutrición para el año 2025. En la misma línea, en la cumbre que tuvo lugar en Malabo (Guinea Ecuatorial) en junio de 2014, la Unión Africana (UA) aprobó una declaración en la que asumió el compromiso de lograr ese objetivo a nivel continental en la próxima década y, para conseguirlo, se propusieron duplicar la productividad agrícola y reducir a la mitad las pérdidas post-cosecha en 2025.
Significativos avances en Asia y América Latina
Siguiendo siempre los datos de la FAO, el mayor progreso en la lucha contra el hambre a nivel mundial se localiza en Asia oriental y Asia sudoriental. En la primera de ellas, el número total de personas subalimentadas ha disminuido de 295 a 145 millones entre 1990-92 y 2014-16, lo que supone una reducción del 50,9%. Mientras tanto, la población del Asia sudoriental que padece hambre pasó de 137,5 a 60,5 millones en el mismo período, lo que representa un descenso del 68,5%. Ambas subregiones, precisa la FAO, “experimentaron un crecimiento más inclusivo, lo que quiere decir que más personas pobres y vulnerables han disfrutado de sus beneficios”. Sobresale, en ese sentido, el caso de China que representa “aproximadamente dos tercios del descenso en el número de personas subalimentadas registrado en las regiones en desarrollo” en las últimas dos décadas; aun cuando “dada la magnitud de su población, continúa acogiendo a 134 millones de personas hambrientas según las estimaciones actuales y es el país que más personas subalimentadas cuenta entre sus habitantes”.
Si bien en términos absolutos las cifras no son tan contundentes, otra de las regiones que consiguió reducir drásticamente el hambre en el último ventenio ha sido América Latina y el Caribe, que pasó de 66,1 a 34,3 millones de personas subalimentadas, con lo cual la proporción de personas subalimentadas pasó del 14,7% al 5,5%. La contribución más notable ha sido la de América del Sur, que ha logrado reducir la subalimentación en un 75%, en tanto que América Central lo hizo en un 38,2%. El compromiso político ha quedado reflejado en la Iniciativa América Latina y el Caribe Sin Hambre (IALCSH), lanzada en 2005 en ocasión de la cumbre regional que tuvo lugar en Guatemala y copatrocinada por el gobierno anfitrión de Óscar Berger y por su par brasileño Lula, cuyo entonces ministro extraordinario para la Seguridad Alimentaria era el actual director de la FAO, José Graziano da Silva.
En diciembre de 2013, por su parte, los países miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y de la alianza energética Petrocaribe aprobaron un Plan de Acción para la Erradicación del Hambre y de la Pobreza. Seis meses más tarde, en junio de 2014, a través de un acuerdo firmado por la FAO y la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID), se puso en marcha la iniciativa “Mesoamérica Sin Hambre”, que involucra a siete países del istmo centroamericano (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Belice), Colombia y la República Dominicana.
Finalmente, en enero de 2015 los 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aprobaron un Plan para la Seguridad Alimentaria, la Nutrición y la Erradicación del Hambre en 2025. Siguiendo los lineamientos de la FAO, se adoptó un enfoque de “doble vía”, que consiste en implementar, por un lado, políticas destinadas a enfrentar en forma inmediata y urgente situaciones sociales complejas y, en forma complementaria, adoptar estrategias a largo plazo que permitan intervenir sobre las causas de ese drama.
“La lucha contra el hambre y la seguridad alimentaria se ha instalado en lo más alto de la agenda política regional”, subrayó el economista argentino Raúl Benítez, representante regional de la FAO. “La meta que se ha planteado la región es aún más exigente que la propuesta por los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), pero está respaldada por las proyecciones de la FAO y la OCDE”, agregó, al tiempo que consideró que se trata de “una meta posible si los gobiernos mantienen y fortalecen los esfuerzos”.
El rostro oculto del hambre en la región
Para llegar a ese ansiado objetivo del “hambre cero” en nuestra región, aún hay una serie de obstáculos por superar. En respuesta a una consulta de DEF, el director regional para América Latina y el Caribe del Programa Mundial de Alimentos (WFP), Miguel Barreto, se refirió al “nuevo rostro del hambre” que “ya no es rural, sino periurbano”. Al respecto, señaló: “De un lado, las familias pobres se establecen de forma precaria en cerros o en quebradas de las áreas urbanas, lo que incrementa su vulnerabilidad a los deslaves y desastres naturales, mientras carecen de servicios básicos como el agua potable. De otro lado, mejoran sus ingresos con trabajos temporales, pero los índices de malnutrición, principalmente anemia, se incrementan ya que no mejoran su acceso a alimentos inocuos y nutritivos”.
“En los casos en que la situación es periódica, deriva en malnutrición, donde el acceso a micronutrientes básicos se ve afectado y en desnutrición crónica en caso de que no sea tratado oportunamente”, manifestó Barreto, quien enfatizó que “las familias vulnerables experimentan lo que se conoce como hambre oculta, es decir, la deficiencia de micronutrientes en los alimentos que consumen”. Al respecto, añadió: “Los alimentos nutritivos con vitaminas y minerales son esenciales sobre todo cuando los niños son menores de dos años y cuando las madres se encuentran en período de lactancia”. En América Latina, ilustró, “la paradoja es que, a pesar de que alrededor de tres cuartas partes de los pobres y los niños con desnutrición crónica viven en esas condiciones, su situación es casi invisible”. Por eso, a su juicio, “es fundamental reforzar el componente de acceso a micronutrientes, de educación nutricional y de salud integral en las políticas de seguridad alimentaria nacionales”.
Según cálculos de la CEPAL, nuestra región pierde el equivalente al 10% de su PBI por no invertir adecuadamente en nutrición. De acuerdo con la FAO, el costo de erradicar el hambre en América Latina y el Caribe para 2030 requeriría cerca del 0,13% del PBI regional en inversiones, lo que representa cerca de 7.400 millones de dólares anuales destinados a acciones de protección social y políticas destinadas a la población más vulnerable. Desglosado en términos subregionales, habría que invertir anualmente en Sudamérica 3.500 millones, en el Caribe 2.400 millones y en Centroamérica 1.500 millones. Según Raúl Benítez, el país que mayores inversiones necesita es Haití, con un promedio del 23% anual de su PBI entre 2016 y 2030, un esfuerzo que va más allá de sus capacidades y para el cual requerirá del esfuerzo conjunto de la comunidad internacional.
Hambre y cambio climático: realidades interdependientes
Otro de los grandes retos que enfrenta el planeta, y al que nuestra región no es ajena, es el impacto del cambio climático en la seguridad alimentaria. Según señaló Miguel Barreto, siguiendo las proyecciones del Programa Mundial de Alimentos (PMA), es posible que “el cambio climático añada otro 10 a 20% al total de personas que padecen hambre a nivel mundial para el año 2050”. Tal como consignaba un estudio publicado en 2014 por la Corporación Andina de Fomento (CAF), “en el contexto del cambio climático, la prevalencia de la agricultura de subsistencia subraya los efectos directos en la seguridad alimentaria como consecuencia de los impactos adversos del cambio climático sobre la producción agrícola”.
El mayor nivel de alarma en nuestro continente, siguiendo las conclusiones de la CAF, “se concentra en los países dependientes de la agricultura en Mesoamérica y las naciones insulares más grandes del Caribe, las cuales registran alto grado de exposición relativa” al cambio climático. En alerta rojo figuran Haití, Guatemala, El Salvador, Honduras, República Dominicana, Nicaragua, Jamaica y Belice. En Sudamérica, en tanto, se mencionan los casos de Bolivia y Paraguay, debido a “la elevada degradación de los suelos en el oriente y el sur de Paraguay, el escaso potencial de producción y la mala calidad del suelo en partes al occidente de Bolivia”.
En diciembre del año pasado, por primera vez, un documento internacional vinculante relativo a la lucha contra el cambio climático –el Acuerdo de París, en el marco de la COP21– mencionó “la prioridad fundamental de salvaguardar la seguridad alimentaria y acabar con el hambre”, teniendo presente “la particular vulnerabilidad de los sistemas de producción de alimentos a los efectos adversos del cambio climático”. En esa línea, según José Graziano da Silva, “frenar el cambio climático y combatir el hambre deberían ir de la mano”. En su llamamiento a la acción, el titular de la FAO advierte que “el logro de la seguridad alimentaria y la nutrición adecuada para todos, para una población que aumenta bajo un clima cambiante y con recursos limitados, significa que tenemos que aprender a producir más con menos”.
Ese será el desafío ineludible de la próxima generación, que podría convertirse en la primera en erradicar el hambre y eliminar ese flagelo de la faz de la tierra.