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“Nos debemos una epopeya educativa”

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Lejos de la excelencia que nos transformó en un país de avanzada y modelo de la región, la educación argentina atraviesa una grave e inédita crisis. Conversamos con el doctor Alieto Guadagni. Por Susana Rigoz. Fotos: Fernando Calzada.

La escuela argentina, emblema de excelencia e igualdad de oportunidades, fue involucionando a través de los años. ¿Cómo describiría su realidad actual?

Nuestro país tiene una larga tradición educativa que registró un hecho novedoso en el año 2003, cuando comenzó una fuga de la escuela pública, algo que no había sucedido desde la sanción de la Ley 1420 de educación gratuita, común y obligatoria en 1884. De tener una matrícula pública en constante crecimiento anual, a partir de 2003 fue disminuyendo y ya se fue del primer grado estatal alrededor del 20 % de los inscriptos.

¿A qué se debe esta fuga?

Claramente el sistema educativo argentino es dual y, como lo indican todas las evaluaciones, el nivel de conocimiento de los chicos de las escuelas privadas es superior al de las escuelas públicas. En las pruebas implementadas por la Unesco a los alumnos de tercero y sexto grado –en 1997–, la Argentina salió segunda, detrás de Cuba. En la última, realizada a mediados de 2013, Cuba no se presentó, Chile obtuvo los mejores resultados y Argentina descendió al octavo lugar. El nivel de conocimiento de nuestros chicos es muy bajo, y no en comparación con Alemania o Suiza, sino con México, Perú o Chile. Este diagnóstico fue ratificado a nivel nacional por el último Operativo Aprender de 2016.

¿Qué medidas considera primordiales para fortalecer la escuela pública?

Uno de los grandes inconvenientes que tenemos en la primaria estatal es el incumplimiento fragante de la ley que dispone la jornada escolar extendida. En 2006, la Ley Nacional de Educación estableció que hacia 2010 el 30 % de los chicos debían tener jornada doble y, según un informe del Ministerio de Educación de 2013, menos del 10 % de los chicos gozan de este beneficio. Hay una gran desigualdad en la Argentina. Basta un dato para comprender de qué hablamos: mientras en la Ciudad de Buenos Aires casi el 50 % de los alumnos primarios estatales tienen jornada extendida, cruzando la avenida General Paz solo gozan de ese beneficio el 2 ó 3 %.

Estamos muy lejos de cumplir la meta establecida y lo más grave es que ni siquiera se debate cómo hacerlo. El problema de nuestro país es que las leyes no se cumplen.

Otro tema importante es que tenemos el calendario escolar más corto del mundo. Un chico  chileno o colombiano  de ciclo primario, que está cursando cuarto grado ya tuvo más horas de clase que un chico argentino. Calendario corto, sobrecargado de feriados y con huelgas que no se reponen. En estos momentos hay una gran oposición a recuperar los días de clases perdidos, hecho que ni siquiera genera una gran demanda de parte de los padres. La sociedad es bastante indiferente respecto a la escuela.

Estas medidas que menciono no aseguran una mejora en el nivel de la educación, pero sin dudas son una condición básica y necesaria para alcanzarla.

¿Cómo se entiende el bajo rendimiento escolar cuando somos uno de los países de América Latina que tiene mayor cantidad de docentes por alumnos?

Es cierto, lideramos en Latinoamérica y en muchas naciones, sin embargo eso no impacta en el nivel de conocimiento de los chicos, porque la mejora viene por la calidad y no por la cantidad. En la Argentina el régimen de formación docente es muy pobre: tenemos más de 1000 institutos terciarios cuando en los países que progresan, la docencia es una carrera universitaria. Hay que hacer una gran reforma organizativa orientada en ese sentido y lograr lo que consiguieron los países que salieron adelante como Finlandia, Corea y Ecuador, donde solo pueden ser docentes los primeros promedios de la escuela secundaria. A largo plazo, esto implica que los mejores sueldos de la administración pública estarán destinados a los docentes, pero para ello deben estar mejor capacitados. Es una reforma estructural que puede durar 10 o 15 años.

PISA, Aprender y después 

Pasando a la escuela secundaria, los resultados de las evaluaciones internacionales y nacionales, PISA y Operativo Aprender, evidencian también un muy bajo nivel de conocimientos de parte de nuestros alumnos. ¿Cuáles considera que son los principales problemas de nuestra escuela media?

La escuela secundaria tiene dos características graves: los adolescentes saben poco y hay una profunda discriminación contra los más pobres. De cada 100 niños, termina la secundaria entre 40 y 42 chicos, cifra cierta pero engañosa porque esconde una gran variable: en las escuelas privadas egresan 70 de cada 100, mientras que en las públicas solo terminan 30 de cada 100 de los que ingresan a primer grado. De los que abandonan, un altísimo porcentaje se concentra en los chicos más humildes. Si miramos las cifras por provincia, hay algunas como Misiones o Santiago del Estero donde casi todos los que van a escuelas privadas se reciben, mientras que de las estatales lo hacen un 10 o 15 %. La primera premisa entonces es cómo logramos hacer obligatoria en serio la enseñanza secundaria.

En cuanto a la  calidad de la educación nada más evidente que la prueba PISA de 2012 (no hablo de la última de 2015, porque la Argentina fue expulsada debido a que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, consideró que la muestra presentada no permitía garantizar la comparación con la evaluación de 2012), donde el 66 % de los estudiantes argentinos tiene una nota insuficiente en Matemáticas, en tanto que el promedio de ignorancia a nivel mundial es del 23 % y en los países asiáticos solo entre el 3 y el 6 %. Creo que estos son los principales problemas de la escuela secundaria.

Antes hizo referencia al Operativo Aprender que midió el aprendizaje de los estudiantes de primaria y secundaria. Este tipo de mediciones es utilizado en todos los países como herramienta para futuras decisiones de política educativa y también permite a las familias conocer la situación de la escuela a la que concurren sus hijos. En el caso de la Argentina, no se permite la difusión de los resultados por considerarla “estigmatizante”. ¿No debe ser un derecho la transparencia en la información?

Por supuesto. El Operativo Aprender fue un censo, el más grande de la Argentina, que incluyó alrededor de 500 mil alumnos de sexto grado y más de 300 mil de secundario. La imposibilidad de acceder a la información brindada está avalada por el artículo 98 de la Ley Filmus que habla de resguardar  la identidad de las instituciones. Esta prohibición no incluye a la propia escuela, por lo que los directores de las 40.000 instituciones educativas públicas y privadas tienen las evaluaciones a disposición; sin embargo, casi ninguna familia se tomó el trabajo de averiguar el resultado de su escuela en este operativo. Los padres argentinos dicen dos cosas al mismo tiempo: la primera es que la educación es un desastre; y la segunda, que el colegio al que mandan a sus hijos es fenómeno.

Esta falta real de interés por el tema se manifiesta en todos los estratos de la sociedad, incluida la clase política. 

Porque la clase dirigente es seguidora no rectora. Cuando Sarmiento y Roca hicieron la Ley de Educación 1420 no le preguntaron a la gente. Esa es la grandeza de un estadista: adelantarse a los intereses de la sociedad. La clave de la buena política es ver el futuro, y cuando el político en vez de enfocarse en eso solo mira el resultado de las próximas elecciones, estamos fritos.

Hay quienes opinan que, para que los funcionarios se involucren en la problemática educativa, deberían mandar a sus los hijos a la escuela pública.

Yo creo en la libertad de elección.

Uno de los conceptos más reiterados en los discursos políticos es el referido a la inclusión educativa. ¿No es una falacia hablar de inclusión cuando las escuelas no brindan una educación de calidad? 

Cuando usted escuche un discurso educativo exija que en lugar de enunciar objetivos hablen de medidas concretas. La inclusión está muy presente, pero sin duda no la hemos logrado. Hace unos años hubo una reunión de funcionarios públicos en Educación a la que asistí como observador. En un momento nuestra delegada dijo: “En la Argentina estamos más ocupados por la inclusión social que por la calidad”. Y la viceministro de Educación de Lula, partido de izquierda, le contestó: “¿Sabe qué pasa? En Brasil no hay tiempo para perder y nos ocupamos de las dos cosas al mismo tiempo”.

En su libro La educación argentina en el siglo XXI, usted propone, entre otras acciones destinadas a mejorar el funcionamiento escolar, que los establecimientos avancen en la autonomía de gestión. ¿Cómo se implementaría esta herramienta?

El régimen argentino es burocrático y centralizado, se gasta mucho en estructuras superiores y poco en las aulas, que es el lugar donde hay que invertir. La gran cantidad de gente con funciones fuera del aula explica la alta cifra de docentes respecto de los alumnos, porque es una estadística que comprende a todos los que están con cargos docentes: inspectores, supervisores, etc. Creo que debemos avanzar hacia un régimen en el cual el director de la escuela tenga mayores facultades que las que tiene en la actualidad y las estructuras superiores se dediquen a la programación y control, pero no a la gestión. Hay muchísimos ejemplos en el mundo donde el 20 o 25 % del currículum lo determina la propia escuela (Finlandia, por ejemplo), con una gran participación de los padres y de la cooperadora. Se trata de un modelo de alto grado de autonomía en la gestión, no en los resultados: cuanto más se delega, más se controla.

¿Cuáles son las medidas más urgentes que deberíamos implementar para cambiar un diagnóstico tan preocupante?

Para empezar a cambiar hay que difundir la realidad mostrando la radiografía y los análisis que determinan que el nivel de colesterol y triglicéridos están muy altos y que es urgente empezar una dieta. Difundir el estado de situación, decirle a nuestra clase dirigente: “Presten atención al futuro del país, miren a Brasil, a Colombia, a México. No se preocupen por Suiza y Finlandia. Miren a nuestros vecinos que se van a quedar con las inversiones porque van a tener una fuerza laboral mejor capacitada”. ¿Cómo vamos a salir de la pobreza sin desarrollo pujante futuro y cómo vamos a alcanzarlo si no hay inversiones de riesgo que buscan, en el siglo de la ciencia y la tecnología, el capital requerido?

El ciclo superior 

¿Cómo ve la situación de la universidad?

El sistema nuestro está armado para no tener graduados universitarios. Argentina es el país de América Latina que tiene más estudiantes secundarios en proporción a la población y, sin embargo, es el que tiene menos egresados. Brasil gradúa 80 % más que nosotros; Chile, 70 %; Colombia, 110 % y México, 60 % más. ¿Cómo se explican estos números? Es sencillo, todos ellos –al igual que más de 100 países del mundo– para pasar de la escuela secundaria a la universidad deben dar un examen de validación.

Hay gente que opina que eso es sinónimo de restringir. Restringe el que hace ingreso irrestricto, porque el mensaje que manda a los estudiantes del último año del secundario es que no es importante estudiar para ir a la universidad. Nosotros tenemos un tremendo problema de deserción en la universidad. La mitad de los estudiantes no aprueba más de una materia cuatrimestral después de estar un año. Carecen de metodología y disciplina de estudio. De cada 100 que ingresan a una universidad privada se van a recibir 40, y 60 van a desertar. En una universidad pública, a mismo ingreso, los valores son de 28 y 72, respectivamente..

¿Cómo evitar la cronicidad de esos alumnos que permanecen indefinidamente?

Insisto: hay que hacer lo mismo que hacen la mayoría de los países del mundo: exámenes de graduación secundaria, sobre cuyo puntaje las facultades determinan el ingreso. En Brasil en un par de meses lo van a dar ocho millones de pibes que, quizás, no se vayan a Bariloche o a Cancún. Este sistema existe en los tres países –China, Vietnam y Cuba– donde gobierna el partido comunista. También existe en Ecuador y Nicaragua, donde hay gobiernos revolucionarios. En los únicos países latinoamericanos donde no se implementa es en Argentina y Uruguay. También en Francia, Marruecos, El Congo, Nigeria, África del Sur, Malasia. En síntesis, en todo el mundo.

El único país que tiene una ley con ingreso irrestricto es la República Argentina y por eso es el que tiene menos graduados. Es lo mismo que uno diga que en un año se va a correr una maratón pero que no hay que entrenarse. No lo hacen, salen a correr y a los dos kilómetros abandonan.

¿Cuáles son los principales problemas que debemos afrontar?

Son tres: primero, no tenemos graduados universitarios. Segundo, no tenemos egresados en carreras científicas y tecnológicas (ciencias, matemáticas, ingenierías). Le doy una sola cifra: tenemos 120 mil graduados, de los cuales alrededor de 60.000 pertenecen al área de ciencias sociales. Ingenieros hidráulicos, 5. Todo el mundo habla de Vaca Muerta, pero nuestros ingenieros en petróleo no pasan de 30. En definitiva, nuestra matrícula universitaria es del siglo XIX no del XXI. Y tercero, no hay pobres en la universidad, porque la gratuidad a los pobres no les alcanza y a los ricos les sobra. Dicho de otro modo, es un buen mecanismo de transferencia de ingresos a los más acomodados que son quienes predominan en la universidad y que en su mayoría vienen de escuelas privadas. Yo propongo copiar el modelo uruguayo, el Fondo de Solidaridad Universitaria, que le permite a la universidad uruguaya becar con 280 dólares por mes al 20 % de sus estudiantes. ¿Quién paga? ¿Los contribuyentes que en su gran mayoría no van a ir a la universidad? No, los graduados universitarios, que aportan 120 dólares por año por toda su vida profesional. Pero para eso hay que tener un espíritu solidario y en la Argentina cada vez que se quiso implementar esta propuesta fue automáticamente abortada porque no se consideraba políticamente viable.

Hablando de la gratuidad universitaria, un tema de debate permanente es el de la situación de los extranjeros que estudian en el país. ¿Qué opina al respecto?

Los inmigrantes en nuestro país tienen el mismo beneficio que los argentinos. En Uruguay, por ejemplo, no es así, para poder ingresar a la Universidad de la República, salvo en el caso de los exiliados políticos por alguna dictadura, se exige una residencia mínima de tres años en el país. Entonces sí acceden a la gratuidad como los uruguayos. En el resto de los países –Brasil, Colombia, México, Chile– no pueden hacerlo porque deben dar los exámenes de evaluación secundaria.

Usted mencionó la ausencia de graduados en carreras científicas y tecnológicas. ¿Es posible planificar la matrícula universitaria? 

Claro que se puede. Es algo que se hace en todo el mundo a través de becas o plazas. ¿Por qué no lo hacemos nosotros? Porque carecemos de los instrumentos necesarios. La manera más eficaz sería concentrar las becas y ayudas económicas en estas carreras, pero sin régimen de financiamiento es imposible.

¿Cómo revertir esta situación?

Con políticas, pero para eso es necesario que haya una demanda social y, lamentablemente, la sociedad argentina no está madura para pedir una mejora en la educación ni asumió el tremendo desafío que implica el futuro. Estamos mandando al difícil mundo globalizado actual a adolescentes que van a tener serios problemas por una razón muy sencilla: en el siglo XXI progresan los países que tienen recursos humanos capitalizados con buena educación, no los que tienen recursos naturales. Argentina no sale adelante con Vaca Muerta, lo hace con un buen sistema educativo, como lo demuestra el caso de Corea que, sin tener nada, tiene mucho mejor nivel de vida que Nigeria al que le sale el petróleo por las orejas.

¿Es optimista?

Siempre hay que serlo porque si no, no se puede trabajar. Esa es una idea que le robé a Noam Chomsky. Si creyera que un problema es insoluble no tendría la voluntad de cooperar en su solución.

Y detrás de esa definición, ¿cómo lo ve realmente?

Creo que debemos realizar una verdadera epopeya educativa. Necesitamos convencer a la clase dirigente de que asuma la realidad y vaya más allá de lo que pretende la sociedad. Un estadista es el que mira el futuro, el que se preocupa por pensar dónde va a estar la argentina en 2050, porque ese es el país de los chicos que hoy tienen 10 años. ¿Cómo será el país en el que van a vivir? ¿Qué les vamos a dejar? Ese fue el gran sueño de Sarmiento. El la tenía tan clara que cuando vio llegar a los inmigrantes dijo: “Los hijos de estos nos van a gobernar”. Y no se equivocó, los últimos cinco presidentes son hijos de inmigrantes de primera generación. Tiene una frase con la que bien podemos cerrar el reportaje: “Por cada escuela que se abre se cierra una cárcel”.

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