Dicen que la palabra más escuchada durante los combates de la Guerra de Malvinas fue “mamá”. El conflicto separó a 649 argentinos de sus familias. Desde entonces, esas madres conviven con el dolor y la nostalgia. “Yo voy a dejar de pensar en esto el día que cierre los ojos y me vuelva a unir con él”, confesó a DEF una de las mujeres.
Por: Patricia Fernández Mainardi
Hace 41 años conviven con el dolor más grande que una madre puede experimentar: la pérdida de un hijo. Tuvieron que llorarlos a la distancia y pedir ayuda para visitar sus tumbas en territorio argentino, aunque usurpado por una potencia. Nunca nada les fue fácil.
Dicen que la palabra más escuchada en los combates de Malvinas, a veces hasta en modo de lamento, era mamá. Vicente Martínez Torrens, un capellán que fue a la Guerra, hace tiempo contó a DEF que, incluso, los soldados les pedían Rosarios para enviarles, a modo de regalo, a sus madres. Otro Veterano fue categórico: los chicos que lo dieron todo, tenían valores únicos. No los habían aprendido en las Fuerzas Armadas, los traían desde su casa. Fueron transmitidos por sus padres. El amor que recibieron en su infancia, es el mismo que ellos dieron por la defensa de nuestra soberanía en las Malvinas.
¿Qué sienten y quiénes son esas madres a quienes, hace 41 años, una guerra les quitó a sus hijos? DEF dialogó con dos de ellas durante el fin de semana del Día de la Madre.

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Un pedido de último momento y una mala jugada del destino: la historia de Marcelo Daniel Massad
Marco en el teléfono un número con característica de Lobos, provincia de Buenos Aires. Suena hasta que finalmente atiende una mujer: “¿Hablo con Dalal Massad?”, le pregunto. Del otro lado, me saludan. Es ella. Le consulto si puedo hablar sobre su hijo, Marcelo Daniel Massad, y acepta sin dudarlo. Quiere saber si soy alumna del colegio al que asistió él, en Banfield. Le comento que no, hace varios años terminé la secundaria. “Trabajo en la revista DEF”, le digo. Está de acuerdo, el año pasado -comenta- su casa se llenó de periodistas: se cumplían 40 años de la Guerra de Malvinas.
Marcelo era soldado del Regimiento de Infantería Mecanizado 7, tenía 18 años y era el mayor de tres hermanos (y el único varón). “Quería seguir economía, así que se anotó en la facultad. Pero tuvo que hacer el servicio militar”, cuenta su madre. El 5 de abril de 1982, una vez finalizado el período en el Ejército, fue a buscar su documento de identidad al Regimiento y el destino le jugó una mala pasada. “¿Te podes quedar unos días más?”, le preguntaron. “Él era un chico muy bueno, y aceptó”, recuerda Dalal.

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“Había que replegar, pero decidió quedarse para defender a los que estaban con él”
Una noche de abril sonó el teléfono en lo de los Massad. Era Daniel, se comunicaba para avisarles que iba a ir con el Regimiento a Malvinas. “Fuimos a verlo, estábamos preocupados, pero intentamos no demostrarlo, más que nada por mis hijas, que eran jovencitas”, confiesa, al tiempo que comenta que nunca imaginaron las consecuencias de ese viaje. Le pregunto si, en aquel momento, no se le cruzó por la cabeza evitar ese traslado. Dalal no lo duda ni un segundo: “Él no lo hubiese permitido”.
El 11 de junio de 1982 tuvo lugar el combate de Monte Longdon, en las Malvinas. Uno de los más desafiantes para el Ejército Argentino. Allí estaba Daniel. “Había que replegar, pero decidió quedarse para defender a los que estaban con él y seguir adelante con ellos. Fue una decisión tomada desde el corazón. Murió ahí, combatiendo por sus amigos”, relata Dalal. A la madrugada un compañero de Daniel se comunicó con el matrimonio Massad y les dijo que podían acercarse a la Unidad, pues estaban esperando noticias. “Ahí nos dijo la verdad. Acepté”, dice, y agrega: “El cuarto sigue intacto. Es un dolor muy grande, pero las cosas son así”.

La maternidad interrumpida por la guerra
¿Cómo es ser madre y tener a un hijo en la guerra?, consulté y Dalal responde: “Yo rezaba mucho. Soy una persona de muchísima fe”.
El 11 de junio pasado, al cumplirse un nuevo aniversario del Combate, los Massad asistieron a una ceremonia en el Regimiento 7. Ella fue una de las oradoras: al agarrar el micrófono contó que su hijo fue a Malvinas porque le pidieron que se quedara unos días más. “Yo no sabía que detrás de mí, en el acto, había un oficial del Ejército. Terminé de hablar, y aún con lágrimas en los ojos, esa persona se acercó, me abrazó y me pidió disculpas. Me dijo que él había sido quien hizo el pedido. El también tenía lágrimas en los ojos. No me dejaba de pedir perdón”, cuenta.
Al tiempo que agrega: “Yo le dije que Dani era así y que estaba marcado. Y, como soy creyente, para mí fue la voluntad de Dios. Con mi marido le dimos la fuerza para que no cargue con esa culpa”.

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El hogar de los Massad: “Acá siempre le enseñamos buenos valores, sobre todo el respeto”
“Dani dejó un vacío tremendo”, dice Dalal. Lo recuerda siempre, pero hay un momento que quedó grabado para siempre en su corazón: “Un día llegó de un viaje. Yo estaba cocinando. Entró y yo no lo escuché porque tenía el televisor encendido. Vino corriendo, me agarró de la cintura, y me abrazó”.
“Acá siempre le enseñamos buenos valores, sobre todo el respeto. Dani era muy querido. Los amigos siempre venían a casa y me decían que él era el mejor compañero y que, si se peleaban, era quien los calmaba y unía. Los hacía mejores. Pero él siempre fue así, con sus hermanas y con nosotros también”, finaliza Dalal. Pasaron más de dos décadas desde aquel trágico 11 de junio de 1982, el dolor de esta madre de la Patria sigue intacto.

Un mal sueño: Nélida, una mamá que todavía llora a su hijo Horacio Echave
Horacio José Echave era oriundo de Bolívar, provincia de Buenos Aires. A los dos años, él y sus padres se mudaron a pocos kilómetros, a la localidad de Lobos.
Al alcanzar la mayoría de edad, Horacio tuvo que hacer el servicio militar obligatorio: le tocó el Regimiento de Infantería 6, en la ciudad bonaerense de Mercedes. “Recuerdo que cuando comenzó la Guerra me dijo que iba a con su Unidad. Yo le dije que no, y le pregunté quién le había hecho creer eso. Yo no creía, pero en el Regimiento ya lo sabían todos”, cuenta Nélida Esther Montoya, su mamá.
Ella pudo despedirse de su hijo mayor, quien, el día 12 de abril de 1982, salió rumbo a las Islas. “Era domingo de Pascuas. Llevamos comida y compartimos un momento con él. De todas maneras, nunca nos imaginamos lo que iba a suceder luego. Es como un sueño, hasta el día de hoy lo vivo así”, dice.

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El recuerdo de Horacio Echave y las cartas que Nélida prefiere no leer
Nélida, también mamá de dos mujeres, nunca llegó a darle la noticia: estaba embarazada. “Nunca supo que tuvo un hermanito varón que, días atrás, cumplió 41 años”, cuenta. Su hijo menor nació tras la pérdida del mayor y hoy tiene la edad de la guerra.
¿Cómo fue ser mamá durante la Guerra de Malvinas?, consulté. “Yo tenía esperanza. Me la pasaba mirando televisión y escuchando la radio. Nos mandábamos cartas, que aún conservo. En ellas me contaba que tomaba mate con sus compañeros, en algo relacionado con las granadas”, responde Nélida, quien cuenta que prefiere no volver a leer esas cartas porque le generan angustia. “Él me decía que estaban bien, contentos, y que se la pasaban comiendo corderos de los kelpers, ya sea hervido o asado”, recuerda.

“Me enojé hasta con Dios”: la impotencia de perder a un hijo en la Guerra
Nélida tiene 80 años. Durante la charla cuenta que no anda muy bien y reniega por su andador. “Ando a la miseria”, me dice. Pero es una mujer fuerte. Lo supo el día que le dieron la peor de las noticias.
Horacio murió el último día de la Guerra: iba hacia Puerto Argentino cuando cayó una bomba y lo mató. Su Unidad regresó al continente y los Echave, que aún desconocían lo que había sucedido, se acercaron al establecimiento del Ejército: “Nos dijeron que quizá regresaba en otro buque. Más tarde nos avisaron que efectivamente no había regresado ni tenían noticias de él. Pero, en realidad, ellos sabían”.
“Ese día mi vida cambió. No volvió a ser la misma. Primero, me enojé hasta con Dios. Porque cuando Horacio fue a Malvinas yo le pedía por él y no me escuchó. Así que para qué iba a rezar. Pero había otros hijos y tenía que cuidarlos. La vida siguió, pero de manera triste. Para mí sigue siendo un sueño. Yo voy a dejar de pensar en esto el día que cierre los ojos y me vuelva a unir con él”, cuenta, con la voz quebrada.
“Yo hubiese preferido tenerlo conmigo. Si por mí hubiese sido, él no iba a la guerra. Pero era obligatorio. Es el destino que le tocó, pobrecito”, finaliza.
En Lobos, una calle lleva el nombre de Horacio y, pronto, colocarán una placa en la casa en la que vivió. Nélida tiene hijos, nietos y bisnietos. Su amor se multiplicó. Algo similar ocurrió con los familiares de los otros 649 caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur. A pulmón, buscan mantener viva la memoria de nuestros héroes. No es nada fácil, sobre todo este domingo.