InicioActualidad“La sociedad colabora para que el delito se expanda”

“La sociedad colabora para que el delito se expanda”

Marcelo Moriconi Bezerra, autor del libro Ser violento: los orígenes de la inseguridad y la víctima-cómplice, recientemente publicado por Capital Intelectual, presenta un análisis de novedoso e innovador sobre uno de los principales flagelos que sufre el país. En diálogo con DEF, se refirió a la falta de legalidad como un vacío que genera incentivos para la expansión de la violencia.

Entrevista de Patricia Fernández Mainardi

Con este ensayo, que mezcla ciencia política, sociología, filosofía y psicología, el académico argentino Marcelo Moriconi Bezerra presenta un análisis complejo que permite entender la criminalidad en profundidad. El libro desarrolla una lógica de reproducción del malestar social que incluye a los ciudadanos como agentes activos. Tolerancia y complicidad emergen como como conceptos centrales. El abordaje provocativo de Moriconi, quien actualmente es investigador del Centro de investigaciones y Estudios de Sociología del Instituto Universitario de Lisboa, trasciende el problema de la inseguridad y cuestiona fuertemente los estereotipos del éxito de la sociedad de consumo, los cuales generan resentimientos y facilitan la emergencia de la violencia. “La sociedad educa para metas sociales que después obstaculiza o, directamente, imposibilita”, sentencia este doctor en Ciencia Política que pasó por universidades de Argentina, España, Inglaterra, México y Portugal.

– ¿Cómo surgió el libro?

– Como pensador, mi objetivo es complicar las cosas, verlas de otro lado, pararme en la vereda de enfrente y pensar a contracorriente. Tratar de derribar mitos y ver si con ello surgen nuevos discursos y nuevas reflexiones. Esto va un poco por el lado deconstructivo de Derrida. Intentar desarmar los conceptos y ver si con ellos podemos armar otra cosa. Y el libro comenzó un poco con esta idea de no condenar la violencia a priori y preguntarme, y por qué no, ¿por qué no ser violento?

Claro que un libro es un proceso largo que comienza incluso antes de que se piense en escribir el libro. Por ejemplo, la idea de la lógica de la víctima-cómplice comenzó a germinar cuando estudiaba en Granada, España, en aquella oportunidad en relación a la tolerancia social a la corrupción en Argentina. Cuando terminé mí doctorado en Salamanca, fui a México y descubrí que esta lógica de reproducción del malestar social era útil para pensar y entender la inseguridad y la violencia que se vivían. ¿Por qué? Porque abundaban las ilegalidades y, para continuarse, necesitaban de un alto grado de tolerancia social. Y de ahí la hipótesis aquella de que el delito y la violencia no son problemas centrales de este tipo de sociedades, sino que son consecuencia lógica del problema principal: el colapso de la legalidad como valor central de las interacciones sociales.

– Y en medio de este análisis, ¿qué lugar tiene la violencia en el imaginario social?

– La violencia, lo mismo que el delito, la corrupción, el dinero o el poder, son medios, no fines. Y la confusión de medios con fines ha sido, y es, quizás la mayor limitación cognoscitiva de las ciencias sociales. Por este error los diagnósticos fallan y las soluciones nunca llegan.

La violencia es simplemente una herramienta para conseguir objetivos sociales, económicos, políticos. Y este medio que hoy tanto se denigra, hace unas décadas era defendido hasta por un sector de la Iglesia como una herramienta política eficaz.

La violencia está muy presente en el imaginario como herramienta útil. Diversos colectivos utilizan grupos de choque violentos para sus fines políticos, sindicales, sociales, deportivos. Amenazas, agresiones, imposiciones, golpes, vandalismo son acciones recurrentes de la vida política y social de estas sociedades porque su eficacia para conseguir objetivos está probada y aceptada. Podríamos decir que la diferencia entre las sociedades violentas y las menos violentas, es que ante diferentes estímulos, la posibilidad de resolver un problema a los golpes es más frecuente en las primeras que en las segundas.

Pero esa presencia no es autónoma, sino que aparece y se consolida debido a otras ideas presentes y naturalizadas en el sentido común, como la existencia de una Justicia que no funciona o no es equitativa, de altos niveles de impunidad, la des-jerarquización de la autoridad, el menosprecio de las fuerzas de seguridad, el descrédito en la política y la suposición de que el éxito social (muy relacionado a lo económico en estas sociedades) no llega por el camino de la legalidad.

– ¿Por ello la idea de víctimas-cómplices?

– El tema de la víctima-cómplice viene por el lado de entender que el mundo es así porque nosotros somos así. Es intentar general un incentivo discursivo, teórico y práctico, para que el lector se analice y aprenda a ser consecuente con las consecuencias de sus ideas. Y en ese proceso puede descubrir que él mismo tiene incidencia sobre muchos de los focos de malestar que sufre y lamenta.

Recuerdo que en los noventa, con toda la cuestión de la apertura de los mercados, había un discurso crítico que decía que las grandes cadenas de supermercados llegaban, se instalaban y destruían la industria local. Es verdad que un gran supermercado puede acabar con las despensas de los barrios. Pero la verdad es que lo que determina esto es que los clientes dejan de ir a la despensa para ir al supermercado. El consumidor final tiene mucho poder en torno al mercado. Y con el delito pasa un poco lo mismo.

Hoy se roban muchos autos. Cuando yo era chico, lo que se robaban eran los estéreos. Y todos sabíamos dónde se podían comprar estéreos robados, íbamos y conseguíamos otro, quizás uno último modelo, como el que tenía Sultano que tanto deseábamos. Hasta quizás era el de Sultano que había sido robado la noche anterior.

Para que el delito tenga sentido, necesita de una serie de actividades paralelas y complementarias, muchas legales. Y en ese juego la ciudadanía tiene mucho para decir. Estas son las encrucijadas de la sociedad de consumo extremo.

– Por tanto, ¿su argumento es que el problema radica en querer consumir a bajo costo y conseguir productos más baratos?

– Por un lado está esto de la necesidad de consumo. En todos lados abundan los mercadillos de segunda mano en los que la gente consigue mercadería barata sin importarle de dónde provienen. Pero después está el tema de las pautas de reconocimiento, las ideas que signan lo que es ser exitoso en la sociedad.

En los últimos saqueos de fin de año, otra vez volvimos a escuchar eso de que no roban alimentos, que no tienen hambre, como si sólo pudiera tener un argumento para delinquir aquel que es pobre o no tiene comida. La criminalización de la pobreza es muy peligrosa. El crimen no tiene clase social. Lo que pasa es que a diferentes estratos sociales, diferentes estructuras de oportunidad para diferentes delitos. No todos acceden a hacer negocios con el Estado, a la corrupción internacional, a lavar dinero en paraísos fiscales.

En los saqueos la gente robaba televisores, cosas que le dan status frente a los demás.

Lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que, dependiendo de lo que alguien tenga o deje de tener, lo vemos de manera diferente. Adoramos demasiado la riqueza. Si alguien va a tener una reunión por primera vez con alguien, y esa persona llega en un coche importado último modelo, el interlocutor se predispone de manera muy diferente a si esa persona llega en un coche viejo y en mal estado.

– ¿La raíz del problema sería el materialismo?

– No es ni bueno ni malo que las pautas de reconocimiento sean estas, que haya un fetichismo por el dinero. El problema es que hay que ser consecuentes con lo que esto puede generar. Porque si ese es el éxito social, hay que ver cuáles son los caminos verosímiles y efectivos que la sociedad brinda para conseguir ese objetivo social para el cual se educa.

El concepto de movilidad social continúa siendo rector del orden social. Toda sociedad tiene una lógica de movilidad social, pero esa lógica puede no seguir los caminos de la legalidad. Y cuántas veces oímos en nuestras sociedades que el dinero no se hace trabajando.

– Entonces, según su argumento, es imposible combatir el delito sin modificar al mismo al mismo tiempo cuestiones culturales.

– Lo que yo propongo es buscar en las profundidades del problema, en sus raíces, no en lo que muestra la realidad objetiva. El que roba algo difícilmente quiera ese algo. Ni siquiera quiere el dinero que puede obtener por ese algo porque, como ya explicamos, el dinero es un medio no un fin.

Hay un problema de comprensión de la esencia del ser humano. La modernidad nos vendió esa idea de ser humano autónomo, racional, independiente. Aceptamos esta idea, y con ello desvirtuamos la realidad y nos desvirtuamos a nosotros mismos. El ser humano es totalmente vulnerable y dependiente de los demás. Vive de, por y para los demás. Y, una vez logradas sus necesidades básicas, lo que procura es solidificar su Ego, sentir que tiene más y mejores herramientas para incorporar a otros seres humanos a sus objetivos sentimentales, económicos, políticos y sociales. Y en este sentido, los estereotipos sobre lo exitoso y lo digno de ser reconocido tienen mucho para decir al respecto.

– ¿Cuál es el lugar de la Justicia en torno a la violencia que se vive?

– El problema de la Justicia es muy importante. Toda sociedad se organiza en base a ideas de Justicia. Esas ideas deben ser efectivas para lograr objetivos sociales, ordenar la convivencia, y sentirse seguro. Y estas ideas no necesariamente deben responder ni al orden legal ni democrático, aunque por supuesto la idea de Justicia sedimenta determinará la posibilidad o no (y el alcance) de la democracia.

En otras palabras, toda sociedad funciona con una lógica de Justicia, pero es lógica puede no ser la de la Justicia institucional, la de la legalidad, si esta sufre un proceso de fuerte deslegitimación.

Y esto nos lleva a un segundo problema que es la imposibilidad de materializar la Justicia institucional si existen dudas sobre su transparencia, honestidad e integridad. La Justicia institucional no se materializa desde lo real, sino desde lo verosímil. Alguien no es criminal por cometer un crimen, sino por ser condenado por cometerlo. Si alguien comete un crimen y queda impune, no es ni social ni jurídicamente criminal. Pero si un inocente es culpado de cometer un crimen, sí es criminal. Para que este juego discursivo funcione y sea respetado, es necesario que la Justicia tenga un prestigio social elevado. Si se tiende un manto de sospecha sobre la corrupción de la Justicia, su materialización se torna imposible, porque cada vez que haya una sentencia quienes no estén de acuerdo dirán que lo que hubo fue corrupción. Esto pasa mucho con el tema de las investigaciones sobre corrupción de funcionarios en argentina. La gente, de manera preconceptuosa, no pide Justicia, pide condena, y si esta no llega, entonces se supone que lo que hubo fue impunidad.

Ahora bien, si la Justicia institucional no es reconocida, lo que se genera es un vacío institucional que genera violencia por sí mismo, porque cada vez que sepamos de una condena que no aceptamos sentiremos que estamos siendo amenazados por el orden institucional. Sentiremos que estamos en peligro. Y la bola de nieve de la violencia como herramienta útil para la defensa o cualquier tipo de objetivos sociales, vuelve a girar y se hace mayor.

Este proceso de descomposición institucional fue lo que produjo la emergencia de grupos de civiles armados para la auto-defensa en diversos lugares de México. Y lo mismo puede suceder en Argentina.

– ¿Hay diferencias entre lo que ocurre en el país y en el resto de la región?

– Las violencias son muy diferentes dependiendo del lugar. No sólo pensando la cuestión geográfica en términos de países, sino incluso a niveles más micros, en términos barriales por ejemplo. Por supuesto que a niveles macro también cambian los actores y eso modifica radicalmente el panorama. El problema de las pandillas en El Salvador, Honduras o Guatemala, no es el que tiene México con los cárteles del narcotráfico ni el de Colombia con la existencia del as FARC. A nivel local, el problema del bullying en las escuelas no es lo mismo que el problema del paco o de las hinchadas de fútbol.

Si bien la situación argentina es particular, el país puede aprender bastante, sobretodo en términos preventivos, de lo que sucede o ha sucedido en otros lugares. Comenzamos a ver la formación de mafias del narcotráfico que penetran en la cotidianidad de un barrio o una ciudad y que comienzan a luchar por el control del territorio con otros grupos similares. Si a esto le sumamos la posibilidad de infiltraciones a niveles políticos y judiciales, comenzamos a tener un cóctel parecido al México de fin de siglo pasado.

Estamos en medio de una sociedad completamente polarizada políticamente y a la vera de una crisis que amenaza con profundizarse. Hay grupos en ambos lados del arco político que pregonan un discurso de odio y resentimiento. Esto nos remite a una situación similar a la que sucedía en Venezuela unos meses atrás.

Por otro lado, sí se pueden estipular continuidades en términos de estereotipos, como plateé anteriormente. Estamos hablando de sociedades exitistas, con pautas de consumo de primer mundo pero con altos grados de pobreza y desigualdad, con discursos excluyentes y racistas de ciertos grupos a otros, y con pautas de reconocimiento para la interacción social que generar resentimiento.

– Usted también plantea que existen diferencias en torno a la cultura del delito. ¿Hoy el delito es más violento en general?

– Ha mudado mucho el valor de la violencia como medio en el ámbito criminal. Décadas atrás, por ejemplo, el uso de la violencia era muy mal visto en el mundo de la delincuencia profesional. Era considerada una muestra de novatez, falta de profesionalismo, inoperancia. El buen ladrón era aquel que hacía su trabajo sin dejar rastros de ningún tipo. Incluso había respeto hacia la policía. Los ladrones de antes veían un policía y huían. Ahora, muchas veces, se mata a alguien simplemente por ser miembro de las fuerzas de seguridad. Esto es lo que genera la bola de nieve de la naturalización del delito, la falta de incentivos para delinquir sin violencia, la expansión de la ilegalidad en todos los aspectos de la vida y la inefectividad de la Justicia.

– ¿Dónde hay que buscar soluciones?

– Las soluciones deben ser variadas y apuntar en diferentes sentidos. El problema ya existe, por tanto, hay que combatirlo, se precisan pautan punitorias. Hay que evitar que se siga expandiendo, hay que apuntar a la prevención. Y para que la prevención sea efectiva a largo plazo hay que reformular la lógica educativa. En el libro me detengo en estos puntos, fundamentalmente en el tema de la lógica educativa actual, que genera malestar en sí misma por fomentar la competencia y pregonan una certidumbre que luego el desarrollo social transforma en incertidumbre. Mucho se ha hablado de Mano dura o Tolerancia cero, pero yo me pregunto: ¿Tolerancia cero al crimen y la violencia o tolerancia cero a un orden social dónde la legalidad dejó de ser el valor rector de la convivencia?

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