Con un proyecto para eliminar el arsénico del agua nacido en Las Toscas, provincia de Buenos Aires, dos alumnos y su profesora representaron al país en la competencia por el galardón conocido como el “Nobel del Agua”. Por Nadia Nasanovsky. Fotos: Fernando Calzada y gentileza L. H.
Nadia Molteni y Nazareno Rodríguez cursan el último año del secundario de la Escuela Agraria Número 2 de Las Toscas, un pueblo de menos de 500 habitantes en el partido de Lincoln, en la provincia de Buenos Aires. En tres años pasaron de no tener clases de Química a competir por uno de los galardones más prestigiosos a nivel mundial en materia de agua.
Junto con su profesora de Química, Laura Hernández, representaron a la Argentina en el International Stockolm Junior Water Prize, conocido mundialmente como el Premio Nobel del Agua, organizado por la Fundación Estocolmo del Agua y con el Real Patrocinio de la Princesa Victoria de Suecia.
Desde 2015, con la llegada al pueblo de la profesora Hernández, y con solo algunos elementos básicos para poder investigar, los estudiantes han trabajado en diversos proyectos, todos vinculados a solucionar los problemas locales en materia de agua y medioambiente. Este año, a partir de un residuo común como es la cáscara de huevo, desarrollaron unas pastillas para filtrar el agua y limpiarla de arsénico, y ofrecieron de este modo una solución a un problema común para el abastecimiento de agua potable en la Provincia de Buenos Aires y otras regiones de la Argentina.
Con este trabajo, compitieron primero con 200 equipos de todo el país y resultaron ganadores del Junior de Agua de la Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ambiental (AIDIS), lo que los habilitó a viajar a Suecia para presentar el desarrollo frente a un jurado internacional de expertos en temas de agua.
Después de muchas clases de inglés y protocolo, con muchos nervios, alumnos y profesora viajaron a Estocolmo para presentar su idea y competir con 32 equipos de jóvenes de todo el mundo. Desde allí, a pocas horas de conocerse el ganador del galardón, que esta vez fue el equipo de EE. UU., dialogaron con DEF.
¿Cómo vivieron estos días en Suecia?
Laura Hernández: No paramos. Llegamos el 26 de agosto, los chicos se pusieron a preparar el stand. Al día siguiente expusieron ante el jurado. El 28 nos dedicamos a recorrer la parte antigua de la ciudad y dimos una nota a un canal de televisión local interesado en conocer nuestro proyecto. Después, los chicos hicieron un recorrido por la empresa Xylem (NdR: uno de los principales patrocinadores del Internacional Stockolm Junior Water Prize) y estuvimos en el stand de Argentina, compartiendo con gente de Unesco, Unicef, del Conicet, del Consejo Federal de Entidades de Servicios Sanitarios (Cofes), todos interesados en conocer más sobre el proyecto. También tuvimos la cena de gala, en donde se anunció el primer premio, que fue para EE. UU. Nos queda la última cena de gala con la reina, esta noche (NdR: Por el 30 de agosto).
¿En qué consiste el proyecto que presentaron ante el jurado?
Nadia Molteni: En hacer pastillas o filtros. Lo primero que se hizo fue moler la cáscara de huevo, ponerla en crisoles, que son unos moldes, llevar eso a una mufla una hora y media a 400 °C y después elevarlo a 900 °C por otra hora y media.
Para probar si funcionaba, se cortó la base de dos probetas, en una probeta se puso la pastilla y en otra se cortó un papel filtro con el diámetro de la probeta. Por la parte superior se fue echando el agua que por fuerza de gravedad iba cayendo y ahí se iba absorbiendo el arsénico.
¿Planean seguir trabajando en él a futuro?
N. M.: La idea es seguir investigando para poder llegar a perfeccionarlo y llevarlo a gran escala.
¿Cómo fue la presentación ante el jurado?
N. M.: No estuvimos tan nerviosos como pensábamos. Tuvimos 10 minutos para exponer y después 10 minutos más con preguntas. Nos fue muy bien.
¿Cómo surgió la idea del proyecto?
Nazareno Rodríguez: Empezamos a partir del trabajo de años anteriores, que veníamos con el tema del agua. Este año nos interesó el tema del arsénico debido a la problemática que hay en la zona. El año pasado la chica que ganó (el premio de AIDIS) hizo un proyecto con el que se eliminaban los metales pesados usando cáscara de huevo. Nosotros empezamos a investigar y llegamos a la conclusión de que calcinando la cáscara de huevo se podía disolver el arsénico.
¿Cuáles fueron esas investigaciones anteriores?
N. R.: Empezamos en 2015, cuando conocimos a Laura, después de haber estado sin profesor en el área de química. Surgió la idea de hacer algo que fuera ambientalmente sustentable. Ahí arrancamos todos ese año, en un trabajo articulado entre cuarto, quinto y sexto año. Hicimos jabones a partir de aceites vegetales residuales. Ese año obtuvimos la sede para un congreso nacional que se hizo en el pueblo y también a partir de ahí fuimos invitados por AIDIS para participar (por el premio Argentino Junior del Agua) el año siguiente. En 2016 fuimos con Nadia, participamos con otro proyecto de recupero de aguas residuales por medio de humedales artificiales para riego de viveros. Obtuvimos una primera mención y fuimos convocado de nuevo para este año, en el que resultamos ganadores con el proyecto sobre arsénico.
¿Cuál fue la reacción al enterarse de que habían ganado y viajaban a Suecia?
N. M.: No lo podíamos creer. Todos, las familias y la escuela, nos recibieron muy bien cuando volvimos de Buenos Aires, desde el municipio nos ayudaron un montón para poder traer hasta Suecia todas las cosas que nos pedían para participar.
Cuando llegamos a Suecia era todo nuevo. Se nos complicó con el idioma cuando llegamos porque estábamos nerviosos, no nos podíamos hacer entender tan bien. No sabíamos cómo reaccionar. Después compartimos habitación con otros chicos y pudimos comunicarnos mejor.
¿Contra cuantos otros equipos compitieron?
N. M.: Contra 32 proyectos de todo el mundo.
¿Qué aprendizaje se llevan de esta experiencia?
N. M.: Es todo, conocer la cultura, gente nueva, hacer amigos de todos lados, practicar el idioma…
Ustedes egresan este año del secundario, ¿Qué planes tiene cada uno?
N. M.: Yo voy a estudiar medicina y Nazareno, algo relacionado con agricultura.
¿Qué planes hay para seguir trabajando en la escuela con los chicos que siguen?
L. H.: Estoy enfocada en que a través de los vínculos que nos permitió esto se pueda lograr que la escuela tenga su laboratorio. No tiene. Teníamos que viajar casi 600 kilómetros para poder hacer las cosas, a Bahía Blanca. Mi objetivo es lograr eso. Después, estamos también abiertos a ir adaptándonos a lo que vaya pasando. Hay empresas que ya se mostraron interesadas en el proyecto, que entiendo que tiene mucho futuro. Pero para que puedan seguir surgiendo este tipo de proyectos, la escuela necesita un laboratorio. Es la prioridad número uno. Queremos poder decir que el esfuerzo valió la pena, que logramos el laboratorio para la escuela.
¿Cómo trabajaron hasta ahora, sin laboratorio?
L. H.: Tenemos partes sueltas, algunos kits, algo de instrumental, pero es muy escaso.
¿Cómo se motiva a los alumnos en un contexto así?
L. H.: En 2015 hubo alumnos que me dijeron que ellos lo que querían era tener un lugar donde volver cuando fueran profesionales. Esas son en realidad las palabras o frases de ellos que me motivaron a mí. En los trabajos donde pedía apreciaciones personales salía que los chicos querían ver grande a su pequeño pueblo.
Yo no era de Las Toscas y entonces llegué con otra mirada, podía ver las necesidades que tienen ahí. También veía muchas cosas que son muy valorables, como el hecho de que todos te conocen, el poder dejar las puertas abiertas sin que pase nada. Pero hay cosas negativas también, un montón de carencias, que uno trata de algún modo de trabajar con los chicos.
Manteniendo el foco en solucionar problemas locales…
L. H.: Sí, son siempre proyectos para mejorar la calidad de vida. Durante estos tres años, el objetivo general ha sido siempre cuidar y mejorar el recurso del agua de manera ambientalmente sustentable.