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Homenaje al general Jorge Edgard Leal

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A los 96 años, el 10 de junio de 2017 falleció el general Jorge Leal, pionero antártico, fundador de la Base Esperanza y de los refugios Malvinas y Güemes.

Nacido en Rosario de la Frontera (Salta) el 23 de abril de 1921, el general Jorge Edgard Leal se desempeñó como jefe de las bases General San Martín y General Belgrano. En octubre de 1965 comandó la Primera Expedición Argentina al Polo Sur por vía terrestre que, compuesta por diez hombres, izó la bandera nacional en el punto más austral del Planeta el día 10 de diciembre después de recorrer 2980 kilómetros en la región más inhóspita del planeta, plagada de grietas, bajo un clima extremo y esporádicos vientos blancos. Durante diecinueve años se desempeñó como director de la Dirección Nacional del Antártico. Después de dedicar gran parte de su vida a la difusión de la actividad argentina en el continente blanco, se retiró en el año 2003.
BASE ESPERANZA, PENÍNSULA ANTÁRTICA

El día 26 de octubre de 1965 una expedición compuesta por diez hombres cumplió un sueño acunado por más de una década: llegar al Polo Sur por vía terrestre. Denominada Operación 90, latitud donde se unen todos los meridianos y se encuentra ubicado el Polo Sur geográfico, la Argentina izó su bandera en el extremo más austral de la Tierra cumpliendo el objetivo político de reafirmar los derechos de nuestro país sobre el Sector Antártico y la capacidad de nuestro país de operar en cualquier geografía. Fue el 10 de diciembre de 1965, después de 45 días de marcha por la región más hostil del Planeta, cuando por primera vez una expedición terrestre llegaba al Polo desde el mar de Weddell, e izaba nuestra bandera nacional. Fueron los protagonistas de esta hazaña el coronel Jorge E. Leal, el capitán Adolfo Giró Tapper, el suboficial principal Ricardo Ceppi, los sargentos ayudantes Alfredo Pérez y Julio C Ortiz y el cabo Ramón O. Alonzo.

-¿Cuándo empezó el sueño argentino de alcanzar el Polo Sur por tierra?

-El pionero antártico más representativo, fundador de las bases San Martín y Belgrano en la década del 50, fue el general Hernán Pujato, el primer argentino que comprendió el valor de la presencia de nuestro país en el sexto continente. Gracias a su gestión ante el entonces presidente de la Nación, general Juan D. Perón, nuestro país comenzó su camino antártico. Pujato siempre repetía que para afirmar que ese territorio era nuestro, “debíamos estar presentes”. Uno de sus objetivos era alcanzar el Polo Sur, meta que no pudo lograr porque después de la revolución de 1955 lo pasaron a retiro. El en ese momento estaba en la Base General Belgrano y solicitó que yo fuera a relevarlo, oportunidad en la que afirmó ante la dotación que yo presidía: “Ustedes tienen que llegar al Polo”. A partir de entonces no dejé de pensar en ello.

-Sin embargo fue una expedición que recién pudo concretarse 10 años después

-Sí. Mire yo tengo una larga experiencia antártica. En 1953 tuve la suerte de que Pujato me eligiera para fundar Base Esperanza, al año siguiente fui designado jefe de la Base San Martín. Es una etapa que recuerdo con mucho cariño porque más allá de las duras condiciones en las que vivimos, me brindó una experiencia que fue fundamental en mi marcha al Polo. Al regresar a Buenos Aires fui destinado al Instituto Antártico Argentino y en 1957 volví como jefe de la Base General Belgrano que en ese momento era la más austral del mundo. Si bien siempre tuve en mente lo encomendado por el General Pujato, fue en el año 1962 cuando consideré que ya era el momento de llevarlo adelante y, aprobado el proyecto, empezamos a trabajar en ese objetivo: alcanzar por tierra el límite austral de la Patria, el Polo Sur.

-¿Cuánto tiempo les llevó la preparación de esta expedición?

-Lo planeamos durante tres años. Como era una actividad inédita, no sabíamos cuánto tiempo podía llevarnos la expedición. Gran parte del material –trineos, esquíes, tractores, entre otros- fueron realizados en los talleres del Ejército y tanto los equipos como el personal y los víveres fueron trasladados a la Antártida en el rompehielos General San Martín. Finalmente, cuando estuvo todo listo el día 26 de octubre los diez hombres que conformábamos la patrulla que yo comandaba– integrada además por Gustavo Adolfo Giró, Ricardo Ceppi, Julio Ortiz, Jorge Rodríguez, Guido Bulacio, Roberto Carrión, Adolfo Moreno, Domingo Zacarías y Ramón Alfonzo- con los vehículos, trineos y un total de 18 perros comenzamos la marcha.

-¿Qué función cumplían los perros?

– Los perros antárticos tienen características muy particulares y útiles en la Antártida. Por ejemplo, pese a ser grandes y robustos son muy ágiles y tienen una gran capacidad de arrastre; pueden trabajar con temperaturas inferiores a los 50 grados bajo cero y, quizás lo más importante, no pierden la orientación y detectan las grietas con mucha mayor facilidad que los humanos. Cómo lo lograban fue siempre un misterio pero la realidad es que llegaba a ver donde los hombres no lográbamos hacerlo.

-¿Cómo fue la marcha?

-Fue difícil porque contábamos con medios elementales como brújulas y teodolitos para atravesar un terreno inexplorado del que no había ni mapas ni cartas. Lo que conocíamos era que debíamos atravesar zonas de montaña porque nuestra base estaba ubicada al nivel del mar y el Polo a 3.000 metros de altura. Recorrimos 2.400 kilómetros en 45 días, muchas veces con temperaturas inferiores a los 50 grados bajo cero y vientos que superaban los 140 km por hora. Generalmente nos desplazábamos con una avanzada de gente con esquíes, encordada, para descubrir las posibles grietas que suelen quedar ocultas por el hielo. La marcha fue lenta porque varias veces tuvimos que permanecer días enteros adentro de las carpas a causa de algún temporal de viento y nieve o simplemente para armar las carpas y dormir. Imagínese que, a veces, si notábamos que el terreno estaba en buenas condiciones, avanzábamos para ganar tiempo durante más de 24 horas seguidas.

-¿Cuáles fueron los momentos más difíciles que vivieron?

– Tuvimos un accidente en el que solo perdimos dos trineos, digo solo porque no sufrimos la pérdida de ningún hombre, perro ni vehículo. Fuera de ese episodio, creo que fuimos afortunados porque esperábamos condiciones más extremas en cuanto a la temperatura -que nunca fue inferior a los 41 grados bajo cero-, la cantidad de grietas y de temporales que debimos soportar. Por supuesto que los hubo y fueron los momentos más difíciles, en los que debíamos quedarnos durante varios días dentro de nuestras carpas que solo tenían lugar para dos bolsas de dormir y un cajón de patrulla, con los elementos para cocinar.

–¿Cómo se vive dentro de una carpa?

-Lo único que se puede hacer es quedarse dentro de la bolsa-cama* y, dentro de lo posible, dormir. Como le dije son carpas chicas pero eso sí, autosuficientes. Cada una tenía un calentador Primus que servía para cocinar, derretir el hielo para tener agua y calefaccionar el ambiente.

-¿Cuáles son los principales peligros?

– Las grietas, sin dudas, porque caerse en una de ellas significa casi con seguridad la muerte. En la Antártida hay una zona llamada la Gran Grieta que ya conocíamos, pero nuestro principal problema era que íbamos por un terreno virgen y aunque todos los expedicionarios teníamos mucha experiencia había que andar en un territorio totalmente blanco, con un sol permanente y tormentas que no permitían ver a un metro de distancia.

-El 10 de diciembre llegaron al Polo, ¿qué sintieron en ese momento?

– La base norteamericana Amundsen-Scott está enterrada en el hielo, así que a medida que nos íbamos acercando empezamos a ver las antenas que sobresalían. La alegría era inmensa. Al llegar saltamos y nos abrazamos entre todos, concientes de que estábamos concretando un sueño. Es imposible de describir lo que sentí pero colocar la bandera argentina en el extremo más austral de la Tierra fue la emoción más grande de mi vida porque yo estaba convencido de que habìa hecho algo importante por mi patria. Al rato, apareció un hombre vestido de azul que nos preguntó en inglés quienes éramos y qué hacíamos. Nosotros teníamos ropa color anaranjado y parece que al ver en medio de el desierto helado los vehículos había pensado que estaba teniendo alucinaciones. Yo le expliqué que éramos del Ejército Argentino, pregunté quién era él y quién su jefe. Se trataba del encargado del radar y me dijo que todos dormían. A mí me asombró porque no había tenido en cuenta la diferencia horaria –en el Polo durante la primavera y el verano hay 24 horas de luz-y mientras para nosotros eran el mediodía, para ellos –que se manejan según la hora de Nueva Zelanda- eran las dos de la madrugada. En síntesis, despertó al jefe de la base nos invitaron a pasar y nos brindaron un gran desayuno, la primera comida sustanciosa en tanto tiempo. Después de cinco días en los que recuperamos fuerzas, conocimos a fondo las instalaciones de la base y reparamos nuestros vehículos emprendimos el regreso.

-La Nochebuena los encontró en pleno regreso a la Base General Belgrano. ¿Cómo vivieron ese momento tan especial?

-Efectivamente, el 24 de diciembre nos encontró marchando con lentitud, acordonados y en medio de una gran nevada. Al acercarse la medianoche, frenamos los vehículos e hicimos un alto, al llegar las 24 recordé en unas pocas palabras el momento que estábamos viviendo, pensando en que en el mundo cristiano entero se estaba festejando la nochebuena, y rezamos un Padre Nuestro. Aún hoy sigo pensando que elevar una plegaria en medio de esa inmensidad blanca fue una de las cosas más hermosas que se me pudo ocurrir.

– ¿Fue más sencillo el regreso?

-Sí, mucho más sencillo porque transitábamos caminos ya conocidos, llevábamos poca carga y en muchos trayectos íbamos sobre las huellas que habían permanecido de nuestro paso de ida. Imagínese la diferencia que demoramos 45 días en llegar y tan solo 16 a la vuelta. En total, recorrimos alrededor de 3.000 kilómetros y estuvimos 66 días desde nuestra partida hasta el 31 de diciembre de 1965, cuando regresamos a la Base Belgrano.

-¿Pudieron llevar adelante actividades científicas durante la expedición?

-Durante los dos meses de marcha se efectuaron observaciones científicas y técnicas de geología, gravimetría, meteorología, etc., observaciones que representaron para el personal una carga difícil por las hostiles condiciones en que se cumplieron los estudios.

-¿Cómo describe la geografía que debieron atravesar?

-Es una extensa llanura blanca escalonada por plataformas de barreras de hielo, en la que aparecen de tanto en tanto algunos cordones montañosos y sembradas de traicioneras, torvas peligrosas grietas capaces de tragarse a una columna expedicionaria completa. La Antártida es el lugar más inhóspito del Planeta, un continente que por sus características propias hace difícil cualquier actividad. Me refiero, entre otras, a sus condiciones geoglaceológicas, a la hostilidad de su clima y a su carencia de recursos. Allí hay que luchar contra las tormentas polares y también con las interferencias magnéticas que afectan los instrumentos y las comunicaciones, los lubricantes vuelven sebo y los metales se cristalizan.

-¿Cómo impacta este escenario en hombre?

-Lo afecta y mucho ya que la rigurosidad del clima y el verse permanentemente expuesto a situaciones de riesgo generan un deterioro que se manifiesta, entre otras cosas, en la pérdida de peso y en un estado general de debilidad. A esa tensión propia del ambiente, hay que sumarle en estas expediciones las intensas jornadas de marcha, el escaso descanso y una alimentación incompleta.

-¿Qué es lo más importante que le dejó esta experiencia?

-El especial espíritu de cuerpo y la solidaridad que se manifiesta como un código no escrito en situaciones extremas. En mi expedición, todos los integrantes dieron lo mejor de sí dentro de sus capacidades personales y lo más importante es el nivel de entrega de cada uno y del conjunto que permitió el éxito de la operación.

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