A medio siglo del Mayo francés, la rebelión de estudiantes y trabajadores franceses en 1968 y el movimiento político y social que allí nació siguen siendo fuente de inspiración y de debate en pleno siglo XXI.
DEF dialogó con José Abadi, médico psiquiatra y escritor, para conocer más sobre este fenómeno y su legado.
-En sus palabras, ¿qué fue el Mayo francés? ¿Cuál fue su relevancia?
-Al Mayo francés hay que pensarlo como esa gran rebelión, como ese reclamo de una sociedad distinta, que hicieron primero los jóvenes universitarios, después la juventud en general, y luego los trabajadores no afiliados a las entidades tradicionales. Esto aparece en ese momento como un grito de protesta a lo que hoy llamaríamos “violencia de consumismo”, a un bienestar aparente, a la apariencia de lo pleno, pero con vacíos y con aislamientos, a una ausencia de libertad genuina, interna de la gente.
-¿Cómo se desarrollaron los hechos?
París quedó dada vuelta. Los jóvenes y este nuevo movimiento se adueñaron de la ciudad, desafiando nada menos que a una versión muy patriarcal de liderazgo, la del general Charles de Gaulle, un presidente ligado al establishment, al poder.
-¿Cómo lo vivió desde la Argentina?
-Yo entraba a primer año de Medicina en la universidad, bajo el gobierno de Onganía, donde se habían abolido los centros de estudiantes, no se podía andar con el pelo largo, era una Argentina que estaba bastante amordazada. Ver en primera página en los diarios del mundo a los estudiantes protestando era algo muy conflictivo.
-Acalladas las revueltas, ¿qué siguió?
-El Mayo francés produjo una transformación en el sistema de costumbres en Europa. Se transformó en la semilla de un montón de cambios, como en el trato de los profesores y los alumnos en las universidades, el tipo de comunicación de los políticos con la sociedad. Además, –y esta es mi visión personal– el Mayo francés rescató una noción de felicidad distinta, a partir de allí la palabra “felicidad” toma otro lugar en la política.
Por otro lado, hubo algunas ideas que tuvieron fuerza, que luego quedaron apagadas y reformuladas, como la idea de que había que destruir todo para construir después, que todo lo que viene dado hay que desecharlo para generar desde cero.
-En los 90, tuvo la oportunidad de entrevistar a Daniel Cohn-Bendit, figura emblemática del Mayo francés, ¿cómo fue esa entrevista?
-Lo entrevisté a los 25 años del Mayo del 68, en Frankfurt, él era uno de los líderes del Partido Verde. Cuando empecé la entrevista le dije: “Bueno, hablemos del Mayo francés” y él me dijo: “¿Del Mayo francés? ¡Eso fue hace muchos años! ¡Muy difícil salir de esa…!”. Y luego quiso hablar de lo que consideraba el tema más importante: la inmigración, todo un visionario. Luego, ya sí, artimañas de psicoanalista mediante, logré que habláramos del tema y me dijo: “Fue ingenuo y equivocado pensar que había que destruir todo para construir. El verdadero cambio es una reforma permanente desde el Parlamento, en democracia”. También me dijo: “Los jóvenes de hoy quieren libertad y quieren recibir un mundo donde puedan ejercer esa libertad, los jóvenes de antes queríamos construir ese mundo, no que nos viniera dado, queríamos ser sus arquitectos”.

-¿Aún quedan lecciones que aprender del Mayo francés? ¿Cuál es su legado?
-El Mayo francés tiene que seguir vigente en estos términos: la comprensión de lo que fue en aquel entonces una necesidad de mayor libertad no solamente desde afuera sino también desde adentro. Tenemos que construir una sociedad pujante, creativa, productiva, pero también que alimente nuestro auténtico yo, nuestra pluralidad dentro de nuestro mundo interno y la búsqueda de una felicidad posible, no utópica. El segundo punto que ha aprendido el mundo del Mayo francés es que esa teoría de tirar todo abajo para empezar de la nada no sirve, lo que sirve es un lugar democrático en donde la diferencia convierte al quehacer político en una reforma permanente, gestante y consultiva.