En DEF, no solo te contamos el significado de esta frase popular, sino también revelamos cuál es el origen de este dicho.
Muchas veces repetimos frases que escuchamos decir a nuestros padres o abuelos, pero no sabemos cómo surgieron o por qué adquirieron ese significado tan particular. Por eso, en DEF te vamos a contar el origen del refrán “Costar un ojo de la cara“.
“Costar un ojo de la cara”, el significado y origen del dicho
“El negocio de defender los intereses de la Corona me ha costado un ojo de la cara”, le dijo con total sinceridad Diego de Almagro al emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio romano-germánico cuando volvió a la península Ibérica desde las Américas. Y desde el siglo XVI, la frase se instaló a ambos lados del Atlántico para referirse a algo que ha costado mucho conseguir o por lo que se ha pagado un valor excesivo.
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Pero lo interesante del asunto es que la expresión no fue dicha con sentido metafórico; muy por el contrario, fue una declaración absolutamente literal, es decir, Diego de Almagro había perdido un ojo.

Cuenta la historia que este militar y conquistador español, nacido en 1475 y muerto en 1538, había sido nombrado por el emperador como Adelantado de todas las tierras al sur del lago Titicaca, llamadas en aquel momento Nueva Toledo, y que ocupaban lo que, en la actualidad, es gran parte de Bolivia, Argentina y Chile.
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De hecho, Diego de Almagro fue el primer europeo en llegar a Bolivia, participó de la conquista del Perú y fue el descubridor de Chile. Pero resulta que entre 1524 y 1525 –no está muy clara la fecha–, acudió al llamado de auxilio de Francisco Pizarro, a quien la corona española le había encomendado la misión de colonizar el Perú, donde los incas estaban resistiendo con férrea bravura y a flechazo limpio, uno de los cuales fue a parar con excelsa puntería al ojo del pobre Almagro que, en ese momento, quedó tuerto, circunstancia que le echó en cara al emperador con la frase que señalé al comienzo. Y no solo eso, muchos años después, Almagro murió en la horca a instancias de Francisco Pizarro, por culpa de quien se había quedado sin un ojo.