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Crisis en el Golfo

¿Cuáles son las implicancias de la crisis de Qatar con sus históricos aliados del Golfo Pérsico y qué impacto puede tener en la convulsionada región de Medio Oriente y el norte de África? Por Mariano Roca. Fotos: AFP

Medio Oriente se encuentra cada vez más convulsionado por la prolongada guerra civil en Siria, el creciente protagonismo de Rusia y Turquía, y la disputa de fondo entre la monarquía saudí y el régimen iraní. En ese contexto, la crisis entre Qatar y sus vecinos e históricos aliados en la Península Arábiga marca el punto de mayor tensión en esta parte del planeta desde la creación del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) en 1981. Si bien la mayoría de las casas reinantes de los países del CCG comparte la misma visión del Islam sunnita, Qatar y sus vecinos se han ubicado en bandos opuestos en la mayoría de los conflictos que se han venido sucediendo desde el estallido de la Primavera Árabe a fines de 2010.

Qatar, un pequeño pero poderoso emirato de apenas 11.437 km2 de superficie, es acusado por Arabia Saudita, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos de “socavar la seguridad y estabilidad de la región”, al continuar “apoyando, financiando y hospedando grupos terroristas, principalmente los Hermanos Musulmanes, y promoviendo directa e indirectamente la ideología del Daesh (Estado Islámico) y Al Qaeda”. En el centro de la polémica se encuentra también la cadena de televisión qatarí Al Jazeera, cuestionada por el resto de las monarquías del Golfo y por Egipto por su supuesta parcialidad a favor de los Hermanos Musulmanes en la cobertura noticiosa de la actualidad política del mundo árabe.

Un elemento que complejiza aún más la situación, y que podría estar detrás de la última escalada diplomática, ha sido el anuncio del nombramiento como heredero al trono de Arabia Saudita del joven príncipe Mohamed bin Salmán, de 35 años, hijo del actual rey Salmán, de 81 años y un estado de salud muy frágil. En círculos políticos de la región se considera a Mohamed bin Salmán un representante de la “línea dura” dentro de la casa real saudita y se lo vincula al poderoso príncipe heredero de Abu Dhabi y personaje central en el manejo de la política exterior y de defensa de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Zayed, uno de los principales impulsores de la ruptura de relaciones con Qatar.

La Primavera Árabe y después…

“Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar han sido protagonistas de una fuerte disputa en torno al papel regional del Islam político, particularmente de los Hermanos Musulmanes”, asegura Mariela Cuadro, investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en su trabajo Las relaciones en el Golfo después de la Primavera Árabe y su impacto en la región. La controversia se remonta al momento del estallido de la Primavera Árabe, cuando, según detalla esta especialista, “Qatar apostó por mejorar su posición en la región a través del establecimiento de alianzas con aquellos que estaban demostrando grandes posibilidades de ser los próximos gobernantes de países clave del Medio Oriente”.

En diálogo con DEF, Mariela Cuadro brindó mayores precisiones: “En el marco de la Primavera Árabe, Qatar vio la posibilidad de incrementar su protagonismo regional a partir del impulso de los Hermanos Musulmanes, una organización que antes del estallido de las revueltas había comenzado a ocuparse de cuestiones vinculadas con la salud y la educación, en medio de las políticas neoliberales [aplicadas por los regímenes autoritarios de la zona] que implicaron una retirada del Estado de sus funciones sociales y del suministro de servicios básicos a la población”. El primer resultado político de este compromiso social fue el relativo éxito en Egipto, donde su brazo, el Partido de la Libertad y la Justicia, consiguió la victoria en las primeras elecciones democráticas tras la caída de Hosni Mubarak y ubicó en la presidencia a Mohamed Morsi en junio de 2012.

“El problema es que los Hermanos Musulmanes no han sido bien recibidos por Arabia Saudita ni por los Emiratos Árabes Unidos, cuyos gobernantes consideraron que su llegada al poder, a través de elecciones libres y democráticas, significaba un peligro y afectaba tanto su poder regional como la fortaleza de sus monarquías en el plano interno”, añadió Cuadro. Este temor al contagio explica el decidido apoyo político y financiero de la casa de Al Saud y de la federación emiratí al régimen del general Al Sisi, nuevo hombre fuerte de Egipto tras el golpe militar de julio de 2013 que depuso a Morsi, proscribió a su partido y lanzó una “caza de brujas” contra los islamistas. “Con el derrocamiento del gobierno de los Hermanos Musulmanes en El Cairo, lo que marcó el fin de la Primavera Árabe –al menos en su fase inicial–, los funcionarios saudíes y emiratíes se movieron con rapidez para arrebatar la iniciativa a Qatar”, señala, por su parte, el profesor Kristian Coates Ulrichsen, docente e investigador del Baker Institute for Public Policy de la Rice University.

En comunicación con DEF, Coates Ulrichsen advirtió: “La política regional de Qatar durante y después de la Primavera Árabe subyace a la actual tensión con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, pero es importante recordar que el apoyo saudí y emiratí a facciones diferentes a las respaldadas por Qatar también ha contribuido a acentuar la polarización que hemos venido observando en la zona desde 2011”. Además del ya citado caso egipcio, cabe mencionar lo que ocurre en Libia, país sumido en el caos tras el fin del régimen de Gadafi y en el que la monarquía qatarí ha venido sosteniendo a las milicias islamistas de Trípoli y Misrata, mientras que los Emiratos Árabes –junto a su aliado egipcio– han volcado recursos financieros, militares y logísticos en respaldo del general Khalifa Haftar y su autoproclamado Ejército Nacional Libio (LNA), que se ha hecho fuerte en la Cirenaica (este del país) y responde políticamente al Parlamento instalado en Tobruk.

Armamentismo, guerras proxy y diplomacia

Tal como explica Mariela Cuadro en su investigación, “las posiciones contrapuestas adoptadas por Arabia Saudita y su aliado emiratí, por un lado, y Qatar, por otro, resultaron en el estallido de guerras proxy en toda la región de Medio Oriente”, entendiendo por este último concepto “una tercerización de la guerra” donde los benefactores –en este caso, las monarquías del Golfo– se encargan de abastecer a los proxies –o “intermediarios en el terreno”– con armamento, dinero, logística y apoyo discursivo. Estas guerras, añade la investigadora de la UNSAM, “recrudecieron e intensificaron los conflictos que ya existían en distintas partes del mundo árabe”. La característica original de estas nuevas guerras, a diferencia de lo que ocurría en la disputa geopolítica entre EE. UU. y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, es que “abren el juego a actores no estatales”.

La potencia militar de las monarquías del Golfo y su irrupción en la escena regional se entiende, además, si se analiza el creciente armamentismo de sus gobiernos. De acuerdo con el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos ocuparon respectivamente el segundo y cuarto lugar en el ranking de mayores importadores mundiales de armas durante el período 2011-2015. EE. UU. es el mayor proveedor de la monarquía saudí, en tanto que la federación emiratí se ubica en el cuarto puesto entre los mayores compradores de bienes y servicios militares estadounidenses. “Riyad ha sido un aliado clave [de EE. UU.] en sus esfuerzos por contrarrestar la influencia de Irán, salvaguardar la seguridad de sus aliados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), en los intentos por derribar al régimen sirio de Assad y lograr la estabilización de Egipto y Yemen”, al tiempo que “ha venido desempeñando un papel creciente en la lucha contra la red terrorista Al Qaeda”, destaca un reciente informe publicado por The Heritage Foundation, think tank conservador con sede en Washington DC.

Qatar, mientras tanto, ha intentado –o, al menos, así lo ha declamado públicamente– convertirse en mediador para solucionar distintas crisis que se han sucedido en África y Medio Oriente en los últimos años. Ese fue el perfil que adoptó el emirato durante el reinado de Hamad bin Khalifa Al Thani, quien ocupó el trono entre 1995 y 2013, cuando abdicó en favor de su hijo Tamim. Uno de los legados del emir Hamad ha sido la primera Constitución del país, aprobada en 2003 y cuyo artículo 7 establece, como objetivos de la política exterior del Estado, “la consolidación de la paz y seguridad internacionales, favoreciendo la resolución pacífica de las disputas y respetando el derecho a la autodeterminación de los pueblos”, al tiempo que enuncia la “no interferencia en los asuntos internos de los países”. Entre las numerosas iniciativas diplomáticas qataríes de la última década, podemos destacar: la resolución de la crisis política interna del Líbano en 2008; los esfuerzos de mediación en la crisis del Darfur (Sudán); la misión de paz en la disputada frontera entre Yibuti y Eritrea –Qatar acaba de retirar sus tropas de la zona–; y su exitosa intervención de noviembre de 2015 para poner fin a las hostilidades entre las tribus tuareg y tebu en el oasis de Ubari, ubicado en el sudoeste de Libia.

El factor turco en el Golfo Pérsico

Un actor musulmán –no árabe– que pisa fuerte en la región, y que se ha posicionado del lado de Qatar en la actual crisis es Turquía. En los últimos seis años, bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan, el gobierno de Ankara no ha dudado en respaldar políticamente los levantamientos populares que se dieron en el marco de la Primavera Árabe. En ese sentido, Şener Aktürk, investigador de la Universidad Koç de Estambul,  asegura que esas revueltas brindaron a Turquía “una oportunidad para reafirmarse como un país de mayoría musulmana recientemente democratizado, con ambiciones de ejercer una influencia democratizadora en todo el Medio Oriente”. De hecho, muchas de las formaciones políticas islamistas que surgieron en la región al calor de la Primavera Árabe reprodujeron el modelo del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por Erdogan, que gobierna ininterrumpidamente en Turquía desde finales de 2002.

La excelente sintonía entre Ankara y Doha se ha visto plasmada en más de una docena de encuentros bilaterales entre el presidente turco Erdogan y el nuevo emir qatarí, Tamim bin Hamad Al Thani, en los últimos tres años. En ese contexto, el 19 de diciembre de 2014 ambos países firmaron un acuerdo de cooperación militar que contemplaba el despliegue de fuerzas turcas en Qatar. La llegada del primer contingente de 88 soldados de las Fuerzas Armadas turcas (TSK) a la base qatarí de Al-Rayyan se produjo en octubre de 2015. Con el inicio de la crisis entre Qatar y sus vecinos, el Parlamento de Ankara dio luz verde a la ampliación de su presencia militar en Qatar, decisión que se concretó con el rápido envío de cinco vehículos blindados y 23 soldados, lo que eleva a 111 la presencia total de efectivos turcos.

“Turquía, que ha respondido negativamente al ultimátum de las monarquías árabes del Golfo para que retire a sus tropas de Qatar, podría decidir enfrentarse con Arabia Saudita por la hegemonía regional”, opinó Mariela Cuadro. Consultado por esa hipótesis, Coates Ulrichsen admitió que con su apoyo a Qatar, “Turquía ha redoblado su apuesta”. Sin embargo, matizó: “El riesgo para los líderes turcos es que, de seguir por ese camino, podrían poner riesgo su acceso al gran mercado que representa para su país el mundo árabe sunnita. Por otra parte, en Siria, los gobiernos de Turquía y Arabia Saudita han estado trabajando más estrechamente en los últimos años y esa relación podría verse afectada en caso de una escalada de la tensión entre ambos”.

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