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“Las mafias del crimen organizado actúan como un holding”

Gustavo Vera, legislador porteño, docente, titular de La Alameda y amigo del Papa Francisco, es un reconocido referente social. Conversamos con él acerca de sus principales banderas de lucha. Una entrevista de Susana Rigoz

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Nació en 1964 en el municipio de Tres de Febrero. Hijo de un jubilado metalúrgico y una enfermera que, además de ser cinturón negro de aikido, a sus 78 años acaba de terminar la secundaria y estudia Ciencias Políticas, nos explica que no da más detalles de su familia por una cuestión de seguridad. Se define como integrante de la generación de la Guerra de Malvinas, la crisis de la dictadura y las ilusiones democráticas.

“Una época de movilizaciones masivas, de pensar que el poder es servicio, que el ejercicio republicano podía reconstruir un país moralmente destrozado”. Después de una formación escolar en colegios católicos y de años de scout –asociación que abandonó alrededor de 1976, al tiempo que se alejó de la Iglesia–, estudió un par de años en la Facultad de Filosofía y Letras y se volcó a la política y al trabajo sindical. En 1984, comenzó Magisterio porque siempre le gustó “enseñar y tratar de convertir en simple lo complejo”. Ejerció la docencia en lugares periféricos durante 26 años, hasta el 2 de diciembre de 2013, fecha en que tomó licencia por incompatibilidad con su cargo de legislador porteño por el frente UNEN. Después de militar durante años en partidos de izquierda, se alejó porque no estaba de acuerdo con “la particular obsesión de adaptar la realidad al libro”. En los 90 empezó a preocuparse por la desocupación estructural que veía venir en el país y se dedicó a estudiar, entre otros, los procesos vividos por los petroleros en el pueblo de General Mosconi, en Salta, después de la privatización de YPF. “Me gustaba el movimiento social que se generó, el hecho de que no fueran clientelares, que en lugar de repartir planes armaran cooperativas y pelearan por un trabajo digno”. En 2014, Vera fundó su propio partido político, denominado Bien Común, con el que se presentará como candidato a jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en las próximas elecciones.

-Ud. mencionó la actuación de la Unión de Trabajadores Desocupados de General Mosconi (UTD), considerada precursora de los movimientos sociales que se sucedieron con posterioridad en el país. ¿Influyó este antecedente en su participación en las asambleas barriales que empezaron en Buenos Aires en 2001?

-Sí, yo vivía en Parque Avellaneda y empecé a participar apenas surgieron. La de mi barrio, como todas, nació de los grupos que iban a Plaza de Mayo y, después de ser reprimidos, empezaron a organizarse. De a poco, además de las reivindicaciones comunes –renovación de la Corte Suprema, democratización del régimen, lucha contra la corrupción, etc.–, cada una empezó a abocarse a los problemas locales propios como el hambre y la desocupación que se avecinaban. Nosotros –la Asamblea “20 de diciembre”– desde los inicios habilitamos una olla popular que se transformó rápidamente en un comedor al que concurrían muchísimos migrantes bolivianos.

-¿Cómo lograron subsistir en un momento tan complejo?

-Lo primero que hicimos para paliar la situación fue organizar tareas de supervivencia: club del trueque, compras comunitarias, la recuperación del bar histórico La Alameda, en la esquina de Lacarra y Directorio, que estaba abandonado y que terminó dándonos el nombre con el que se nos conoce. Como nunca quisimos convertirnos en una agrupación clientelar, le dimos al comedor una dinámica especial. Si bien es gratuito, quien viene a comer debe realizar una tarea comunitaria rotativa que garantice su funcionamiento: cocinar, limpiar, inventariar los alimentos, etc. Esto fue democratizando la vida de La Alameda, que pasó a ser el lugar en el mundo para quienes vivían hacinados, un espacio donde se celebraban los cumpleaños de los más pobres, las comuniones, la fiesta de la Pachamama. Y también donde la gente empezó a tener voz y voto.

-¿Cómo se conectaron con el problema de los talleres clandestinos?

-Fue a mediados de 2002, cuando empezó a llamarnos la atención que los domingos la plaza del barrio estuviera repleta, mientras que en la semana no aparecía nadie. Con el tiempo nos dimos cuenta de que lo que ocurría era que la gente vivía en casas cerradas, aparentemente en alquiler, que escondían talleres clandestinos. A partir de ese momento, siguiendo la línea de la necesidad, empezamos a vincularnos con el trabajo esclavo y la trata de personas.

-¿No contaba la gente lo que estaba viviendo?

-No. A fines de 2004 seguían llegando al comedor un montón de trabajadores, el 90 por ciento provenientes de talleres clandestinos. El problema era que no lo decían. Ganar la confianza de la comunidad boliviana nos llevó por lo menos dos o tres años de compartir la vida. En La Alameda, siempre hay guardias para recibir a quien lo necesite, y era usual que llegara una mamá golpeada con sus hijos y no dijera qué había ocurrido. ¿Qué podíamos hacer más que darles albergue por unos días? En ese momento, creíamos que el trabajo esclavo era algo marginal relacionado con la falsificación de marcas, jamás pensamos que los primeros condenados serían talleristas que trabajaban para Montagne, Lakar y Rusty, por ejemplo. Nos fuimos familiarizando con la magnitud del problema a lo largo de 2005, después de lograr construir una comunidad afectiva que permitió romper el silencio.

-¿Cuándo empezaron a surgir estos talleres ilegales?

-Este movimiento delictivo comenzó en 2000, pero el crecimiento masivo fue entre 2004 y 2006. En general, puestos por las mismas marcas de ropa, a las que les era fácil convencer a un empleado boliviano eficaz para que explotara a sus propios paisanos. Le alquilaban un lugar, le daban las máquinas y ponían todo a su nombre, de modo que si eran allanados la marca quedaba exenta de responsabilidad. Se trataba de talleres que cosían para Cheeky, Adidas, Nike o Kosiuko, entre otros.

-¿Cómo captaban a los costureros?

-Mediante agencias de empleo, convocatorias por radio, con promesas de buenos salarios, casa y posibilidad de ayudar a la familia. Los ingresaban ilegalmente al país y en algunos casos les retenían los documentos. Nosotros comprobamos que hasta las comisarías habían incorporado los talleres clandestinos como parte de su caja negra. Fue muy duro constatar que a cuadras de nuestras casas se vivía esta tremenda realidad, y de inmediato empezamos con las denuncias, lo que generó un efecto dominó. Todos los días recibíamos información sobre el mecanismo de captación, que incluía coimas, empresas de ómnibus cómplices, empleados de Gendarmería comprados que liberaban la frontera, etc.

-¿Sufrieron represalias después de realizar las denuncias?

-Por supuesto. Hubo una serie de atentados; una marcha de 3000 talleristas que quisieron quemar La Alameda; en 2006, el incendio en un taller clandestino de la calle Luis Viale, donde murieron seis costureros. Quisieron callarnos porque nosotros conocíamos el andamiaje del negocio.

-¿Cómo funcionaba esa estructura?

-Cuando un costurero lograba escapar del taller, iba directo a la comisaría del barrio, donde la policía lo mandaba al Consulado. Allí armaban una especie de Servicio de Conciliación Laboral Obligatoria (SECLO) trucho, organizaban una reunión con el tallerista y le hacían firmar al empleado un acta en la que se comprometía a no realizar ninguna denuncia. Si el costurero insistía, el Consulado –oficiando como un ministerio de trabajo clandestino– lo repatriaba a su país. Se trataba, una vez más, de un mecanismo que involucraba personas e instituciones como comisarías, consulado, migraciones y la frontera.

-¿Fue complicado instalar en los medios una problemática desconocida hasta ese momento?

-Sí, fue muy difícil. Durante años, por no tener cámaras propias, dependíamos de los medios para poder amplificar las denuncias y muchas veces se negaron a difundir investigaciones porque afectaban la pauta publicitaria. O las tomaban, según quién fuera el denunciado, en un juego de conveniencias políticas. A muchos medios no les interesa la verdad sino la funcionalidad.

-De la denuncia contra los talleres clandestinos a la formación de una cooperativa textil. ¿Cuándo surgió la idea?

-Al darnos cuenta de que el 90 por ciento de quienes venían al comedor eran costureros de los talleres clandestinos. En 2009, con maquinarias incautadas, logramos la creación del Centro Demostrativo de Indumentaria que funciona en Barracas en un predio del gobierno de la Ciudad y es gestionado por el INTI, que tiene la función de capacitar, ayudar en la comercialización, garantizar las reglas de trabajo, etc. Otras máquinas incautadas permitieron crear cooperativas en territorios Qom en Formosa y en el Chaco.

-También crearon una marca de ropa llamada La Alameda. ¿Cómo funciona?

-Casi por descarte, diría. En un principio, logramos una economía de subsistencia, pero a partir del momento en que empezamos a tener visibilidad, se acercaron muchos diseñadores jóvenes interesados en buscar cooperativas libres de explotación y esclavitud. Desde entonces, tiene trabajo La Alameda y pudimos sumar otras 14 cooperativas.

-¿Fue a partir de esta iniciativa que se conectaron con cooperativas similares asiáticas?

-Sí, fue un largo camino orientado a cambiar las condiciones de trabajo esclavo en la industria textil, y la difusión de nuestra tarea nos conectó con otros trabajadores. Nos empezaron a invitar a distintos países para estudiar los mecanismos de recuperación de fábricas, problemática que se replica en todas partes. En Tailandia, nos contactamos con la cooperativa Retorno a la Dignidad, cuya historia es idéntica a la nuestra, y decidimos hacer una marca global: No Chains. El logo lo conseguimos mediante un concurso internacional a través de las redes sociales, y los diseños reflejan el símbolo del trabajo esclavo y a favor del trabajo digno. En la actualidad, hay cinco cooperativas en los dos extremos del mundo que comparten historias y valores comunes. No Chains no fue pensada como negocio sino como una manera de demostrar que es posible producir productos de buena calidad y libres de explotación.

-Con el tiempo, además de la problemática textil, comenzaron a investigar y denunciar el trabajo infantil, el trabajo esclavo en el campo y la trata de personas. ¿Cómo  se generó este efecto dominó?

-Siempre por las denuncias de la gente. En 2007, nos empezó a llegar información acerca del trabajo infantil y esclavo en horticultura, floricultura, industria avícola. Esta problemática nos llevó a salir del ámbito de Buenos Aires y el Conurbano, e hicimos denuncias en Mendoza, Córdoba, en el corredor de Batán-Sierra de los Padres, en Pilar, Zarate y Campana. Lo mismo ocurrió con el tema trata. Probablemente porque éramos los únicos que decíamos que, pese a cierta mejora económica, había un patio trasero oscuro y mafioso desarrollándose en forma masiva, relacionado con la captación y explotación laboral y sexual. La primera denuncia –a modo de ejemplo– fue la de un prostíbulo en San Pedrito y Directorio, donde había una menor paraguaya de 16 años. Un compañero de la Asamblea se ofreció a trabajar como volantero para poder filmar –por suerte ya teníamos cámaras propias– y presentamos la denuncia ante la Defensoría y el Juzgado Federal. Como no tuvimos respuesta, organizamos una marcha de 400 personas, entramos al local y sacamos a la víctima.

-Otro de los temas fundamentales denunciados por La Alameda es el narcotráfico.

-Real dimensión del problema empezamos a tener en 2008. Hicimos una investigación de los prostíbulos ubicados en los alrededores del Departamento de Policía y nos sorprendió tanto la cantidad (eran 35), como comprobar que en realidad la actividad principal era la venta de estupefacientes. En uno de ellos, ubicado en un edificio de Juan 1338, donde los propios vecinos nos ofrecieron sus casas para que pudiéramos observar los movimientos, comprobamos que las mujeres salían y regresaban a los 15 minutos. Allí nos dimos cuenta de que se trataba de otra cosa. Observando la prostitución callejera en el barrio de Constitución, descubrimos que también se trataba de correos. En síntesis, comprobamos que la venta de drogas no se circunscribía a la villa 1.11.14 o a determinados asentamientos donde algunos iban a comprar, sino que empezaba a masificarse en departamentos particulares, cabarets, whiskerías, supuesta prostitución, etc. Hablo de venta, consumo y distribución.

-Ud. habla siempre del crimen organizado, para luchar contra el cual creó una Red antimafia. ¿De qué se trata?

-Las redes de trata laboral y sexual, la corrupción, el sistema de coimas, el narcotráfico y el lavado de dinero constituyen un entramado mafioso, perfectamente aceitado. Estas bandas, junto a sectores corruptos del Estado, favorecen el accionar delictivo y la impunidad. La Red Nacional Antimafia la creamos con el objetivo de articular todas las asociaciones que luchaban por separado, porque nos dimos cuenta de que no tiene sentido dar peleas individuales cuando el crimen actúa como un holding. Para ello nos conectamos con la gente que hizo el Mani pulite –manos limpias– en Italia, un proceso que logró destapar la corrupción  agrupando a las víctimas de la mafia y generando políticas públicas con la participación de los más honestos. Si ellos lograron, siguiendo la cadena de valor y a través de la ley, confiscar bienes para reutilizarlos socialmente, imaginemos si se hiciera en Argentina. Solo con las pistas de aterrizaje clandestinas, tendríamos la reforma agraria. Insisto, los ilícitos no se realizan por separado, la mafia es un holding.

-¿Cuáles considera que son los principales logros de La Alameda?

-En pequeña escala, haber instalado determinados temas en la agenda pública: hoy todos saben qué es el trabajo esclavo y la trata de personas. Denunciamos 117 marcas y redujimos de 5000 en 2006 a 3000 aproximadamente los talleres clandestinos. Conseguimos que disminuyera el trabajo esclavo a una escala importante y que se incrementara el trabajo registrado en un 20 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires. La incautación de bienes y su reutilización efectiva es algo de vanguardia que demostramos que funciona. Conquistamos gran cantidad de leyes provinciales para cerrar whiskerías y cabarets clase A, allanar y detener zonas y redes prostibularias muy importantes en Mar del Plata, Santa Cruz, Ciudad y provincia de Buenos Aires. Y, por último, creo que pese a que existe un avance en cuanto a la conciencia social y a nivel jurídico, no hemos logrado que esto se traduzca en políticas públicas.

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Foto: Gentileza Prensa Gustavo Vera / Bien Común

 

“EL NARCOTRÁFICO ESTÁ DESCOMPONIENDO EL SISTEMA POLÍTICO”

Aunque hace bastante tiempo que el tema del narcotráfico está presente en los medios, en las últimas semanas tomó mayor relevancia por las declaraciones de Francisco, y más recientemente por una investigación presentada por La Alameda en la Legislatura porteña. “Las afirmaciones del Papa sobre la gravedad de esta situación coinciden con los informes elaborados por la ONU que denuncian el avance del narcotráfico en nuestro  país y confirman que no solo hay consumo sino también exportación de drogas. La Argentina lidera el ranking de consumidores de Latinoamérica (alrededor del 2,6 por ciento de la población contra el 1 por ciento del resto de los países) y está segundo a nivel continental, después de EE. UU. Por otra parte, figura como tercer proveedor mundial después de Brasil y Colombia”, explica Vera. Y sostiene que los estudiantes secundarios son los principales consumidores de pastillas de diseño como éxtasis o cristal.

-Según su experiencia, ¿cómo describiría la situación argentina actual?

-Como muy preocupante. Está probada la presencia en nuestro país de gente vinculada al Chapo Guzmán, líder del cartel de Sinaloa; la familia Escobar Gaviria; el cartel de los Zetas y el de Tijuana. Además de las miles de pistas clandestinas reconocidas por el propio Berni, hay cocinas de clorhidrato de cocaína en Capital –donde se ha armado un terreno liberado en la villa del Bajo Flores protegido por cerca de 300 soldados armados– y en la provincia de Buenos Aires. El gobierno conoce esta realidad porque ya fue denunciada ante la Justicia. Como no hubo reacción, dimos a conocer el informe en la Legislatura.

-El Papa se manifestó profundamente preocupado por el tema en reiteradas oportunidades e incluso en un correo privado con Ud. habló de “evitar la mexicanización” de nuestro país. ¿Cree que para Francisco es el eje de la crisis argentina?

-Por supuesto. Si analizamos la situación de México una década atrás vamos a ver que era muy parecida a la nuestra. El factor narco está descomponiendo el sistema político argentino, financia campañas, arma empresas de lavado, corrompe políticos. Ausencia de condenas, permeabilidad en las fronteras, organismos del Estado que facilitan importación de insumos de precursores químicos, presencia de carteles, lavado de dinero, entre otros, conforman un escenario que nos puede llevar a una rápida situación de violencia como advirtió la Iglesia en la Conferencia Episcopal en 2013. Hoy Francisco no hace más que repetir ese planteo. Vivimos hablando de lo que ocurre en Rosario porque es la cara visible, pero las situaciones de vicariato son moneda corriente en el Bajo Flores, San Miguel, José C. Paz, Orán o Tartagal, solo que no salen en los diarios.

Consultado acerca de los inicios de su relación con el exarzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, Vera cuenta que empezó en 2008, “cuando se multiplicaban los atentados en La Alameda y pensamos que sin un respaldo importante íbamos a terminar en el Río de la Plata. Lo contactamos y empezamos a trabajar juntos. Pese a todas las operaciones que se hacían en su contra, pudimos ver que era alguien que volvía a la esencia del cristianismo, que era coherente entre lo que decía y hacía”, relata con entusiasmo Vera. Y cuenta que no se asombraron cuando fue nombrado Papa. “Estábamos convencidos e incluso preparados para ese acontecimiento. Y hoy seguimos preparándonos para lo que viene”.

 -¿Y qué es lo que viene?

-Una combinación del movimiento Solidaridad de Polonia (movimiento obrero que luchó contra el autoritarismo con la ayuda de Juan Pablo II), del Mani Pulite italiano (rebelión de sectores honestos contra la mafia) y el efecto multiplicador de la visita de Francisco en 2016. El reencuentro con la gente va a producir una ola de entusiasmo y participación. Muchos no se dan cuenta aún, pero tenemos en la Argentina una de las personas más influyentes del mundo. El desmantelamiento de las mafias, el poder como servicio, la sociedad basada en el ser humano y no en el dinero, el cuidado del ambiente son ejes estratégicos muy fuertemente instalados en la agenda de Francisco en los próximos años. Estoy convencido de que así como saneó la imagen de la Iglesia y restauró la autoridad a través de la ejemplaridad, algo similar va a generar en nuestro país, donde el problema es la falta de moral, la corrupción y la ausencia de patriotismo.

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