Tras la noticia de que Donald Trump tiene intenciones de comprar Groenlandia, las autoridades danesas salieron al cruce. “Es absurdo”, declararon. Sin embargo, la compra de territorios no siempre fue inconcebible: grandes regiones, como Luisiana, Alaska y las islas Vírgenes, fueron, en su momento, compradas por EE. UU. Aquí, un repaso por las adquisiciones más emblemáticas y las condiciones en las que se realizaron. Por Pablo Nardi.
¿Puede un país comprar un territorio? La respuesta parece evidente, y así lo demostraron las autoridades de Dinamarca con su ferviente rechazo a la voluntad del presidente de EE. UU., Donald Trump, de comprar Groenlandia. Aunque la primera mandataria de la región autónoma perteneciente a Dinamarca aseguró que “es absurdo”, la pregunta, más allá de ser otra de las excentricidades del magnate, refleja un cambio de época. No hace más de un siglo, la compra y venta de grandes porciones de tierra estaba lejos de ser inadmisible.

Las razones por las que un país puede anhelar un territorio son principalmente económicas: recursos naturales, derechos de pesca y proyección geográfica, entre otras. Hace menos de un siglo, el anexo se realizaba por conquista e invasiones, o bien por consenso, lo cual podía implicar una mediación realizada por tratados internacionales y, eventualmente, la compra y venta. En todos los casos, hay un denominador común: nadie consultaba qué opinaban los habitantes del territorio por ceder.
Hace menos de un siglo, el anexo se realizaba por conquista e invasiones, o bien por consenso, lo cual podía implicar una mediación realizada por tratados internacionales y, eventualmente, la compra y venta.
Basta recordar, sin ir más lejos, la propia historia de los EE. UU. Un ejemplo es el Tratado de París, firmado en 1898, que terminó con la guerra Hispano-Estadounidense y tuvo como saldo la entrega de Filipinas al gigante norteamericano por 20 millones de dólares, junto a Guam y Puerto Rico. En cambio, otros territorios fueron adquiridos a cambio de una suma determinada de dinero por consenso bilateral, que, en ocasiones, poco tuvo de consenso y nada de bilateral. Los siguientes casos son algunos ejemplos de este tipo de adquisiciones.
Luisiana, el primero de la serie
En el siglo xviii, el estado de Luisiana era más grande y de propiedad francesa; de ahí su nombre, pues alude al rey Luis XIV de Francia. En 1803, Napoleón renunciaba a su sueño del “imperio americano” tras la derrota en Haití y, para conseguir dinero con el que financiar sus campañas en Europa, decidió vender Luisiana a EE. UU. por 15 millones de dólares. El más de millón de kilómetros cuadrados adquirido en ese momento representa hoy el 23,3 por ciento de la superficie del país.
Florida: las colonias españolas también tuvieron un precio
En 1820, Florida pertenecía oficialmente a España, pero el poder se dirimía entre varias partes interesadas. Para aplacar una insurrección independentista, los ejércitos de EE. UU. y de España unieron fuerzas. Al año siguiente, en 1821, el secretario de Estado, John Quincy Adams, obligó a España a vender su parte por la módica suma de 5 millones de dólares, monto que nunca llegó a las arcas estatales porque se utilizó para saldar deudas de ciudadanos estadounidenses con el gobierno español.
Alaska: el error
Pocas acciones de la historia geopolítica global fueron tan celebradas y lamentadas por igual, según de qué lado de la Cortina de Hierro se las vea. Para Rusia, fue un desprendimiento catastrófico; para EE. UU., un negocio millonario. La venta se realizó en 1867, y Rusia, extenso país signado entonces por la pobreza de los muyiks y la literatura de Lev Tolstói, era gobernada por el zar Alejandro II. El territorio de Alaska era un área gigantesca y misteriosa de la que poco se sabía, razón por la cual se ignoraban las ricas reservas de petróleo que luego descubrió y hoy explota EE. UU. El precio: 7,2 millones de dólares. Sin embargo, en contexto, la transacción no fue tan ridícula como parece: Rusia atravesaba una crisis económica y temía perder Alaska de manos de los ingleses, quienes por entonces dominaban los territorios de ultramar y podían tomar con facilidad un territorio difícil de defender. Desde esta perspectiva, la venta significaba un problema menos y un ingreso extra para las arcas rusas. La compra de Alaska añadió 1,5 millones de kilómetros cuadrados al país norteamericano; este estado, además de ser una fuente valiosa de recursos naturales, en los años de Guerra Fría, significó para EE.UU. una avanzada por la que podían movilizarse aviones y radares hacia las puertas del territorio ruso sin asumir un riesgo civil.
El territorio de Alaska era un área gigantesca y misteriosa de la que poco se sabía, razón por la cual se ignoraban las ricas reservas de petróleo que luego descubrió y hoy explota EE. UU.
Islas Vírgenes: no siempre fue absurdo
EE.UU. siempre miró con deseo a Groenlandia, pero Dinamarca nunca cedió. Sí cedió, en cambio, cuando el territorio en juego fueron las islas Occidentales Danesas, luego rebautizadas islas Vírgenes. Las islas caribeñas, de 352 kilómetros cuadrados, fueron vendidas por Dinamarca en 1916, en plena Guerra Mundial. El acuerdo no fue del todo libre y consensuado: EE. UU. temía que Alemania tomara las islas Occidentales Danesas y las usara como base naval, por lo que presionó a Dinamarca para que las vendiera. Dinamarca aceptó por el temor de que, si Alemania tomaba el territorio, EE. UU. desembarcara allí sus fuerzas. El trato se cerró en 25 millones de dólares.
La historia no se repite
Al enterarse de la voluntad de Trump de comprar Groenlandia, el exembajador estadounidense en Dinamarca, Rufus Gifford, recordó a la radio NFS dicho capítulo de la historia entre ambos países y remarcó que Washington consiguió las islas Vírgenes “por un buen precio”. Los daneses “aún están superándolo”, comentaba entre risas. Este miércoles, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, declaró: “Afortunadamente, los tiempos en los que se podía comprar y vender territorios y poblaciones ya se acabaron”.

Mientras tanto, Donald Trump les hace frente a las críticas sobre su idea de comprar Groenlandia a través de las redes sociales. Con la ironía que lo caracteriza, el primer mandatario estadounidense tuiteó: “Prometo no hacer esto”, junto a un fotomontaje donde se ve una Torre Trump levantada en la isla danesa.