InicioMedioambiente“Diversificar la producción es clave para la sustentabilidad”

“Diversificar la producción es clave para la sustentabilidad”

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Para comprender la difícil problemática de la degradación de nuestro frágil ecosistema, conversamos con Roberto Casas, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA Castelar.

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Los números suelen ser esclarecedores. Según las Naciones Unidas, alrededor del 40 por ciento de la población mundial vive en el desierto y tierras secas; el 90 por ciento de esta población pertenece a países en vías de desarrollo. Por la degradación del suelo, ya están en riesgo 110 países y anualmente se pierden 12 millones de hectáreas que podrían producir 20 millones de toneladas de grano. Respecto a la Argentina y de acuerdo con los datos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, de los 276 millones de hectáreas que componen el territorio continental, 60 millones están afectados por distintos procesos de degradación. Mientras tanto continúa aceleradamente el aumento de la población que ya alcanza los 7000 millones, con su creciente demanda de recursos y alimentos.

– ¿Cuál es la importancia de contar con suelos sanos?

– Se trata de un elemento clave para la vida misma porque es la fábrica de alimentos. Actualmente está cobrando importancia estratégica a nivel mundial, debido a que la seguridad alimentaria ya aparece en las agendas del mundo. Por otra parte, aunque se considere un recurso renovable, en la práctica sabemos que no funciona como tal: un suelo que se erosiona, ya sea por procesos hídricos -lluvia- o eólicos -viento-, es un suelo que se pierde definitivamente para la producción agropecuaria. De allí que su conservación sea vital para todos los países, y particularmente para la Argentina, donde la producción agropecuaria es uno de los pilares de la economía.

– ¿Es irreversible entonces el proceso erosivo?

– Sí. Cuando uno hace un perfil del suelo y lo analiza, comprueba que un suelo puede tener entre uno y dos metros de profundidad, pero la parte productiva es la que corresponde a lo superficial, alrededor de 25 y 30 cm que son los que contienen la materia orgánica, los nutrientes, que sirven de sostén y sustento para los cultivos. Si esa capa se adelgaza por los procesos erosivos, el suelo disminuye su productividad y hasta puede quedar estéril por completo, si se pierde todo el estrato superficial.

– ¿Cuáles son los principales tipos y procesos de deterioro que puede sufrir el suelo?

– Uno de los más importantes es el proceso erosivo porque, como comentaba, el suelo se pierde irreversiblemente para la producción. Pero no es solo eso sino que además ese suelo va a parar a las cañadas, los ríos y el mar con consecuencias no deseables como, por ejemplo, la producción de sedimentos que hay que dragar en los ríos; o sea que además de volverse  improductivo, causa pérdidas a otros sectores de la economía nacional. Otros problemas de deterioro que sufre el suelo son el de salinización, que a nivel nacional afecta a casi 16 millones de hectáreas, y el de compactación, que también limita las actividades productivas. Por último, el proceso degradatorio por excelencia -que se da sobre todo en las áreas secas o con problemas de aridez- es la desertificación, un proceso extremo que abarca tanto el suelo como el ambiente.

– ¿Qué diferencia hay entre una erosión grave y la desertificación?

– La desertificación es un proceso degradatorio que se produce en regiones áridas y semiáridas, donde el factor agua es crítico: al deterioro del suelo y del ambiente se le suma el déficit hídrico. La erosión hídrica y eólica puede darse en las regiones mencionadas y también en las húmedas. En toda la región productiva argentina, en la pampeana por ejemplo, hay importantes procesos de erosión. Se estima que alrededor de un 20 por ciento de la superficie nacional –60 millones de hectáreas aproximadamente- está con procesos de erosión hídrica y eólica en partes iguales. Para tener una idea de la dimensión, se trata de una superficie similar a la suma de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

– ¿En qué consiste el proceso de salinización de los suelos?

– Es un proceso muy difundido a escala nacional que históricamente estuvo asociado a suelos de regadío y que en la actualidad se está registrando también en ambientes de secano. Si bien esta situación es alarmante, lo bueno es que puede solucionarse con sistemas de drenaje que permitan el lavado de las sales en exceso. El problema más serio entonces se encuentra en las áreas de secano donde no se riega. En este momento, existen a nivel nacional alrededor de 16 o 17 millones de hectáreas con altos niveles de salinización y hasta 30 millones que presentan cierto grado. Nosotros desde el Centro de Investigación de Recursos Naturales estamos llevando adelante proyectos de investigación para tratar de recuperar estos suelos. El importante desplazamiento de la agricultura en los últimos años ha llevado a que se destinen a la ganadería los suelos de menor productividad, por ello están adquiriendo mayor relevancia las tierras afectadas por sales. Hay tecnologías de recuperación, sobre todo referidas a prácticas de manejo y a la utilización de especies forrajeras que estén adaptadas a estas condiciones de salinidad.

– Teniendo en cuenta los números y los porcentajes que Ud. menciona, ¿qué queda de la “Argentina, granero del mundo”?

– No es que no sea cierto, pero ¡cuidado! Los suelos se van degradando y la productividad, disminuyendo. Hay factores que enmascaran esa pérdida como, por ejemplo, la biotecnología, el mejoramiento que van generando híbridos y variedades de mayor poder productivo. De hecho, la producción nacional está aumentando y cada vez tenemos un potencial de mayor productividad, pero eso no significa que los procesos de degradación de suelo se hayan detenido.

– ¿Qué método puede emplearse para disminuir la vulnerabilidad de este ecosistema?

– En los últimos años, avanzó el sistema de siembra directa (con el que ya se han cultivado más de 20 millones de hectáreas) que si bien no resolvió el problema de la erosión, logró ponerle un freno. Con este sistema, para explicarlo de un modo sencillo, no se remueve el suelo ni se necesitan prácticas de labranza sino que, con sembradoras adaptadas, se siembra directamente sobre el rastrojo que queda después de la cosecha. La ventaja es que el suelo queda resguardado siempre con una cubierta que actúa como un verdadero paraguas para protegerlo de la acción erosiva del agua y del viento.

– La siembra directa ¿puede ser empleada para cualquier cultivo?

– Sí, de hecho ya se desarrolló para cultivos extensivos como el trigo, la soja, el maíz, el sorgo y el girasol. El problema de su correcta aplicación es que necesita de la rotación y no funciona, por ejemplo, con el monocultivo de soja, que deja muy poco rastrojo y se degrada rápidamente, hecho que atenta contra este sistema cuya bondad es dejar protegido el suelo. Para que funcione adecuadamente se debe rotar el cultivo de soja con el de gramíneas –trigo, maíz, sorgo- que dejan mucho volumen de un residuo que perdura en el tiempo. Esto permite mantener el suelo cubierto durante todo el año, lo que minimiza el proceso erosivo. Existen otras prácticas de conservación como cortar las pendientes de los suelos empinados o realizar sistemas de terraceados con el objetivo de evitar que el escurrimiento de la lluvia no alcance velocidades erosivas y la reposición de nutrientes. En la actualidad tenemos niveles muy bajos de fertilización porque reponemos solo un tercio de lo que se llevan las cosechas. Debemos aumentar la mineralización de los suelos porque mejora la producción granaria y aumenta la producción de biomasa, protectora del suelo.

– Si se sabe que la siembra directa es un método efectivo para el control de la erosión, ¿hay legislación que reglamente estos cuidados?

– El sistema de siembra directa se ha difundido muchísimo porque es muy bueno para el productor: al reducir la cantidad de labranzas es más barato el cultivo;  disminuyen las operaciones, se trabaja menos. En síntesis, todos ganan: el productor, porque invierte menos, el Estado, porque genera más recaudación y el medio ambiente, porque se degrada menos el suelo. Pese a tantos beneficios, la realidad es que no hay una reglamentación a nivel nacional que obligue a realizarlo. Sí hay provincias –como la de Entre Ríos que es emblemática- que tiene una buena legislación con incentivos para el productor que plantea prácticas conservacionistas: siembra directa, deforestación planificada, introducción de pasturas en el sistema productivo, etcétera.

– ¿Cuáles son las principales causas del deterioro?

– A nivel nacional los motivos son diversos. En la región pampeana, el monocultivo de soja es uno de los factores más importantes que provoca desprotección del suelo. En la región chaqueña, un elemento fundamental fue la expansión de la agricultura. La tala indiscriminada y no planificada del bosque generó procesos erosivos, una cuantiosa pérdida de biodiversidad y un mayor impacto de la variabilidad climática en los suelos desmontados, entre otros problemas. En la región patagónica, un proceso históricamente muy importante en la degradación ambiental fue el pastoreo extensivo con lanares que devastó el tapiz herbáceo. Al tratarse de ambientes muy frágiles, donde llueve 200 mm o menos, los consecuentes procesos de desertificación fueron relevantes. A esto hay que sumarle otras actividades como la petrolífera por la cual se realizan picadas que desnudan el suelo, iniciando focos erosivos, y la minería que genera algunos procesos de contaminación muy focalizados. En la región del espinal -oeste de La Pampa, Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja-, el desmonte, el fuego que suele usarse para provocar el rebrote de pastizales y el pastoreo han generado procesos degradatorios muy fuertes. Hay ganado vacuno, caprino, lanar que genera denudación del suelo y provoca degradación y desertificación. Creo que estos son los factores más importantes.

– ¿Qué opina acerca de la quema de pastizales como recurso para mejorar el suelo?

– Si hablamos de suelos agrícolas, la quema es utilizada para eliminar los residuos excesivos de las cosechas; y en los suelos con explotación ganadera, muchas veces se usa para provocar el rebrote de la pastura. Estas son técnicas de fuego controlado, muy distantes de la quema de inmensas superficies que trae aparejadas varias desventajas. Una de ellas es que muchas veces el fuego no se logra regular y llega incluso a las ciudades; otra, la quema de materia orgánica que le da vida y hace productivo un suelo. Por estas razones, nosotros no recomendamos estas prácticas ancestrales que se ven incluso en la ciudad cuando la gente poda árboles o corta el pasto.

– ¿Cómo diagnosticaría el estado de salud de los suelos argentinos?

– A pesar de que no estamos en el mejor de los mundos, creo que se ha avanzado mucho durante los últimos años respecto al control de degradación de la tierra. El INTA, las provincias, las universidades, las asociaciones de productores, entre otros organismos, han hecho un trabajo mancomunado muy importante. El caso del avance de la siembra directa diría que es paradigmático porque permitió  controlar los procesos erosivos y mejorar la calidad del ambiente productivo. En los últimos años, el INTA emprendió proyectos relacionados con el estudio de la calidad de los suelos que se están difundiendo a nivel de los productores. El objetivo es llegar en tiempos no muy lejanos a una agricultura certificada, que pueda mostrar que se está produciendo en cantidad y calidad, o sea, sin degradar el producto suelo. La única forma de hacerlo es demostrándolo con indicadores de calidad de nutrientes, materia orgánica, condición física, de no erosión, entre otros. Otra cuestión importante en la que, como comenté, tenemos déficit es la reposición de nutrientes que ronda el 33 por ciento, según un estudio a nivel nacional que estamos finalizando. Es una cifra muy escasa.

– La implementación de esta práctica, ¿depende del productor?

– El productor es una de las patas; por otra parte está el Estado que debería brindar incentivos económicos. En definitiva la no aplicación de los nutrientes es un subsidio que la naturaleza le está dando al productor y al Estado, que también recauda y esa es riqueza que se le extrae al suelo, pero que en algún momento se va a terminar.

– Como en todos los temas, parece ser una cuestión cultural. ¿Cree que quien no lo hace es porque no lo entendió?

– Por supuesto. Es como una cuenta bancaria de la que extrajéramos potasio, nitrógeno, fósforo o azufre, la cuenta se va adelgazando hasta quedarse con muy poco o nada. Por eso se deben fomentar este tipo de prácticas; desde el INTA lo hacemos permanentemente a través de cursos, disertaciones, talleres o congresos, y lo demostramos con números: los beneficios que trae para el productor la reposición de nutrientes no es un costo sino una inversión.

– Anteriormente Ud. mencionó el trabajo en conjunto con diversas instituciones y organismos, tema que en la mayoría de los ámbitos suele señalarse como conflictivo. ¿Han logrado llevar adelante una colaboración exitosa?

– Le mentiría si le dijera que todo es perfecto en este sector, pero creo que estamos bien. El INTA promueve la articulación con el sistema científico y tecnológico e incluso con el sector privado; de hecho nuestro Centro de Recursos Naturales tiene 36 convenios con distintas instituciones  y hay una política nacional de articulación con diversos organismos y universidades que están trabajando en temas reales, no en el papel. Tenemos proyectos compartidos y creemos que esa debe ser la forma de trabajar, aunando capacidades.

– ¿El INTA está llevando a cabo acciones en contra de la desertificación en la Argentina?

– Sí. Es un tema muy importante que se relaciona con el productor. Es necesario diversificar la producción, pero con eso solo no alcanza, también es indispensable incorporar otros factores como los trabajos de desarrollo regional, la comunicación, las rutas, etcétera. En la problemática de la desertificación, el ausentismo y el éxodo juegan un papel muy importante. Me refiero al abandono del ámbito rural por parte del lugareño que va a las ciudades buscando escuelas, trabajo o atención médica. Esto implica programas de desarrollo para estas regiones que están muy emparentados con los procesos de lucha contra la desertificación. No se trata solo de una cuestión relacionada con lo tecnológico; podemos proponer los mejores planes, pero no van a tener éxito si no se lleva a cabo una acción integrada.

– En la actualidad estamos viviendo un aumento de la temperatura global y modificaciones en el ciclo hídrico, consecuencia del cambio climático. ¿Cómo impactan estos fenómenos en la productividad del suelo?

– Muy fuertemente, sobre todo cuando vienen acompañados de la acción antrópica. Imagínese la región de Chaco, en los suelos donde antes había montes, hoy se realizan actividades agrícolas, muchas veces exportada del sur como la soja, cultivos inapropiados para esas regiones provocan aguas abajo impactos que antes no se producían.  La actividad industrial, el transporte e, incluso, la agricultura en menor proporción son actividades que generan la emisión de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global. Aunque nuestra actividad agrícola  no genere un gran impacto, creo que como país productor debemos empezar a trabajar fuertemente en planes de reducción de dichas emisiones. Si analizamos la situación de la agricultura en el mundo, advertimos un aumento de las presiones de la sociedad por alcanzar un ambiente saludable. A la luz de estas tendencias, queda claro que la adecuada gestión ambiental y el buen uso de los recursos será una exigencia del comercio internacional. Esta situación, lejos de ser una amenaza, debería considerarse, si logramos aplicar políticas ambientales consistentes, como una oportunidad para la Argentina.

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