Después de la noche polar, con la llegada del sol, científicos del Instituto Antártico Argentino comienzan a realizar mediciones para detectar el espesor de la capa de ozono, escudo protector de la Tierra.
Por Susana Rigoz
Por su capacidad de filtrar la radiación ultravioleta, el adelgazamiento de la capa de ozono afecta la salud humana y los ecosistemas. La buena noticia es que, gracias a un acuerdo global de los países, empezó su recuperación, evidenciando que es posible entre todos cuidar el Planeta.
La capa de ozono presente en la estratósfera fue afectada por la utilización de determinados químicos presentes en los aerosoles, refrigerantes y solventes, entre otros. Su deterioro hizo necesario un acuerdo mundial para su eliminación gradual. A este Protocolo de Montreal, ciudad donde fue firmado en 1987, se le sumó la creación de observatorios y redes de compilación de datos meteorológicos. Debido a su particular ubicación geográfica y su quehacer científico en la Antártida, Argentina tiene un rol destacado en su monitoreo.

Un lugar clave para el estudio de la estratósfera
La República Argentina cuenta con siete instalaciones científicas permanentes en la Antártida. La Base Belgrano II, ubicada a 1300 kilómetros del Polo Sur, es la más austral y cuenta con el Laboratorio Antártico Mutidisciplinario -LABEL-, dependiente del Instituto Antártico Argentino. Allí se llevan adelante diversos programas de investigación, propios o en colaboración con otros países. Entre ellos se encuentra el estudio de la capa de ozono, en conjunto con el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial de España, INTA-.
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A cargo del Laboratorio de Electrónica de la Coordinación Científica del Instituto Antártico Argentino (IAA), Héctor Ochoa explica que hay distintas técnicas para monitorear el estado de la capa: lanzamiento de globos, espectrómetros y espectrofotómetros, entre otros. “De todas, la más precisa es la ozono sonda: un globo de 1,8 metros de diámetro que se eleva entre 30 y 33 kilómetros aproximadamente en la atmósfera y lleva una radiosonda que transmite los datos obtenidos a un equipo del laboratorio de base Belgrano”, detalla el técnico. Una vez procesados por la computadora, la información (de temperatura, humedad, presión y ozono) se trasmite al Servicio Meteorológico Nacional y a la Organización Mundial de Meteorología”, añade.
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En cuanto a los tiempos y frecuencia en que se realizan estas mediciones, Ochoa manifiesta: “Los lanzamientos se llevan a cabo a partir de agosto, período durante el cual se produce el adelgazamiento de esta capa protectora. Durante la noche polar, no interesa su medición porque ya está recompuesta”. La frecuencia –debido a los altos costos- es de uno o dos lanzamientos semanales”.

¿Qué es el ozono?
La capa de ozono es un gas que se encuentra en la estratósfera, de 15 a 50 km sobre la superficie del planeta, y forma un delgado filtro que, actuando como un escudo, permite bloquear las radiaciones ultravioletas del sol, potenciales factores de riesgo que pueden provocar cáncer de piel, cataratas en los ojos y daños en el sistema inmunológico de las personas.
Ya en 1974 Mario Molina y Sherwood Rowland, químicos de la Universidad de California, alertaron en sus investigaciones sobre los perjuicios que los cloro-fluoro-carbonos ocasionaban a la capa de ozono. Este trabajo les valió en 1995 el Premio Nobel de Química.
En 1985, el descubrimiento del “agujero de ozono” sobre la Antártida –región donde se presenta con más intensidad- reforzó esta preocupación y colocó el problema en la agenda pública.

¿Por qué lo llamamos “agujero”?
Este gas atmosférico se distribuye en dos capas: un 10% está en la más cercana o baja llamada troposfera y el 90% restante en la segunda, denominada estratósfera, cuya función es la absorción de la radiación ultravioleta. La utilización de los químicos mencionados y otros elementos provocan el adelgazamiento de esa cubierta atmosférica que es conocido como “agujero” de ozono y comienza a formarse en el mes de agosto.
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¿Por qué es importante el Tratado de Montreal?
Este tratado global, firmado el 16 de septiembre de 1987, marcó un antes y un después en materia de conservación del ambiente y se considera un hito en la historia de la conciencia del vínculo entre hombre y naturaleza. Tanto es así que en esa fecha se celebra el Día Internacional de preservación de la capa de ozono.
Las 191 naciones firmantes acordaron la drástica reducción de las emisiones de los gases denominados cloro-fluoro-carbonos, causantes de graves daños en nuestro medio ambiente. Se trató de aproximadamente 100 productos químicos agotadores de la capa de ozono, entre los que se encuentran los hidroclorofluorocarbonos (HCFC) y clorofuorocarbonos (CFC) utilizados en refrigeración y espumas; tetracloruro de carbón y metilcloroformo, usados en detergentes industriales; y bromuro de metilo, fumigante en productos agrícolas, entre otros.

El Protocolo tiene carácter vinculante o sea que cada país adherente debe presentar un informe anual sobre producción, importación y exportación de cada uno de los productos químicos que se comprometió a eliminar. Estos informes son analizados por un comité que formula recomendaciones e, incluso, si un país está en situación de incumplimiento se elaboran planes de acción.
Ciencia y política, una unión exitosa
“Este acuerdo tiene la particularidad de ser una medida política implementada sobre la base de la colaboración científica. Sin dudas, la unión de la ciencia y los tomadores de decisiones resulta fundamental para el logro de los objetivos públicos. De hecho, el Protocolo de Montreal está considerado el acuerdo medioambiental más eficaz a la hora de resolver un problema global”, afirma el responsable del laboratorio de electrónica del IAA.
Gracias al cumplimiento de metas y el compromiso de los países se registra una disminución de alrededor del 95% de las sustancias responsables del agotamiento de la capa de ozono. “Según las mediciones realizadas año a año, luego de la firma del protocolo de Montreal, los investigadores afirmaron que hay una leve mejoría”, afirma Ochoa. Sin embargo, advierte que el agujero sigue estando “porque aunque dejemos de emitirlas, las sustancias químicas no desaparecen de inmediato”.