La caída del gobierno de Bashar al Assad en Siria fue tan sorpresiva como alarmante por el vacío de poder que representa en un país desgastado por 13 años de guerra civil. La presencia de potencias extranjeras y grupos terroristas hacen que la posibilidad de una transición ordenada hacia un gobierno democrático y pacífico sea una utopía.
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Siria: 50 años de dictadura y división interna
El exilio de Bashar en Rusia puso punto final a cinco décadas de la dinastía al Assad. Junto a su padre Hafez, gobernaron consecutivamente desde 1971, a fuerza de una falsa democracia que lo respaldó siempre con una base del 95% y con el hito histórico de ser votados por unanimidad en 1999.
Bajo el apellido al Assad, Siria fue un enemigo acérrimo de Israel a distintos niveles, apañando a su vez a grupos terroristas, y luego la mano de hierro puertas adentro, el desencadenante de la guerra civil que continúa causando muertos y exiliados desde 2011.
La Primavera Árabe llevó a que no solo la sociedad siria se enfrentará al régimen a través de protestas, sino también parte del sector militar se transformó en el Ejército Libre y comenzó a desafiar la longeva construcción de poder.

Las manifestaciones se respondieron con represión y detenciones mientras que la sublevación se transformó en una guerra civil que fraccionó el territorio nacional y sirvió para que numerosos actores se apropiaran de distintas regiones.
Israel consolidó su posición en los Altos del Golán, Turquía afianzó su dominio en Idlib, los kurdos consiguieron el control de las gobernaciones del noreste en plena disputa con Turquía, el Estado Islámico sobrevivió en ciertas aldeas del centro del país y los rebeldes se habían marginado al exilio y a presencias aisladas cerca de Aleppo y en el sur de Siria.
Esta división se mantuvo estable hasta el 1 de diciembre, cuando los distintos grupos rebeldes, entre ellos el Ejército Libre de Siria y el Frente Al Nusrah, lanzaron una histórica ofensiva en Alepo, que se anunció como el principio de una nueva fase del conflicto interno.

La victoria se convirtió en un puntapié para un avance que alcanzó dimensiones impredecibles. El 5 de diciembre el régimen de Bashar al Assad perdió Homs y las ciudades del centro del país, y tres días más tarde cayó Damasco, el epicentro del poder dictatorial que se creía imposible de batir. El mandatario y otros funcionarios huyeron hacia Rusia, abandonando el poder por la fuerza y dejando detrás suyo una caótica y confusa situación a nivel nacional.
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Los actores nacionales y extranjeros que intervendrán en Siria
Con la caída de años de gobierno de los al Assad, Rusia, Irán y los grupos subsidiarios obtuvieron un duro revés. La operación rebelde se produjo en un momento de debilidad por parte de las tropas rusas y de Hezbollah, desgastadas por sus guerras.
La nula capacidad de respuesta se tradujo en una retirada que dejó atrás recursos militares que fueron aprovechados por las fuerzas que hoy pretenden gobernar Siria.
Ese vacío fue llenado por el Frente Al Nusrah, una organización terrorista vinculada a Al Qaeda al mando de Muhammad al-Jawlani, que ya fue visto dialogando con personalidades como el Primer Ministro de Siria, Mohammad Ghazi al-Jalali y otros miembros del gobierno dispuestos a negociar una transiciòn ordenada.

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció una recompensa de 10 millones de dólares por al-Jawlani, mientras que Israel atacó posiciones en el Monte Hermón, una zona desmilitarizada a raíz de un acuerdo con Siria desde 1974. El primer ministro Benjamin Netanyahu anunció la ruptura de este tratado para neutralizar potenciales amenazas.
El jefe de Gobierno sostuvo que esta situación es “temporal” y que pretende entablar nuevas negociaciones sobre los Altos del Golán apenas se constituya un nuevo gobierno y este tome el mando de las Fuerzas Armadas sirias.
A su vez, la postura intervencionista estadounidense puede cambiar a partir del 20 de enero de 2025 con la llegada de Donald Trump al poder, quien ya dejó en claro que Washington no tiene intereses sobre Siria y no debería involucrarse en otra campaña en Medio Oriente.
La amenaza del Estado Islámico y un desenlace a lo Afganistán
Por fuera del Frente Al Nusrah, el Estado Islámico es entendido por las potencias como el principal peligro a contrarrestar. El ISIS, sinónimo de yihadismo y extremismo islámico, fue un dolor de cabeza en el pasado tanto para Occidente como para los propios países de la región. Su búsqueda de un califato que se rija por la Sharia llevó a enfrentamientos armados en Siria e Irak, incluso con la oposición de Irán y sus proxys.
Si bien su presencia en Siria está lejos de combatir la nueva hegemonía, Estados Unidos ya bombardeó 75 objetivos para evitar un rearme del grupo terrorismo en medio de la caótica situación nacional, y dejará apostados a 900 soldados que permanecen en el país desde 2014 como parte de una coalición internacional.
El descontrol que atraviesa Damasco obliga a EE.UU. a no replicar la experiencia vivida en Afganistán, cuando la administración Biden decidió abandonar el país y los talibanes tomaron inmediatamente el poder. Hoy Kabul se ve envuelto en un extremismo gubernamental basado en el Islam y fue denunciado por la vulneración de los derechos humanos y la preocupante situación económica y social.