Escribe Diego Guelar (*)
Ya sabemos lo que ocurrió en Estados Unidos a partir del 2016. Como 45° presidente, Donald Trump terminó con el periodo de “asociación y cooperación” que había comenzado con la Administración Clinton, cuando Washington patrocinó el ingreso de China al naciente G-20 en 1999 y a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001.
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El gigante asiático, en la mira de Washington
Trump definió a China como “enemigo estratégico”. En ese marco, anunció que aumentaría los aranceles a la importación de los productos de ese origen, suspendió cualquier forma de cooperación científica y tecnológica, y buscó amigarse con Corea del Norte, en un claro intento de meter una cuña entre los dos vecinos asiáticos.
Al respecto, Biden no se apartó de ese nuevo rumbo, y la tendencia confrontativa se mantuvo durante toda la presidencia del líder demócrata. No son necesarios los exégetas ni los adivinos: un hombre a los 78 años, la edad que tiene el presidente electo de EE.UU., solo es más de lo mismo.

Los que votaron a Trump, así como los que no lo hicieron, no pueden esperar ninguna sorpresa. En particular, el mandatario estadounidense ya ha anunciado un nuevo incremento de los aranceles y, seguramente, se producirá una respuesta similar por la parte china.
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Objetivo central de Trump: frenar la expansión de China
El conflicto bilateral opacará a la diplomacia multilateral. Sabemos el disgusto que Trump siente por la ONU, las cumbres climáticas y todo el entramado internacional que se ha venido tejiendo desde el fin de la Segunda Guerra mundial.
El nuevo presidente tiene una visión profética de su rol en el mundo y entiende que lo mejor que puede hacer Washington es fortalecerse hacia adentro, como la nación más poderosa del planeta. Y, desde allí, construir un “nuevo orden” que desplace los intentos “socialistas” y hacer que aflore lo mejor del espíritu emprendedor del capitalismo. En especial, fortalecer el desarrollo tecnológico fruto de la iniciativa privada, limitando la intervención del Estado.

Con estas banderas, queda claro que su gran rival mundial es China. Por ese motivo, más que incrementar la presencia norteamericana en el exterior, Trump buscará parar la expansión de China, que hoy es el principal socio comercial de 140 países en el mundo, mientras que EE.UU. lo es de 53 países.
Es dificil imaginar cómo llevara adelante Trump sus planteos desde un posicionamento nacionalista y proteccionista, especialmente con los socios estratégicos tradicionales -la Unión Europea (UE), Japón, Australia y Canadá- y los pocos amigos que le quedan en America Latina -solo cuatro de los 34 países de la región-.

Tampoco está claro qué ocurrirá en Ucrania e Israel, en un momento en que ambos necesitan del mayor apoyo político y militar norteamericano para frenar la expansión rusa e iraní. Siempre quedan los ajustes que impone el pragmatismo y Trump ha dado muestras de saber adaptarse a las cambiantes circunstancias globales.
La “paz caliente” entre Washington y Pekín
Algo muy relevante es el respeto que Trump tiene por el presidente Xi Jinping y su forma de ejercer el poder. Es previsible que las dos superpotencias administren la “paz caliente” que les toca liderar con la sabiduría que solo el poder que detentan les otorga.

De los 100 trillones de dólares del PBI mundial, la mitad está concentrada en esta curiosa pareja de socios-rivales, que bien saben que una confrontación frontal representaría el fin de la vida en la Tierra. Dios los ilumine y guíe por el camino del diálogo y la coexistencia en paz.
(*) El autor es ex embajador argentino en USA, China, la UE y Brasil, y precandidato a senador nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.