En la localidad bonaerense de El Palomar, el Ejército Argentino tiene al más importante de sus institutos de formación: el Colegio Militar de la Nación. Allí cursan la carrera quienes aspiran a convertirse en oficiales de la Fuerza, los futuros líderes y jefes.
En ese lugar, cruzando el imponente arco de entrada que caracteriza el ingreso a esta histórica institución, trabaja Luis Villordo, el fotógrafo que, desde hace más de 60 años, retrata a los jóvenes cadetes que, en una formación con modalidad de internado, buscan egresar como subtenientes del Ejército.
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Es decir, con su lente, Luis retrató a quienes hoy conducen la Fuerza. También, por su profesión, fue testigo obligado de hechos históricos e importantes, como el egreso prematuro de una promoción entera de cadetes en el marco de la Guerra de Malvinas. Incluso, guarda en su archivo los retratos que les tomó durante los inicios de la carrera militar a los héroes que cayeron en defensa de la soberanía en 1982, como el teniente Roberto Estévez y el subteniente Oscar Augusto Silva.

“Tengo 83 años, soy del 26 de septiembre de 1941, y empecé acá cuando tenía 19 años. Aunque trabajo desde los 11, toda mi vida”, cuenta Luis, desde el gabinete en el que trabaja desde aquellos inicios. Mientras sucede el diálogo con DEF, los cadetes entran y salen. Le piden ver las fotos que les tomó desde una computadora. Luis lo vio todo: no solo presenció los distintos cambios generacionales que se fueron sucediendo, sino otros más relevantes, como la incorporación de las mujeres a la carrera y el impacto que tuvo la llegada de la fotografía digital en la profesión.
Retrato de una época desde el Colegio Militar de la Nación
Luis Villordo tenía 11 años cuando supo que un arquitecto buscaba un empleado para que se encargara de abrir la oficina y tener contacto con los primeros clientes que llegaban al lugar: “Había que decirles que, por la mañana, el arquitecto supervisaba las obras y llegaba luego. Yo, que iba a la escuela por la tarde, me postulé. Entonces, abría la oficina, barría y me ponía a hacer la tarea. Les pedí que junten la plata por mí y que me paguen todo a fin de año. Con ese dinero me pude pagar la ropa para empezar las clases el siguiente año: pantalón, saco, camisa, corbatas y zapatos”.
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Por entonces, Luis no imaginaba que su futuro estaría ligado a la fotografía. Ni siquiera estaba en sus planes. Y, mientras iba al colegio, trabajaba. Así terminó segundo año de la secundaria. “Estaba acostumbrado a manejar mi plata. Así que le dije a mi viejo que quería seguir trabajando. Me propuso ir a la nocturna. Durante el día trabaja y a la noche estudiaba”, cuenta, no sin antes recordar que en uno de los tantos trabajos que tuvo, ya con 16 años, un día lo llamó el gerente: “Me iba a despedir porque la empresa tenía algunos problemas financieros y habían decidido recortar a un empleado de cada sección. En la mía yo era el único soltero y, además, menor de edad. Entonces, me dijo que, para que mi papá se quedara tranquilo, él lo iba a hablar para contarle que yo no era mal empleado. Además, me dijo que si las cosas mejoraban me volverían a llamar”.
Luis insiste en que él fue independiente desde muy temprana edad. Eso le costó algunos problemas. Por ejemplo, entre risas, recuerda que a los cinco años las monjas lo echaron del jardín de infantes.

Cuando lo echaron vio un aviso en una editorial. Buscaban personal y él no reunía ni un solo requisito: “Me terminaron tomando. Era un trabajo de oficina. A los pocos días de comenzar me llamaron del trabajo anterior. No lo descarté, les pedí que me paguen lo mismo que me estaban ofreciendo en la editorial. Terminé regresando”.
Villordo: “Nunca pensé que mi vida iba a estar acá”
Disfrutaba de ese trabajo mientras, en el Colegio Militar, un alemán llamado Fritz Piehl-que había escapado de la Primera Guerra Mundial y que se desempeñaba como profesor de química- comenzó a interesarse por la fotografía (esa es la razón por la que el actual gabinete que ocupa Villordo fue, originariamente, un laboratorio).
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“Mi viejo, que era militar, todavía estaba en actividad. En esa época se podían retirar, con el 100% de los aportes, con 20 años de servicio. Así que mi papá se retiró con 38 años recién cumplidos. Cuando se fue, se preguntó qué iba a hacer de su vida. Y se metió a estudiar fotografía. Un día en el Colegio Militar necesitaron unos trabajos, que Fritz Piehl no podía cumplir -porque si bien era un excelente fotógrafo, se había quedado desactualizado con los medios- y le preguntaron si él podía.
Mi viejo lo hizo, luego les pidieron otros… y finalmente se quedó trabajando en el Colegio. Yo, cada tanto, iba a darle una mano. Finalmente, me convenció para que me quedara con él”, relata, y añade: “Ojo, yo nunca pensé en ser fotógrafo. De hecho, los primeros tiempos fueron difíciles. Además, tenía que ir a las maniobras y mi viejo me pagaba menos de la cuarta parte de lo que ganaba antes. Me acuerdo que hablaba con los empleados del Colegio Militar, que me contaban que llevaban treinta años en el mismo lugar, yo pensaba que estaban locos, insoportable trabajar tanto tiempo en un mismo lugar. Y mirá, claramente nunca pensé que mi vida iba a estar acá”.

Para Villordo, el Colegio Militar es “algo fuera de serie”. No solo lo siente como su casa, sino que pasa más tiempo allí que en su hogar: “Entro a las ocho de la mañana y me voy a las seis de la tarde. Soy muy feliz acá. Dios es más que generoso conmigo, me da salud y esta cabeza que todavía funciona. Eso me permite seguir trabajando”.
Luis, el preferido de los cadetes del Colegio Militar
Durante el encuentro con DEF, al menos una decena de cadetes se acercaron al gabinete de Luis exclusivamente para saludarlo y contarle sobre cómo habían pasado el fin de semana, los noviazgos, y cómo sobrellevan la distancia y el estudio. Muchos, entre mate y mate, le dijeron que extrañaban a sus familias.
El dato: los cadetes del Colegio Militar promedian los 20 años de edad y, para hacer la carrera una importante mayoría, se traslada desde el interior del país (incluso desde los puntos más recónditos) para instalarse en Buenos Aires.
A Luis se lo escucha dar consejos, de los buenos. “¿Viste como es mi trato con todos?”, pregunta, y agrega: “Desde el jefe del Ejército para abajo, a todos los trato por igual. No importa si son cadetes, soldados o generales. Somos todos seres humanos. Yo tengo una cosa muy clara: en la vida hay dos clases de personas, las malas y las buenas. Para las buenas todo; a los otros, la indiferencia”.

No solo los cadetes lo buscan, Luis es una especie de epicentro en el Instituto. Lo conocen todos. Por ejemplo, entre charla y charla, le cuenta a uno de los cadetes que se acerca a saludarlo que la yerba que está usando en el mate fue un regalo. “Me la trajo el sacerdote del Colegio, el padre García del Hoyo, desde Misiones. Un regalo”, dice orgulloso.
“El otro día hablaba con un cadete de cuarto año. Le pregunté por la edad de su papá, “51 años”, me respondió. Le dije que su padre es más joven que mis hijos, que tienen 55 y 53. Entonces, estos chicos pueden ser mis nietos. Yo los trato bien, con cariño, porque son personas con ilusiones y esperanza. En definitiva, eso es lo que hace a los individuos”, contó.
¿Hay que tener empatía para ser buen fotógrafo?, Luis duda. Finalmente, responde: “No lo sé, yo lo único que sí sé es que amo mi trabajo. Amo la fotografía. Y justamente, nunca quise hacer videos porque era solo para hacer plata. Al video de un evento lo guardás y nunca más lo volvés a ver. En cambio, la foto está presente con el pasar de los años. Siempre les digo que si les tienen que hacer un regalo a sus padres o abuelos: lleven una foto de ustedes con el uniforme, para los familiares eso no tiene precio”, reflexiona, y además cuenta que les suele dar un consejo: que hablen con sus abuelos y les pregunten cómo fue su vida o cuándo vinieron a este país: “Porque cuando uno quiere saber, a veces es tarde.

A mí me pasó. Hace unos días un oficial me contó que su papá había fallecido. “Mi viejo era como vos”, me dijo. Yo le pregunté si lo estaba extrañando. Le conté que en Pascua ese sentimiento iba a ser más fuerte. Se lo dije porque yo lo viví así. En síntesis, hablo desde mi experiencia. Y siempre, después de charlar un rato, me dicen que cada vez que lo hacen aprenden un poco más de la vida. Yo me alegro de que así sea. Como digo, no soy inteligente, pero he vivido”.
Retratos militares: de cadetes a generales, bajo un mismo lente
Villordo les toma un retrato a todos los jóvenes que ingresan al Colegio Militar. Lo hace apenas entran y, más tarde, los vuelve a fotografiar cuando egresan. “El cambio que experimentan es muy grande. Acá maduran”, confiesa.
A propósito, recuerda que le tocó presenciar momentos históricos, como la Guerra de Malvinas: “Yo lamento que no me hayan dejado ir, pedí hacerlo. Acá nos tocó ver el egreso apresurado de la promoción 113. Por entonces no tuve tiempo de nada, porque la recuperación de las Islas fue el 2 de abril y el egreso fue el 7. Ellos debieron preparar todos los equipos y sus cosas. Tengo fotos de muchos de los que cayeron en la Guerra, como la de Estévez. En lo personal a mí me dolió mucho la muerte del hijo de un oficial que había sido director del Colegio Militar de la Nación, del general Martela”.

¿Cuál es tu vínculo con el Ejército?, “Toda mi vida estuve con los militares. ¿Por qué no lo fui?, tengo un carácter muy difícil. Cuando me tocó hacer el Servicio Militar me fui en la primera baja y con 105 días de arresto. Y terminé acá y ya vi pasar 65 promociones de oficiales”, responde.
“A mí me llama la atención cuando, hace unos años que no los veo, y de pronto aparece un tipo con el grado de teniente coronel. Les digo: “¿dónde estuviste todo este tiempo?”. En fin, los militares son buena gente. Es como todo, en todos lados hay buenas o malas personas, laburantes o vagos”, insiste.
Fotografía: el pasaje del cuarto oscuro ael rollo a la computadora
Con la llegada de la fotografía digital, ¿qué cambió? “Lo que hoy vendo en un año antes lo hacía en diez días. Por entonces, llegaba a vender más de 140 fotos diarias. Los fotógrafos nuevos no tienen ni idea de lo que hacíamos nosotros en esos años. El proceso fotográfico blanco y negro llevaba varias etapas. Incluía un revelado, un interruptor, un fijador, un lavado y un secado, todo en el cuarto oscuro.

Recuerdo que iba a Kodak y compraba productos químicos y, como yo quería determinada clase de fotografía, modificaba las fórmulas. Y, los días viernes, los reservaba exclusivamente para hacer fotografías murales. Semanalmente, vendía 30 de ese tipo. Después llegó la foto a color, por esa época compraba los tambores de películas y los cadetes me venían a pedir sus fotos. Así que hacía un listado de qué fotografías tenía que copiar y, con la ampliadora, iba identificando a los chicos. Mientras la foto se secaba, los volvía a ver. Y, luego, las ponía en orden, así que nuevamente los visualizaba. Es decir, les veía la cara permanentemente, así durante años. Eso ya no es así”, dice, y resume: “La vida cambió”.
Con respecto a la mejor fotografía que tomó a lo largo de su vida, Luis recordó que en el año 1978 un teniente coronel quiso hacer un folleto de ingreso al Colegio Militar. Juntos coordinaron el diseño. Pero, al consultar con cada una de las Armas que integran el Ejército, en Caballería propusieron una imagen que reuniera la tradicional con la moderna. “Me hicieron un dibujo y sobre él tenía que armar la foto. Fuimos a un lugar en el que hay un arroyo. Reuní al tanque y al caballo, logré tomarlos juntos. La foto que hice es famosa, está en todos lados.
Un día me llamaron de National Geographic para consultarme si era original o compuesta, no podían creer lo bien que había salido. Hay que ponerse en el lugar del fotógrafo, que tiene un instante para sacar. Hay que saber dónde ubicarse, cómo está la luz, y resolver de forma espontánea”, detalló, y recordó que la primera cámara que compró le costó 8.300 dólares.
Además, Villordo insiste en que cada fotógrafo debe tener un sello personal en sus imágenes. A propósito, cuenta que una vez no pudo asistir a una ceremonia, otro se encargó de tomar las fotos aquel día. Sin saber eso, cuando la esposa de un general recibió las imágenes, enseguida le cuestionó a su marido: “¿Por qué esta foto no la tomó Luis?”.