A miles de kilómetros de distancia de sus hogares y otros tantos de altura, el 4 de junio de 1954 terminó, para un grupo de argentinos obsesionados en alcanzar la cumbre del cordón más alto del mundo, la Primera Expedición Argentina al Himalaya.
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La iniciativa había comenzado dos años antes, cuando el gobierno nacional pidió autorización a Nepal para poder protagonizar la proeza. ¿A cargo de la misión?, un oficial sanjuanino del Ejército Argentino, de apenas 26 años y casi dos metros de altura, el teniente Francisco Gerónimo Ibáñez .

¿Quién fue el teniente primero Francisco Ibáñez?
Dicen que la sonrisa constante era su principal característica. Así lo describió su esposa, Beatriz Magdalena Imobersteg, profesora de educación física y kinesióloga de Buenos Aires a quien -a raíz de la pasión por el montañismo que ambos compartían- Ibáñez había conocido en Uspallata.
“Una ráfaga fresca que apenas llegaba a cualquier ámbito, terminaba contagiándolo de juventud y alegría”, cuenta Beatriz, quien en 1953 se casó con el oficial, justamente porque comenzaba su procesión de cara a la expedición al Himalaya.

Del Aconcagua al Himalaya
Ibañez ya había alcanzado, en varias ocasiones, la cumbre del Aconcagua. De hecho, por su experiencia, fue elegido para acompañar la expedición francesa que en 1952 conquistó por primera vez el Chaltén.
Cuando la actividad finalizó, Ibáñez invitó a los europeos a subir el Aconcagua, cosa que hicieron el 11 de marzo de ese mismo año.
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Aquel logro le valió una distinción, el “Cóndor de Oro Honoris Causa”. Al acto de entrega asistió el entonces presidente de la Nación, el teniente general Juan Domingo Perón. Ibáñez no dudó: aprovechó la oportunidad para comentarle al Ejecutivo el proyecto de enviar una expedición al Himalaya. Enseguida, la propuesta contó con el apoyo de Perón.

Ese mismo año, el gobierno nacional solicitó autorización a Nepal (ya que la cordillera del Himalaya se extiende a lo largo de 2.500 kilómetros y atraviesa los territorios de Pakistán, India, Nepal, Tíbet, Assam, Sikkim, Bután e, incluso, China) para que un grupo de argentinos, civiles y militares, pueda ascender el monte Dhaulagiri, de 8.172 metros de altura.
Con la autorización, Ibáñez se encargó de seleccionar a los integrantes de la expedición y de reunir los medios necesarios. El detalle: muchos de los materiales conseguidos para el Himalaya fueron fabricados especialmente para la expedición; fue el mismo Ibáñez el que los puso a prueba al ascender el Nevado del Chañi en el invierno de 1953.

Los integrantes de la Primera Expedición Argentina al Himalaya
Dicen que Ibañez buscó a lo largo y ancho del país a quienes lo acompañarían al Himalaya. Dentro del grupo se encontraba uno de sus grandes amigos, el andinista mendocino Fernando Grajales. Además, se sumó el entonces sargento ayudante Felipe Godoy, un integrante del Ejército Argentino que, además de ser un experimentado escalador, era especialista en explosivos, lo que le permitiría poder instalar los últimos campamentos de altura en el monte Dhaulagiri.
A ellos se sumaron Gerardo Watzl, Domingo Bertoncelj, Roberto Busquets, Antonio Ruiz Beramendi (médico), Jorge Iñarra Iraegui (fotógrafo), Miguel Ángel Gil (operador de radio), Hugo Benavídez (jefe de cocina) y Alfredo Eduardno Magnani.

El 26 de enero de 1954 Ibáñez los reunió en Buenos Aires para ir a Casa Rosada. Sobre aquel encuentro, Alfredo Magnani, escribió: “Fue un gran día. Con un estrecho apretón de manos, Perón nos deseó buena suerte y aconsejó prudencia. Todo estaba listo. En la madrugada partimos con destino a Roma por Aerolíneas Argentinas, Watzl y yo. Ibáñez escalonó las fechas de embarque de sus hombres de acuerdo con las tareas que debíamos cumplir en Europa y en India”.
Por su parte, dicen que en aquella oportunidad Ibáñez contó: “Este es el sueño de mi vida, pero no puedo asegurarle a nadie que lo haré realidad”.
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Camino al Himalaya: la primera gran misión
El traslado del personal y de los equipos no fue fácil. Los integrantes de la expedición llegaron a Delhi el 14 de febrero de 1954. Además, casi 12 toneladas de carga se trasladaron por barco hacia Bombay.
Se requirieron varios viajes para llegar a Nepal con los materiales. Finalmente, hacia el 3 de abril se pudieron reunir todos en el campamento base en la pared Sudoeste del Dhaulagiri. Allí también contrataron ayudantes: unos trescientos coolies y treinta sherpas. Dicen que una de las primeras cosas que aprendieron esos auxiliares, oriundos de Nepal, fue a tomar mate.

Los argentinos, por su parte, se preparaban para la misión más desafiante de sus vidas: alcanzar las cumbres y soportar la hostilidad del clima (las temperaturas podrían llegar a los 20 grados bajo cero).
Desde el Ejército Argentino cuentan que se instalaron siete campamentos, para el sexto (a 7.200 metros) se requirieron 28 cargas de dinamita. El último de los campamentos se ubicó a 7.600 metros de altura.
“No puedo más, esto me duele demasiado”
Ibáñez y su gente comenzaron a ascender el 3 de abril de 1954 . El 29 de mayo, ya cerca de la cumbre, el teniente Ibáñez se quejó: “No puedo más, esto me duele demasiado”. Tenía los pies congelados, al igual que Bertoncelj, y tres de los sherpas. Los últimos optaron por bajar hasta el campamento seis para recibir atención; Ibáñez, en cambio, se negó. Sin embargo, no continuó el trayecto, se quedó esperando en el campamento siete mientras Magnani y Watzl intentaban hacer cumbre.

Partieron el 1 de junio, uno de ellos con tubo de oxígeno. Sin embargo, en el trayecto los sorprendió una nevada: con el amanecer del 4 de junio, la blancura del paisaje no les permitió calcular si les quedaba poco. Seguir subiendo, podía acercarlos a la muerte. Llegaron a los 8.050 metros (apenas a unos 117 de la cumbre).
Cuando regresaron al campamento siete, lo que vieron los convenció de que no tenían que seguir intentándolo: Ibáñez había desmejorado. Desde entonces, la única misión fue mantenerlo con vida.
Nueva misión: salvar al jefe de la Expedición
Magnani y Watzl emprendieron el descenso junto a Ibáñez. Según cuenta el personal de la Comisión de Tropas de Montaña del Ejército, el jefe de la expedición no encontraba sus grampones y, además, tenía los pies completamente congelados: debían ayudarlo a bajar a través de la nieve. Tardaron varios días. Finalmente, llegaron al campamento cuatro el día 9 de junio. Ibáñez llegó a escribirle una carta a Beatriz, quien estaba embarazada.

Al revisarlo, el doctor Beramendi instó a continuar el descenso de forma urgente. La gangrena no era un buen indicador para el médico de la expedición. Finalmente, el 23 de junio debieron amputarle los dedos de los pies. El médico quería llegar cuanto antes a Pokhara, un pequeño poblado que contaba con un aeropuerto, desde donde podrían trasladar al oficial sanjuanino.
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Cuatro días más tarde, el 27, llegaron a esa localidad. Allí lo sometieron a otra cirugía: le amputaron el metatarso del pie izquierdo y le aplicaron plasma. Ibáñez estaba muy debilitado y sus pulmones comenzaban a resentirse.
En Katmandú, el día más trágico
En el libro “Argentinos al Himalaya”, el doctor Magnani inmortalizó aquellos angustiantes momentos: “Sin perder un instante, se ultimaron los preparativos de partida. En ese primer vuelo, el doctor Berarmendi acompañó a Ibáñez. Los demás viajaron posteriormente a Katmandú. El enfermo fue cuidadosamente acostado en una camilla y trasladado por un grupo de sherpas y culis”.

Mientras se instalaba al oficial en el avión, uno de los pilotos le entregó un telegrama que venía de Buenos Aires. Traía buenas noticias: había nacido el hijo de Ibáñez. Por un breve lapso de tiempo, el teniente recuperó el conocimiento.
En Nepal esperaban el aterrizaje del avión. Sin embargo, en Katmandú no se pudo hacer mucho más. Ibáñez murió el 30 de junio de 1954 a las 17 horas, producto del congelamiento de sus miembros inferiores y de una bronconeumonía.
El cuerpo fue trasladado a Nueva Delhi por vía aérea. Antes de partir hacia Buenos Aires, fue embalsamado. Finalmente, en Argentina se decidió ascender post mortem a Ibáñez al grado de teniente primero.

El legado en Uspallata
70 años después de aquella tragedia, en el año 2024, su hijo llevó el sable que perteneció al teniente primero (post mortem) a una de las unidades más emblemáticas donde sirvió el oficial: el Grupo de Artillería de Montaña 8.
Allí, en el museo de la Unidad y entre las montañas que fueron testigos de sus sueños y del primer encuentro con Beatriz, este símbolo de liderazgo se exhibe en un lugar reservado y se convierte ahora en puente entre dos gestas: la de un hombre que lo perdió todo en la montaña, y la de un ejército que siguió soñando y, finalmente, este año conquistó una cumbre en el cordón que sirvió de inspiración para tantos militares montañeses.