En el marco del proyecto “Los rostros y la savia de la guerra de Malvinas”, DEF viajó a las Islas Malvinas y presenció el trabajo clave del Equipo de Arqueología Memorias de Malvinas. Para conocer los detalles y la importancia del mismo, conversamos con el historiador Sebastián Ávila y con la antropóloga Alejandra Raies.
- Te puede interesar: Malvinas: heroísmo, valor y amor a la patria
Ambos integran el equipo de investigadores que realizó un estudio de campo en las propias Islas. El objetivo de esta iniciativa es reconstruir las batallas de monte Longdon y Tumbledown, ocurridas entre el 11 y el 13 de junio de 1982.
Ávila, licenciado en historia de la Universidad de Buenos Aires (UBA), hizo su primer viaje individual a Malvinas en enero de 2020. “Una de las cosas que más me enloqueció fue el tema de los objetos en los campos de batalla”, destacó en diálogo con DEF, al tiempo que definió a esos espacios como un “museo a cielo abierto”.

El equipo, encabezado por Rosana Guber, también está integrado por Carlos Landa, investigador que dirige el Grupo de Estudios de Arqueología Histórica de Frontera en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; Juan Bautista Leoni, de la Universidad Nacional de Rosario (UNR); y Luis Coll, investigador del Instituto de las Culturas (Idecu), de la UBA y el Conicet, y especialista en sistemas de información geográfica, en los que se vuelca toda la información previa y posterior a la campaña.
Malvinas: el campo de batalla y la complejidad de la guerra
“El proyecto de Rosana es magnífico porque permite dar a luz las complejidades de la guerra de Malvinas”, señaló Alejandra Raies, antropóloga de la UNR, quien se especializa en campos de batalla de los siglos XVIII y XIX y se animó al desafío. “Todos sabemos lo que fue la guerra de Malvinas, pero pocos conocen la complejidad de esa guerra y cómo fueron los hechos”, añadió.
“Esta ciencia trata de acercarse a la verdad y ver distintas perspectivas del mismo fenómeno”, explicó el historiador de la UBA, quien matizó que “en una batalla, lo que ocurre es confuso”. “Las versiones de las batallas siguen teniendo implicancias en las personas que las protagonizaron”, aportó Raies, quien aseguró que en la sociedad argentina se sabe poco de la complejidad que tuvo la contienda bélica.

Consultada sobre los años que deben transcurrir para poder hacer una investigación arqueológica de hechos contemporáneos, Raies consideró que el corte temporal es una cuestión arbitraria. Al respecto, especificó: “En realidad, más allá de los tradicionalistas de la arqueología, todo lo que tenga que ver con identidad y cultura es patrimonio. Uno lo puede investigar, poner en valor y preservar, más aún cuando es un territorio que sigue estando en litigio”.
El trabajo de campo “cambia todo lo que escuchaste”
Respecto al tipo de investigación, los involucrados explicaron que la gran diferencia es que en este caso los protagonistas de los hechos están vivos y pasaron solo 40 años, lo que constituye una experiencia pionera para todo el equipo. “Eso, como profesional, te interpela”, dijo Raies, quien consideró que la posibilidad de conversar con los veteranos es una “experiencia totalmente enriquecedora”.
“Nosotros trabajamos la guerra y lo que sucedió posteriormente como un gran proceso histórico”, señaló Raies. El objetivo final, aclararon, no es la “búsqueda de la verdad”, pues “cada uno tiene su historia y procesa lo que vivió a su manera”. “La guerra tiene tantas versiones como protagonistas”, precisó la antropóloga.



“El campo de batalla se extiende metafóricamente a la posguerra, ya que la propia batalla se convierte en una batalla de interpretaciones”, añadió, Ávila, quien advirtió que estas versiones tienen posteriormente implicancias la hora de los reconocimientos oficiales a los excombatientes.
Para describir lo que significó el trabajo en el campo para el proyecto global, Ávila señaló que, con solo tomar en cuenta algunas variables puramente arqueológicas, “es como si te pusieran otros ojos, porque ves el espacio de otra manera y cambia todo lo que escuchaste alguna vez de boca de los veteranos, porque ahora lo podés ubicar en un lugar, en un sitio”.
“El cerro tiene forma de dragón, con miles de recovecos”, precisó, y remarcó que, al recorrer el lugar, “uno puede meterse en la dinámica de la batalla”. Eso permitió entender “por qué se generó un combate de las características del de Longdon, por ejemplo, que duró tantas horas y tuvo tantas bajas y heridos”.
Cómo se realiza la reconstrucción de las batallas en Malvinas
Al ser consultados sobre cómo se organizó el trabajo de campo, Raies detalló: “Nosotros planteamos cuadrantes y, en conjunto con el equipo militar y con los veteranos, delimitamos sectores, de un total de más de 1,8 kilómetros de largo y de 800 metros de ancho, que fue el área que ocuparon las fuerzas argentinas en el dispositivo defensivo de monte Longdon”. Y reconoció que, en un comienzo, se sintió abrumada por la extensión del campo de batalla.

“En cuatro días, relevamos el 90% del monte Longdon”, detalló y reconoció que, a pesar de haber visto millones de fotos del terreno de batalla y de los testimonios que habían recogido de los veteranos, “estar en el campo te permite dimensionar la batalla de verdad”. Al mismo tiempo señaló: “En Longdon, por ejemplo, todavía se encuentran objetos referidos no solo a la batalla, sino que tienen que ver con los soldados de manera personal”.
En el trabajo de campo, se utilizaron tecnologías como la fotogrametría y los drones, que tomaron imágenes cenitales y en 45°. Estos elementos tecnológicos permitieron reconstruir con profundidad y volumen las imágenes obtenidas en dos dimensiones. “Digitalizamos elementos muy relevantes de la batalla”, explicó Alejandra Raies.
“Al ser un territorio al cual no sabemos cuándo vamos a volver, técnicas como la fotogrametría nos permiten la conservación de posiciones de los combatientes”, aportó Sebastián Ávila, quien destacó la importancia de “georreferenciar esas posiciones”. De allí, se pueden hacer inferencias de cómo se encontraba el campo de batalla en 1982. “Tiene un valor sustancial”, subrayó.
De alguna manera ese esfuerzo y dedicación en el trabajo les dio algo mucho más valioso que los datos toponímicos y georreferenciales: experimentaron en cuerpo y alma los rigores que impone la geografía y el clima de las Islas, los mismos a los que estuvieron expuestos nuestros soldados. Algo que seguramente resignifica toda la información recolectada.
El “colonialismo intelectual” británico y la guerra de Malvinas
Así como el equipo de arqueólogos e investigadores argentinos desarrolló su trabajo de campo en Malvinas, un grupo de estudiosos británicos también realizó su propia tarea. Sin embargo, matizó Sebastián Ávila, en ese trabajo hay un sesgo “colonial” muy claro.
Un ejemplo es el del arqueólogo Tony Pollard, quien en sus conclusiones plantea que Argentina llevó tribus guaraníticas a combatir en la guerra. En ese sentido, mencionó elementos encontrados que darían cuenta de “la materialidad de las prácticas de esas tribus”, como vidrios utilizados para ciertas técnicas de placado que serían propias de los pueblos originarios argentinos. “Hay un colonialismo intelectual muy claro, ya que al no consultar al otro, se lo ve como un salvaje”, explicó Ávila.



Por su parte, Alejandra Raies recordó que en sus trabajos los británicos no hacían mención a la época de la independencia argentina y al dominio de las Provincias Unidas sobre el territorio de Malvinas. “Esa construcción del conocimiento no es ingenua, si consideramos que las islas siguen estando en litigio”, advirtió. “Si bien la objetividad en la ciencia no existe, uno trata de aproximarse y hacerlo de la manera más sistemática y más científica posible”, matizó, algo que evidentemente no se estaría dando en el caso británico.
La única salvedad que hizo Ávila es el acercamiento del grupo de investigadores británicos al arqueólogo Carlos Landa: “Eso los salva un poco, en el sentido de sumar una contraparte argentina”, explicó. También recordó que los británicos publicaron un artículo del equipo argentino de investigación sobre Malvinas en un libro sobre la batalla de Tumbledown. Sin embargo, para el historiador argentino, “es muy notable cómo su formación científica los lleva a tomar injerencias que son complicadas”.
El procesamiento de los datos para no olvidar y aprender
Ávila brindó detalles sobre el proceso de los datos, tarea que encararon una vez de regreso en el continente: “Todo ese cúmulo de datos se procesa y se ubica en el espacio a través del sistema de información geográfica. Esto permite armar diferentes capas de información: posiciones, cráteres, artefactos. Esa información es, posteriormente, entrecruzada con el trabajo de los otros equipos (historiadores, militares y antropólogos)”.

Actualmente, los investigadores se encuentran en la etapa del procesamiento y están trabajando en un primer artículo académico. La idea, de cara al futuro, es aportar todos los datos a Rosana Guber (directora del proyecto) y Héctor Tessey (vicedirector) para que cuenten con toda la información y puedan hacer las inferencias de manera interdisciplinaria.
- Te puede interesar: Las historias de patriotismo que descansan en el Cementerio de Darwin
“Hay que tener en cuenta que estamos hablando de una guerra, y la gente que vivió ahí, tenía que comer, dormir y relacionarse con ciertas jerarquías, además de sus relaciones cotidianas”, explicó Raies. “El hecho de participar en una guerra no es una experiencia cotidiana para nuestro país y tampoco lo fue para quienes estuvieron en combate”, añadió, al tiempo que subrayó la necesidad de “rescatar ese pasado para que no quede en el olvido y aprender de esas experiencias”.