El nuevo gobierno argentino mostró una clara intención de revitalizar la unión aduanera. Distintos actores del ámbito político y empresarial brasileño recibieron estas señales de manera muy positiva. Escribe Guido Nejamkis
Rediseño, reconfiguración y posible nuevo formato. Para el desgastado bloque Mercosur, también llegó la hora de un cambio. Fue la propia canciller argentina Susana Malcorra quien dejó entrever que el postergado debate sobre cómo convertir a la unión aduanera sudamericana en una estructura nuevamente útil para impulsar el comercio regional y la inserción global de sus socios será enfrentado en breve, en forma franca y abierta.
“La prioridad más inmediata es el Mercosur” aunque “no pensar en opciones para el Pacífico sería dejarnos fuera una parte importante de las oportunidades que existen”, dijo la canciller en una de sus primeras declaraciones públicas.
Macri también habló de “convergencia” entre la unión aduanera sudamericana y la Alianza del Pacífico, una idea que seduce a todos los socios del Mercosur, con la excepción de Venezuela, sumida en un caos económico y con un gobierno en descomposición, pero aún con gran capacidad de daño, agresividad, ramplonería y autoritarismo.
El presidente Mauricio Macri y su equipo de política exterior dejaron en claro que su principal atención en materia diplomática y comercial será reconstruir los lazos con América Latina, región a la que Argentina asignó en los últimos años una prioridad en el campo retórico, mientras que en los hechos imponía trabas al comercio debido a la necesidad de proteger sus desgastadas reservas internacionales en medio de una fuga de capitales que llevó a imponer un control de cambios.
“Creemos en la unidad y la cooperación de América Latina y el mundo, en el fortalecimiento de la democracia como única posibilidad de resolver los problemas de sociedades diversas. Es necesario superar el tiempo de la confrontación”, dijo Macri en su mensaje de toma de posesión, a la que asistieron, desde la región, los presidentes de Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador y Paraguay.
En el centro de la estrategia de Macri, se encuentra la relación con Brasil, lo que incluye a su sistema político y empresarial.
REACTIVAR RELACIONES
Las famosas DJAI –la temida sigla de Declaración Jurada Anticipada de Importación–, que tanto enloquecieron a los actores de comercio exterior en los últimos años, pasarán gradualmente al olvido, una vez que Argentina normalice su delicada situación financiera, anticipó el nuevo presidente.
Para activar la discusión, será fundamental un diálogo sincero con Brasil, que Argentina evita desde al menos el año 2012, cuando el Ministerio de Economía conducido por Axel Kicillof, quien resultó una suerte de gurú de insensatos, endureció las trabas al comercio –incluido el intercambio con los miembros de la unión aduanera– y bloqueó los canales de negociación con autoridades brasileñas, sometiendo incluso a la humillación personal a algunas de ellas.
Desde entonces, Argentina cayó al puesto número tres (detrás de China y Estados Unidos) como destino de las exportaciones de su mayor socio comercial, y numerosas inversiones en el país, incluso brasileñas, que buscaban convertir a Argentina en una plataforma exportadora, quedaron paralizadas, jaqueadas por las extravagantes políticas económicas y comerciales del tándem Kirchner-Kicillof.
Macri ya ha dejado claro que encarará esa discusión: quiere un Mercosur abierto y tiene prisa en establecer relaciones intensas con la Unión Europea –a través de un tratado de libre comercio– y con la Alianza del Pacífico, siempre en acuerdo con Brasil, de modo de poner en marcha el sector exportador, atribulado en varios de sus sectores.
“El socio estratégico de Argentina, por historia, por posibilidades, por intercambio, es Brasil. Somos países que podemos complementarnos y tenemos que ingresar al mundo juntos, llevando a Uruguay y Paraguay”, dijo Macri antes de asumir.
Los planes del nuevo presidente para un nuevo Mercosur suenan, literalmente, como música para los oídos de los ministros más liberales y pragmáticos del gobierno de Dilma Rousseff, como Joaquim Levy (Hacienda), Kátia Abreu (Agricultura), Armando Monteiro (Industria) y el propio canciller Mauro Vieira, quien considera que la tarea actual de la diplomacia brasileña es auxiliar a la política económica, concentrada en recuperar el equilibrio fiscal pese a la grave situación político-institucional.
CON BUENOS OJOS
Los postulados de Macri también encantaron a los grandes empresarios brasileños, tal como se vio en la recepción que le tributaron en la sede de la Federación de las Industrias del Estado de Sao Paulo (FIESP) antes de que asumiera.
Levy, economista doctorado en la Universidad de Chicago, saludó el cambio de rumbo de Argentina y destacó que ese camino favorecerá a su país. “La dinámica de Argentina puede cambiar. Ellos van a tener un trabajo muy grande para arreglar unas cuantas cosas. Pero, evidentemente, hasta por la potencialidad del país y por el capital humano, cambia la dinámica si ellos van para un camino de más liberalismo económico. Crea una dinámica favorable a Brasil”, dijo Levy.
Monteiro, ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, quien ha revertido la balanza comercial deficitaria que Brasil registró en 2014 a un superávit que podría llegar a casi 15.000 millones de dólares este año, también evaluó la llegada de Mauricio Macri al poder como una buena noticia para las relaciones Brasil-Argentina.
“Todas las señales son positivas. Macri reafirma la visión de que Brasil es un socio estratégico. Apoya la posición de que el Mercosur sea más abierto a las otras redes internacionales. Por lo tanto, esto es música para nuestros oídos”, dijo Monteiro en un viaje reciente a Chile para promover el comercio entre Brasilia y Santiago.
Monteiro calificó como “fundamental” el flujo de comercio entre Brasil y Argentina, saludó el hecho de que el nuevo presidente expresase “una posición favorable al comercio, más liberal” y agregó que Brasil comparte la visión del presidente argentino de avanzar hacia una mayor integración entre el propio Mercosur y la Alianza del Pacífico, cuyos miembros son México, Colombia, Perú y Chile.
Tal como recordó recientemente el embajador de Brasil en Argentina, Everton Vargas, ambos países están conectados por un comercio bilateral que ya se acercó a los 40.000 millones de dólares; por los 8400 millones de dólares en inversiones productivas y 44.000 empleos directos generados por empresas argentinas en Brasil; y por los 17.600 millones de dólares en inversiones y 51.000 empleos directos generados por empresas brasileñas en Argentina.
“Construir, mantener y reforzar los puentes entre nuestros países es un proceso que requiere voluntad política, decisiones firmes y visión de largo plazo. Si ‘toda política es local’, como se suele decir, la democracia es un soplo que atraviesa fronteras y ayuda a las sociedades a mantener el control de sus destinos. Así como la democracia, la integración es, simultáneamente, una conquista consolidada y un proceso dinámico: no hay conclusión definitiva, sino nuevas etapas para ser recorridas”, escribió Vargas.
El momento para la nueva etapa a ser recorrida por el proceso dinámico de la integración, según las palabras del diplomático, se iniciará seguramente en el primer semestre de 2016.
CRÉDITOS E INFRAESTRUCTURA
Mauricio Macri ya reveló que espera contar con créditos del estatal brasileño Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) para el megaplán de infraestructura que prepara y que incluye dos obras con financiamiento asegurado cuyos desembolsos, según fuentes con conocimientos de las operaciones, Kicillof bloqueó: el soterramiento del ferrocarril Sarmiento y la ampliación de 470 kilómetros de líneas de alta tensión en la provincia de Buenos Aires.
En el primer caso, un préstamo de BNDES por 1500 millones de dólares ya otorgado permitirá sanar la extemporánea partición que existe en la ciudad de Buenos Aires y su periferia oeste por la traza del ferrocarril que une Once y Moreno.
El segundo crédito serviría para aumentar la capacidad de transporte de alta tensión en una línea de 470 kilómetros, también en el conurbano bonaerense, obra que beneficiaría al menos a 1,6 millones de personas, haciendo el sistema eléctrico más robusto y estable.
En paralelo a la contribución brasileña al plan de infraestructura que coordina el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, las nuevas autoridades agrícolas de Argentina esperan que el país sea otra vez un proveedor confiable de trigo a Brasil, eliminando las trabas a la exportación que entregaron parte del otrora cautivo mercado vecino a productores canadienses, ucranianos o estadounidenses. Brasil, deficitario en su producción del cereal, necesita una provisión confiable que contribuya para que su banco central pueda llegar nuevamente en 2016 a que los precios converjan con la meta de inflación, que tiene un techo de hasta 6,50 por ciento anual.
Para las golpeadas empresas brasileñas de infraestructura, Argentina puede convertirse en una gran oportunidad si el presidente cumple con su entusiasta promesa de modernizar trenes, vías navegables, puertos, aeropuertos, carreteras y de promover el aumento de la capacidad de la generación y el transporte de energía, para lo que, aseguró, contará con apoyo crediticio, además del BNDES, de la Corporación Andina de Fomento (CAF), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Mientras tanto, reaparecerá otra vez el juego de la diplomacia, ahogado en los últimos años por la centralización absoluta de las decisiones.
Las propuestas pueden incluso apuntar a reconvertir al Mercosur para dar flexibilidad a sus miembros para negociar acuerdos comerciales con terceros países o bloques, lo que hoy está prohibido por las normas de la unión aduanera.
Miembros del equipo de política externa de Macri están convencidos de que se pueden implementar desde el Mercosur esfuerzos inmediatos para que América del Sur sea un área de libre comercio, y también que Brasil y Argentina podrían trabajar juntos para buscar un consenso sobre cómo ayudar a Venezuela a una transición democrática.
Los debates, se ilusionan algunos, pueden servir para retomar asuntos sobre los que no se conversa hace más de quince años, como la algún día necesaria convergencia macroeconómica, para la que a fin del ya lejano año 2000 se llegaron a establecer metas, que la crisis argentina de 2001/2002 sumergió en el olvido.
La determinación de Macri en la apertura de la economía, la reducción de la intervención del Estado, la restauración de la credibilidad de las estadísticas públicas, la liberalización del comercio y la negociación con acreedores externos prepara el camino para que Argentina se reinserte en la economía mundial.
El Mercosur, y en especial Brasil y sus productores de bienes con valor agregado, no pueden más que ganar con esas iniciativas.