InicioActualidadMalvinas: ayer, hoy y maƱana

Malvinas: ayer, hoy y maƱana

ā€œEspero que ustedes no se preocupen mucho por mĆ­ porque muy pronto vamos a estar juntos nuevamente y vamos a cerrar los ojos y nos vamos a subir a nuestro inmenso Cóndor y le vamos a decir que nos lleve a todos al paĆ­s de los cuentos que, como ustedes saben, queda muy cerca de las Malvinasā€.

 

Carta del maestro Julio Rubén Cao, quien murió en combate el 10 de junio de 1982,dirigida a sus alumnos de 3º D de la Escuela Nº 32 de Laferrere

Todos los argentinos vivimos en estas semanas las consecuencias del recuerdo de Malvinas, en uno u otro sentido, con mayor o menor conflicto o emotividad, pero seguramente nadie habrƔ podido sustraerse al recuerdo de este conflicto que tuvo en 1982 su episodio mƔs dramƔtico.

Nuestra Editorial y nuestra Fundación tomaron partido por la Causa Malvinas desde nuestra propia creación, convencidos de que forma parte de nuestro ADN nacional, alejados de un patrioterismo inútil, pero plenamente convencidos de que el Estado argentino tiene responsabilidad soberana sobre nuestras islas. Pese a ello, debemos sufrir los resabios finales de un colonialismo que, en pleno siglo XXI, tiene a pocos kilómetros de nuestras costas uno de sus últimos y solitarios enclaves en el mundo.

Conscientes de que el compromiso es de todos, realizamos ingentes esfuerzos por participar en esa toma de consciencia, ese recordar la gesta mÔs allÔ de cualquier intención política, con la idea de revalorizar siempre el supremo esfuerzo realizado por nuestros veteranos de guerra, quienes dieron batalla en las peores condiciones posibles. Asumimos que, aunque tarde, es necesario ese definitivo reconocimiento nacional. En esa dirección, Taeda y DEF han recorrido el país, desde Tierra del Fuego hasta La Quiaca, con una muestra fotogrÔfica itinerante de los reporteros grÔficos presentes en la guerra. También hemos realizado, en 2010, una muestra en el Palais de Glace sobre la Memoria de Malvinas. Editamos dos libros y un documental, y donamos una muestra permanente al Cenotafio de Ushuaia que la Presidenta inauguró hace ya dos años.

Cuando decimos que es la plena hora del reconocimiento, tenemos muy en claro a quĆ© nos referimos, pues la Causa Malvinas estĆ” vinculada tanto con nuestro pasado como con las obligaciones que implica la proyección sobre el futuro. La guerra fue un absoluto disparate polĆ­tico y estratĆ©gico cuyo anĆ”lisis mĆ”s elemental espanta. Dicen los que saben –Sun Tzu, Clausewitz y una innumerable lista de analistas– que la tĆ”ctica, por decirlo de alguna manera, el lugar fĆ­sico donde se desarrollan los hechos, paga duramente las consecuencia de aquello que mal planificó la estrategia. En la historia de la humanidad no existe mĆ”s que un puƱado de ejemplos donde la tĆ”ctica modificó un desastre estratĆ©gico. Malvinas no fue uno de esos casos. AsĆ­ lo ratifica con claridad el oficialmente desclasificado ā€œInforme Rattenbachā€ y tambiĆ©n la condena que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas le aplicó a la Junta Militar durante el gobierno de RaĆŗl AlfonsĆ­n y que incluyó penas de prisión para sus tres integrantes y la degradación para dos de ellos. La dura sentencia fue ratificada por la Justicia ordinaria, pero luego quedó sin efecto en virtud de los indultos del ex presidente Menem. Me permito aquĆ­ una observación personal, al ser mi padre uno de los integrantes de ese reducido grupo de antiguos almirantes, brigadieres y generales que debieron emitir esa dura condena. Lo hago no como un acto autorreferencial, sino para transmitir el recuerdo de esa casa llena de mapas y grĆ”ficos pegados en las paredes durante aƱos, y para transmitir la absoluta perplejidad y desorientación de aquel viejo soldado de InfanterĆ­a ante los hechos que analizaba. Su frase ā€œNo se respetó un solo principio de la guerraā€ resuena aĆŗn en mis oĆ­dos. Para los neófitos, no crean que esos principios se encuentran en una enciclopedia de cien volĆŗmenes, sino que se trata de apenas un puƱado de mĆ”ximas elementales que son objeto de estudio del mĆ”s joven de los oficiales de cualquier ejĆ©rcito del mundo.

Después de la extraordinaria e incruenta (con el enemigo) Operación Rosario que permitió la recuperación de las islas el 2 de abril de 1982, ingresamos en la peor de las improvisaciones militares. Ellas no resisten el menor anÔlisis. La impericia diplomÔtica tuvo una envergadura similar, si no superior a la militar, provocando cierta idea de que el conflicto nunca escalaría hasta el enfrentamiento, hasta la guerra. No tardarÔ mucho la historia en condenar en términos lapidarios al entonces canciller Nincanor Costa Méndez y a los profesionales que lo acompañaron en un asesoramiento plagado de desaciertos.

Dicho esto, llegamos al propio teatro de operaciones. Creemos que ha llegado la hora de expresarles el respeto que se merecen quienes enfrentaron a los ingleses integrantes de la OTAN y al apoyo irrestricto de los estadounidenses a su aliado histórico. Para ello, proponemos dejar de lado nuestra propia literatura y analizar la de nuestro enemigo de entonces. Obras como la del almirante Julian Thompson –ex jefe de brigada de la Royal Navy–, la del general Jeremy Moore –comandante de las tropas terrestres britĆ”nicas– o la del propio acadĆ©mico Robert S. Bolia, dan cuenta de lo que ā€œesos pobres chicos mal instruidosā€ pudieron realizar en tan desiguales condiciones. Podremos reparar entonces en lo que con acierto manifiesta nuestra analista de Defensa, FabiĆ”n Calle: ā€œCentenares de muertos, dos destructores, dos fragatas, un gran portacontenedor, dos buque de desembarco hundidos y una docena de unidades daƱadas. Una dĆ©cada combatiendo en Irak y AfganistĆ”n no lo provocó tantas bajas a las fuerzas britĆ”nicasā€. Esas bajas en las islas ocurrieron en solo sesenta dĆ­as, mientras nuestros soldados combatĆ­an ademĆ”s contra situaciones meteorológicas extremas, ya sin apoyos logĆ­sticos, congelados en sus posiciones contra fuerzas de Ć©lite que eran reemplazadas por oleadas de soldados descansados, con pertrechos del Primer Mundo, con una movilidad de la que ya carecĆ­amos y con la invalorable ventaja de la información satelital norteamericana. Puede ser que esta sea la hora de que todos los argentinos nos pongamos de pie antes esos soldados y dejemos en el viejo arcón de los recuerdos cualquier sentimiento de pena. Poco tiene que ver este merecido homenaje a los combatientes con lo ocurrido respecto de la Junta Militar, la falta de libertad o del intento de perpetuación en el poder de quienes conducĆ­an el paĆ­s de manera ilegĆ­tima. Mezclar a la dictadura con las batallas de Pradera del Ganso, Dos Hermanas o Monte Longdon es juntar la paja con el trigo, es evitar escribir o pensar lo mejor de la verdadera historia.

ĀæEl futuro? EstĆ” claro que el futuro es mĆ”s que complejo, requiere paciencia e inteligencia y, sobre todo, coherencia a travĆ©s del tiempo. Solamente lograremos nuestros irrenunciables objetivos si evitamos cualquier voluntarismo y nos ubicamos en el marco de las realidades internacionales que siempre son ajenas a las emociones y a la razón. La conveniencia, los intereses y la economĆ­a mandaron en el mundo a lo largo de siglos y la naturaleza humana los mantendrĆ” en los siglos por venir. Malvinas o Falklands (nombre que utilizan los usurpadores para designar el archipiĆ©lago) tiene una población de poco mĆ”s de 3000 habitantes y es conocida en el mundo por el reclamo argentino de soberanĆ­a y por la guerra de 1982. (SegĆŗn el Censo Nacional de Población de 2010, Ambato, en Catamarca, o TapenagĆ”, en el Chaco, prĆ”cticamente duplican esa cifra y dudo que muchos argentinos ubiquen esas dos localidades). Nadie piensa que por ser tan pocos no deban ser tenidos en cuenta, pero es absurdo imaginar que quienes ocuparon las islas en 1833 y expulsaron nuestros connacionales, tengan capacidad mĆ­nima para generar servicios, hacerse cargo de una administración independiente –sin depender de Londres– o generar su propia cultura. Pareciera tambiĆ©n imposible intentar que repiensen en alternativas donde estĆ© en juego la soberanĆ­a, cuando su PBI per cĆ”pita es 52.000 dólares por habitante. (Ā”Gracias, Galtieri!), mientras que en la propia Inglaterra es de 40.000 y por estas tierras es de solo 11.000 dólares. Un viejo polĆ­tico argentino dirĆ­a: ā€œLes hablĆ© con el corazón y me respondieron con el bolsilloā€. Eso harĆ”n siempre los kelpers. Dudo tambiĆ©n que David Cameron o cualquier otro ocupante de la residencia de Downing Street 10, aquella que ocupa el primer ministro del Reino Unido, renuncie a los intereses de lo que representan las Malvinas y el supuesto sector marĆ­timo que se autoasignan. Las licencias y concesiones otorgadas por los isleƱos significan extraordinarios recursos, vinculados a la pesca y eventualmente tambiĆ©n al petróleo, al tiempo que la ocupación del archipiĆ©lago tambiĆ©n permite a sus usurpadores una proyección antĆ”rtica. Tampoco abandonarĆ”n nuestros adversarios la posición estratĆ©gica que representa ese sector insular, asĆ­ como su proyección y proximidad al estrecho de Magallanes, con su vinculación interoceĆ”nica.

Pareciera que estuviĆ©ramos ante el mĆ”s oscuro de los panoramas para nuestros objetivos. Para oponerse a tremenda usurpación, hace aƱos que seguimos el camino de la vĆ­a diplomĆ”tica, hoy con un significado mĆ”s particular que debe ser seguido y aĆŗn profundizado. Internacionalizar el reclamo y apoyarse en el bloque regional a travĆ©s de Mercosur, la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y CaribeƱos (Celac) son las opciones que ha iniciado con acierto el Gobierno Nacional y serĆ”n sin dudas determinantes en el mundo por venir. Clave e irrenunciable serĆ” la alianza con Brasil, un actor regional cuya relevancia crece dĆ­a a dĆ­a, mientras que Gran BretaƱa desciende en esa consideración. Brasil debe considerar –y, de hecho, ya lo hace comprender– que la presencia militar incontrolable de los britĆ”nicos en el AtlĆ”ntico Sur no solo afecta los intereses argentinos, sino los suyos propios como garante de la paz en la región y en la intención de los paĆ­ses sudamericanos de evitar militarización de la zona.

Dentro del panorama estratĆ©gico económico, tambiĆ©n quedarĆ” por resolver –y la Argentina debe aprovecharlo– la necesidad de seguridad jurĆ­dica para las ingentes inversiones privadas que requieren los emprendimientos ligados con el petróleo y la pesca. Finalmente, un pĆ”rrafo muy especial merece la situación operativa de nuestras Fuerzas Armadas. El reciente comentario del ministro de Defensa britĆ”nico, Philip Hammond, sobre la absoluta incapacidad militar argentina no seƱala sino una realidad que alivia sensiblemente las obligaciones britĆ”nicas en la región, vinculada tanto a los costos económicos como a la cantidad y calidad de tropas y pertrechos necesarios para proteger la usurpación. Revisar esta situación se impone no solo para crear complejidad a la injusta ocupación insular, sino tambiĆ©n porque hace a nuestro propio equilibrio diplomĆ”tico y polĆ­tico en la región, que permitirĆ­a recuperar nuestra capacidad de protección de las reconocidas riquezas que nuestra Patria tiene en mar y tierra.

Finalmente, nada cambiarÔ ni hoy ni mañana, pero la hora llegarÔ algún día sin dudas. Nada cambiarÔ ni hoy ni mañana, por suerte y convicción, tampoco la fuerte impronta de nuestro inconsciente colectivo de que las Malvinas son argentinas.

De ellos dieron cuenta desde el Gaucho Rivero hasta el capitƔn Giachino, desde el teniente EstƩvez hasta el soldado-maestro Julio Cao. Dieron cuenta de ello los 238 argentinos sepultados en el Cementerio de Darwin y los 323 marinos del Crucero General Belgrano que nos esperan en el AtlƔntico Sur.

Las Malvinas son argentinas. Que así sea, ”mÔs que pronto!

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