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Antártida: El ecosistema más frágil

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Declarada reserva mundial de la humanidad, la Antártida es prácticamente el único continente que no ha sufrido la degradación de su ecosistema y puede darnos pistas para predecir el futuro ambiental de nuestro planeta.

Hacer un diagnóstico de la Tierra resulta como mínimo desalentador: degradación ambiental, contaminación, recursos sobreexplotados, escasa disponibilidad de agua potable, una superpoblación que sigue en aumento  y un sistema climático cambiante. En este contexto, la Antártida cobra una dimensión excepcional como único continente prácticamente inalterado, declarado reserva natural de la humanidad y dedicado a la ciencia y a la paz. Considerado como una de las últimas regiones prístinas de la Tierra, el continente antártico es el laboratorio natural del planeta y, pese a encontrarse en una de las regiones más lejanas, inaccesibles e inhóspitas del mundo tiene un rol estratégico como regulador de climas, temperaturas, vientos y corrientes marinas. Distante de los centros industriales, con una mínima presencia humana y escasísima contaminación, este continente se presenta como la región más apta para analizar el cambio global y, a partir del estudio de sus hielos, predecir el futuro ambiental.

EL SISTEMA DEL TRATADO ANTÁRTICO

Es tan compleja e importante su preservación que ha logrado un éxito inédito, ejemplo de cooperación internacional: el Tratado Antártico, un instrumento jurídico-político que regula la actividad de la región situada al sur del paralelo de 60º S, resultado político del Año Geofísico Internacional llevado a cabo en 1957-58, años durante los cuales científicos de 67 países se dedicaron a estudiar las regiones más extremas del planeta. Este acuerdo en tan solo 14 artículos marca una nueva etapa en el continente blanco, a partir de la cual prima la investigación cooperativa y coordinada internacionalmente, se propicia el intercambio de personal científico, de información sobre proyectos de estudio, observaciones y resultados y se declara territorio de paz. Este acuerdo en tan solo 14 artículos marca una nueva etapa en el continente blanco, a partir de la cual prima la investigación cooperativa y coordinada internacionalmente, se propicia el intercambio de personal científico, de información sobre proyectos de estudio, observaciones y resultados y se declara territorio de paz. Firmado originalmente por doce países –entre los que se encuentra la Argentina- y reconocido en la actualidad por 48, este instrumento jurídico que entró en vigencia en 1961 establece que el continente antártico solo podrá ser utilizado para fines pacíficos, prohíbe el establecimiento de bases militares, uso de armamento, la realización de maniobras o explosiones nucleares y que las bases y demás instalaciones pueden ser inspeccionadas libremente, entre otras disposiciones.

Además de estas características únicas, su carácter excepcional está dado porque las resoluciones se toman en las Reuniones Consultivas de las que participan todos los países miembros por consenso unánime de las partes. Dicho de otro modo, solo los países consultivos pueden participar de las decisiones que afectan al sexto continente. Y su éxito, corroborado por el mantenimiento de los principios de paz y cooperación a través del último medio siglo, más allá de cualquier conflicto mundial. En cuanto al cumplimiento de las disposiciones, queda garantizado porque cada una de las partes puede nombrar observadores que están autorizados a inspeccionar tanto las bases, como los territorios y los barcos. Respecto de su vigencia, aunque finaliza en el año 2048, los especialistas coinciden en que es muy difícil que pierda vigor.

Posteriormente a su etapa inicial, se fueron aprobando de manera sucesiva otros documentos complementarios referidos a la protección de los recursos naturales que constituyen en su conjunto el denominado Sistema del Tratado Antártico: la Convención para la Conservación de Focas Antárticas (1972); la Convención para la Conservación de Recursos Vivos Marinos Antárticos (1980) y el Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, conocido como Protocolo de Madrid (1991).  Este último acuerdo –que entró en vigor en 1998- se considera particularmente importante porque designa a la Antártida como una “reserva natural dedicada a la paz y a la ciencia”, prohíbe la explotación minera salvo para fines científicos y establece los principios elementales que deben regir las actividades humanas en la Antártida.

La flora y la fauna están especialmente protegidas, tanto que solo los científicos dedicados a su estudio particular pueden acercase a ellas y también está prohibida la intromisión de especies foráneas que podrían impactar negativamente en las autóctonas. Esta fue la razón por la cual se retiraron los perros –que durante tanto tiempo acompañaron a los exploradores polares- del continente.

Otro tema clave relacionado con el ambiente es la gestión de residuos, cuestión no menor por el alto costo que tiene el traslado logístico. En líneas generales, se parte de la base de la separación en origen a fin de minimizar la potencial contaminación. Mientras los restos orgánicos pueden ser tratados allí, el resto –plásticos, metales, vidrio, residuos peligrosos como químicos, entre otros- se almacena y posteriormente se retira en barcos, medio de transporte donde rigen las mismas normas que en el continente.

En cuanto a la prevención de impactos ambientales, este Protocolo establece que cualquier actividad a desarrollarse –desde la construcción de una base hasta una visita turística- deba presentar previamente una evaluación de impacto ambiental.

RADIOGRAFÍA DE UN ECOSISTEMA ÚNICO

Pese a no reconocer límites políticos ni formar parte de la agenda internacional, el continente antártico tiene importantísimos recursos –como la pesca y la minería, por ejemplo-, además de ser la reserva de agua del planeta y constituirse como una geografía excepcional para estudiar, entre otros temas, la capa de ozono, el cambio climático y la contaminación atmosférica. Basta pensar, para comprender su importancia, que en sus 14 millones de kilómetros cuadrados de superficie que rodean el casquete polar está contenido el 90 por ciento de agua dulce de la Tierra. O que  gracias a su ubicación geográfica –al sur del paralelo 60 S- y al estar separado del resto de los continentes por los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, la Antártida es la región del planeta más aislada, prístina e inaccesible, alejada de los centros poblados y la contaminación.

Seco, frío, ventoso y escasas precipitaciones que caen generalmente en forma de nieve son las características que determinan el clima antártico. El promedio térmico es sumamente bajo: en el mes de enero, oscila entre los 0,4 C en la costa y lo – 40 C en el interior; y en el mes de julio, entre los -23 C y los – 68C. El continente suele generar en su interior vientos de una fuerza considerable denominados catabáticos (del griego katabatikos: “hacia abajo”) y una especie de ventisca que al arrastrar nieve llega a cegar la visibilidad por lo cual se lo conoce como viento blanco.

En este contexto y limitada prácticamente a la zona costera, la flora y la fauna antárticas se caracteriza por su capacidad de adaptación a condiciones extremas y su escasa variedad.  La única vegetación que puede hallarse –las especies no llegan a 350- está constituida por musgos, líquenes, hongos y algas –salvo en el norte de la península antártica donde excepcionalmente puede verse alguna planta superior como gramíneas- que crecen en los escasos lugares libres de hielo.

En cuanto a la fauna, es importante destacar que carece de mamíferos terrestres y la mayoría de los organismos presentes pertenece al ambiente oceánico, en cuyas costas pueden verse gran cantidad de aves –skúas, petreles; palomas antártica, gaviotas cocinera, cormoranes y albatros, aunque sin duda por su número se destacan los pingüinos- y mamíferos –distintas especies de focas, lobos, leopardos, elefantes marinos, orcas, delfines y ballenas- que se alimentan de krill, crustáceo de gran valor biológico y nutricional.

ENTRE ROCAS Y HIELOS

Desde el punto de vista geológico, el sexto continente está dividido en dos partes por la cordillera Transantártica: la Antártida oriental, constituida por rocas precámbricas cubiertas por una gruesa capa de hielo y la occidental –que corresponde al sur del continente americano y está relacionada con los Andes, razón por la cual se la denomina también Antartandes. Pese a que esta cordillera tiene una extensión aproximada de 4.000 kilómetros  aflora apenas en algunas cumbres –denominadas nunatak- que logran superar el espesor de la masa helada que puede llegar a alcanzar los 4500 metros. Es precisamente este manto continental –que contiene las tres cuartas partes de agua dulce de la Tierra- la que brinda a la superficie el aspecto homogéneo de una “meseta” y transforma a la Antártida en el continente de mayor altura media del planeta. Desde el interior, el hielo va fluyendo -producto de la gravedad- hacia las costas generando los glaciares al llegar al mar o formando las barreras de hielo que se desprenden en forma de grandes bloques de hielo -témpanos- que son empujados por las corrientes marinas hasta su hundimiento.

ARGENTINA POLAR

El sector antártico reclamado por nuestro país es el comprendido por los meridianos 25 grados y 74 grados de longitud oeste y está delimitado proyectando los puntos extremos de nuestro territorio continental sudamericano, como lo indica la teoría de Poirier que estableció en 1907 que las regiones polares son prolongaciones de los países que las rodean y deben fijarse proyectando los meridianos hasta el sector polar. Esta región en la actualidad forma parte del territorio de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

La presencia argentina en el sexto continente es muy antigua ya que desde principios del siglo XIX nuestros foqueros recorrían la región con fines comerciales. En 1903, la corbeta Uruguay al mando del teniente Julián Irízar rescató a la expedición sueca encabezada por doctor Otto Nordenskjöld de la que formaba parte el alférez José María Sobral alcanza fama internacional. El año anterior, una expedición científica escocesa a cargo del doctor William Bruce debió invernar en la isla Laurie del archipiélago Orcadas del Sur a causa de que su buque había quedado atrapado en los hielos. Allí construyó una vivienda, un observatorio meteorológico y una estación magnética, instalaciones que a su regreso a Buenos Aires ofreció al gobierno argentino. El 22 de febrero de 1904 se formalizó el traspaso y a partir de entonces y de manera ininterrumpida la Argentina realiza un importante trabajo científico no solo en las islas sino a lo largo de la Península Antártica.

Las razones históricas y geográficas unidas el desarrollo científico llevado a cabo a lo largo de 109 años con todo el esfuerzo logístico implícito son nuestro mejor título de soberanía. A ello, se suman el espíritu de colaboración y solidaridad internacional demostrado por los antárticos argentinos en todas las ocasiones en que este medio hostil lo requirió, desde la mencionada actuación de la corbeta Uruguay en 1903 hasta el rescate del buque alemán Magdalena Oldendorff en 2002 o el difícil  recuperación de los cuerpos de científicos argentinos y chilenos en 2005 en las grietas polares, heroico desempeño que nos valió el reconocimiento mundial.

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Sin duda, el valor de conservar la Antártida se impone por sí mismo. Las razones son tan diversas como vitales. Por un lado, representa una fuente fundamental que permite conocer la historia del Planeta y la evolución de la vida al tiempo que es un laboratorio natural para el estudio del cambio climático global cuyos efectos se perciben con mayor intensidad en el continente y se extiende a todo el sistema climático mundial mediante la circulación oceánica.

Por otro,  aunque no se cuenta con datos concretos de sus recursos ya que la explotación de la región está prohibida por el Tratado Antártico, comparándola con otros continentes y sobre la base de que su cadena montañosa es una prolongación de la cordillera de los Andes se desprende la presencia de depósitos minerales como el carbón, el cobre y la plata, además de gas y petróleo.

Más allá de estos recursos potenciales, la gran reserva indiscutida de agua y de riqueza pesquera que contiene basta para asegurar la conservación de este ecosistema excepcional, lugar estratégico para la ciencia.

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