En los últimos años, científicos de todo el mundo comenzaron a notar un fenómeno inquietante: los océanos se están volviendo más oscuros. Esta tendencia, documentada en un estudio reciente publicado en Global Change Biology, indica que más del 20 % de la superficie oceánica registró una disminución significativa en la profundidad de su zona fótica, es decir, la capa de agua iluminada por el sol que permite la fotosíntesis y sostiene la vida marina.
En algunas regiones, esa pérdida de luz alcanza los 50 o incluso los 100 metros, una alteración que preocupa por sus consecuencias ecológicas, climáticas y económicas.
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Cómo son los océanos oscuros
El oscurecimiento oceánico no es un fenómeno simple ni uniforme. Sucede por una combinación de factores, muchos de ellos relacionados con la actividad humana y el cambio climático. En las aguas costeras, una de las principales causas es la entrada masiva de sedimentos y nutrientes desde tierra firme.

El uso intensivo de fertilizantes, la deforestación, la urbanización y las lluvias intensas arrastran materiales hacia el mar, donde generan proliferaciones de algas o aumentan la turbidez del agua. Estos materiales bloquean el paso de la luz solar, reduciendo la transparencia natural del océano.
Pero más allá de las costas, en mar abierto, el oscurecimiento responde a mecanismos más complejos. El calentamiento global altera la dinámica de las corrientes oceánicas y dificulta la mezcla vertical de las capas de agua.
En lugar de renovarse con nutrientes y oxígeno desde las profundidades, las capas superficiales se vuelven más estables, atrapando partículas y compuestos orgánicos que absorben la luz. Regiones como el Atlántico Norte y el Océano Austral mostraron una caída sostenida de transparencia en las últimas dos décadas, con impactos ecológicos visibles.
La importancia de este fenómeno radica en que la zona fótica es el espacio donde ocurre la mayor parte de la vida marina. Allí vive el fitoplancton, un conjunto de microalgas que realiza la fotosíntesis, produce oxígeno y sirve de base para toda la cadena alimentaria marina.

El proceso que atraviesan los mares afectados
Cuando disminuye la cantidad de luz que llega a estas algas, su productividad cae, lo que afecta a peces, mamíferos marinos, aves y, en última instancia, a las comunidades humanas que dependen del mar para su alimentación y sustento económico.
A medida que la zona iluminada se reduce, muchas especies se ven obligadas a concentrarse en capas más superficiales. Esto genera una mayor densidad de organismos, competencia por alimento y espacio, y estrés fisiológico.
Al mismo tiempo, los organismos que dependen de la luz para orientarse, cazar o reproducirse pueden verse desorientados o forzados a cambiar de hábitat. Incluso ciertos contaminantes, como el metilmercurio, podrían degradarse más lentamente en aguas menos iluminadas, lo que aumenta el riesgo de acumulación en la cadena trófica.
El fitoplancton, además, cumple una función climática clave: captura dióxido de carbono de la atmósfera y lo entierra en el fondo marino cuando muere. Esta acción, conocida como bomba biológica de carbono, ayuda a moderar el calentamiento global.
Pero si el fitoplancton disminuye, también lo hace la capacidad del océano para absorber CO₂, lo que podría agravar la crisis climática en lugar de mitigarla. Así, el oscurecimiento de los océanos no solo es un problema ecológico, sino también un nuevo frente de preocupación climática.
En este contexto, la comunidad científica ha intensificado sus esfuerzos para entender mejor el fenómeno. El uso de satélites, boyas inteligentes y modelos numéricos ha permitido detectar con precisión dónde y cómo cambia la transparencia del mar.
Algunas zonas, como las costas de Irlanda o partes del Pacífico sur, muestran leves aclaraciones, pero la tendencia general es hacia el oscurecimiento. La NASA y otros centros de investigación monitorean constantemente estas variaciones para anticipar posibles crisis y desarrollar estrategias de adaptación.