Un estudio publicado en AGU Advances y divulgado por Phys utilizó imágenes satelitales para obtener una radiografía sin precedentes sobre la huella de carbono en las ciudades más grandes del planeta.
La investigación se apoyó en los datos del Orbiting Carbon Observatory-3 (OCO-3), un instrumento de la NASA instalado en la Estación Espacial Internacional, que permite medir con alta resolución las concentraciones de CO₂ en la atmósfera y, a partir de allí, calcular cuánto emiten las áreas urbanas en tiempo real.
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Los resultados que reveló el estudio sobre la huella de carbono
El trabajo abarcó un total de 54 ciudades pertenecientes a la red C40 Cities Climate Leadership Group, que reúne a grandes urbes comprometidas con la acción climática. Los científicos analizaron datos de lugares como Seúl, Nueva York, Los Ángeles, Róterdam, Chicago, Tokio, Nueva Delhi, Houston, Ciudad de México, Calcuta, São Paulo, Dubái, Roma, Río de Janeiro, Buenos Aires y Toronto, entre otros.
Si bien no hicieron un ranking oficial, fue definitorio que Tokio, Japón, es una de las ciudades que más contamina, mientras que Róterdam, Países Bajos, pertenece a las que menos.

El hallazgo principal fue que, en promedio, las emisiones detectadas desde el espacio coinciden bastante con las estimaciones tradicionales que se elaboran a partir de datos de consumo energético y actividad económica. La diferencia global fue de apenas un 7%, una cifra que valida en gran medida los inventarios oficiales que las ciudades reportan.
Sin embargo, el estudio mostró disparidades llamativas según la región. En ciudades de Asia Central y del Sur, las estimaciones “desde abajo” tendían a sobrestimar las emisiones, mientras que en urbes de África, Oceanía, Europa o América del Norte sucedía lo contrario: los cálculos tradicionales quedaban cortos frente a lo que realmente detectaban los satélites.
Otro de los hallazgos fue la enorme diferencia en la intensidad de carbono de la economía urbana. Mientras en ciudades norteamericanas la relación era de apenas 0,1 kilos de CO₂ por cada dólar de producción económica, en ciudades africanas la cifra trepaba hasta 0,5 kilos.
Esto refleja la brecha entre economías más ricas y tecnológicamente avanzadas, capaces de producir bienes y servicios con menor huella de carbono, y economías en desarrollo que todavía dependen de tecnologías más contaminantes o de fuentes de energía fósil poco eficientes.
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Los hallazgos curiosos que reveló el informe
El estudio también reveló un fenómeno interesante: las ciudades más pobladas no necesariamente son las que más contaminan por persona. De hecho, las megalópolis con más de veinte millones de habitantes mostraron emisiones per cápita de alrededor de 1,8 toneladas anuales, mientras que las ciudades con menos de cinco millones alcanzaban casi 7,7 toneladas per cápita.
La explicación estaría en las economías de escala y la densidad urbana: en las grandes metrópolis, la concentración de población favorece el uso del transporte público, reduce los trayectos individuales y permite infraestructuras más eficientes. Por el contrario, las ciudades medianas, más dispersas y con menor capacidad de inversión, suelen depender más del transporte privado, de redes de servicios menos optimizadas y de un consumo energético menos regulado.

Las razones de estas diferencias se encuentran tanto en las políticas ambientales como en la estructura económica de cada ciudad. En las urbes de mayor desarrollo, regulaciones estrictas, la transición hacia fuentes renovables y una infraestructura más moderna contribuyen a bajar la huella de carbono. En otras regiones, la falta de regulaciones, el predominio del carbón o del petróleo en la matriz energética y la debilidad institucional hacen que la contaminación urbana sea mucho más alta.
Además, las diferencias metodológicas entre lo que calculan los gobiernos y lo que miden los satélites evidencian las limitaciones de los sistemas de monitoreo tradicionales, sobre todo en ciudades con menos recursos para recopilar datos precisos.
Este tipo de estudios tiene implicaciones muy relevantes. Por un lado, ofrecen a los gobiernos locales una herramienta más precisa para planificar políticas climáticas, porque si las emisiones están mal medidas, cualquier plan de reducción queda desajustado desde el inicio.
Por otro, garantizan mayor transparencia internacional: al tener mediciones independientes desde el espacio, es posible contrastar los reportes oficiales y exigir acciones más concretas. Y además permiten identificar patrones que pueden inspirar a otras ciudades: la experiencia de las megalópolis con bajas emisiones per cápita muestra que la densidad y la infraestructura adecuada pueden convertirse en aliados de la sostenibilidad.



