En los últimos años, el cambio climático se convirtió en una de las mayores preocupaciones globales, y uno de los principales culpables es el dióxido de carbono liberado a la atmósfera por actividades humanas. Frente a la dificultad de reducir drásticamente las emisiones en sectores como la industria pesada, el transporte marítimo o la producción de energía, surgió una alternativa tecnológica: capturar el CO₂ y almacenarlo de manera segura bajo tierra.
En ese escenario aparece Northern Lights, un proyecto pionero impulsado por las petroleras Equinor, Shell y TotalEnergies, en Noruega, que promete ser la primera infraestructura transfronteriza de almacenamiento de carbono a gran escala en el mundo.
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Cómo funciona este nuevo desarrollo para almacenar dióxido de carbono
La iniciativa forma parte del programa Longship, desarrollado por el gobierno noruego para avanzar en soluciones climáticas innovadoras. La lógica es relativamente simple: en lugar de dejar que el CO₂ llegue a la atmósfera y contribuya al calentamiento global, se captura directamente de las chimeneas industriales, se licúa y se transporta en buques especialmente diseñados hasta la costa noruega.
Desde allí, el gas se inyecta en tuberías y se envía a depósitos subterráneos situados a unos 2.600 metros bajo el lecho marino del Mar del Norte. En esos reservorios geológicos, antiguas formaciones rocosas porosas que alguna vez contuvieron petróleo y gas, el CO₂ queda atrapado de manera permanente.

El almacenamiento geológico de carbono no es una idea nueva, pero lo innovador de Northern Lights es su escala y accesibilidad internacional. Muchas empresas que producen grandes volúmenes de emisiones no tienen posibilidad de desarrollar sus propios sistemas de captura y almacenamiento.
Con esta infraestructura, podrán enviar su CO₂ a Noruega y pagar por el servicio, lo que convierte al proyecto en una especie de “planta de tratamiento global del carbono”. El plan es inaugurar la primera fase en 2025, con capacidad para almacenar 1,5 millones de toneladas de CO₂ al año, y ampliarla a más de 5 millones en etapas posteriores.
Medio ambiente: el impacto que tendría este nuevo desarrollo
Los beneficios potenciales son considerables. En primer lugar, esta tecnología puede ayudar a reducir las emisiones de sectores difíciles de descarbonizar, como la producción de cemento, acero o fertilizantes. Son industrias que seguirán siendo necesarias durante décadas, pero cuyo impacto ambiental es muy alto.
Con Northern Lights, esos sectores tendrían una salida transitoria mientras avanzan las energías limpias. Además, el proyecto podría abrir la puerta a un nuevo modelo de negocio: el transporte internacional de CO₂, donde países sin capacidad geológica propia contraten el almacenamiento en Noruega.

Sin embargo, también hay críticas y desafíos. Los detractores advierten que esta tecnología no debe ser vista como una excusa para seguir quemando combustibles fósiles, sino como un complemento en la transición energética.
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Además, el proceso de captura, transporte y almacenamiento tiene costos elevados, lo que plantea la duda de si será competitivo frente a soluciones más directas, como electrificación o energías renovables. También existe el reto de garantizar la seguridad a largo plazo de los depósitos: aunque los estudios indican que el CO₂ puede permanecer sellado durante miles de años, la sociedad debe confiar en que no habrá filtraciones.