El avance de la era espacial trajo consigo enormes beneficios para la humanidad: comunicaciones globales, monitoreo climático, observación de la Tierra y proyectos de exploración inéditos. Sin embargo, también generó un problema creciente que ahora amenaza con transformarse en una verdadera catástrofe: la basura espacial.
Más de medio siglo después del lanzamiento del Sputnik-1, los desechos acumulados en la órbita terrestre se multiplican, convirtiendo al espacio en un potencial cementerio de satélites. Fragmentos de cohetes, piezas desprendidas y restos de antiguas misiones circulan sin control, poniendo en riesgo la seguridad de las telecomunicaciones y la exploración futura del espacio.
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Al respecto, DEF analizó esta problemática con Cecilia Valenti, magíster en Desarrollos Informáticos de Aplicación Espacial por CONAE, y actual integrante del grupo Guiado, Navegación y Control de la Gerencia Satelital en la empresa argentina de telecomunicaciones ARSAT.
-En las últimas décadas, se lanzaron al espacio toneladas de satélites, sondas y naves espaciales que ahora orbitan sin uso alrededor del Planeta. ¿Existe alguna clasificación de esta basura espacial?
-Sí, se clasifican por tamaño: pequeños (menos de 10 cm), medianos (entre 10 cm y 1 metro) y grandes (más de 1 metro). La mayoría son pequeños, lo que dificulta su rastreo individual y muchos de ellos solo pueden estudiarse estadísticamente para entender su distribución. Los más grandes son las estaciones espaciales (como la Estación Espacial Internacional), los objetos de mayor tamaño creados por humanos en órbita.

Órbitas bajas vs. geoestacionarias, ¿diferentes alturas, distintos problemas?
-Los satélites orbitan a diferentes alturas. ¿Hay alguna relación entre la cercanía a la superficie terrestre, el tipo de basura espacial presente en cada una y el tiempo que permanece allí?
-Las órbitas bajas terrestres, denominadas LEO (Low Earth Orbit), situadas entre 200 y 2.000 km de altitud, son las más congestionadas y albergan satélites meteorológicos, de observación de la Tierra y la Estación Espacial Internacional. Por otro lado, ubicada a 35.786 km, se encuentra la órbita geoestacionaria (la que permite que los satélites, como nuestros ARSAT I y II, permanezcan fijos sobre una región del planeta, posibilitando las telecomunicaciones). A diferencia de las órbitas LEO, los satélites GEO pueden permanecer en su posición durante siglos.
Sin embargo, de los cientos de miles de objetos que orbitan la Tierra, se estima que entre 7.000 y 13.000 están operativos y pueden ser maniobrados para evitar colisiones. El resto, un alarmante 94%, es basura espacial: satélites fuera de servicio, restos de cohetes, fragmentos de colisiones y otros desechos creados por el ser humano que permanecen a la deriva. Muchos de estos objetos se desintegran al reingresar a la atmósfera, a 200 kilómetros de altura, pero otros permanecen en órbita durante largos períodos y representan una amenaza para las misiones espaciales futuras.
Acerca de si es factible que un desecho espacial dañe a una persona, lo cierto es que es un riesgo bajo que está aumentando, por lo cual es crucial gestionar el tráfico espacial, para asegurar que el espacio siga siendo un recurso accesible y seguro para todos.
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-¿Existe diferencia en la gestión de esta chatarra entre las órbitas bajas y las geoestacionarias?
-En las órbitas bajas, los satélites pueden ser dirigidos hacia la Tierra para que se desintegren en la atmósfera y caigan, preferentemente, en el océano. Pero de las órbitas geoestacionarias, que están a 36.000 kilómetros de distancia, es muy costoso traer un satélite de regreso. Por eso, se los mueve a una órbita más alta todavía, llamada “cementerio”. Cuando un satélite deja de funcionar, ya sea porque terminó su vida útil o por problemas técnicos, en vez de dejarlo abandonado en su órbita, se lo traslada allí para que no estorbe y se pueda seguir usando esa órbita para nuevas operaciones.
Basura espacial: entre la persistencia y la falta de soluciones
-¿Cuáles son los principales obstáculos para desarrollar tecnologías efectivas de limpieza de chatarra espacial?
-Para mitigar el problema de los desechos, se considera la posibilidad de ‘limpiar’ el espacio. Sin embargo, hay una cuestión clave que es la falta de control sobre esta basura, de la que se desconoce estado y desplazamiento. Recogerla presenta desafíos tecnológicos importantes ya que cualquier objeto en el espacio gira y se mueve a altas velocidades.

-Sin dudas, más allá de las acciones de “limpieza” es clave no seguir generando basura. ¿Qué regulaciones internacionales podrían implementarse para asegurar que los operadores de satélites sigan las prácticas de no proliferación de desechos espaciales?
-Hay varios aspectos a tener en cuenta. Uno de ellos es el proceso de pasivación que consiste en asegurarse, al finalizar la misión de un satélite, que esté vacío de combustible y sus baterías desconectadas de los paneles. Esto evita explosiones internas que generarían más desechos. Por otra parte, también es fundamental prevenir desprendimientos: por ejemplo, en una misión para arreglar el telescopio espacial Hubble, los astronautas reemplazaron un panel solar y soltaron la pieza antigua.
En resumen, necesitamos ser más ordenados y evitar choques en el espacio, que podrían causar el “Síndrome de Kessler” (experto en basura espacial de la NASA), una serie de colisiones que harían que ciertas áreas del espacio no se puedan usar. Las consecuencias de un colapso espacial serían devastadoras para servicios esenciales como el GPS, Internet satelital, sistemas de navegación, pronósticos meteorológicos y la obtención de imágenes satelitales, de los cuales la humanidad depende cada vez más.
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La acumulación de desechos y su impacto en las futuras misiones espaciales
-¿Cómo se podría mejorar el rastreo de objetos espaciales y de qué modo afectaría esto a la gestión de la basura espacial y la seguridad de los satélites?
–El rastreo es un aspecto crucial, ya que es fundamental conocer qué hay allá arriba, en especial los objetos no operativos. La capacidad de hacerlo depende de las órbitas. En las bajas (LEO), se pueden rastrear con radares objetos de más de 10 centímetros (en la actualidad se siguen cerca de 29.000 de estos tamaños, de los cuales solo unos 7.000 están operativos) y existen catálogos y bases de datos en Internet con información sobre ellos. Para aquellos que se encuentran en órbitas más lejanas (GEO), se utilizan telescopios.

-Antes mencionaste el impacto de los desechos espaciales en la seguridad de las misiones, ¿qué implicancias a largo plazo puede tener esta acumulación de basura?
– Las redes de rastreo espacial, distribuidas globalmente, calculan la órbita de la Estación Espacial Internacional para predecir posibles colisiones, enfocándose en áreas críticas con radares de alta precisión. El espacio es hostil y las misiones tripuladas son las que corren mayor riesgo. Ante un alto peligro de colisión, los astronautas deben refugiarse en la zona más protegida de la estación. Si un desecho es grande, se maniobra para esquivarlo, pero los pequeños pueden causar daños imprevistos.
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Por ejemplo, si existe el riesgo de que una partícula dañe los trajes, no se permiten las caminatas espaciales. Dado el aumento exponencial de la basura, se están desarrollando blindajes para proteger las naves de impactos de partículas a hipervelocidad y se analizan los objetos que regresan a la Tierra para evaluar los efectos del ambiente espacial. Además, se utilizan proyectos con inteligencia artificial e imágenes para monitorear y evaluar la situación en el espacio.
-Por último, ¿cuán lejos estamos de una regulación internacional?
-La regulación internacional del espacio está influenciada por la geopolítica. Empresas como SpaceX se ven afectadas por la competencia y la realidad es que los grandes actores espaciales (China, Rusia, EE. UU, Francia) son los que dictarán las condiciones de acceso al espacio, que incluyen regulaciones sobre prevención de riesgos y desintegración de satélites. Creo que no se está lejos de una regulación, pero que desgraciadamente se centrará más en intereses que en la protección del ambiente espacial.




