Las inundaciones que golpearon amplias regiones de Asia en 2025 dejaron una de las postales más contundentes del impacto del cambio climático en el hemisferio sur. Las intensas lluvias, alimentadas por un monzón, el fenómeno meteorológico en donde los vientos crean períodos húmedos y secos alternativamente, excepcionalmente fuerte y por una serie de ciclones que se desplazaron con trayectorias inusuales, provocaron desbordes de ríos, deslizamientos de tierra y la paralización de ciudades enteras.
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Cómo fueron las inundaciones extremas en Asia
En países como India, Bangladesh, Nepal y Tailandia, millones de personas se vieron obligadas a evacuar sus hogares en cuestión de horas, mientras que las infraestructuras públicas quedaron bajo el agua en una escala pocas veces vista. La combinación de precipitaciones diarias equivalentes a semanas enteras de lluvia y tormentas que se intensificaron con rapidez creó un escenario caótico en el que los gobiernos debieron activar planes de emergencia de manera simultánea en varias regiones.
Estos fenómenos naturales, aunque forman parte del clima histórico del sur de Asia, están adquiriendo un comportamiento más errático y destructivo. El monzón, que tradicionalmente aporta el agua necesaria para la agricultura y regula los ciclos de vida en el subcontinente, se volvió más irregular en sus tiempos y más extremo en su intensidad.

Las lluvias, que alguna vez estuvieron distribuidas en varios meses, ahora se concentran en lapsos muy cortos, saturando el suelo y desbordando ríos con una facilidad preocupante. A esto se suma la aparición de ciclones más potentes en el océano Índico, que encuentran aguas más cálidas y, por lo tanto, más energía para fortalecerse.
Los impactos del cambio climático en los recientes desastres naturales en Asia
La combinación de ambos sistemas climáticos sobre áreas densamente pobladas explica la magnitud del desastre humano y material, que dejó barrios enteros bajo agua y cultivos destruidos en plena temporada de siembra.
El impacto es especialmente severo porque afecta a poblaciones que dependen casi por completo de los ciclos agrícolas y pesqueros para sobrevivir. En Bangladesh, pueblos enteros quedaron aislados al romperse carreteras, mientras que en India el agua arrasó con campos de arroz y algodón listos para la cosecha.
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Nepal registró deslizamientos de montaña que bloquearon rutas esenciales para la distribución de alimentos, generando focos de escasez en zonas que ya enfrentaban dificultades logísticas. Tailandia, por su parte, vivió inundaciones urbanas que paralizaron centros industriales y turísticos, provocando pérdidas millonarias y comprometiendo aún más la economía local.
En todos los casos, el patrón se repite: eventos que antes ocurrían cada diez o veinte años, ahora se presentan en lapsos mucho más cortos, dejando a las comunidades sin tiempo real para recuperarse.

Los científicos señalan que estas inundaciones son una señal inequívoca del efecto acumulado del calentamiento global en los sistemas climáticos asiáticos. Las temperaturas más altas intensifican la evaporación, generan más humedad en la atmósfera y elevan la probabilidad de tormentas severas.
Además, el incremento del nivel del mar vuelve más vulnerables las zonas costeras, donde los ciclones provocan marejadas que penetran cada vez más hacia el interior. Aunque los países de la región avanzaron en sistemas de alerta y estrategias de adaptación, la magnitud de los eventos de 2025 demuestra que las defensas actuales no son suficientes frente al ritmo acelerado del cambio climático.
En definitiva, la crisis dejó al descubierto la urgencia de invertir en infraestructuras resilientes, mejorar la planificación urbana y adoptar políticas ambientales que mitiguen los efectos de estos fenómenos, que ya no pueden considerarse excepcionales sino parte de una nueva normalidad climática.




