Las declaraciones de Peter Lamelas, candidato a reemplazar a Marc Stanley como embajador de Estados Unidos en Argentina, resonaron a nivel nacional. Las Islas Malvinas permanecen como un reclamo sin respuesta tras décadas de apelar al diálogo bilateral con Reino Unido, pese a las presiones internacionales.
La postura estadounidense de neutralidad que se observa en la actualidad y que Lamelas señaló en su comparecencia ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano no fue siempre así. Incluso, el país jugó un papel fundamental del lado británico durante la Guerra de Malvinas.
Al respecto, DEF consultó a la experta Ana Laura Bochicchio, historiadora de la Universidad de Buenos Aires, investigadora del Conicet y actual docente en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
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El rol de Estados Unidos en la Guerra de Malvinas
A instantes de que Argentina realice el desembarco en las islas, el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri y el mandatario de los Estados Unidos, Ronald Reagan, mantuvieron un contacto telefónico después de que este fuera notificado por la primera ministra británica, Margaret Thatcher.
El diálogo previo al conflicto militar que le costó la vida a 649 soldados argentinos en el archipiélago, y muchos más luego de la guerra, fue ante todo un pedido de Reagan para detener el uso de la fuerza y apelar a una vuelta al diálogo por parte de la Junta Militar en Buenos Aires. El presidente estadounidense utilizó las fructíferas relaciones con Reino Unido y la opinión negativa que el ataque argentino causaría en la población norteamericana para desescalar la guerra en ciernes.
Galtieri decidió continuar con los desembarcos y el conflicto entre Argentina y Reino Unido estalló al día siguiente, el 2 de abril de 1982. Pese al llamado, Washington quebró la neutralidad y respaldó a los británicos por la alianza que unía en ese momento a ambos países en el marco de la Guerra Fría.

Estados Unidos abandonó su rol de mediador e incluso la Doctrina Monroe, que establecía en un principio que no se promovería el colonialismo europeo en el continente americano. Ana Laura Bochicchio bien lo detalla en su artículo “Guerra Fría e intervención estadounidense en Malvinas (1982)”.
“El gobierno estadounidense tomó medidas tales como brindar abiertamente su apoyo a Gran Bretaña, acusar de intransigencia al gobierno argentino y suspender los suministros de equipos militares a Argentina, entre otras”. Estos envíos estaban valuados en más de tres millones de dólares que el gobierno militar argentino ya había pagado.
El documento recuerda que tanto Inglaterra como Estados Unidos decían estar defendiendo los derechos de autodeterminación de los habitantes de las islas, en referencia a la Resolución 2065 de la ONU en 1965.

En ella se reconocía la existencia de una disputa de soberanía y se instaba a una resolución pacífica que contemple los intereses de la población en las Islas Malvinas, que para Margaret Thatcher era permanecer bajo el dominio británico.
El apoyo militar de Estados Unidos fue tácito y de estrecha colaboración. El entonces secretario de Defensa, Caspar Weinberger, estableció que todos los pedidos británicos tenían inmediata y primera prioridad, entre los que se encontraban los misiles AIM-9L Sidewinder y los FIM-92A Stinger, que tuvieron su primera prueba de fuego en Malvinas.
Los estadounidenses también cedieron equipos de guerra electrónica, repuestos para los cazas Sea Harrier y helicópteros, minas, morteros y munición para armamento, muchos de ellos salieron directamente de los almacenes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Europa.
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La fase de neutralidad y los dichos de Peter Lamelas, el embajador de Donald Trump
La ayuda estadounidense fue vital para que Reino Unido venciera a Argentina en la Guerra de Malvinas. Con la victoria militar, el gobierno británico reforzó la administración de las islas y eludió futuros acercamientos para tratar las disputas de soberanía.
Estados Unidos, por su parte, abandonó paulatinamente la intervención directa en los reclamos y abogó por la neutralidad, pese a los pedidos argentinos de pronunciamientos explícitos.
Los sucesivos gobiernos de Bill Clinton, George W. Bush Jr., Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden reconocieron la administración británica y buscaron atenerse a las evaluaciones del Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas para lograr una solución a largo plazo.
La particularidad de Joe Biden fue su declaración cuando era senador por el Estado de Delaware, en 1982: “Es claro que el agresor es Argentina y es claro que el Reino Unido tiene razón y debería ser bien claro para todo el mundo a quién apoya Estados Unidos”, sostenía en el Congreso quien luego no tradujo su tendencia pro-británica cuando se convirtió en presidente de los Estados Unidos.

Actualmente, en el marco de las relaciones de Donald Trump y Javier Milei, se pretendía un mayor acercamiento en la Cuestión Malvinas por parte del candidato a embajador en Argentina, Peter Lamelas, quien dijo “no reconocemos la soberanía de Argentina ni del Reino Unido”.
Las declaraciones ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano revivieron los cuestionamientos sobre la postura de Estados Unidos sobre la histórica disputa entre Argentina y Reino Unido.
Según la historiadora Ana Laura Bochicchio, los dichos de Lamelas son un reflejo de la “tendencia ambigua” que sintetiza el posicionamiento de Washington respecto a Malvinas a lo largo de la décadas, que solo cambió favorablemente para Reino Unido, durante la Guerra de 1982.
“Todo esto, al igual que los otros dichos de Lamelas sobre Argentina, la región y las relaciones con China, responden a una visión cultural que ha definido al imperialismo estadounidense en Latinoamérica desde el siglo XIX. La idea de que somos un “patio trasero” determina el hecho de que América Latina sea comprendida por EE. UU. como una región en la que le es posible intervenir en favor de sus propios intereses, reflexionó Bochicchio.

Para la docente en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, esto no es más que una influencia basada en el Destino Manifiesto, que pone a Estados Unidos como una nación elegida para la “misión sagrada” de expandirse por el continente americano.
Su rivalidad con China, a la que también se refirió Peter Lamelas al hablar sobre Argentina, tiene un alto componente en términos económicos. El potencial comercial de Pekín ya captó a países como Perú y Brasil, cuyos gobiernos aceptaron inversiones multimillonarias para potenciarse como hub logísticos y puertas de entrada al comercio con Asia. Esto desafía la imposición del poderío estadounidense en la región y la idea del posible embajador de EE. UU. en Buenos Aires de recorrer las 23 provincias argentinas y atraerlas hacia la inversión empresarial norteamericana.




