En un tiempo marcado por liderazgos que tienden al aislamiento, a la eficacia técnica y al control vertical de los procesos, el Papa Francisco ofreció una propuesta profundamente contracultural: la sinodalidad como forma de liderazgo. No fue una idea más dentro de su papado; se trató de un modelo de conducción, un estilo de gobierno y, al mismo tiempo, una invitación a toda la Iglesia y a otros ámbitos de la vida social, a redescubrir el valor del caminar juntos, de la escucha profunda y del discernimiento compartido.
La sinodalidad no es simplemente una estrategia pastoral ni una estructura más participativa. Es, como ha señalado Francisco, “el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Pero también es un modo de ejercer el liderazgo que interpela a otros espacios sociales: políticos, empresariales, educativos, culturales. En un mundo que muchas veces entiende el poder como dominio, la sinodalidad lo propone como servicio. Donde otros ven eficiencia en la soledad del que manda, el Papa vio sabiduría en la comunidad que discierne.
En su encíclica Fratelli tutti, Francisco profundizó esta visión de liderazgo como fraternidad organizada. Allí sostuvo: “Un individuo puede ayudar a otro individuo, pero cuando se unen para ayudarse mutuamente, se genera algo nuevo y se supera la suma de las partes” (FT, 78). Justamente, la sinodalidad es ese espacio donde lo nuevo brota del encuentro. Es el arte de conducir sin anular, de guiar sin controlar, de asumir la autoridad como tarea común y no como privilegio individual.
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Liderazgo sinodal: los tres pilares que sostienen su esencia
Escucha, diálogo, corresponsabilidad. Estos tres pilares resumen el corazón del liderazgo sinodal. Escuchar no es simplemente oír. Es acoger al otro con todos sus matices, aceptar que su palabra tiene algo que enseñarme, aun cuando no piense igual. “La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad”, dijo el Papa Francisco en Fratelli tutti (FT, 47). Y esa realidad incluye a los otros, sus dolores, sus búsquedas, sus intuiciones.
Por su parte, dialogar, es una práctica cada vez más escasa en contextos polarizados. Pero para el Papa, el diálogo fue un aspecto central: “El diálogo social auténtico supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro, aceptando la posibilidad de que encierre convicciones o intereses legítimos” (FT, 203). Un líder sinodal no teme al desacuerdo. Sabe que la verdad no siempre está dada, y que muchas veces se alcanza sólo a través de un proceso compartido de discernimiento.

Finalmente, la corresponsabilidad rompe con la lógica del “delegar hacia abajo” y propone un nuevo paradigma: todos somos parte activa de la misión. En un estilo sinodal, el líder no carga solo con las decisiones, sino que convoca, distribuye, confía. Francisco lo vivió en carne propia, promoviendo desde el inicio de su pontificado procesos donde el pueblo de Dios -obispos, laicos, religiosas, jóvenes, mujeres- tengan voz. Como escribió en la encíclica: “La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes del paradigma eficientista” (FT, 177).
De igual manera, el liderazgo no debe someterse a la urgencia de resultados rápidos, sino buscar caminos sostenibles y verdaderamente humanos.
El modelo sinodal de liderazgo, más allá de lo religioso
Aunque nace de una experiencia eclesial, el modelo sinodal tiene implicancias que superan ampliamente los límites de lo religioso. La sinodalidad bien entendida puede ser fuente de inspiración para otros modos de liderar en el mundo actual.
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Por ejemplo, en la política, donde muchas veces se gobierna desde la confrontación, la sinodalidad propone liderar desde la búsqueda común del bien. A su vez, en las empresas, invita a abandonar la figura del jefe solitario y recuperar la del equipo que innova desde la cooperación. Y, en la educación, llama a formar personas capaces de escucharse, dialogar y construir juntos.
Francisco habló, una y otra vez, de una cultura del encuentro. No es una consigna romántica: es una decisión ética, una práctica concreta en la vida diaria y, sobre todo, una visión de futuro. “O nos salvamos todos o no se salva nadie”, afirmó con claridad (FT, 137). Un liderazgo sinodal no sólo busca salvarse con los otros: sabe que no es posible conducirse sin ellos.
El liderazgo sinodal tiene, en definitiva, alma. No teme a la fragilidad, porque la reconoce como parte de la humanidad compartida. No se protege tras estructuras rígidas, sino que confía en los procesos. No busca el control, sino la comunión.

No es un estilo idealista. Es profundamente realista. Sabe que no hay caminos sin conflicto, pero también sabe que los conflictos se pueden atravesar mejor si se hace juntos. La sinodalidad es exigente: nos pide paciencia, humildad, apertura. Pero sus frutos son más duraderos, más fecundos, más humanos.
Qué características debe tener un liderazgo sinodal
Al respecto, dijo Francisco: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz” (FT, 8).
Ese sueño necesita líderes que escuchen, que dialoguen, que compartan. Líderes que caminen con los suyos, no delante de ellos. Líderes que no teman perder poder, porque han ganado algo más profundo: confianza, comunidad y sentido.
En definitiva, el liderazgo sinodal no es simplemente una alternativa a otros modelos. Es, quizás, la respuesta más coherente y necesaria para una época que clama por unidad en la diversidad, profundidad en la toma de decisiones, y humanidad en cada forma de ejercer el poder.