(*) Por Héctor Agustín Arrosio y Sergio Daniel Skobalski – Especial para DEF
El gobierno de los EE. UU. acaba de lanzar su nueva Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy, o NSS, por su sigla en inglés). Esta versíon 2025 marca una reorientación profunda del poder estadounidense: consolida una versión más agresiva y coherente del enfoque America First, desplaza el eje de la seguridad global hacia la resiliencia doméstica, reactiva la Doctrina Monroe mediante una proyección hemisférica reforzada y redefine la competencia con China en clave económica, tecnológica y geopolítica.
La NSS5 es el documento rector que se actualiza con cada nueva Administración desde el máximo nivel de conducción de los EE. UU. Este instrumento condiciona a toda la arquitectura doctrinaria compuesta por cerca de una veintena de piezas documentales, entre ellos: la Estrategia de Defensa Nacional (que rige a nivel del Departamento de Guerra), la Estrategia Militar Nacional (a se aplica a nivel de los jefes del Estado Mayor Conjunto) y la Revisión de la Postura Nuclear (en el caso de la última versión, de 2022, desde el nivel del Pentágono).

Si se la compara con estrategias anteriores, abandona el lenguaje del “orden internacional basado en reglas” y lo sustituye por una lógica de soberanías competitivas, balances de poder y autonomía industrial. Para América Latina, Europa, China y Rusia, la estrategia abre simultáneamente riesgos y oportunidades, avanzando hacia un escenario internacional más transaccional, selectivo y basado en la capacidad de cada actor para alinearse, resistir o capitalizar la reconfiguración del poder estadounidense.
La transformación del America First
La Estrategia de Seguridad Nacional 2025 se distancia de las versiones 2017 y 2022 en tres dimensiones esenciales:
-Del internacionalismo condicionado al neo–soberanismo: la estrategia desacopla a EE. UU. del discurso liberal multilateralista y se inscribe en una matriz donde la soberanía es el principio rector, y la legitimidad de instituciones internacionales depende exclusivamente de su utilidad para los intereses estadounidenses. El proceso de base del sistema económico mundial es el control ascendente de los Estados-Nación sobre el mercado mundial, conducta que exhiben China y Rusia, homologada por EE. UU. con la segunda administración Trump.

-Del rol hegemónico global al liderazgo selectivo: se renuncia explícitamente a sostener un orden internacional expansivo. El documento critica a las élites que aspiraron a una “dominación permanente” pos-Guerra Fría y que, según el diagnóstico oficial, habrían debilitado la economía y el tejido social estadounidenses.
-Del Medio Oriente al Hemisferio Occidental como eje crítico: aunque el Indo–Pacífico sigue siendo el teatro principal de competencia estratégica, la novedad doctrinaria de 2025 es la centralidad hemisférica (el Hemisferio Occidental o las Américas): la seguridad territorial, la migración y la presencia de potencias extrarregionales en América Latina pasan a constituir amenazas directas.
En conjunto, la estrategia redefine la arquitectura del poder de los EE. UU. desde el interior socio-económico hacia los asuntos exteriores, vinculando cohesión cultural, poder industrial y proyección internacional como partes de un mismo ecosistema de seguridad nacional. El carácter nacional y la personalidad social básica de la cultura estadounidense está en el núcleo profundo de la gran estrategia.

Migración, reindustrialización y tecnología: las líneas estratégicas prioritarias
Clausura de la era de la migración masiva: la migración adquiere un estatus de amenaza estructural, asociada a riesgos de identidad, cohesión interna, criminalidad transnacional y vulneración deliberada de la soberanía. El control fronterizo deja de ser un instrumento y pasa a ser un fin estratégico en sí mismo.
Reindustrialización y autonomía económica: la NSS 2025 establece que el poder estadounidense depende de reconstruir la base industrial, retomar el control de las cadenas de valor y producir armamento y tecnologías críticas en territorio nacional. Esto introduce un concepto de “economía para la seguridad”, más cercano a una lógica de movilización latente que a un programa económico tradicional.

Dominación energética integral: se rechazan los compromisos de “Net Zero” y se redefine la energía como vector geopolítico. El acceso seguro, barato y abundante a petróleo, gas, carbón y nuclear se convierte en herramienta de influencia internacional y base para la competitividad tecnológica.
Burden–sharing y burden–shifting: EE. UU. transfiere responsabilidades estratégicas a aliados ricos, particularmente en Europa y el Indo–Pacífico. El compromiso del 5% del PBI en defensa para los miembros de la OTAN simboliza este desplazamiento desde la provisión global de seguridad hacia un modelo de liderazgo condicionado.
Primacía tecnológica y financiera: EE. UU. concentra su esfuerzo en mantener superioridad decisiva en IA, biotecnología, cuántica y sistemas autónomos, preservando simultáneamente el estatus del dólar. La tecnología deja de ser un sector y pasa a ser un instrumento geopolítico.
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Nuevas variables y supuestos estructurales del pensamiento estratégico estadounidense
La identidad como vector de seguridad nacional: la estrategia asocia cohesión cultural, valores tradicionales y patriotismo con la capacidad futura de sostener poder nacional. La dimensión espiritual–cultural, ausente en documentos previos, aparece como pilar de largo plazo.
Europa como continente en crisis estratégica y civilizatoria: se diagnostica a Europa como un actor en declive económico y demográfico, con tensiones internas que erosionan su capacidad de actuar como aliado estable. Esta lectura cuestiona la viabilidad futura del vínculo transatlántico tal como fue conocido desde 1945.

China como competidor sistémico central: la competencia ya no se concibe solo militar, sino estructural: cadenas de suministro, financiamiento del Sur Global, control del Mar de China Meridional y liderazgo tecnológico. El conflicto militar no es dado por inevitable, pero sí por plausible si la asimetría económica se reduce demasiado.
Rusia como potencia disruptiva pero negociable: la estrategia abandona la idea de una “derrota estratégica” rusa y prioriza cerrar la guerra en Ucrania, restablecer una estabilidad euroasiática mínima y evitar que Moscú se transforme en hegemón regional o aliado dependiente de China.
El Hemisferio Occidental como zona vital irrenunciable: se reactiva la Doctrina Monroe bajo un “Corolario Trump”, que se traduce en impedir presencia militar, tecnológica o financiera de potencias extra–hemisféricas en infraestructura crítica latinoamericana.

Impacto regional y global: América Latina, Europa, China y Rusia
América Latina: seguridad hemisférica y competencia estratégica son las consignas centrales respecto del marco continental. Esto implica:
- Rejerarquización hemisférica: la región vuelve al centro de la estrategia global de EE. UU.
- Presión para limitar presencia china en puertos, energía, telecomunicaciones y minerales.
- Nuevas oportunidades: nearshoring, explotación conjunta de minerales críticos, financiamiento para infraestructura y seguridad fronteriza.
- Nuevos riesgos: mayor intervención directa contra carteles; condicionalidades más estrictas; polarización interna por alineamientos geopolíticos.
Europa: entre la autosuficiencia y la pérdida de centralidad. Este escenario de percepción de crisis europea se caracteriza por:
- EE. UU. redefine el vínculo transatlántico como transaccional, no fundacional.
- La presión para cumplir el 5% del PBI en defensa por parte de los aliados europeos puede reconfigurar prioridades fiscales y políticas europeas.
- Europa deberá resolver su crisis energética, migratoria y demográfica para seguir siendo un socio estratégico viable.
- Riesgo creciente de divergencias políticas y electorales que limiten la coherencia estratégica del bloque.

China: competencia estructural y contención multidimensional
- La NSS 2025 propone un bloque económico ampliado entre EE. UU. y aliados que exceda el tamaño del mercado chino. Se busca limitar el avance de Pekín mediante los siguientes cursos de acción: control de cadenas de suministro, presión sobre socios del Sur Global, supremacía en tecnologías duales, y disuasión militar en el Indo–Pacífico.
- El escenario dominante es una competencia prolongada, con riesgo de incidentes en el Mar de China Meridional o sobre Taiwán, por lo cual la NSS 2025 reafirma de decisión del refuerzo de la presencia militar de los EE. UU. en la “primera cadena insular”, desde Corea del Sur hasta el Mar del Sur de China.
Rusia: estabilización estratégica y límites a la influencia euroasiática
- EE. UU. apuesta por congelar el conflicto ucraniano bajo términos que preserven la viabilidad del Estado ucraniano sin escalar el enfrentamiento.
- El objetivo es evitar la continuidad de una alianza estructural Moscú–Pekín y un dominio ruso sobre Europa.
- Rusia permanece como potencia nuclear clave, pero con margen reducido para proyección global.

Una nueva Gran Estrategia
La National Security Strategy de 2025 no es un simple ajuste táctico: es una reconfiguración integral del proyecto de poder estadounidense. Reemplaza el internacionalismo liberal por un realismo soberanista, prioriza el hemisferio como base de proyección global, reindustrializa la seguridad, redefine a China como competidor estructural, exige autonomía defensiva a Europa y considera a Rusia un actor disruptivo pero indispensable en cualquier equilibrio euroasiático.
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Estas redefiniciones implican un cambio de categoría en la percepción de la Casa Blanca respecto de China y de Rusia. La categoría de competidor estructural para China tiene el significado de una rivalidad intensa, estimada con la orientación centrada en evitar confrontaciones directas. En el caso de Rusia, el propósito explícito apunta a crear un escenario de estabilidad militar, desde un nuevo régimen nuclear implícito en el contenido del documento. En ambos casos, el significado oculto revela un escenario de nueva guerra fría en un orden de multipolaridad competitiva.
Para los estados de América Latina, Europa y Eurasia, el desafío central será interpretar tempranamente las nuevas líneas rojas de Washington y articular estrategias que combinen autonomía, diversificación y cooperación selectiva. La década 2025–2035 estará marcada por esta transición hacia una geopolítica de esferas, capacidades productivas estratégicas y Estados con márgenes de maniobra condicionados por la gran competencia tecnológica y económica. Adaptarse a este nuevo paradigma será determinante para la relevancia internacional de cada actor en el sistema emergente.




