Hoy, 5 de junio, recordamos el natalicio del general Hernán Pujato (1904-2003), pionero en lo que a la Antártida se refiere y primer director del Instituto Antártico Argentino, que lleva su nombre.
Esquiador, andinista y montañés, Pujato concibió y puso en marcha el sueño de que la República Argentina concretara su destino polar. El despertar de esa conciencia comenzó en 1951 cuando la Primera Expedición Científica a la Antártida Continental fundar Argentina, conformada por un pequeño grupo de tan solo ocho civiles y militares, fundó la primera instalación permanente en el sexto continente que era, en ese momento, la más austral del mundo. La base General San Martín, que data del 21 de marzo de 1951, abrió el camino definitivo a la investigación científica en la Antártida y a la instalación de diversas bases y refugios que a lo largo de la historia sirvieron de apoyo para la concreción de dos exitosas misiones terrestres argentinas al polo Sur, en 1965 y 2000.
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Hernán Pujato: su carrera y vida, dedicadas a la Antártida
Además de sentar las bases fundacionales del quehacer polar de nuestro país, Pujato realizó importantes exploraciones del territorio antártico que permitieron ampliar el conocimiento geográfico de la región; impulsó la investigación en diversas disciplinas y promovió que el gabinete nacional aprobara la compra del primer rompehielos, el General San Martín, que permitió la penetración continental, entre otros múltiples logros.

Pese a declararse apolítico, el hecho de haber realizado su epopeya con el apoyo del entonces presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, tuvo sus consecuencias. Al regresar en 1956 de la base Belgrano (fundada por Pujato en enero de 1955 a tan solo 1.300 kilómetros del Polo) no solo fue ignorado, sino que los descubrimientos geográficos y científicos realizados por los expedicionarios fueron cajoneados.
La omisión de comunicar los hallazgos a las organizaciones internacionales correspondientes privó a la Argentina del reconocimiento de sus derechos pioneros y de la adopción internacional de las nominaciones propias dadas por los expedicionarios argentinos en nuestro idioma. Dicho de otro modo, dio lugar a que otras naciones reclamaran la prioridad en el reconocimiento de estos lugares e impusieran su propia toponimia, descalificando el esfuerzo de nuestros compatriotas.

Después de solicitar el pase a retiro en 1957, se fue a vivir a su casa en Entre Ríos, su provincia natal, pero no pudo encontrar la tranquilidad porque, según sus palabras, sufría “una persecución psicológica”, sentía que lo perseguían, que lo observaban. Entonces decidió autoexiliarse durante varios años en Europa y, a su regreso, se instaló en un departamento vecino a la embajada de Israel que resultó seriamente afectado por el atentado de 1992. Tiempo después se trasladó al Hospital Militar de Campo de Mayo, donde vivió hasta su muerte. Pese a haber donado 40.000 dólares para la construcción –en el mismo hospital- de un pabellón para la tercera edad, nunca aceptó mudarse a él porque afirmaba que no necesitaba más que la cama y la silla que conformaban el mobiliario de su pequeña habitación.
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A modo de síntesis, un año antes de su muerte, en su austera habitación, Pujato reflexionaba: “Hoy, en la soledad que no es soledad porque estoy acompañado de todos mis recuerdos, vivo contento. Serví en las tropas de montaña, donde viví la emoción del soldado al enfrentar momentos difíciles. He andado toda la Patagonia. Tuve la suerte de ser aviador. Fui el hombre dedicado absolutamente a la profesión militar, sin interesarme jamás la política porque solo tengo pasta de soldado que cumple con lo que debe hacer”.

“Siendo coronel, llegué a encabezar la primera expedición del ejército a la Antártida Argentina, aunque muchos hablaran de la locura de este coronel, y tuve el orgullo de enarbolar la bandera de la patria en la Base General San Martín. Dos años después, pude volver y fundar la Base General Belgrano, hacedora de héroes que sueñan y, en la soledad absoluta, dan un ejemplo a todos los argentinos. En mi alma hay una gran alegría. No creo en la oscuridad de la muerte. Por eso estoy aquí, muchas veces solitario, pero no solo, sino pleno y consciente de la vida que he hecho y de lo que me ha pasado. A pesar de estar con deficiencias, vivo feliz mis últimos días. Yo sé que me voy hacia Dios”.
A sus 98 años, dueño de una inmensa paz interior, Pujato les repetía a sus allegados que el día de su partida final quería que la banda militar ejecutara la marcha de la alegría o alguna composición de Beethoven, ya que sería el momento en que “iría hacia la luz”.
A su pedido y en un lugar elegido por él, en 1990 se construyó un túmulo en la base general San Martín donde pidió que llevaran sus restos junto a los del capitán Santiago Farrell, comandante del buque Santa Micaela, embarcación que lo trasladó por primera vez a la Antártida. Decía Pujato: “Allí nos dejarán, al pie de una cruz que se instaló en la base San Martín. Estoy feliz, porque pensé que quizás la esposa de Farrell se opondría a su alejamiento, pero está contenta de que las cenizas del gran navegante me acompañen en mi estadía”. Murió el 7 de septiembre de 2003, a los 99 años de edad, y un año después, sus cenizas fueron llevadas por su expresa voluntad a la base San Martín.