(*) Por Cátedra Abierta Ecos de Malvinas, Universidad de Congreso.
La adaptación de El Eternauta en Netflix no solo se convirtió en un éxito sin precedentes para la industria audiovisual argentina, sino que también abrió una inesperada pero potente puerta para la diplomacia cultural. Con más de 10.8 millones de vistas y 58.3 millones de horas reproducidas en su primera semana, la producción audiovisual lideró el Top 10 global de series de habla no inglesa, alcanzando el primer puesto en 87 países, entre ellos Estados Unidos, India, Francia, Brasil y Alemania.
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El relato futurista de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, que alguna vez fue leído como una metáfora de la resistencia civil en plena dictadura, ahora resuena con una nueva capa de significados: Juan Salvo, su protagonista, es un veterano de la Guerra de Malvinas, sobreviviente del combate de Monte Longdon. El cambio no es menor. En una Argentina donde la causa Malvinas se ha ido reconfigurando en las últimas décadas —pasando del silencio de la desmalvinización al activismo de la remalvinización—, esta decisión narrativa tiene un impacto cultural y simbólico significativo.
Guerra de Malvinas: cómo ha sido el relato audiovisual sobre el combate
A pesar de la centralidad que la causa Malvinas ocupa en la identidad nacional, son escasos los proyectos culturales contemporáneos que logren abordarla desde una narrativa propositiva, heroica o geopolíticamente estratégica. Cuando se habla de producciones audiovisuales sobre el tema, la mayoría remite inmediatamente a Iluminados por el fuego, el film dirigido por Tristán Bauer en 2005. Si bien fue un hito en términos de visibilidad, su enfoque terminó reforzando una mirada desmalvinizadora, centrada en la victimización de los combatientes, presentados como víctimas pasivas de un conflicto injusto, casi siempre desde el prisma del trauma y la derrota. Lejos de ejercer soft power, esa representación consolidó el estigma del “pobre chico de la guerra”, borrando del relato colectivo el coraje, la capacidad de resistencia y el legado histórico de quienes combatieron.

En contraste, la nueva versión de El Eternauta, resignifica el conflicto bélico desde un lugar activo, heroico, conmemorativo y malvinero. Detrás del fenómeno —protagonizado por Ricardo Darín y rodado íntegramente en Buenos Aires— se esconde un componente clave al que el politólogo Joseph Nye llamó soft power: la capacidad de un país de proyectar influencia a través de su cultura y valores. En un contexto internacional donde las narrativas son herramientas de posicionamiento geopolítico, El Eternauta se transforma en un instrumento estratégico de poder blando, al conectar emociones universales con una identidad local profundamente anclada en la historia nacional.
La serie no solo se apoya en un emblema de la historieta nacional para proyectar identidad hacia el mundo, sino que integra la figura del veterano como héroe, como sobreviviente, como parte de una memoria colectiva que busca dignificación y justicia. Esta elección no fue inocente ni pasó desapercibida. En tiempos de globalización cultural, la batalla por el significado también se libra en la pantalla.
El Eternauta: de la soberanía cultural al veterano de guerra como héroe
La serie pone en escena referencias simbólicas, históricas y culturales que convierten a Malvinas en parte integral del relato. El prestigioso abogado y analista Juan Augusto Rattenbach —nieto del general que redactó el emblemático informe sobre el desempeño militar argentino en 1982— detalló en un hilo de X numerosos elementos malvineros presentes en la ficción: desde las bengalas que remiten a los combates nocturnos, el uso del FAL como arma central, hasta la aparición de aviones Hércules peruanos en homenaje al apoyo de ese país durante la guerra.

Asimismo, se destaca la aparición de tachos con fuego, ícono de las vigilias por Malvinas, y un guiño a la caótica vuelta de los soldados al continente a través del reconocimiento de Salvo como veterano del SS Canberra.
Más aún, la decisión de la traductora de la serie, Daiana Estefanía Díaz, de emplear el término “Malvinas Islands” en lugar de “Falklands” en las versiones para otros idiomas es un gesto sutil pero profundamente político. En el terreno simbólico global, nombrar es posicionar, y en este caso, reafirmar la soberanía argentina a través del lenguaje es parte del mensaje.
La soberanía sobre las Islas Malvinas, una disputa actual y global
En un contexto internacional donde la disputa por la soberanía de las islas continúa viva en los organismos multilaterales, y donde la cultura popular se ha convertido en uno de los principales vehículos de influencia geopolítica, El Eternauta versión Netflix se vuelve un instrumento estratégico. No impuesto por cancillerías ni ministerios, sino por la potencia de una narrativa que conecta con emociones universales: la lucha, la pérdida, la esperanza.
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Lo que está en juego no es solo el recuerdo de Malvinas, sino la proyección de una Argentina que no renuncia a su historia, que resignifica sus traumas y que los transforma en relatos globales. Así como Corea del Sur exporta K-pop y dramas para ganar corazones en Occidente, o como Estados Unidos naturaliza sus valores a través de Hollywood, Argentina encuentra en esta serie un nuevo canal para hacer diplomacia cultural sin pasaportes ni embajadores.
El Eternauta ya no es solo un viajero del tiempo y del espacio. Es también un emisor de sentido. Y en un mundo donde la política se juega cada vez más en el terreno de lo simbólico, eso lo convierte en un arma sutil pero poderosa. Un verdadero vector de soft power con sello argentino.